9

—Así que no estamos seguros de lo que sucedió —dijo Waxillium, sentándose en el suelo junto a la larga hoja de papel cubierta con sus resultados genealógicos—. Las Palabras de Instauración incluían una referencia a otros dos metales y sus aleaciones. Pero los antiguos creían en dieciséis metales, y la Ley de Dieciséis tiene una naturaleza tan fuerte que no puede ignorarse. O bien Armonía cambió cómo funciona la alomancia, o nunca la comprendimos realmente.

—Hum —dijo Marasi, sentada en el suelo con las rodillas a un lado—. No esperaba eso de ti, Lord Waxillium. Sabía lo de vigilante de la ley. Metalúrgico, tal vez. ¿Pero filósofo?

—Hay relación entre ser vigilante y ser filósofo —dijo Waxillium, sonriendo ociosamente—. El cumplimiento de la ley y la filosofía tratan de cuestiones. Me atrajo la ley por la necesidad de encontrar respuestas que nadie más podía, de capturar a los hombres que todo el mundo consideraba inalcanzables. La filosofía es similar. Cuestiones, secretos, enigmas. La mente humana y la naturaleza del universo… los dos grandes acertijos del tiempo.

Ella asintió pensativa.

—¿Qué fue para ti? —preguntó Waxillium—. No suele verse a una joven de posibles estudiando leyes.

—Mis posibles no son tan… importantes como puedan parecer —dijo ella—. No sería nadie sin el patronato de mi tío.

—Con todo.

—Historias —dijo ella, sonriendo con tristeza—. Historias sobre el bien y el mal. La mayoría de la gente que una conoce, no son ni una cosa ni la otra.

Waxillium frunció el ceño.

—No estoy de acuerdo. La mayoría de la gente parece básicamente buena.

—Bueno, tal vez según una definición. Pero parece que hay que perseguir una cosa, el bien o el mal, para ser importante. La gente de hoy… parece que son buenos, o a veces malos, principalmente por inercia, no por decisión. Actúan según los impulsa lo que les rodea.

»Es como… bueno, piensa en un mundo donde todo está iluminado con la misma luz modesta. Todos los lugares, interiores o exteriores, iluminados por una luz uniforme que no puede cambiar. Si, en este mundo de luz común, alguien de repente produjera una luz que fuera significativamente más brillante, sería notable. Por el mismo razonamiento, si alguien consiguiera crear una habitación que estuviera oscura, sería notable también. En cierto modo, no importa lo intensa que fuera la iluminación inicial. La historia funciona igual.

—El hecho de que la mayoría de la gente sea decente no hace que su decencia valga menos para la sociedad.

—Sí, sí —dijo ella, ruborizándose—. Y no estoy diciendo que desearía que todo el mundo fuera menos decente. Pero… esas luces brillantes y esos lugares oscuros me fascinan, Lord Waxillium… sobre todo cuando son dramáticamente diferentes. ¿Por qué, por ejemplo, un hombre educado en una familia básicamente buena (rodeado por buenos amigos, con un buen trabajo y medios satisfactorios), empieza a estrangular mujeres con cables de alambre y a hundir sus cuerpos en los canales?

»Y a la inversa, consideremos que la mayoría de los hombres que se marchan a los Áridos se adaptan al clima general de sensibilidades laxas de allí. Pero otros, unos pocos individuos notables, deciden llevarse consigo la civilización. Un centenar de hombres, convencidos por la sociedad de que «todo el mundo lo hace a su manera», se dedican a hacer las cosas más rudas y despreciables. Pero un hombre dice que no.

—En realidad no es tan heroico —dijo Waxillium.

—Estoy segura de que no te lo parece.

—¿Has oído alguna vez la historia del primer hombre que capturé?

Ella se ruborizó.

—Yo… sí. Sí, digamos que la he oído. Peret el Negro. Violador y alomántico… brazo de peltre, creo. Entraste en la comisaría de los vigilantes, miraste el tablón de anuncios, arrancaste su retrato y te lo llevaste. Volviste tres días más tarde con él cruzado en la silla de tu caballo. De todos los hombres del tablón escogiste al criminal más difícil y peligroso.

—Es el que valía más dinero.

Marasi frunció el ceño.

