Carlos empleó más de dos horas en leer la versión del manuscrito que escribiera Benavides para el rey. Devoró no sólo el texto principal —no muy diferente del Memorial impreso en 1630 por la Imprenta Real de Felipe IV—, sino también las notas al margen donde se especificaban qué melodías sacras favorecían el «vuelo místico» y qué clase de operaciones practicaron ciertos ángeles en el cerebro de sor María de Jesús para que respondiese a ellas[35].
Se trataba de unos comentarios especialmente agudos, transcritos por Benavides de boca de la propia abadesa de Ágreda, aunque difícilmente comprensibles para un hombre pragmático como el rey. Sin embargo, a la luz de los sueños de Jennifer y de las técnicas empleadas en Roma con ella, aquellas palabras cobraban nueva vida.
Existía —o eso afirmaba el texto— una fórmula basada en vibraciones acústicas, para bilocarse. Una fórmula importada a la cristiandad por una clase de seres radiantes que habían descendido a la Tierra en la noche de los tiempos.
—Jennifer… —murmuró al fin el patrón, después de un buen rato en silencio.
—¿Sí?
—Usted vio a la Dama Azul en sus sueños, ¿verdad?
—Sí.
—¿Cómo era?
—Bueno… Siempre la vi descender del cielo en medio de un cono de luz. Irradiaba tanta luminosidad que a duras penas logré distinguir los rasgos de su cara… pero un hecho me llamó la atención. Apostaría que era la misma mujer con la que soñé más tarde, la que llamaban María Jesús de Ágreda.
—¿Siempre fue la misma?
—Creo que sí.
—¿Y la vio siempre en solitario?
—Sí. ¿Por qué me pregunta eso?
—Porque, según este documento, hubo varias damas azules en ese período, y fueron ayudadas siempre por «ángeles» de aspecto humano. Se enviaron varias monjas a ese lugar a predicar, que más tarde identificaron con la Virgen. ¿Sabe usted algo de esto?
—No. Nadie del proyecto me habló de otras damas azules.
Carlos se acarició la barbilla mientras contemplaba a Jennifer, que aguardaba deseosa de saber más detalles sobre el contenido del manuscrito. Pero el patrón no tenía tiempo.
—No me ha dicho usted qué nombre recibió ese proyecto conjunto entre el INSCOM y el Vaticano.
—No, no lo he hecho. No sé si es importante, tampoco si se trata de un secreto de Estado. Pero no tiene sentido ocultárselo. Se llamaba Cronovisión.
—¿Cronovisión?
—Eso es. ¿Ha oído hablar de él?
El periodista esquivó la mirada de Jennifer.
—Sí… sí. Hace mucho tiempo.
Jennifer no insistió. Carlos tembló recordando su último viaje a Venecia y una casi olvidada conversación con un benedictino llamado Giuseppe Baldi…