2. Gente de prensa

Los ojos del kzin le vigilaban desde hacía bastante rato. Luego el paralizado kzin carraspeo a manera de ensayo y gruñó:

—Lu… iiis Wuu.

—¿Eh? —dijo Luis.

Había pensado suicidarse, pero no veía cómo. Apenas conseguía mover los dedos.

—¿Tú cableta, Luis?

—¡Hum! —replicó éste para ganar tiempo, y le salió bien.

El kzin renunció a seguir intentándolo. Y Luis (a quien únicamente le preocupaba la pérdida de su contactor) obedecía a un antiguo reflejo, el de mirar a su alrededor para hacerse cargo de lo fastidiada que estaba la situación.

El hexágono de hierba de interior sobre el que estaba echado delimitaba la placa receptora del teleportador. En otro lugar se encontraría el círculo negro que era el emisor. Por lo demás, el suelo era transparente, lo mismo que la escotilla de babor y el mamparo a popa.

Los mecanismos de maniobra de hipervelocidad se extendían sobre casi toda la longitud de la nave, debajo del piso. Luis hubo de reconocerlos por sus principios de funcionamiento, ya que la nave no era de construcción humana; tenía el aspecto semiamorfo de muchas de las construcciones de los titerotes. De manera que aquella nave podía volar más rápida que la luz. Por lo visto le habían embarcado para un largo viaje.

A popa, a través del mamparo, Luis pudo ver una bodega de carga con una gran escotilla lateral, ocupada casi por completo por un cono oblicuo de unos diez metros de alto y casi el doble de largo. La cúspide era una torreta llena de troneras para las armas y/o los instrumentos sensores. Debajo de esta torreta había una ventana panorámica y, más abajo todavía, una escotilla abatible que podía convertirse en rampa de salida.

Era un módulo de aterrizaje, un vehículo de exploración. De construcción humana, pensó Luis, y fabricado por encargo. No tenía aquel aspecto semiamorfo. Más allá se divisaba una pared plateada que seguramente sería la de un depósito de carburante.

Aún no había visto ninguna puerta en su propio compartimento.

Con cierto esfuerzo, Luis volvió la cabeza al otro lado y se halló mirando a proa, hacia el puente de mando de la nave. Gran parte de la misma quedaba oculta por mamparos de color verde mate, pero pudo divisar un panel semicircular de pantallas y escalas de números muy diminutos y apretados, así como botoneras adaptadas a las mandíbulas de los titerotes. El puesto del piloto era una yacija tapizada con la forma anatómica de las caderas y hombros de un titerote de Pierson. En esa pared no había tampoco aberturas.

A estribor (al menos les habían dado una celda confortablemente amplia) se veía una ducha, un par de placas sómnicas y una lujosa alfombra de piel que cubría lo que podía ser la cama de agua de un kzin; entre lo uno y lo otro, una estructura maciza que Luis reconoció como un erogador y reciclador de alimentos de fabricación wunderlandesa. Más allá de las camas, otra pared verde, también sin escotilla, y no se veía más. Estaban dentro de un cajón sin abertura alguna.

La nave era de construcción titerote, el diseño número 3 de la General de Productos, en forma de cilindro aplanado en el centro y redondeado en los extremos. El imperio comercial de los titerotes había vendido millones de naves similares que anunciaba como invulnerables a todo peligro excepto la gravedad y la luz visible.

Hacia la época en que nació Luis Wu la especie titerote había abandonado el espacio conocido en una emigración hacia la Nebulosa de Magallanes, y ahora, como doscientos años después, aún se veían por todas partes los cascos de la General de Productos; algunos habían conocido docenas de generaciones de propietarios.

Veintitrés años atrás, el «Embustero», navío de construcción titerote, se había estrellado contra la superficie del Mundo Anillo a una velocidad de mil cuatrocientos kilómetros por segundo. Un campo de estasis protegía a Luis y a los demás pasajeros… pero el casco no sufrió ni siquiera un rasguño.

—Eres un guerrero kzin —dijo Luis, con labios torpes y entumecidos—. ¿Conseguirías abrirte paso a la fuerza por un fuselaje de la General de Productos?

