Capítulo 29

A las ocho de la mañana, el tráfico de salida de Madrid por la N-I, carretera de Burgos, era sólo tolerable. La mayor densidad de tráfico a esa hora se concentraba siempre en dirección entrada y únicamente descendía pasadas las diez. Sin embargo, poco les importaron semejantes circunstancias a Carlos y José Luis, cuando el Renault-19 de este último superó el kilómetro 35, a la altura del desvío a San Agustín del Guadalix. A partir de ese punto, la autovía se mostraba limpia y despejada, empapada de la nueva primavera.

—Supongo que no encontraremos hielo en Burgos… —comentó indiferente Carlos, al comenzar a descender el puerto de Somosierra.

—No te preocupes, yo sí he traído cadenas.

Carlos no respondió a la indirecta, tratando de no darse por aludido.

—¿Avisaste al padre Tejada de que le visitaríamos hoy? —continuó José Luis.

—No pude hablar con él personalmente, pero le dejé un recado advirtiéndole que llegaríamos esta tarde. Por supuesto, no dije de qué se trataba…

—Mejor.

El periodista estiró las piernas todo lo que pudo, hasta rozar con la punta de las botas la parte posterior del salpicadero. Confiaba en las buenas artes del conductor, así que se abandonó perezosamente a sus pensamientos.

—José Luis… Le he dado muchas vueltas a esa llamada desde la Biblioteca Nacional.

—Sí, yo también —reconoció el policía.

—Entonces debes tener las mismas dudas que yo.

—Como, por ejemplo…

—Hay algo que no comprendo: si los que realizaron el trabajo eran profesionales, y parece que lo eran por cómo burlaron los sistemas electrónicos de seguridad, ¿por qué hicieron una llamada que les delataba tan fácilmente?

—Bueno, cabe la posibilidad de que sea un número falseado por una computadora.

—Ya. ¿Y por qué el de una persona precisamente implicada en el caso Ágreda?

—Quizá sea casualidad.

—¡Si tú no crees en ellas! —protestó el patrón.

—Es cierto.

El policía se llevó un pitillo a los labios y apretó el botón del encendedor electrónico.

—¿Se sabe cuánto tiempo duró la conversación?

—No llegó a los cuarenta segundos.

—No es demasiado, la verdad.

—Quizá el suficiente para que informaran del éxito de la operación.

—Quizá.

—Por cierto, cuando hablemos con el padre Tejada preferiría que no le dijéramos que estamos investigando un robo.

Carlos le miró con cierta sorpresa, pero no replicó.

—Actuaremos como si no supiéramos nada. Confío en que, si sabe algo, terminará yéndose de la lengua.

—Tú pagas, tú mandas.

El policía sonrió.