18

Fuera, toda la sala se estremeció. Dentro, el vagón se agitó, aunque parecía que alguien había tenido el detalle de asegurarlo, impidiendo que Waxillium se sacudiera demasiado. Se agarró a la cuerda que había atado a la caja fuerte, la cabeza gacha, Vindicación junto a la oreja.

En cuanto la explosión pasó, se lanzó por encima de la caja fuerte y saltó a la sala. El humo se agitaba en el aire; trozos de piedra y acero estaban dispersos por el suelo. La mayoría de las luces habían sido arrancadas por la explosión, y las que quedaban oscilaban salvajemente, pintando la sala de sombras aterradoras.

Waxillium escrutó la devastación e hizo un rápido conteo. Al menos cuatro hombres habían caído. Probablemente habría alcanzado a más si hubiera detonado la explosión antes, pero le preocupaba herir a gente inocente. Necesitó un momento para asegurarse de que Steris ni las demás estaban cerca.

Waxillium empujó y se impulsó con un fragmento de metal, lanzándose al aire antes de que ningún desvanecedor pudiera apuntarle. Le disparó con Vindicación a un hombre que se levantaba y sacudía la cabeza. Aterrizó en lo alto del vagón y disparó dos veces más con precisión, matando a otros dos desvanecedores.

Una figura harapienta se alzaba a un lado de la sala, y Waxillium disparó antes de reconocer a Miles. La parte izquierda de su chaqueta y camisa estaban hechas jirones, pero ya había vuelto a desarrollar la carne, y apurado alzaba su pistola.

«Maldición», pensó Waxillium, saltando detrás del vagón. Había esperado aparecer en un escondite más tradicional, con pasillos estrechos y huecos ocultos. No esta nave de piedra despejada. Iba a ser difícil no quedar arrinconado aquí.

Se asomó por el lado del vagón, y recibió una andanada de disparos desde cuatro o cinco lugares diferentes. Volvió a ocultarse, recargando rápidamente a Vindicación con balas normales. Ya estaba arrinconado. Esto no iba bien.

Otra de las luces de la sala fluctuó antes de apagarse. Los incendios provocados por la explosión lo iluminaban todo de un brillo rojo primario. Waxillium se agachó, con Vindicación preparada. No se molestó con una burbuja de acero: todos disparaban con balas de aluminio.

Era quedarse arrinconado y que lo mataran cuando rodearan el vagón, o arriesgarse a que lo hicieran cuando saliera. Así fuera. Le dio una patada a un trozo de metal, luego lo empujó ante él. Atrajo los disparos mientras corría tras él, empujando hacia atrás para surcar los aires. Se volvió de lado, disparando mientras volaba, más que nada para obligar al enemigo a bajar la cabeza. Sin embargo, consiguió abatir a uno antes de golpear el suelo y deslizarse a la sombra de unas cajas caídas.

Se irguió y recargó rápidamente. Le dolía el costado, que sangraba a través del vendaje. El vagón estaba sujeto en la cara norte de la sala. Él había saltado hacia el oeste, y había acabado en el rincón noroeste donde estaban almacenadas las cajas. La cara oeste, un poco al sur de donde se hallaba, daba a una especie de túnel. Tal vez podría correr hacia allí.

Se asomó a un lado y le dio un tiro en la frente a uno de los desvanecedores. Luego rodó para ponerse a cubierto detrás de un grupo de cajas más grandes.

Alguien se arrastraba junto a las cajas que tenía a la izquierda; podía oír los pasos aplastando trozos de escombros. Waxillium alzó su arma, se hizo a un lado, y disparó.

El hombre del traje negro alzó tranquilamente una mano. Siguiendo la bala con las líneas azules de la alomancia, Waxillium pudo ver que se volvía hacia atrás y golpeaba la pared que tenía detrás. «Magnífico. Un lanzamonedas». Hizo girar el tambor de Vindicación, deteniéndolo en su sitio. Por desgracia, los disparos de los otros desvanecedores lo obligaron a retroceder antes de poder disparar la bala especial.