—No —dijo Interlocutor (no Interlocutor, sino Chmeee).

—Era sólo una pregunta. ¿Qué te ha traído a Canyon, Chmeee?

—Recibí un mensaje. Luis Wu vive en la grieta de Vanguardia, enganchado al cable. Vi hologramas que lo demostraban. ¿Sabes lo que pareces bajo los efectos del cable? Un alga marina, con los filamentos flotando a merced de las corrientes.

Luis descubrió que de la punta de la nariz le goteaban lágrimas.

—Nej. Nej por el suplicio. ¿Por qué viniste?

—Quise demostrarte que eres un trasto inútil.

—¿Quién envió ese mensaje?

—No lo sé. Supongo que debió de ser el titerote. Nos necesitaba a los dos. Oye, Luis, ¿tienes el cerebro tan averiado que no te has dado cuenta de que ese titerote…?

—No es Nessus. Cierto. Pero, ¿has visto la melena que lleva? Ese adorno debe de mantenerle entretenido más de una hora todos los días. Si lo hubiera visto en el mundo de los titerotes habría pensado que se trataba de un personaje de alto rango.

—¿Y qué?

—Ningún titerote que estuviera en sus cabales arriesgaría la vida en un viaje interestelar. Los titerotes se llevaron su mundo entero, sin olvidar cuatro planetas reservados a la agricultura, y viajaron cientos de miles de años a velocidades sublumínicas simplemente porque no se fiaban de las naves espaciales. Quienquiera que sea ése, está chiflado como cualquier otro titerote que hayan visto ojos humanos. No sé qué nos augura —agregó Luis Wu—, pero aquí estamos otra vez.

El titerote estaba en el puente de mando, sobre una placa pedestre de forma hexagonal, y les observaba a través del mamparo.

—¿Me oís? —habló con voz de mujer, en un agradable tono de contralto.

Chmeee retrocedió, plantó las patas traseras en el suelo durante un segundo y luego se puso a cuatro patas y cargó contra el mamparo, dándose un tremendo mamporro. Cualquier titerote habría retrocedido, asustado, pero aquél no lo hizo, y se limitó a decir:

—Nuestra expedición está casi completa. Sólo falta un miembro de la tripulación.

Luis descubrió que podía darse la vuelta, y lo hizo, diciendo:

—Empecemos por el principio. Nos tienes metidos en un cajón y no hay nada que ocultar. ¿Quién eres tú?

—Podéis darme cualquier nombre que os plazca.

—¿Qué eres? ¿Qué quieres de nosotros?

El otro titubeó, y luego dijo:

—En mi mundo yo era el Inferior, el compañero de aquél a quien llamabais Nessus. Ahora no soy ni lo uno ni lo otro. Os necesito de compañeros para una expedición de retorno al Mundo Anillo a fin de restaurar mi condición.

Chmeee dijo:

—No tenemos intención de servirte.

Luis preguntó:

—¿Cómo está Nessus?

—Agradezco tu interés. Nessus se encuentra en perfectas condiciones de cuerpo y espíritu. El trauma que sufrió en el Mundo Anillo era precisamente lo que necesitábamos para sanarle. Está en su casa y cuida de dos hijos.

Lo que había sufrido Nessus en el Mundo Anillo, pensó Luis, habría sido un trauma para cualquiera. Los nativos del Mundo Anillo le habían cortado una de sus dos cabezas. Se habría desangrado si a Luis y a Teela no se les hubiera ocurrido aplicarle un torniquete.

—¿Le trasplantaron una cabeza nueva?

—Naturalmente.

Chmeee dijo:

—Si no estuvieras chiflado, no estarías aquí. ¿Qué motivo tendría vuestro billón de titerotes para elegir a un loco que les mandase?

—Yo no me considero un loco. —El titerote agitó nerviosamente la pata trasera. (Sus caras apenas manifestaban otra expresión sino la de estolidez de sus bocas de labios fláccidos)—. Os ruego que no volváis a decir eso. He prestado buenos servicios a mi especie, lo mismo que los cuatro Inferiores que me precedieron, hasta que la facción conservadora se hizo con el poder y desplazó a la mía. Están en un error, y voy a demostrarlo. Iremos al Mundo Anillo y encontraremos tesoros inconcebibles para aquellas mentes mezquinas.