—Miré ese tablón de anuncios —dijo Waxillium—, y pensé para mis adentros: «Bueno, es probable que cualquiera de estos tipos me mate. Así que bien puedo elegir el que más vale». Necesitaba el dinero. No había comido otra cosa en tres días sino tasajo y judías. Y luego fue Taraco.

—Uno de los bandidos más grandes de nuestra época.

—Pensé que con él podría conseguir unas botas nuevas. Le había robado a un zapatero unos cuantos días antes, y pensé que si entregaba al tipo, podría sacarme un par de botas nuevas.

—Creí que lo habías capturado porque mató a un vigilante en Faradana la semana anterior.

Waxillium negó con la cabeza.

—No me enteré de eso hasta después de entregarlo.

—Oh —entonces ella sonrió ansiosa—. ¿Y Harrisel Hard?

—Una apuesta con Wayne —dijo Waxillium—. No pareces decepcionada.

—Esto tan solo lo hace más real —respondió ella. Sus ansiosos ojos brillaron de forma casi depredadora—. Tengo que anotar esto.

Buscó en su bolso y sacó una libreta y un lápiz.

—¿Y qué es lo que te motivó a ti? —preguntó Waxillium mientras ella garabateaba las notas—. ¿Estudias por deseo de convertirte en heroína, como en las historias?

—No, no. Solo quería aprender de los héroes.

—¿Estás segura? Podrías convertirte en vigilante, ir a los Áridos, vivir estas mismas historias. No creas que no puedes porque eres una mujer; la alta sociedad puede hacerte creer eso, pero más allá de las montañas no importa. Allí no hay que llevar vestidos de encajes ni oler a flores. Puedes colgarte unos revólveres del cinto y hacer tus propias reglas. No lo olvides: la Guerrero Ascendente fue una mujer.

Ella se inclinó hacia delante.

—¿Puedo confesarte una cosa, Lord Waxillium?

—Solo si es salaz, personal o embarazoso.

Ella sonrió.

—Me gustan los vestidos de encajes y oler a flores. Me gusta vivir en la ciudad, donde puedo disfrutar de comodidades modernas. ¿Te das cuenta de que puedo pedir comida de Terris a cualquier hora de la noche, y recibirla?

—Increíble.

En efecto lo era. Él no se había dado cuenta de que eso era posible.

—Por mucho que me guste leer sobre los Áridos, y aunque pueda visitarlos, no creo que se me diera bien vivir allí. No me gusta la suciedad, la mugre y la falta general de higiene personal —se inclinó hacia delante—. Y, siendo completamente sincera, no tengo ningún problema en dejar que hombres como tú sean los que se cuelguen los revólveres al cinto y le disparen a la gente. ¿Me convierte eso en una terrible traidora a mi sexo?

—No lo creo. Pero eres bastante buena tiradora.

—Bueno, puedo dispararle a cosas. ¿Pero a las personas? —se estremeció—. Sé que la Guerrero Ascendente es un modelo para las mujeres que quieren realizarse. Tenemos clases al respecto en la universidad, por el amor de Preservación, y su legado está escrito en la ley. Pero no quiero ponerme pantalones y ser ella. A veces me siento como una cobarde al admitirlo.

—No importa —dijo él—. Tienes que ser tú misma. Pero nada de eso explica por qué estás estudiando leyes.

—Oh, quiero cambiar la ciudad —dijo ella, animándose—. Aunque pienso que perseguir a los criminales y agujerearlos con trozos de metal que se mueven a alta velocidad es una forma terriblemente ineficaz de hacerlo.

—Pero puede ser divertido.

—Deja que te enseñe una cosa.

Rebuscó un poco más en su bolso, y sacó unos papeles doblados.

—Antes mencioné cómo la gente en general reacciona en respuesta a lo que la rodea. ¿Recuerdas nuestra discusión sobre los Áridos, y cómo a menudo allí hay más vigilantes por habitante que aquí? Y, sin embargo, el crimen está más extendido. Es resultado del entorno. Mira aquí.

Le tendió unos papeles.

—Es un estudio —dijo—. Lo estoy haciendo yo misma. Trata de la naturaleza del delito relacionado con el entorno. Mira aquí, se discuten los factores principales que han reducido los crímenes en algunas secciones de la ciudad. Contratar a más alguaciles, colgar a más criminales, ese tipo de cosas. Son de eficacia media.

—¿Qué es esto de aquí abajo? —preguntó Waxillium.

