El módulo de aterrizaje sobrevolaba el terreno a unos ocho kilómetros de altura y a velocidad subsónica.
Veinte mil kilómetros no eran una gran distancia para la naveta. Las precauciones de Luis sacaban de quicio al kzin.
—En dos horas podíamos plantarnos frente a la ciudad flotante, ¡o aproximarnos por debajo! Y hasta en una hora, sin incomodidad grave.
—Por supuesto. Bastaría con salir de la atmósfera y poner en marcha los motores de fusión para cruzar como una estrella errante. Pero, ¿recuerdas cómo nos metimos en la cárcel flotante de Halrloprillalar? ¿Volando cabeza abajo, quemados los motores de nuestras aerocicletas?
Chmeee azotó el respaldo de su asiento con la cola. Lo recordaba.
—No conviene que seamos descubiertos por algún antiguo aparato. Puede que la plaga de los superconductores no los haya inutilizado todos.
La pradera iba siendo reemplazada por tierras de cultivo, que a su vez daban a una selva pantanosa, como evidenciaban los reflejos perpendiculares de la luz solar por entre el ramaje florido.
Luis estaba eufórico. No quería recordar la futilidad de su guerra contra los girasoles. ¡Había triunfado! Se había planteado a sí mismo un objetivo y lo había alcanzado, con inteligencia y aprovechando los recursos disponibles.
El pantano parecía inacabable. En una ocasión Chmeee le indicó un poblado. Era difícil verlo, con sus viviendas palafíticas medio sumergidas y además abrumadas por un manto de enredaderas y mangles. Estaban construidas en un estilo muy extraño, con paredes y tejados salientes, de manera que las calles se estrechaban hacia arriba. Desde luego los ingenieros no serían de la raza de Halrloprillalar.
Hacia mediodía el módulo había cubierto una distancia muy superior a la que Gingerofer o el rey de los gigantes llegarían a recorrer en toda una vida. Había sido una tontería por parte de Luis el interrogar a aquellos primitivos, que estaban tan alejados de la ciudad flotante como un poblador de la Tierra de sus antípodas.
El Inferior restableció la comunicación.
Esta vez su melena era como una catarata irisada, teñida a mechones en todos los colores primarios. A sus espaldas, paseaba, entre un vaivén de discos transportadores, una muchedumbre de titerotes que se agolpaban delante de los escaparates, se rozaban sin disculparse ni enfadarse, y hacían flotar en el ambiente un murmullo musical como de flautas y clarinetes: el lenguaje de los titerotes.
El Inferior preguntó:
—¿Alguna novedad?
—Ninguna —dijo Chmeee—. Hemos perdido el tiempo. Indudablemente, hubo un período de gran actividad solar hace diecisiete falans… unos tres años y medio, pero eso ya lo habíamos adivinado. Las pantallas de sombra se juntaron para proteger la superficie del Anillo. Por lo visto, van guiadas por un sistema independiente.
—Eso también podíamos intuirlo. ¿Nada más?
—El hipotético Centro de Mantenimiento de Luis, si existe, se halla inactivo. Ese pantano que hemos sobrevolado no estaba previsto. Imagino que alguna corriente importante habrá cambiado de curso impidiendo su desagüe. Hemos conocido algunas variedades de homínidos más o menos inteligentes. De los que construyeron el Mundo Anillo, ni rastro, a menos que hayan sido los antepasados de Halrloprillalar. Me inclino a pensar que sí fueron ellos.
Luis abrió la boca… y bajó los ojos al notar un dolorcillo súbito en la pierna. Halló cuatro uñas kzinti ligeramente clavadas en su muslo, y prefirió callar. Chmeee continuó:
—No hemos visto a nadie de la raza de Halrloprillalar. Es posible que no hayan sido nunca una población muy numerosa. Han llegado hasta nosotros rumores acerca de otra raza, el Pueblo de la Máquina, que tal vez los haya desplazado. Estamos buscándolo.
—El Centro de Reparación está inactivo, sí —dijo el Inferior, malhumorado—. He averiguado muchas cosas. Puse una sonda a trabajar…
—Pon las dos —exigió Chmeee.