—Secuestrar a un kzin seguramente es un error —gruñó Chmeee, mientras hacía relucir sus largas garras.

El titerote seguía observándoles a través del mamparo.

—Tú no habrías querido venir, ni Luis tampoco. Tú, con tu rango y tu apellido. Luis, con su electricidad. El cuarto miembro de nuestra tripulación estaba preso. Mis agentes me informan de que ha sido liberada y se halla en camino hacia aquí.

Luis soltó una amarga carcajada. El humor siempre era amargo cuando uno se veía privado del cable.

—Desde luego, no es que os sobre imaginación, ¿verdad? Todo igual que en la primera expedición. Yo, Chmeee, un titerote y una mujer. ¿Quién es ella? ¿Otra Teela Brown?

—¡No! Nessus le tenía pánico a Teela Brown… y con motivo, según creo. He sacado a Halrloprillalar de las fauces de la BRAZO. Nuestro guía será una criatura nativa del Mundo Anillo. En cuanto al carácter de nuestra expedición, ¿por qué descartar una combinación ganadora? Vosotros conseguisteis escapar del Mundo Anillo.

—Todos menos Teela.

—Teela se quedó porque quiso.

El kzin dijo:

—Nosotros vimos recompensados nuestros esfuerzos. Nos llevamos a casa un navío espacial capaz de recorrer un año luz en un minuto veinticinco segundos. Esa nave me valió mi apellido y mi rango. ¿Puedes ofrecernos ahora algo comparable?

—Muchas cosas. ¿Puedes moverte ya, Chmeee?

El kzin se incorporó, por lo visto estaba despejado de los efectos paralizantes. Luis aún sentía adormecidas las extremidades.

—¿Te encuentras bien? ¿Te sientes aturdido, con dolores o náuseas?

—¿A qué viene tanta preocupación, comedor de raíces? Me has tenido en autodoc más de una hora. Me falla la coordinación y tengo hambre, eso es todo.

—Bien. Hasta el presente no habíamos pasado de poner a prueba el material. De acuerdo, Chmeee, tendrás tu recompensa. El revitalizador es la medicina que ha mantenido joven y fuerte a Luis Wu durante doscientos veintitrés años. Mi nación ha elaborado una fórmula similar para los kzinti. Podrás presentar esa fórmula al Patriarcado Kzinti cuando hayamos acabado con nuestra misión.

A todas luces, Chmeee estaba atónito.

—¿Recuperaré la juventud? ¿Acaso ya llevo dentro de mí esa pócima?

—Sí.

—Si hubiéramos querido, habríamos podido desarrollarla nosotros mismos. No la necesitamos.

—Te necesitaba joven y fuerte, Chmeee, ¡aunque no habrá grandes peligros en nuestra misión! No pienso aterrizar en el propio Mundo Anillo sino sólo en el saliente de los espaciopuertos. Participarás de cualquier descubrimiento que hagamos, y lo mismo tú, Luis. En cuanto a vuestras recompensas inmediatas…

El contactor de Luis se materializó en el disco pedestre. Habían abierto y vuelto a precintar la cápsula. El corazón de Luis dio un vuelco.

—No lo uses ahora —dijo Chmeee, y fue una orden.

—Como tú digas.

Luis se volvió de espaldas. El día que le diera por atacar a un kzin bajo los efectos de la privación de corriente, sabría que estaba volviéndose loco. No hay mal que por bien no venga…, y procuró aferrarse a esa idea.

No fue posible hacer nada por Halrloprillalar.

Halrloprillalar tenía milenios de edad cuando se unió a Luis, Nessus e Interlocutor-de-Animales en la búsqueda de un camino para salir del Mundo Anillo. Los nativos que vivían debajo de su cuartelillo flotante de policía la trataban como a una diosa del cielo. Y toda la tripulación siguió el juego, presentándose como dioses ante los nativos, con la ayuda de Halrloprillalar, mientras se abrían el camino de retorno al averiado «Embustero». Y ella y Luis estuvieron enamorados.