—Renovación —dijo ella con una gran sonrisa—. Este caso es donde un hombre rico, Lord Joshin, compró varias parcelas de terreno en una de las zonas menos recomendables. Empezó a renovar y a limpiar. Los delitos se redujeron. No cambió la gente, solo el entorno. Ahora esa zona es una sección segura y respetable de la ciudad.

»Lo llamamos la teoría de las “ventanas rotas”. Si un hombre ve una ventana rota en un edificio, es más probable que robe o cometa otros delitos, ya que piensa que no le importa a nadie. Si todas las ventanas están cuidadas, todas las calles limpias, todos los edificios encalados, entonces los delitos se reducen. Igual que un día caluroso puede irritar a una persona, una zona dilapidada puede convertir a un hombre corriente en un delincuente.

—Curioso —dijo Waxillium.

—Naturalmente, no es la única respuesta. Siempre habrá gente que no responda a sus alrededores. Como he mencionado, me fascinan. Siempre he sido buena con los números y las cifras. Veo este tipo de pautas y me pregunto. Limpiar unas cuantas calles puede ser más barato que emplear a más alguaciles, pero puede reducir los delitos en mayor grado.

Waxillium miró los estudios, luego a Marasi. Ella sintió un arrebato de emoción en las mejillas. Había algo cautivador en ella. ¿Cuánto tiempo llevaban aquí? Él vaciló y luego sacó su reloj de bolsillo.

—Oh —dijo ella, mirando el reloj—. No deberíamos estar charlando así. No con la pobre Steris en sus manos.

—No podemos hacer más hasta que regrese Wayne —dijo Waxillium—. De hecho, ya tendría que haber vuelto.

—Está aquí —dijo la voz de Wayne desde el pasillo.

Marasi dio un respingo y dejó escapar un gritito.

Waxillium suspiró.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí?

Wayne asomó la cabeza en la esquina. Llevaba puesto un sombrero de alguacil.

—Oh, un ratito. Me pareció que los dos teníais un momento de «gente inteligente». No quería interferir.

—Muy listo por tu parte. Tu estupidez puede ser infecciosa.

—No utilices tus palabras raras conmigo, hijo —dijo Wayne, entrando. Aunque llevaba un sombrero de alguacil, por lo demás iba vestido con su sobretodo y pantalones, los bastones de duelo en las caderas.

—¿Lo lograste? —preguntó Waxillium, levantándose, y extendiendo luego la mano para ayudar a incorporarse a Marasi.

—Pues claro… me comí algunos bollos. —Wayne sonrió—. Y los sucios guripas incluso pagaron por ellos.

—¿Wayne?

—¿Sí?

—Nosotros somos sucios guripas.

—No, ya no —dijo él orgullosamente—. Somos ciudadanos independientes preocupados por sus deberes cívicos. Y por comernos los bollos de los sucios guripas.

Wayne sonrió.

—No parecen tan apetitosos cuando se los describe así.

—Oh, estaban buenos —Wayne rebuscó en el bolsillo de su sobretodo—. Os he traído algunos. Pero se han aplastado un poco.

—No me digas —dijo ella, palideciendo.

Wayne, sin embargo, se echó a reír y sacó un papel que agitó ante Waxillium.

—La localización del escondite de los desvanecedores en la ciudad. Junto con el nombre de su reclutador.

—¿De verdad? —dijo Marasi ansiosamente, corriendo para coger el papel—. ¿Cómo lo has conseguido?

—Whisky y magia.

—En otras palabras —dijo Waxillium, acercándose y leyendo el papel por encima del hombro de Marasi—. Wayne no paró de hablar rápido. Buen trabajo.

—¡Tenemos que ponernos en marcha! —dijo Wayne con urgencia—. Ir allí, encontrar a Steris y…

—Ya no estarán allí —dijo Waxillium, cogiendo el papel—. No después de que hayan capturado a varios de sus miembros. Wayne, ¿conseguiste hacerte con esto sin que los alguaciles se enteraran?

Wayne se hizo el ofendido.

—¿Tú qué crees?

Waxillium asintió. Se frotó la barbilla.

—Deberíamos ir lo antes posible. Llegar al escenario antes de que se enfríe demasiado.

—Pero… —dijo Marasi—. Los alguaciles…

—Les daremos un soplo anónimo cuando hayamos visto el lugar —dijo Waxillium.

—No será necesario —añadió Wayne—. Preparé una mecha.