Ese lanzamonedas estaba cerca. Waxillium tenía que moverse con rapidez. Se sacó de los bolsillos unos cuantos de los pañuelos con pesos y los arrojó al aire y los empujó para atraer los disparos, luego se volvió hacia el lado derecho de las cajas. Tenía que seguir en movimiento. Si…

Se encontró cara a cara con alguien que rodeaba las cajas para sorprenderlo por el flanco. Era un hombre delgado de piel cenicienta y llevaba el sombrero de Wayne. Tarson, lo habían llamado en la otra lucha.

Los ojos de Tarson se abrieron de par en par llenos de sorpresa y descargó un puñetazo, a pesar de que empuñaba un revólver. El hombre tenía sangre koloss, y tal vez era también un brazo de peltre, considerando lo rápidamente que se había recuperado de sus heridas. Hombres así a menudo golpeaban primero y pensaban en sus armas después.

Waxillium apenas pudo esquivarlo a tiempo: sintió el puño pasar ante la punta de su nariz y luego chocar contra una de las cajas, a la que aplastó. Alzó a Vindicación, pero Tarson, moviéndose con velocidad sobrenatural, se la arrancó de un manotazo. Sí, un brazo de peltre con toda seguridad. Los hombres de sangre koloss eran fuertes, pero no tan rápidos.

Por reflejo, Waxillium se empujó hacia atrás. Enfrentarse cara a cara con este hombre sería suicida. Le…

El tejado explotó.

Bueno, no el tejado entero. Solo una porción sobre Waxillium, donde parecía que habían bajado el vagón del tren por medio de algún tipo de plataforma mecánica. Waxillium se agachó mientras caían trozos de metal; empujó a algunos. Sonaron disparos desde arriba, y el brazo de peltre se agachó, mientras unas pocas balas alcanzaban las cajas cercanas.

Una figura saltó desde lo alto, vestida con un sobretodo y empuñando un par de bastones de duelo. Wayne aterrizó junto a Waxillium, gruñendo de dolor, y el claro tintineo de una burbuja de velocidad apareció alrededor de ambos.

—Agh —dijo Wayne, rodando y estirando la pierna para que se curara de la fractura.

—No tenías que saltar tan rápido —reprendió Waxillium.

—¿Ah, no? Mira bien, sesos de galleta.

Waxillium alzó la mirada. Mientras había estado luchando con el brazo de peltre, el lanzamonedas vestido de negro había avanzado. El hombre aterrizaba lentamente sobre las cajas, revólver en mano, y una vaharada de humo brotaba mientras la bala salía muy despacio del cañón. Esa bala apuntaba directamente a la cabeza de Waxillium.

Waxillium se estremeció y dio un paso deliberado a un lado.

—Gracias. Y… ¿sesos de galleta?

—Estoy probando insultos nuevos —dijo Wayne, poniéndose en pie—. ¿Te gusta el nuevo sobretodo?

—¿Por eso has tardado tanto? Por favor, dime que no te has ido de compras mientras yo luchaba por mi vida.

—Tuve que eliminar a tres tipos que guardaban la entrada ahí arriba —dijo Wayne, haciendo girar sus bastones—. Uno de ellos tenía puesta esta hermosa prenda —vaciló—. Llego un poco tarde porque tuve que idear un modo de quitarlo de en medio sin estropear el abrigo.

—Magnífico.

—Hice que Marasi le disparara en el pie —dijo Wayne, gruñendo—. ¿Estás preparado? Intentaré encargarme de nuestro amigo de sangre koloss.

—Ten cuidado —dijo Waxillium—. Es un brazo de peltre.

—Encantador. Siempre me presentas a gente estupenda, Wax. Marasi nos cubrirá desde arriba. ¿Puedes encargarte del lanzamonedas?

—Si no puedo, es hora de retirarme.

—Oh. ¿Así es como llamamos hoy en día a que te peguen un tiro? Lo recordaré. ¿Preparado?

—Vamos.

Wayne soltó la burbuja de velocidad y rodó hacia delante, sorprendiendo al brazo de peltre cuando rodeaba las cajas. La bala del lanzamonedas dio en el suelo. Waxillium saltó hacia Vindicación, que había caído sobre una caja cercana después de que se la arrebataran de la mano.

El lanzamonedas se movió por reflejo, saltó y empujó la pistola. Ranette era muchas cosas, pero desde luego no era rica, y por eso Vindicación no estaba hecha de aluminio. El empujón del lanzamonedas la envió derecha contra la cabeza de Waxillium, que maldijo, esquivó, y la dejó pasar por encima. Tenía otras armas, naturalmente, pero de balas corrientes.