Los nativos del Mundo Anillo, en las tres variedades halladas por la tripulación, eran de forma humana, pero no del todo humanos. Halrloprillalar era casi calva y con labios no más abultados que los de una mona. A veces los muy ancianos no buscan sino la variedad en sus aventuras amorosas, y Luis se había preguntado si podía ser ése su propio caso. No dejaba de ver los fallos del carácter de Prill… pero, ¡nej!, que él mismo también tenía los suyos.

Y estaba en deuda con Halrloprillalar, a cuya ayuda habían tenido que recurrir, y Nessus había usado con ella una cierta forma de violencia peculiar de los titerotes. Nessus la había condicionado con un tasp, y Luis le dejó que lo hiciera.

Regresó con Luis al espacio humano y le acompañó hasta las oficinas de las Naciones Unidas en Berlín, de donde no volvió a salir. Si los Inferiores habían sido capaces de liberarla y podían devolverla a su mundo natal, eso era mucho más de lo que Luis Wu pudo hacer por ella.

Chmeee dijo:

—Creo que el titerote miente. Delirios de grandeza. ¿Por qué iban a permitir los titerotes que les mandase uno que no está en sus cabales?

—Para no hacerlo ellos mismos. Por el peligro. El trasero del jefe se sienta en un sitio muy expuesto. Para la mentalidad de los titerotes podría ser lo más sensato: elegir al más brillante de entre un pequeño porcentaje de megalomaniacos… O míralo desde el lado contrario: una dinastía de Inferiores convenció al resto de la población para que obedeciera, enseñándoles que no se debe ambicionar demasiado poder porque es peligroso. Pudo funcionar en ambos sentidos.

—¿Crees que nos ha dicho la verdad?

—No sabría decirlo. ¿Qué pasa si miente? Estamos en su poder.

—Tú sí lo estás —replicó el kzin—. Te tiene agarrado con el cable. ¿No te da vergüenza?

En efecto, Luis estaba avergonzado. Procuraba evitar que la vergüenza le agarrotase el cerebro y que la negra desesperación le paralizase. No se podía salir de aquel cajón material: las paredes, el suelo y el techo eran parte de un casco de la General de Productos. Pero había otros elementos…

—Si todavía estás pensando en cómo salir de aquí, mejor será que tengas esto presente —dijo—. Rejuvenecerás, pues no creo que haya mentido en eso, ya que no tendría sentido que lo hiciera. ¿Y qué ocurrirá cuando rejuvenezcas?

—¿Qué?

—Más apetito. Más energía. Y más afán de lucha, y eso sí que debería preocuparte, Luis.

Con la edad, Chmeee había ganado en corpulencia. Los «anteojos» negros de su cara estaban casi totalmente canosos, y tenía mucho pelo gris en otras partes. Cuando se movía manifestaba una musculatura poderosa; ningún joven kzin prudente se habría atrevido a desafiarle. Pero lo que más llamaba la atención eran las cicatrices. El pelaje y buena parte del pellejo se habían quemado en más de la mitad la última vez que Chmeee vio el Mundo Anillo. Veintidós años después, el pelo había crecido de nuevo, pero irregularmente y más ralo en los lugares donde tenía cicatrices.

—El regenerador cura las cicatrices —dijo Luis—. Te saldrá otra vez el pelo, y no será gris como ahora.

—Muy bien, pues así estaré más guapo —dijo mientras azotaba el aire con el rabo—. Voy a matar a ese comedor de hojas. Las cicatrices son como recuerdos. No queremos quitárnoslas.

—¿Cómo vas a demostrarme que eres Chmeee?

La cola se quedó inmóvil y Chmeee le contempló fijamente.

—A mí me tiene agarrado con el cable. —Al decir esto, Luis no dejaba de tener sus reservas mentales, pero era posible que estuviese hablando ante un micrófono. Ningún titerote descuidaría la posibilidad de un motín—. A ti te tiene por el harén, y por las tierras y los privilegios, y por el apellido que corresponde a Chmeee como héroe veterano. El Patriarca quizá no quiera creer tu historia, si no viene respaldada por el regenerador kzinti y por la palabra del Inferior.

—¡Cállate!

De repente todo aquello fue demasiado para Luis Wu. Tendió la mano para hacerse con el contactor, y el kzin saltó como un rayo. La cápsula negra de plástico desapareció en la zarpa negra y anaranjada.