—¿Para cuándo?

—El anochecer.

—Bien.

—Puedes mostrar tu agradecimiento con un gran pedazo de un metal raro y caro —dijo Wayne.

—Sobre la mesa —dijo Waxillium, doblando el papel y guardándoselo en el bolsillo del chaleco.

Wayne se acercó a mirar el aparato emplazado sobre el escritorio.

—No estoy seguro de querer tocar nada de esto, socio. Le tengo aprecio a todos mis dedos.

—No va a explotar, Wayne —dijo Waxillium secamente.

—Eso dijiste cuando…

—Solo sucedió una vez.

—¿Sabes lo molesto que es volver a hacerte crecer los dedos, Wax?

—Si está a la par de tus quejas, debe ser molestísimo.

—Solo estoy diciendo… —Wayne escrutó el escritorio hasta que encontró el frasquito con virutas de bendaleo. Lo cogió y retrocedió con cautela—. Que las cosas de aspecto más inocente tienen tendencia a explotar a tu alrededor. Hay que ser cuidadoso —sacudió el frasco—. No es mucho.

—No te hagas el malcriado —replicó Waxillium—. Es bastante más de lo que podría haberte conseguido con tan poco tiempo de aviso si hubiéramos estado en los Áridos. Quítate el sombrero. Vamos a esa fundición que mencionan tus notas.

—Podemos usar mi carruaje, si queréis —dijo Marasi.

Tillaume entró en ese momento, llevando una cesta en una mano y una bandeja con té en la otra. Depositó la cesta junto a la puerta, luego colocó la bandeja sobre la mesa y empezó a servir té.

Waxillium miró a Marasi.

—¿Quieres venir? Creí que habías dicho que querías dejar los disparos para hombres como yo.

—Has dicho que no estarían allí —replicó ella—. Así que en realidad no hay ningún peligro.

—Todavía querrán capturarte —advirtió Wayne—. Intentaron secuestrarte en la cena. Será peligroso para ti.

—Y probablemente os dispararán a vosotros sin pestañear —respondió ella—. ¿Cómo será menos peligroso para vosotros?

—Supongo que no lo será —admitió Wayne.

Tillaume se acercó, trayéndole a Waxillium una taza de té en una bandejita. Wayne la cogió con una sonrisa, aunque Tillaume intentó apartar la bandeja.

—Qué conveniente —dijo Wayne, sujetando la taza—. Wax, ¿por qué no me trajiste a uno de esos tipos a Erosión?

El mayordomo lo miró con mala cara, luego corrió a la mesa para preparar otra taza.

Waxillium estudió a Marasi. Había algo que estaba pasando por alto, algo importante. Algo en lo que Wayne había dicho…

—¿Por qué te cogieron? —le preguntó a Marasi—. Había mejores objetivos en la fiesta. Mujeres más cercanas a los linajes que querían.

—Dijiste que podía haber sido un señuelo para despistarnos —observó Wayne, echando un poco de bendaleo en su taza y luego apurándolo todo de un solo sorbo.

—Sí —dijo Waxillium, mirándola a los ojos y viendo en ellos un destello de algo. Ella se dio la vuelta—. Pero si ese fuera el caso, habrían querido llevarse a alguien que no fuera cercana al mismo linaje, no a alguien que fuera una prima cercana.

Frunció los labios, y entonces comprendió.

—Ah. Eres ilegítima, entonces. Hermanastra de Steris, por parte de Lord Harms, supongo.

Ella se ruborizó.

—Sí.

Wayne silbó.

—Maravilloso espectáculo, Wax. Normalmente espero a la segunda cita para llamar a alguien bastardo —miró a Marasi—. A la tercera si es bonita.

—Yo… —Waxillium sintió un súbito arrebato de vergüenza—. Naturalmente. Yo no pretendía…

—No importa —dijo ella en voz baja.

Tenía sentido. Marasi y Lord Harms se habían incomodado cuando Steris mencionó a las amantes. Y luego estaba aquella cláusula específica en el contrato; Steris estaba acostumbrada a las infidelidades de los lores. Eso también explicaba por qué Harms pagaba la educación y el alojamiento de la «prima» de Steris.

—Lady Marasi —dijo Waxillium, cogiéndole la mano—. Tal vez mis años en los Áridos me han afectado más de lo que suponía. Hubo una época en que habría pensado mis palabras antes de pronunciarlas. Te pido perdón.