—La otra queda en reserva para repostar la «Aguja». He tenido suficiente con una para descubrir el secreto de las montañas derramadas. Mirad…
La pantalla más a la derecha se iluminó mostrando las imágenes tomadas por la sonda. Era un recorrido a lo largo de la pared; un detalle había sido pasado por alto y luego la cámara retrocedió más despacio y lo exploró.
—Luis me aconsejó que explorase el muro. La sonda había entrado apenas en su rutina de deceleración cuando apareció esto. Pensé que valía la pena investigarlo.
Se veía un saliente en la coronación del muro. Era una tubería que discurría aplastada contra la superficie, y hecha del mismo scrith gris y translúcido. La sonda fue acercándose hasta que la cámara mostró un tubo de unos cuatrocientos metros de diámetro.
—Muchas características del Mundo Anillo reflejan un planteamiento de fuerza bruta —comentó el Inferior.
Y la sonda reseguía la trayectoria del tubo por encima del borde y hacia la cara exterior del muro, donde la conducción desaparecía en el material expandido que formaba el blindaje contra asteroides de la superficie externa del Anillo.
—Ya veo —dijo Luis— ¿y no reflejaba ningún rastro de actividad?
—No. Intenté detectar la trayectoria de esa tubería y he tenido bastante éxito.
La escena cambió. La pantalla oscura reflejaba el rápido movimiento de la sonda, mientras ésta navegaba a bastante distancia, en el exterior del Mundo Anillo. El paisaje circulaba invertido en la parte superior de la imagen, tomada con luz infrarroja. La sonda redujo velocidad, se detuvo y empezó a ganar elevación.
Para que un meteorito chocase contra el Mundo Anillo, antes habría recorrido una larga caída por el espacio interestelar, por lo que incidiría con su propia velocidad, más los mil doscientos kilómetros por segundo del propio Anillo. En aquel punto había chocado un meteorito. La nube de plasma había excavado una galería tremenda, desintegrando el material expandido protector y atravesando cientos de kilómetros de subsuelo marino. El tubo de algunos cientos de metros de diámetro se hundía en esa excavación y subía hasta llegar al fondo del mar.
—Un sistema de reciclaje —murmuró Luis.
El titerote explicó:
—Si no se contrarrestase la erosión, todas las tierras altas del Mundo Anillo acabarían en el fondo del mar al cabo de pocos milenios. Supongo que los tubos salen del fondo del mar, rodean la superficie externa y ascienden otra vez hasta coronar el muro. De esta manera, vierten los lodos de los fondos marinos formando las montañas derramadas. La mayor parte del agua se evapora en la parte de arriba del muro, a cincuenta kilómetros de altura, puesto que allí reina casi el vacío. La montaña se va hundiendo gradualmente bajo su propio peso, y sus materiales, arrastrados por los vientos y los ríos, retornan a la superficie.
Chmeee dijo:
—Mera suposición, pero plausible. ¿Dónde está ahora tu sonda, Inferior?
—Voy a hacer que regrese de la cara exterior del Anillo, y la reinsertaré en el sistema de transporte.
—Hazlo. ¿Tiene radar de penetración la sonda?
—Sí, pero de escaso alcance.
—Haznos una radiografía de las montañas. Distan entre sí… ¿digamos entre treinta y cincuenta mil kilómetros? Según eso, deberían hallarse alrededor de ambos muros del orden de unas cincuenta mil montañas de ésas. Algunas podrían muy bien haber servido de escondrijo para el Centro de Mantenimiento.
—Pero ¿por qué iba a estar escondido el Centro de Mantenimiento?
Chmeee emitió un sonido despectivo.
—¿Y si hubiese una insurrección de las razas sometidas, o una invasión? Por supuesto, el Centro de Mantenimiento debe de estar escondido, e incluso fortificado. ¡Registra todas las montañas!
—Muy bien. Necesitaré una rotación del Anillo para explorar todo el margen de estribor.
—Explora luego el otro.
Luis dijo:
—Y pon en funcionamiento las cámaras también. No olvides que seguimos buscando los reactores correctores de posición… aunque empiezo a creer que disponían de algún otro sistema.
