3. Un fantasma entre la tripulación

Qué bueno era despertar flotando entre placas sómnicas… Hasta que Luis empezó a recordar.

Chmeee estaba dedicado a destrozar una porción de carne cruda. A menudo, aquellos recicladores fabricados en Wunderland servían para más de una especie. El kzin interrumpió su banquete durante un momento, lo justo para decir:

—Todos los equipos de a bordo son de construcción humana, o podrían serlo. Incluso el casco pudo ser comprado en cualquier planeta humano.

Luis flotaba en caída libre como un feto en el seno materno, con los ojos cerrados y las rodillas encogidas. Pero no había manera de olvidar dónde se hallaba, y dijo:

—Me ha parecido que el módulo de excursión tenía un aire jinxiano. Fabricado de encargo, pero en Jinx. ¿Qué me dices de tu cama? ¿Es kzinti?

—Fibra artificial. Hecha a imitación de una piel de kzin, y vendida de tapadillo, estoy seguro, a unos humanos de humor excéntrico. Si encontrase al fabricante me gustaría despedazarlo.

Luis alargó la mano y accionó el interruptor de campo. El campo sómnico se extinguió depositándole con suavidad en el suelo.

Fuera era de noche: estrellas como cabezas de alfiler arriba, y un paisaje de terciopelo negro sin forma. Aunque lograsen hacerse con trajes presurizados, el cañón podía encontrarse en el otro hemisferio del planeta, o tal vez al otro lado de aquel farallón negro que se proyectaba hacia el horizonte cósmico, pero, ¿cómo averiguarlo?

La cocina recicladora tenía dos botoneras, la una con rótulos en Intermundial y la otra en la Lengua del Héroe. Y dos lavabos en extremos opuestos. Luis hubiera preferido una disposición menos explícita. Seleccionó un desayuno que pondría a prueba el repertorio del aparato.

El kzin gruñó:

—¿Es que no te preocupa la situación, Luis?

—Mira a tus pies.

El kzin se arrodilló.

—Errrr… sí. Fueron titerotes los constructores de este hiperreactor. Ésta es la nave que utilizó el Inferior para desertar de la Flota de los Mundos.

—Olvidas los discos pedestres. Los titerotes jamás los usaron fuera de su propio mundo. Y hete aquí que el Inferior, por medio de discos teleportadores, me envía unos agentes humanos para que me capturen.

—Debió de robarlos junto con la nave y poca cosa más. Es posible que estuvieran embargados por la General de Productos y no se hubiesen adjudicado. No creo que el Inferior cuente con la colaboración de sus congéneres. Deberíamos tratar de alcanzar la flota titerote.

—Cuidado, Chmeee. Puede haber micrófonos ocultos.

—¿He de refrenar mi lengua por culpa de ese herbívoro?

—Muy bien, pues consideremos la cuestión. —Su depresión se manifestaba en forma de sarcasmo disimulado y ¿por qué no, si Chmeee se había apoderado de su contactor?—. Resulta que un titerote ha tenido el capricho de secuestrar humanos y kzinti. Lo cual, naturalmente, ofenderá la conciencia de los titerotes honrados. ¿Crees que nos dejarían regresar a casa para que se lo contemos al Patriarca? El cual no dudo que habrá hecho lo imposible por construir más naves tipo «Tiro Largo», con las que se podría alcanzar la flota titerote en poco más de cuatro horas, más los períodos de aceleración para igualar velocidades… Digamos tres meses a tres g…

—¡Basta, Luis!

—¡Nej! Si tuvieras ganas de desencadenar una guerra, ésa sería tu oportunidad. Según Nessus, los titerotes intervinieron a nuestro favor en la Primera Guerra Kzin-Humanidad. Ahora cállate tú. No quiero que me digas si se lo contaste a alguien más.

—Dejemos claro ese asunto.

—Claro, claro. Sólo que estaba pensando… —Y como era posible que la conversación estuviera siendo grabada, Luis habló en parte a beneficio del Inferior—. Tú, yo y el Inferior somos, en todo el espacio conocido, los únicos que sabemos lo que hicieron los titerotes, salvo que alguno de nosotros lo haya repetido.

—Si nos perdiéramos en el Mundo Anillo, ¿el Inferior nos guardaría luto perpetuo? Entiendo lo que quieres decir. Pero es posible que el Inferior ni siquiera conozca la indiscreción de Nessus.

Si ha estado escuchando, lo sabe ahora, pensó Luis. ¿Será un error mío? ¿He de refrenar mi lengua por culpa de un herbívoro? Y atacó su desayuno con cierta ferocidad.

Había elegido una mezcla de sencillez y refinamiento: medio pomelo, soufflé de chocolate, una pechuga asada de dinornis y café Jamaica Blue Mountain con nata. Casi todo estaba sabroso; únicamente la nata era una imitación poco convincente. En cambio, ¿qué decir del dinornis? Un experto en genética del siglo XXIV había recreado la especie, o al menos eso aseguraba, y la recicladora preparaba una imitación de aquello. La fibra era sabrosa; desde luego parecía carne de ave de buena calidad.

Aunque no era como vivir bajo el cable, desde luego.

Empezaba a acostumbrarse a aquella depresión circunstancial que existía sólo por contraste con el cable. Aquél era, sin duda, el estado normal del ser humano, consideró Luis. El verse prisionero de un extraterrestre chiflado y animado de propósitos extravagantes no lo empeoraba demasiado. Lo verdaderamente horroroso de aquella madrugada era que Luis Wu iba a tener que acostumbrarse a prescindir del contactor.