—Soy lo que soy, Lord Waxillium —dijo ella—. Y me siento cómoda con ello.

—De todas formas, ha sido rudo por mi parte.

—No tienes que disculparte.

—Hum —dijo Wayne, pensativo—. El té está envenenado.

Con eso, se desplomó en el suelo.

Marasi soltó un grito y acudió inmediatamente a su lado. Waxillium se dio media vuelta para mirar a Tillaume justo cuando el mayordomo se volvía de sus supuestos preparativos y lo apuntaba con una pistola.

No había tiempo para pensar. Waxillium quemó acero (lo mantenía en su interior cuando pensaba que podía estar en peligro) y empujó el tercer botón de su chaleco. Siempre llevaba uno de acero, para usarlo para restaurar sus reservas de metal o como arma.

El botón salió despedido del chaleco, cruzó la habitación y golpeó a Tillaume en el pecho justo cuando apretaba el gatillo. El disparo salió desviado. Ni la bala ni la pistola fueron registrados como metal por los sentidos alománticos de Waxillium. Aluminio, entonces.

Tillaume se tambaleó y soltó la pistola, apoyándose en la estantería mientras intentaba huir. Dejó una línea de sangre en el suelo antes de desplomarse en la puerta.

Waxillium se arrodilló junto a Wayne. Marasi había dado un respingo al oír el disparo, y miraba al jadeante mayordomo.

—¿Wayne? —dijo Waxillium, alzando la cabeza de su amigo.

Wayne abrió los ojos.

—Veneno. Odio el veneno. Peor que perder un dedo, te lo aseguro.

—¡Lord Waxillium! —dijo Marasi, alarmada.

—Wayne se pondrá bien —respondió Waxillium, relajándose—. Mientras pueda hablar y tenga reservas feruquimistas, puede librarse casi de cualquier cosa.

—No estoy hablando de él. ¡El mayordomo!

Waxillium alzó sobresaltado la cabeza y advirtió que el moribundo Tillaume estaba toqueteando la cesta que había traído: el hombre metió una mano ensangrentada dentro y tiraba de algo.

—¡Wayne! —gritó Waxillium—. Burbuja. ¡Ahora!

Tillaume se echó hacia atrás. La cesta estalló en una bola de fuego.

Y entonces se detuvo.

—Ah, demonios —dijo Wayne, girándose en el suelo para ver la explosión en progreso—. Te advertí. Dije que siempre hay cosas explotando a tu alrededor.

—Me niego a aceptar la responsabilidad por esto.

—Es tu mayordomo —dijo Wayne, tosiendo y poniéndose de rodillas—. ¡Blarek! Y el té ni siquiera estaba bueno.

—¡Se hace más grande! —dijo Marasi, alarmada, señalando la explosión.

La andanada de fuego había vaporizado la cesta antes de que Wayne emplazara su burbuja. La onda expansiva se extendía lentamente hacia fuera, quemando la alfombra, destruyendo el marco de la puerta y las estanterías. El mayordomo ya había sido cubierto por ella.

—Maldición —dijo Wayne—. Es grande.

—Probablemente pretendía que pareciera un accidente con mi equipo de metalurgia —dijo Waxillium—. Quemaría nuestros cuerpos y cubriría el asesinato.

—¿Nos dirigimos a las ventanas, entonces?

—Va a ser difícil correr más que la andanada —respondió Waxillium, pensativo.

—Podrías conseguirlo. Solo tienes que empujar con fuerza.

—¿Contra qué, Wayne? No veo ningún buen anclaje en esa dirección. Además, si nos lanzó hacia atrás tan rápido, salir por la ventana nos va a hacer pedazos.

—Caballeros —dijo Marasi, con voz frenética—, se está haciendo más grande.

—Wayne no puede detener el tiempo —dijo Waxillium—. Solo frenarlo mucho. Y no puede mover la burbuja cuando la ha emplazado.

—Mira —dijo Wayne—. Cárgate la pared. Empuja contra los clavos de los marcos de la ventana y abre el lado del edificio. Así podrás lanzarnos en esa dirección sin que nos topemos con nada.

—¿Te escuchas alguna vez cuando dices estas cosas? —preguntó Waxillium, las manos en las caderas, mientras miraba a su amigo—. Es ladrillo y piedra. Si empujo demasiado fuerte, me lanzaré hacia la explosión.