El Inferior desconectó. Luis se volvió hacia la escotilla. Hacía rato que le intrigaba aquella línea pálida que ceñía los límites del pantano, mucho más recta que cualquier río. Señaló un par de puntos, apenas visibles, que se movían sobre la misma.
—Será mejor que vayamos a verlo. ¿Querrías bajar un poco?
Era una carretera. Desde una altura de treinta metros se apreciaba su construcción primitiva: se trataba de una simple cinta de grava. Luis comentó:
—El Pueblo de la Máquina, supongo. ¿Quieres que sigamos la pista a esos vehículos?
—Espera a que estemos más cerca de la ciudad flotante.
Parecía ridículo abandonar una oportunidad presente, pero Luis no se atrevió a objetar. La tensión del kzin se mascaba en el aire.
La carretera evitaba las zonas bajas y pantanosas. Se hallaba en buenas condiciones. Chmeee la siguió a baja velocidad, sobre una altura de treinta metros.
En una ocasión, pasaron cerca de un puñado de edificios, el más grande de los cuales parecía una refinería. Varias veces pasaron por encima de vehículos en forma de cajones. Sólo una vez fueron vistos. Uno de los cajones frenó de súbito y salió un enjambre de figuras humanoides, que se dispersaron corriendo en círculo y luego apuntaron al módulo con una especie de bastones. Instantes después desaparecieron atrás, a lo lejos.
En la selva húmeda destacaban unas grandes formas blanquecinas, que no podían ser rocas puestas al descubierto por la erosión. Luis se preguntó si no serían unos hongos gigantes. Pero dejó de preguntárselo al observar que uno de ellos se movía. Intentó llamar la atención de Chmeee, pero el kzin no le hizo ningún caso.
La carretera torcía a contragiro y se internaba en un macizo de peñascos, el cual cruzaba aprovechando un desfiladero entre los mismos, en vez de abrirse su propio camino; luego doblaba otra vez a la derecha siguiendo de nuevo el límite de la región de los pantanos.
Pero Chmeee desvió el rumbo a la izquierda y aceleró. El módulo dejó la cadena rocosa a babor, echando una lengua de fuego por la popa. De súbito, el kzin hizo girar la nave, frenó y aterrizó al pie de un risco de granito.
—Salgamos —dijo.
El núcleo de scrith de la montaña bastaba para incomunicar los micrófonos del Inferior, pero estaban todavía más seguros fuera de la nave. Luis siguió los pasos del kzin.
El día era claro y soleado… demasiado soleado en realidad, ya que aquel sector del Anillo se acercaba a su mínima distancia con respecto al sol. Soplaba una brisa ardiente. El kzin preguntó:
—Estuviste a punto de decirle al Inferior lo de los Ingenieros del Mundo Anillo, ¿verdad, Luis?
—Seguramente, ¿por qué no?
—Supongo que hemos llegado a la misma conclusión.
—Lo dudo. ¿Qué sabrá un kzin de los protectores de Pak?
—Sé todo lo que hay en los archivos del instituto Smithsoniano, que no es gran cosa. He estudiado la declaración del minero del cinturón de asteroides Jack Brennan, y he visto las holografías de los restos momificados del alienígena Phssthpok y de la bodega de carga de su nave.
—¿Cómo lograste hacerte con todo eso, Chmeee?
—¡Qué importa el cómo! ¿Acaso no era yo un diplomático? La existencia de los Pak ha sido un Secreto del Patriarca durante generaciones, pero todo kzin llamado a tratar con humanos tiene la obligación de estudiar los archivos. Es preciso que conozcamos a nuestros enemigos. Quizá sepa yo más de tus antepasados que tú mismo. Y estoy convencido de que el Mundo Anillo fue construido por Pak.
Seiscientos años antes de que Luis Wu hubiese nacido, un protector de Pak llegó al sistema de Sol en una misión de emergencia. A través de este Phsstkpok, y por mediación del pionero Jack Brennan, los historiadores supieron el resto.
Los Pak eran oriundos de un mundo del núcleo galáctico. En sus vidas atravesaban tres fases, la de niños, la de criadores y la de protectores. Los adultos o criadores disponían apenas de la inteligencia necesaria para esgrimir un palo o arrojar una piedra.