Cuando hubo terminado, arrojó los platos sucios al lavabo y preguntó:

—¿Qué quieres a cambio del contactor?

Chmeee soltó un resoplido desdeñoso.

—¿Tienes algo que ofrecer?

—Promesas, bajo mi palabra de honor. Y una buena colección de pijamas de fantasía.

Chmeee azotó el aire con la cola.

—En otro tiempo fuiste un compañero útil. ¿En qué te convertirías si te devolviera el contactor? En un rumiante inútil. Así que me lo quedo.

Luis dio comienzo a sus ejercicios.

Las lagartijas con una mano eran fáciles bajo una gravedad reducida a la mitad, aunque cien sobre cada mano no lo eran tanto. El gálibo del casco era demasiado bajo para algunas de sus rutinas. Doscientas flexiones tocándose las puntas de los pies con los dedos…

Chmeee le contempló con curiosidad y luego dijo:

—Me pregunto cómo debió perder su rango el Inferior.

Luis no contestó. Estaba colgado horizontalmente con los pies bajo la placa sómnica inferior y una tabla debajo de las pantorrillas, y realizaba una serie de abdominales a cámara lenta.

—¿Y qué espera encontrar en la región de los espaciopuertos que no encontrásemos nosotros? Los anillos de deceleración son demasiado grandes para llevárselos. ¿Es posible que busque algo de los navíos espaciales del Mundo Anillo?

Luis encargó un par de muslos de dinornis y después de quitarles la grasa se puso a hacer malabarismos con aquel par de mazas descomunales. El sudor le inundó la cara y el pecho, y empezó a correr en lentos regueros.

La cola de Chmeee se agitó con nerviosismo y sus orejas se replegaron en postura de defensa. Chmeee se estaba enfadando. Era su problema.

El titerote se materializó de súbito, aunque, siempre prudente, con el acostumbrado mamparo transparente de por medio. Había cambiado la decoración de su melena, que ahora lucía puntitos de luz en vez de ópalos. Y estaba solo. Estudió la situación unos instantes y dijo:

—Usa el contactor, Luis.

—Lo siento, pero ya no dispongo de esa opción —replicó Luis, dejando a un lado las descomunales mazas—. ¿Dónde está Prill?

El titerote dijo:

—Chmeee, devuélvele el contactor a Luis.

—¿Dónde está Halrloprillalar?

Un brazo peludo y poderoso agarró por el cuello a Luis, quien respondió con una doble patada hacia atrás en la que puso toda la fuerza de su cuerpo. El kzin soltó un gruñido y, con insólita delicadeza, enchufó el contactor en su zócalo.

—Muy bien —dijo Luis.

El kzin le soltó y él se sentó en el suelo. Ya lo había sospechado, y lo mismo el kzin, naturalmente. Ahora Luis empezaba a darse cuenta de cuánto había deseado ver a Prill… saberla libre de la BRAZO… verla en persona.

—Halrloprillalar ha muerto. Mis agentes me engañaron —dijo el titerote—. Sabían que la nativa del Mundo Anillo murió hace dieciocho años universales. Podría quedarme a buscarlos, dondequiera que se hayan escondido, pero eso quizá nos llevaría otros dieciocho años… ¡O mil ochocientos! El espacio humano es demasiado grande. ¡Que se queden con su mal ganado dinero!

Luis asintió, sonriendo, consciente de que iba a dolerle cuando se quitase el contactor, mientras Chmeee preguntaba:

—¿Cómo murió?

—No asimilaba el revitalizador. Los de las Naciones Unidas opinan ahora que en realidad no era humana. Envejeció con mucha rapidez. Al año y cinco meses de su desembarco en la Tierra estaba muerta.

—¡Tan pronto! —reflexionó Luis en voz alta—. Cuando estuve en Kzin…

Sin embargo, había una contradicción en todo aquello.

—Ella poseía su propia droga para la longevidad, y era mejor que nuestro revitalizador. Nos llevamos una bombona criogénica entera.

—Se la robaron. No sé más.

¿Robada? ¡Pero si Prill jamás tuvo ocasión de recorrer las calles de la Tierra y tropezarse con ladrones corrientes! Era posible que los científicos de las Naciones Unidas hubieran abierto el recipiente para analizar aquella sustancia, pero para ello no habrían gastado más de un microgramo… Quizá no se sabría jamás. Y luego se quedaron con ella, para sacarle todos sus conocimientos antes de que muriese.

Aquello sí iba a dolerle, pero luego.

—No perdamos más tiempo —dijo el titerote, y pasó a ocupar su puesto de piloto—. Viajaréis en campo de estasis para economizar recursos. Tengo un depósito auxiliar de combustible que soltaremos antes de entrar en el hiperespacio, así podremos disponer de todo nuestro combustible a nuestra llegada. ¿Con qué nombre bautizarías tú nuestra nave, Chmeee?

—Así pues, ¿nos propones una exploración a ciegas? —preguntó Chmeee.

—Sólo por la zona de los espaciopuertos, sin ir más allá. ¿Un nombre para nuestra nave?

—Yo la bautizo «La Aguja Candente de la Cuestión».

Luis sonrió, preguntándose si el titerote conocería aquella denominación. El nombre de la nave era el de un instrumento de tortura kzinti. El titerote se apoderó de dos mandos con sus bocas y los unió poco a poco.