—¡Se está acercando! —exclamó Marasi.

—Entonces hazte más pesado —dijo Wayne.

—¿Tan pesado para no poder moverme cuanto toda una pared (una pared muy bien construida y enormemente pesada) se desgaje del edificio?

—Claro.

—El suelo no podría soportarlo —dijo Waxillium—. Se quebraría y…

Se calló.

Los dos bajaron la mirada.

Poniéndose en movimiento, Waxillium agarró a Marasi, que gritó sorprendida. Rodó de espaldas, sujetándola con fuerza encima de él.

La explosión cubría ahora la mayor parte de su campo de visión, tras haber consumido una gran parte de la habitación. Se acercaba cada vez más, hinchándose, brillando con una furiosa luz amarilla, como un pastel burbujeante que se expande en un horno enorme.

—¿Qué vamos a…? —dijo Marasi.

—¡Agárrate!

Waxillium amplificó su peso.

La feruquimia no funcionaba como la alomancia. Las dos categorías de poder a menudo se unían, pero en muchos aspectos eran opuestas. En la alomancia, el poder procedía del metal, y había un límite a lo que podías hacer a la vez. Wayne no podía comprimir el tiempo más allá de cierta cantidad; Waxillium solo podía empujar un trozo de metal.

La feruquimia funcionaba como una especie de canibalismo, donde consumías parte de ti mismo para utilizarlo más tarde. Te hacías pesar la mitad durante diez días, y podías convertirte una vez y media más pesado durante una cantidad igual de tiempo. O podías hacerte el doble de pesado durante la mitad de ese tiempo. O cuatro veces tan pesado durante la cuarta parte del tiempo.

O enormemente pesado durante unos breves instantes.

Waxillium absorbió para sí el peso que había almacenado en sus mentes de metal durante los días que había pasado con tres cuartas partes de su peso. Se hizo tan pesado como una roca, y luego tan pesado como un edificio, luego aún más pesado. Todo su peso se concentró en una pequeña sección del suelo.

La madera crujió, luego reventó, explotando hacia abajo. Waxillium salió de la burbuja de velocidad de Wayne y pasó a tiempo real, sacudido por el cambio. Los siguiente momentos fueron un borrón. Oyó el terrible sonido de la explosión arriba, que golpeó con una oleada de fuerza. Soltó su mente de metal y empujó contra los clavos del suelo que tenían debajo, tratando de frenar la caída.

No tuvo tiempo de hacerlo bien. Marasi y él chocaron contra el suelo del piso de abajo, y algo pesado les cayó encima, dejando a Waxillium sin aliento. Hubo un brillo cegador y un estallido de calor.

Entonces terminó.

Waxillium yació en el suelo aturdido, los oídos zumbando. Gimió y entonces se dio cuenta de que Marasi estaba aferrada a él, temblando. La mantuvo abrazada un momento, parpadeando. ¿Seguían en peligro? ¿Qué les había caído encima?

«Wayne», pensó. Se obligó a moverse, rodó y dejó a Marasi a un lado, El suelo bajo ellos había quedado reducido a astillas, los clavos aplastados hasta convertirse en pequeños discos. Parte del empujón hacia abajo debía de haberlo hecho mientras aún tenía el peso aumentado.

Estaban cubiertos de astillas de madera y polvo de escayola. El techo era un caos, con secciones de madera ardiendo y trozos de ceniza y escombros cayendo. No quedaba nada del agujero que había abierto: la andanada lo había consumido junto con el suelo a su alrededor.

Con un gemido, apartó a Wayne. Su amigo había caído sobre ellos y había bloqueado el grueso de la explosión. Su sobretodo había quedado hecho jirones, y tenía la espalda expuesta, ennegrecida y quemada, con sangre en los costados.

Marasi se llevó una mano a la boca. Todavía estaba temblando, el pelo marrón oscuro revuelto, los ojos muy abiertos.

«No —pensó Waxillium, sin saber si darle la vuelta a su amigo o no—. Por favor, no». Wayne había usado una porción de su salud para recuperarse del veneno. Y anoche había dicho que solo le quedaba suficiente para una herida de bala…

Ansioso, palpó el cuello de Wayne. Había un leve pulso. Waxillium cerró los ojos y dejó escapar un profundo suspiro. Mientras observaba, las heridas de la espalda de Wayne empezaron a cerrarse. Era un proceso lento. Un hacedor de sangre que usara la curación feruquimista estaba limitado por la velocidad a la que quería que actuara el poder: recuperarse rápidamente requería un gasto de salud mucho más grande. Si a Wayne no le quedaba mucha, tendría que trabajar a ritmo más lento.