Al llegar a la madurez, si llegaban a vivir tanto, se suscitaba en los criadores Pak un afán insaciable de comer de la planta llamada árbol de la Vida. Un virus, simbionte de la planta, desencadenaba el cambio. El criador perdía las gónadas y los dientes. Su cráneo y su cerebro se desarrollaban. Los labios y las encías se deformaban y refundían hasta constituir un grueso pico. La piel se arrugaba, se espesaba y se endurecía. Las articulaciones se hacían más gruesas, proporcionando mejores inserciones musculares y aumentando su fuerza física. Y se les formaba en la ingle un corazón de doble cavidad.
Phssthpok venía siguiendo la pista a un navío colonizador de Pak, que había alcanzado la Tierra más de dos millones de años atrás.
Los Pak vivían en estado de guerra constante. Las primeras colonias en los mundos cercanos del núcleo galáctico eran superadas constantemente por nuevas oleadas de naves. Quizá por eso, aquélla había llegado tan lejos.
La colonia había sido numerosa y bien equipada, y conducida por seres mucho más fuertes y más hábiles que los humanos. Y, sin embargo, fracasó. El árbol de la Vida arraigaba en el suelo de la Tierra, pero no así el virus. Los protectores se extinguieron, dejando una población de criadores Pak abandonada a su suerte… y grabaciones de una llamada de auxilio que cruzó treinta mil años luz hasta llegar al mundo natal de Pak.
Phssthpok encontró esas grabaciones en una antigua biblioteca de Pak. Y Phssthpok viajó esos treinta mil años luz, a solas en una nave de propulsión sublumínica, en busca del sistema Sol. Los recursos incorporados en la construcción de aquella nave, en cuanto a conocimientos, inteligencia y materiales, eran recursos conquistados y pretendidos por Phssthpok mediante la guerra. Su bodega de carga iba repleta de raíces y semillas del árbol de la Vida, así como de sacos de óxido de talio. Sus propias investigaciones le habían revelado la necesidad de este abono poco habitual.
Pudo habérsele ocurrido que se producirían mutaciones entre los criadores.
En el mundo de Pak, un mutante no tenía ninguna oportunidad. Cuando un niño les parecía un poco raro a sus abuelos protectores, lo eliminaban. En la Tierra… tal vez Phssthpok especulaba con un índice de mutaciones más bajo, ya que allí no existía una densidad de radiaciones cósmicas tan intensa como en los soles del núcleo galáctico. Quizá jugaba tan sólo con una probabilidad favorable.
Y, efectivamente, los criadores habían mutado. Para cuando llegó Phssthpok apenas guardaban ya ningún parecido con los criadores de Pak, a excepción de ciertos cambios que se manifestaban a edad avanzada, cuando cesaba en las hembras la producción de óvulos, y se presentaba en ambos sexos el arrugamiento de la piel, la pérdida de los dientes, la hinchazón de las articulaciones, así como una inquietud y una insatisfacción que eran los últimos recuerdos del hambre antigua del árbol de la Vida. Posteriormente, sufrían dolencias cardiacas, debidas a la ausencia del segundo corazón adventicio.
Pero Phssthpok no llegó a saber nada de todo esto. El salvador murió casi sin dolor y sospechando apenas que aquellos a quienes había venido a salvar estaban convertidos en monstruos y no necesitaban de él para nada.
Ésa fue la historia que Jack Brennan contó a los representantes de las Naciones Unidas antes de su desaparición. Mas para entonces, Phssthpok ya había muerto, y el testimonio de Jack Brennan era bastante dudoso. Había comido del árbol de la Vida, y se había convertido en un monstruo. En particular, su cráneo estaba tremendamente abultado y desfigurado. Era posible que además se hubiese vuelto loco.
Era como si hubiesen derramado sobre aquella zona rocosa una carga de fideos con espinacas. Rayas de verdor viscoso al tacto se agarraban a los lugares donde había llegado a formarse un poco de tierra entre las peñas. Enjambres de insectos zumbaban alrededor de los tobillos, manteniéndose a escasos centímetros del suelo.