—Como tú quieras —dijo Luis, al tiempo que se dejaba caer de espaldas.

De todos modos, llevaba demasiado sueño atrasado…

—¿Cómo te convertiste en un cableta? ¿Cómo ha sido posible?

—Yo… ¡Cómo vas a entenderlo!… —empezó a decir Luis—. ¿Recuerdas la última vez que nos vimos?

—Sí. Muy pocos humanos han sido invitados en la misma Kzin. Entonces eras merecedor de ese honor.

—Quizá. Es posible. ¿Recuerdas que me mostraste la Casa del Pasado del Patriarca?

—Desde luego. Intentaste explicarme cómo podíamos mejorar las relaciones interespecíficas. Bastaba con permitir que un grupo de periodistas humanos se paseara por el museo con sus cámaras holográficas.

Luis sonrió al recordarlo.

—Eso dije.

—Yo tenía mis dudas.

La Casa del Pasado del Patriarca se evidenció tan majestuosa como grandiosa: un edificio inmenso, interminable, hecho de gruesos sillares de roca volcánica soldados por los cantos. Era todo ángulos, y lo flanqueaban cuatro grandes torres armadas con cañones láser. La sucesión de salas, una tras otra, era inacabable; Chmeee y Luis tardaron dos días en recorrerlas.

El pasado oficial del Patriarca se remontaba a una gran antigüedad. Luis vio viejos fémures de sthondat con mangos labrados que habían sido las porras de los kzinti primitivos. Vio armas que podían considerarse como cañones de mano, y que pocos humanos hubieran sido capaces de alzar. Contempló armaduras revestidas de plata y tan gruesas como la puerta de una caja fuerte, y un mandoble con el que se hubiera podido derribar una secoya bien crecida. Mientras hablaban de la posibilidad de permitir que el lugar fuese visitado por un periodista humano, apareció ante sus ojos Harvey Mossbauer.

La familia de Harvey Mossbauer fue matada y devorada durante la Cuarta Guerra Kzin-Humanidad. Muchos años después de la tregua, y tras larga preparación digna de un monomaníaco, Mossbauer desembarcó solo y armado en Kzin. Logró matar a cuatro machos kzinti y hacer detonar una bomba en el harén del Patriarca antes de que los guardias acabaran con él. Según explicó Chmeee, lo que dificultó la operación fue el deseo de recuperar intactos los despojos del intruso.

—¿A eso llamáis intactos?

—Hubo lucha. ¡Vaya si luchó! Tenemos las cintas. Sabemos cómo hay que honrar a un enemigo valiente y poderoso, Luis.

La piel disecada estaba tan llena de heridas que para adivinar a qué especie pertenecía era preciso fijarse mucho, pero estaba sobre una peana muy alta, situada en lugar destacado y con una placa de duraluminio. Un periodista humano corriente no hubiera sabido entenderlo, pero Luis sí.

—Me pregunto si conseguiré hacerte comprender —dijo el que veinte años más tarde no era más que un cableta secuestrado y privado de su contactor— lo orgulloso que me sentí entonces de que Harvey Mossbauer fuese un humano.

—Es bueno recordar, pero estábamos hablando de la adicción a la electricidad —le advirtió Chmeee.

—Los que son felices no se hacen adictos a la electricidad. Hay que ir y que le implanten a uno el enchufe. Ese día me sentí bien. Me sentí como un héroe. ¿Y sabes dónde estaba Halrloprillalar en aquellos momentos?

—¿Dónde?

—En poder del gobierno. De la BRAZO. Tenían muchas preguntas que hacerle, y yo, ¡nej! no pude evitarlo, y eso que estaba bajo mi protección, ya que regresaba a la Tierra conmigo…

—Te tenía agarrado por el sexo, Luis. Es bueno que las hembras kzinti no sean racionales. Habrías hecho cualquier cosa que ella te hubiera pedido. Fue ella quien quiso ver el espacio humano.