Waxillium lo dejó tranquilo. Wayne estaría sufriendo un gran dolor, pero no había nada que pudiera hacer. En cambio, cogió a Marasi por el brazo. Ella estaba temblando todavía.

—Tranquila —dijo Waxillium, y su voz le sonó extraña y apagada por el efecto de la explosión en sus oídos—. Wayne se está curando. ¿Estás herida?

—Yo… —ella parecía aturdida—. Dos de cada tres damnificados por un gran trauma son incapaces de identificar correctamente sus propias heridas como resultado de la tensión o de los mecanismos naturales del cuerpo para enfrentarse al dolor.

—Dime si te duele algo de esto —dijo Waxillium, palpándole los tobillos, las piernas, los brazos en busca de roturas. Con cuidado sondeó sus costados por si había costillas rotas, aunque fue difícil por la gruesa tela de su vestido.

Ella se recuperó lentamente de su estupor, lo miró y lo atrajo hacia sí, enterrando la cabeza contra su pecho. Él vaciló, luego la rodeó con los brazos hasta que la respiración de Marasi se fue haciendo más regular mientras intentaba controlar sus emociones.

Tras ellos, Wayne empezó a toser. Se agitó, luego gimió y se quedó quieto, dejando que la curación continuara. Habían caído en un dormitorio vacío. El edificio estaba ardiendo, pero no demasiado. Probablemente pronto vendrían los alguaciles.

«No ha venido nadie corriendo —pensó Waxillium—. Los otros miembros del personal. ¿Están bien?».

¿O eran parte del complot? Su mente estaba todavía intentando comprenderlo. Tillaume (un hombre que, por lo que sabía, había servido fielmente a su tío durante décadas) había intentado matarlo. Tres veces.

Marasi se retiró.

—Creo… creo que ya estoy bien. Gracias.

Él asintió, sacó un pañuelo y se lo entregó. Luego se arrodilló junto a Wayne. La espalda de su amigo estaba recubierta de sangre y piel quemada, pero se había desprendido en forma de postillas y nueva piel se formaba debajo.

—¿Es grave? —preguntó Wayne, los ojos todavía cerrados.

—Te recuperarás.

—Me refiero al sobretodo.

—Oh. Bueno… vas a tener que remendarlo a base de bien esta vez.

Wayne bufó, luego se incorporó y se sentó en el suelo. Gimió varias veces durante el proceso, y finalmente abrió los ojos. Por su cara corrían lágrimas.

—Te lo dije. Siempre hay cosas inocentes explotando a tu alrededor, Wax.

—Esta vez has conservado los dedos.

—Magnífico. Todavía puedo estrangularte.

Waxillium sonrió, apoyando la mano en el brazo de su amigo.

—Gracias.

Wayne asintió.

—Pido disculpas por haber caído encima de vosotros dos.

—Te lo perdono, dadas las circunstancias. —Waxillium miró a Marasi. Ella estaba sentada abrazándose a sí misma, inclinada hacia delante, la cara pálida. Ella se dio cuenta de que lo observaba, bajó los brazos y se obligó a ser fuerte y empezó a levantarse.

—Tranquila —añadió Waxillium—. Puedes tomarte más tiempo.

—Me pondré bien —respondió ella, como si le costara trabajo formar las palabras y su audición estuviera todavía embotada—. Es que… no estoy acostumbrada a que la gente intente matarme.

—Uno nunca se acostumbra a eso. Créeme —dijo Wayne. Inspiró profundamente, y luego recogió los restos de su sobretodo y su camisa. Después volvió su espalda quemada hacia Waxillium—. ¿Te importa?

—Tal vez quieras darte la vuelta, Marasi —dijo Waxillium.

Ella frunció el ceño, pero no apartó la mirada. Así que Waxillium agarró la capa quemada del hombro de Wayne y, de un tirón, soltó la piel de su espalda, que quedó libre casi en una pieza completa. Wayne gruñó.

Una nueva piel se había formado debajo, rosada y fresca, pero no podía terminar de sanar adecuadamente hasta que la vieja capa quemada y acartonada hubiera sido retirada. Waxillium la arrojó a un lado.