—Protectores de Pak —dijo Luis—. Eso fue lo que pensé, pero me costaba convencerme de ello.
Chmeee dijo:
—Los trajes de vacío y la armadura del gigante herbívoro mostraban sus formas: humanoides, pero con las articulaciones abultadas y con prognatismo facial. Pero hay otras pruebas. Hemos conocido muchas especies de homínidos, todas diferentes, pero que deben derivar de un antepasado común: el tuyo, el criador de Pak.
—Sin duda. Además eso explicaría por qué murió Prill.
—¿De veras?
—La droga de la juventud estaba hecha para el metabolismo del Homo sapiens. Halrloprillalar no podía usarla. Ella tenía su propia droga de longevidad, apta para cierto número de especies. Se me ocurrió pensar que la raza de Prill debió de hacer un extracto de árbol de la Vida.
—¿Por qué?
—Pues porque los protectores vivían miles de años. Algún principio activo del árbol de la Vida, o una dosis subcrítica del mismo, podría producir un cambio suficiente para dar el mismo resultado en un homínido. Y el Inferior dice que la dosis de Prill fue robada.
Chmeee asintió.
—Lo recuerdo. Uno de vuestros transportadores de minerales de los asteroides abordó la nave espacial Pak abandonada. El más viejo de la tripulación olfateó el árbol de la Vida y se volvió loco; comió de él hasta reventar, sin que sus compañeros pudieran impedírselo.
—Sí. No es demasiado improbable que le ocurriese lo mismo a algún ayudante del laboratorio de las Naciones Unidas. Hete aquí que Prill entra en el edificio de las Naciones Unidas llevando un frasco de la droga de longevidad del Mundo Anillo. Las Naciones Unidas quieren una muestra. Un muchacho, apenas en edad de tomar su primera dosis…, cuarenta o cuarenta y cinco años… abre el frasco, prepara la pipeta… y entonces le da el olor en las narices y se lo bebe todo de un trago.
Chmeee azotó el aire con la cola.
—No voy a decir que sintiese un gran aprecio hacia Halrloprillalar, pero no dejaba de ser una aliada.
—Yo sí la apreciaba.
El viento, caliente y cargado de polvo, les azotaba. Luis sentía como una urgencia; iba a pasar mucho tiempo antes de que tuvieran otra oportunidad de hablar a solas. Pronto, la sonda que servía para transmitir las señales de la «Aguja» hacia ellos y viceversa estaría tan alta en el cielo del Anillo, que aquel juego del escondite ya no les serviría.
—¿Podrías tratar de pensar como un Pak para mí, Chmeee?
—Lo intentaré.
—Llenaron de mapas los Grandes Océanos. En vez de cartografiar a Kzin y a Down, y a Marte, y a Jinx, ¿sabrías explicarme por qué los protectores de Pak no se limitaron a exterminar a los kzinti, los grogs, los marcianos y los bandersnatchi?
—Brrrr. En efecto, ¿por qué no? Según el relato de Brennan, a los Pak no les importaba destruir especies ajenas.
Chmeee se puso a pasear de un lado a otro mientras rumiaba el problema; finalmente dijo:
—Quizá temían verse perseguidos. ¿Y si hubieran perdido una guerra? ¿Y si temían que los vencedores les persiguieran? Para los Pak, el descubrimiento de una docena de mundos calcinados en un radio de una docena de años luz revelaría, sin duda, la presencia de otros Pak.
—¡Hum! Es posible. Y ahora, para empezar, dime por qué construyeron un Mundo Anillo. ¿Cómo rayos pensaban defenderlo?
—Yo no intentaría defender una estructura tan vulnerable. Quizá lleguemos a saberlo. Por mi parte, yo me he preguntado por qué los Pak vinieron a esta región del espacio. ¿Por coincidencia?
—No. Está demasiado lejos.
—¿Entonces?