—¡Claro! Siempre que yo fuese su guía nativo. Pero no pudo ser. Mira, Chmeee, nosotros hicimos entrega de la «Tiro Largo» y de Halrloprillalar a una coalición Kzin-Tierra, y no sólo no hemos vuelto a verlos jamás, sino que ni siquiera nos estaba permitido mencionarlos.

—El hiperreactor de quantum II fue declarado secreto por el Patriarca.

—Y también es máximo secreto según las Naciones Unidas. No creo que hayan tenido acceso a él ni tan siquiera los demás gobiernos del espacio humano y, por supuesto, se aseguraron de que yo no dijera nada. Naturalmente, el Mundo Anillo también era parte del secreto, porque, ¿cómo habríamos llegado hasta allí sin la «Tiro Largo»? Lo que, por cierto —continuó Luis—, nos conduce a la pregunta de cómo piensa alcanzar el Mundo Anillo nuestro Inferior. Son doscientos años luz desde la Tierra, y más desde Canyon, a tres días por año luz si vamos en esta nave. ¿Crees que tendrá otra «Tiro Largo» oculta en alguna parte?

—No cambies de conversación. ¿Por qué hiciste que te implantaran el cable? —preguntó Chmeee agazapándose con las garras extendidas.

Reflejo tal vez, reacción inconsciente… tal vez.

—Cuando regresé de Kzin, la BRAZO no me permitió ver a Prill —prosiguió Luis—. Si hubiera logrado formar una expedición al Mundo Anillo la habría reclamado como guía nativa, pero ¡nej! ¡Si ni siquiera se podía hablar de ello, excepto con el gobierno… y contigo! Pero a ti no te interesó.

—¿Cómo iba a viajar? Tenía mis propiedades, y mi apellido, e hijos en camino. Las hembras kzinti son muy pasivas; necesitan de alguien que cuide de ellas.

—Pues, ¿qué será de ellas ahora?

—Mi primogénito administrará mis posesiones. Si pasa demasiado tiempo, luchará contra mí para quedárselo todo. Si… ¡Pero Luis! ¿Cómo te convertiste en cableta?

—¡Algún idiota me sacudió con un tasp!

—¿Errrr?

—Andaba yo por un museo de Río cuando alguien me dio el día, escondido detrás de una columna.

—Pero si Nessus también llevó un tasp al Mundo Anillo para controlar a su tripulación. Lo empleó con nosotros dos.

—Cierto. ¡Qué típico de un titerote de Pierson eso de darnos gusto para controlarnos! Ahora el Inferior emplea esa misma táctica. Fíjate en que tiene mi contactor bajo mando a distancia, y a ti te ha dado la eterna juventud, ¿y todo eso para qué? Para que hagamos todo lo que él nos diga, eso es.

—Nessus utilizó el tasp conmigo, pero yo no me he vuelto adicto.

—Ni yo tampoco, entonces. Pero estaban los recuerdos. Me sentía como una sabandija por lo de Prill… y pensé tomarme un año de vacaciones. Eso lo había hecho otras veces, y consistía en despegar solo y perderme en algún lugar al margen del espacio conocido, hasta que me sentía en condiciones de soportar otra vez a la gente. Hasta que me sentía capaz de soportarme a mí mismo. Pero hubiera sido como huir de lo de Prill. Hasta que algún guasón me dio el día. No me pegó muy fuerte, pero me recordó lo de aquel tasp que llevaba Nessus, y que era como diez veces más fuerte. Yo…, resistí casi un año más, y luego fui e hice que me instalaran el enchufe en la cabeza.

—Debería arrancártelo del cerebro.

—Resulta que eso está contraindicado.

—¿Cómo fuiste a parar al barranco de Vanguardia?

—¡Ah, eso…! Puede que fuese una paranoia mía, pero mira: Halrloprillalar desapareció sin dejar rastro en el edificio de la BRAZO y no volvió a salir. Por la calle, Luis Wu andaba suelto y hecho un cableta, y quién sabe lo que sería capaz de contar por ahí. Pensé que sería bueno poner tierra de por medio. En Canyon una nave puede aterrizar fácilmente sin que lo noten.

—Supongo que el Inferior lo averiguaría también.

—Dame el contactor, Chmeee, o déjame dormir, o mátame. No encuentro en mí motivos para decidir.

—Pues entonces, duerme.