—Oh, Señor de la Armonía —dijo Marasi, llevándose una mano a la boca—. Creo que voy a vomitar.

—Te avisé.

—Creí que te referías a sus quemaduras. No me di cuenta de que ibas a arrancarle toda la espalda.

—Ahora me siento mucho mejor. —Wayne agitó los brazos, sin camisa ahora. Era delgado y musculoso, y llevaba un par de brazaletes de mente de metal de oro en los antebrazos. Sus pantalones estaban chamuscados, pero parecían intactos en su mayor parte. Extendió la mano y recogió del suelo uno de los bastones de duelo. El otro estaba todavía en su cintura.

—Ahora me deben un sombrero y un sobretodo. ¿Dónde está el resto del personal de la casa?

—Estaba pensando en eso mismo —dijo Waxillium—. Haré una búsqueda rápida para ver si hay alguien herido. Saca a Marasi por la puerta de atrás. Escabullíos por los jardines y salid por ahí: me reuniré allí con vosotros.

—¿Escabullirnos? —preguntó Marasi.

—Quien contrató a ese tipo para que nos matara —dijo Wayne—, estará esperando que la explosión signifique que hemos ido a reunirnos con Ojos de Hierro.

—En efecto —corroboró Waxillium—. Tendremos una hora o dos mientras investigan la casa e identifican a Tillaume… si es que queda algo que identificar. Durante ese tiempo, nos darán por muertos.

—Eso nos dará un poco de tiempo para pensar —dijo Wayne—. Vamos. Tenemos que actuar con rapidez.

Condujo a Marasi por las escaleras traseras hacia los jardines. Ella todavía parecía aturdida.

Waxillium notaba los oídos como si los tuviera cubiertos de algodón. Sospechaba que los tres habían estado gritando durante la conversación. Wayne tenía razón. Nunca te acostumbras a que intenten matarte.

Waxillium realizó un rápido reconocimiento por la casa, y empezó a rellenar sus mentes de metal mientras lo hacía. Se volvió mucho más liviano, la mitad de su peso normal. Un poco más y le costaría trabajo caminar, incluso con la ropa y las armas como lastre. Pero tenía experiencia.

Durante su búsqueda, encontró a Limmi y la señorita Grimes inconscientes, pero vivas, en la despensa. Una mirada por la ventana le mostró al cochero, Krent, de pie con las manos en la cabeza y mirando el edificio en llamas con los ojos muy abiertos. Del resto del personal de la casa (las criadas, los chicos de los recados, el cocinero) no había ni rastro.

Podrían haberse hallado lo suficientemente cerca de la explosión para ser capturados por ella, pero Waxillium no lo creía probable. Seguramente Tillaume (que estaba a cargo del personal de la casa) había enviado fuera a todos los que pudo, luego había drogado a los demás y los había llevado a algún lugar seguro. Eso indicaba el deseo de asegurarse que nadie resultara herido. Bueno, nadie menos Waxillium y sus invitados.

En dos rápidos viajes, Waxillium llevó a las mujeres inconscientes al jardín trasero… cuidando que no lo viera nadie. Con suerte, pronto las encontrarían Krent o los alguaciles. Después, cogió un par de revólveres del armario de la planta baja y una camisa y una chaqueta de la lavandería para Wayne. Deseó poder buscar su viejo baúl, con sus Sterrions, pero no había tiempo.

Salió por la puerta trasera y cruzó el jardín con pies demasiado livianos. Con cada paso del camino, se sentía cada vez más molesto por lo que había sucedido. Era horrible que alguien intentara matarte; era peor que el ataque viniera de alguien a quien conocías.

Parecía increíble que los bandidos hubieran podido contactar tan rápidamente con Tillaume. ¿Cómo podían saber que un viejo mayordomo sería sobornable? El mozo de cuadras o el jardinero habrían sido una opción más segura. Aquí pasaba algo más. Desde el primer día que Waxillium había estado en la ciudad, Tillaume había estado intentando desanimarlo para que no se implicara en el mantenimiento local de la ley. La noche anterior al baile, había intentado claramente hacerle olvidar el tema de los robos.

Fueran quienes fuesen los que estaban detrás de todo esto, el mayordomo llevaba algún tiempo trabajando con ellos. Y eso significaba que habían estado vigilando a Waxillium todo el tiempo.