(algunas pistas para lectores desprevenidos)
La historia de la Dama Azul dista mucho de haber quedado cerrada en las páginas precedentes. En los manuales de Historia, los arrebatos y bilocaciones de sor María Jesús de Ágreda, así como los de otras religiosas de su tiempo como sor María Luisa de la Ascensión —o de Cardón—, pasaron desapercibidos. Sin embargo, pese al olvido del episodio de la Dama Azul, la monja de Ágreda desarrolló a partir del fin de sus éxtasis una vida intensa, dedicada a la literatura y a una profusa correspondencia con los principales personajes políticos de su época, entre ellos el propio rey Felipe IV.
De entre todos sus escritos de madurez, uno en particular la convertiría en inmortal. Se trata de una voluminosa obra, en ocho volúmenes, que tituló Mística Ciudad de Dios, y que confeccionó —o eso aseguró ella— por expreso deseo de la Virgen María. En ella narra la vida e inmaculada concepción de Nuestra Señora, dictada por ella misma. Una vasta tarea en la que empleará siete largos años, durante los cuales no sólo se suceden sus visiones extáticas de ángeles y otras potencias celestiales, sino que inaugura una estrecha amistad con el rey Felipe.
El monarca, en la línea de sus predecesores en el trono, confió los secretos de su alma a tan inspirada mujer, cuyos consejos le indujeron a desembarazarse de la agobiante presencia del Conde-Duque de Olivares en la corte del último gran Austria. Incluso le consoló ofreciéndose como una suerte de «médium» entre el rey y su esposa Isabel de Borbón una vez fallecida, o entre el rey y su difunto hijo el príncipe Baltasar Carlos, «destinado», según la monja, al purgatorio.
Sor María Jesús quemó el manuscrito original de la Mística Ciudad de Dios en 1643, y reemprendió su reconstrucción en 1655. En vida, incineró otros muchos escritos, especialmente los redactados alrededor de su período de supuestas bilocaciones en Nuevo México, por lo que los investigadores perdimos unas pistas preciosas para llegar al fondo de aquellas vivencias. Sólo el Memorial de Benavides —un documento absolutamente histórico, al que esta novela está indisolublemente unido— ha llenado parcialmente esa impenetrable laguna. Es por eso que estos episodios son los más oscuros de los que se tiene noticia, y, probablemente, junto a algunas ideas ciertamente insólitas de su obra mística, los responsables de que ningún Papa se haya decidido a canonizar a esta piadosa y extravagante mujer.
En cuanto a los otros frentes abiertos en esta obra, debo decir que, efectivamente, el gobierno de Estados Unidos instituyó en Fort Meade un laboratorio para crear «espías psíquicos», muchos de los cuales llevan varios años refiriendo públicamente, y en primera persona, algunas de sus vivencias dentro del INSCOM. La mayoría de sus testimonios me han servido como base para confeccionar partes esenciales de esta novela. Como también, los estudios de Robert Monroe, un ingeniero desgraciadamente fallecido en 1995 y que logró aportar una visión esclarecedora del fenómeno del viaje astral en sus libros Journeys Out of the Body, Far Journeys y El viaje definitivo.
Igualmente real es el proyecto de la Cronovisión. De hecho, a principios de esta década me entrevisté personalmente en Venecia con un sacerdote benedictino que participó en ciertos experimentos para tratar de «ver», e incluso «fotografiar», el pasado. Aquel buen religioso —también experto en prepolifonía— sólo me explicó que Pío XII había decretado aquellas investigaciones como riservattisimas, y que su divulgación masiva podría cambiar el semblante de nuestra historia. Él sabrá.
La obra que acabas de leer es, pues, el fruto de algunos cabos sueltos con los que he tropezado en el curso de mis investigaciones sobre la Dama Azul y el enigma de los «saltos» espaciotemporales. Unos cabos que, debidamente atados, me han permitido alcanzar, al menos, una certeza íntima… La de saber que nuestro planeta está siendo efectivamente controlado desde dentro por «infiltrados», que han encauzado determinados aspectos de nuestra cultura y nuestra religión para hacernos digerir poco a poco la Gran Verdad: que el ser humano no está solo en el Universo.
Quienes hayan visto o sentido de cerca la larga mano de estos «infiltrados», coincidirán conmigo.
Escrito a caballo de tres continentes (Europa, América y África),
entre el verano de 1997 y la primavera de 1998, año del IV
Centenario de la fundación del estado de Nuevo México.