—¡Ah! No podemos sino hacer conjeturas… Supongamos que un cierto grupo deseaba alejarse de Pak lo más pronto y lo más lejos que pudieran. Digamos, una vez más, que perdieron una guerra. Que fueron expulsados del mundo de Pak. Pues bien, sabían que existía una ruta segura hacia uno de los brazos de la galaxia, una ruta explorada con anterioridad. La primera expedición, la que colonizó la Tierra, pudo llegar hasta el sistema de Sol sin tropezar con ningún peligro insuperable, y envió datos a casa. De manera que los vencidos siguieron esa ruta. Y para más seguridad, se establecieron a buena distancia del sistema de Sol.
Chmeee rumió sobre aquella posibilidad, y finalmente dijo:
—Como sea que llegasen hasta aquí, los Pak eran unos xenófobos inteligentes y guerreros. Lo cual tiene consecuencias que no podemos descuidar. El arma que desintegró la mitad del «Embustero», y que tú y Teela os empeñasteis en considerar una defensa antimeteoritos, casi indudablemente estaba programado para destruir naves intrusas. Y, si se presenta la oportunidad, disparará contra «La Aguja Candente de la Cuestión» o contra el módulo. En segundo lugar, digo que el Inferior no ha de enterarse de quiénes fueron los Ingenieros del Mundo Anillo.
Luis meneó la cabeza.
—Sin duda ha desaparecido desde hace mucho tiempo. Según Brennan, el único móvil de los actos de un protector era el de proteger su descendencia. No habrían permitido que prosperasen tantas mutaciones, ni que el Mundo Anillo llegase a chocar con su sol.
—Luis…
—Mejor dicho, deben de haber desaparecido hace cientos de miles de años. Fíjate en la variedad de homínidos que hemos visto.
—Millones de años, diría yo. Debieron de salir poco después de que la primera nave pidiese auxilio, y murieron poco después de terminar la estructura. ¿Cómo, si no, habrían tenido tiempo para desarrollarse tantas variedades? Pero…
—Fíjate en esto, Chmeee: supongamos que terminasen el Mundo Anillo hace sólo medio millón de años. Concedamos a los criadores la mitad de ese tiempo para diseminarse; mientras tanto, supongamos que no hubo guerras entre los protectores porque sobraba territorio para todos. Y que luego los protectores desaparecieron.
—¿Por qué?
—No dispongo de datos suficientes.
—Lo acepto. ¿Qué más?
—Digamos que los protectores se extinguieron hace doscientos cincuenta mil años. Concedamos a los criadores la décima parte del tiempo que empleó la humanidad en evolucionar sobre la Tierra. La décima parte del tiempo, con abundancia de nichos ecológicos en donde desenvolverse, debido a que los protectores no aportaron ninguna especie predadora que pudiese hostilizar a los criadores, y con una base de población de miles de millones de individuos…
»¿Lo ves? En la Tierra habría quizá medio millón de criadores cuando desaparecieron los protectores. En el Mundo Anillo, tres millones de veces más espacio, y tiempo sobrado para ocuparlo antes de la extinción de los protectores. A los mutantes no debió de serles difícil sobrevivir.
—No admito que tengas razón —replicó Chmeee sin acritud—. Intuyo que se te escapa algún punto. Acepto que los protectores se extinguieron, lo que es casi seguro. Y digo casi. ¿Qué ocurriría si el Inferior se enterase de que este mundo era propiedad de ellos, creación suya?
—¡Huy! Echaría a correr. Sin acordarse de nosotros.
—Oficialmente, no hemos adivinado el secreto de la construcción del Mundo Anillo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—¿Y qué? ¿Seguimos buscando el Centro de Mantenimiento? El aroma del árbol de la Vida podría ser mortal para ti. Eres demasiado viejo para convertirte en un protector.
—No lo deseo. ¿No hay un espectroscopio en el módulo?
—Sí.
—El árbol de la Vida no crece en ausencia de un abono especial: el óxido de talio. Este elemento debe de ser mucho más corriente en el núcleo de la galaxia que aquí, en su extrarradio. Dondequiera que los protectores pasaran una temporada, se encontrará el óxido de talio que necesitaban para sus plantas. Así es como localizaremos el Centro de Mantenimiento. Si alguna vez conseguimos entrar allí, lo visitaremos metidos en trajes herméticos.