En algunas reservas indias del sudoeste de los Estados Unidos, quedan todavía ancianas que acunan a sus nietos con curiosas historias heredadas de sus antepasados. A los pequeños se les explica que cada vez que los cielos amanecen pintados de añil, o que las praderas se quedan envueltas en un impenetrable silencio, la Dama Azul está cerca. Sus abuelos, y los abuelos de sus abuelos, pobladores indígenas de Arizona, Nuevo México y Texas, sintieron su presencia hace más de tres siglos, y la veneraron como si de una poderosa diosa se tratara. Afirmaron entonces haber visto una doncella bella y refulgente que les habló de la fuerza todopoderosa que sostiene el Universo, que les advirtió de la llegada de los hombres blancos.

De hecho, fueron éstos, y especialmente una clase muy determinada de ellos —los franciscanos—, los que más a fondo investigaron tan extraña «leyenda india», y quienes —según la Historia— llegaron a identificar la verdadera naturaleza de la Dama Azul.

Nuestro relato cuenta parte de esa historia real, aunque lleva las conclusiones de la investigación eclesiástica oficial más lejos de lo que nadie habría podido suponer jamás.

Javier Sierra