Capítulo 26

La orden del padre Baldi se emitió a las 9 de la tarde hora romana, la una del mediodía en Los Ángeles. Ese día había amanecido gris en California, deprimiendo especialmente los ánimos de una mujer afincada en Venice Beach.

A menudo echaba de menos a sus compañeros. Desde que regresara de Italia y decidiera abandonar el Instituto, nada había sido igual para «Gran Soñador». Los sueños recurrentes que padecía, unidos a los periódicos accesos de epilepsia de Dostoievski, no sólo la habían dejado fuera del mercado laboral, sino que comenzaban a demacrar su aspecto seductor. Lo peor era no contar ya ni con el consuelo de sus amigos, ni con las vanguardistas instalaciones médicas del Pentágono. Ahora, voluntariamente aislada de los beneficios del Gobierno, estaba en manos de un célebre psicólogo de Hollywood Boulevard, el doctor Altshuler, un hombre que no había sido capaz de detectar en los electros la causa de sus sueños y al que tampoco podía confiar dónde creía que estaba la raíz de su mal.

—No entiendo por qué se niega a someterse a una sencilla hipnosis regresiva…

El rostro enjuto de su médico reflejaba cierto disgusto.

—Se trata de un método inofensivo, que nos permitiría bucear en su subconsciente para encontrar el origen de su enfermedad.

—¡Ya sé lo que es la hipnosis, doctor! —protestó ella.

—¿Y entonces?

—No quiero someterme a ningún tratamiento que remueva mi cerebro.

—Perdóneme, señorita, pero su cerebro ya está removido. Lo que pretendo es ordenarlo de nuevo.

—No hay nada que hacer, doctor.

—Está bien, es su decisión. Pero seguramente se quedará sin conocer el origen de los sueños que padece.

La morena cruzó provocativamente las piernas, sentada todavía en la camilla de la consulta.

—Mire, doctor, he acudido a usted porque me dijeron que era un experto en investigar vidas pasadas y en determinar si una persona ha estado o no reencarnada en otra época…

—En efecto —rezongó—, pero casi siempre con ayuda de la hipnosis.

—«Casi siempre», doctor.

La ironía de su paciente le molestó.

—En realidad, son muy pocos los casos que no necesitan de ella. Y, por lo general, se trata de niños menores de siete años que recuerdan cosas, personas y lugares que pertenecieron a una vida anterior. Los adultos tenemos esos recuerdos bloqueados y sólo afloran espontáneamente, y no de forma completa, después de algún tipo de shock.

—¿Shock?

—Sí, eso es. Un accidente de tráfico, la muerte repentina del cónyuge… existen causas que pueden poner en crisis nuestro cerebro y destapar parcelas de memoria sepultadas.

—Entiendo, doctor.

—Además, en su caso hay un dato que se me escapa: usted no vive los sueños en primera persona. En realidad lo observa todo como si fuera una cámara de televisión, fría y objetiva. Eso me desconcierta.

La mujer calló y fingió concentrarse en descender de la camilla. Hubiera podido responder «Doctor, me entrenaron para ello», pero no debía desvelar asuntos de Seguridad Nacional.