Adivinando que el lanzamonedas iba a intentar golpear la pistola contra la pared para romperla, Waxillium empujó hacia arriba con todo lo que tenía, enviando el arma por un agujero en el techo.

Waxillium la siguió, dejó caer una bala y se abalanzó tras su arma. El lanzamonedas intentó dispararle, pero un tiro bien colocado de Marasi (que usaba balas de aluminio) casi lo alcanzó en la cabeza, obligándolo a apartarse.

Waxillium se internó en una ola de bruma que caía en la sala como una cascada. Irrumpió en el cielo oscuro y brumoso y cogió a Vindicación en el aire. Se empujó de lado hacia una farola mientras las balas lo seguían, dejando rastros en la bruma.

Llegó al edificio que tenía al lado y se agarró. Algo oscuro surgió del agujero y saltó al aire. El lanzamonedas. Se le unió un segundo hombre vestido de negro, también algún tipo de alomántico, aunque la trayectoria de su vuelo sugería que se trataba de un atraedor.

«Magnífico». Waxillium apuntó hacia abajo y disparó una bala corriente hacia el suelo, luego la empujó mientras reducía su peso para impulsarse al cielo. Los otros dos lo siguieron con gráciles saltos, y Waxillium giró el tambor de Vindicación y lo trabó en la recámara especial.

«Adiós», pensó, disparando a la cabeza del lanzamonedas.

Por pura casualidad, el hombre se empujó al lado en ese mismo momento. No fue deliberado, solo un movimiento de suerte. La bala pasó inútil entre las brumas más allá del hombre, que alzó su propia pistola y disparó un par de tiros, uno de los cuales rozó el brazo de Waxillium.

Waxillium maldijo mientras su sangre rociaba la oscura noche, luego se empujó a un lado para moverse erráticamente y evitar los disparos.

«¡Idiota! —pensó, furioso—. No importa lo buenas que sean tus balas si no apuntas con cuidado».

Se concentró en permanecer por delante de los otros dos, saltando de un lado a otro por el costado del enorme Edificio Columna de Hierro. El lanzamonedas se movía en gráciles saltos tras él, empujándose en el metal del armazón de acero del edificio. Saltaba hacia fuera, luego se empujaba hacia arriba y volvía al edificio, como si descendiera a la inversa.

Ambos reservaron sus balas, esperando el disparo adecuado. Waxillium hizo lo mismo, pero por un motivo diferente: no estaba seguro de que dispararles sirviera de nada. Necesitaba cargar otra bala mataneblinos. Y, si era posible, tenía que separar a los dos alománticos para poder enfrentarse a ellos uno a uno.

Ascendió, empujando el acero bajo la piedra de los salientes en los que se posaba. Pronto se topó con el mismo problema que la primera vez que escaló este edificio. Se hacía más estrecho en la cima, y solo podía subir y salir, no entrar. Esta vez, no tenía sus escopetas. Se las había dado a Tillaume.

Sí tenía la otra bala mataneblinos, la que era especialmente dura para matar brazos de peltre. Vaciló. ¿Debería reservarla para el hombre de abajo?

No. Si moría ahora, nunca tendría otra oportunidad para enfrentarse a aquel tipo. Waxillium extendió el brazo, apretó el gatillo y se lanzó hacia atrás. No fue tan potente como con la escopeta, pero como era liviano, lo lanzó de vuelta hacia el edificio.

El lanzamonedas pasó ante él en el aire, sorprendido. El hombre apuntó con su arma, pero Waxillium disparó primero. Una bala corriente, pero el lanzamonedas se vio obligado a empujarla para alejarla. Waxillium empujó al mismo tiempo, y eso lo impelió hacia el edificio. El desgraciado lanzamonedas fue lanzado hacia el cielo, lejos de la torre.

«Bien», pensó Waxillium. A más de treinta metros en el aire ahora, se agarró a la fachada. Le disparó al atraedor, pero el hombre tiraba con cuidado. La bala de Waxillium trazó un arco y alcanzó la placa del pecho del atraedor.

Waxillium vaciló un momento, luego se soltó de la pared, equilibrándose mientras sacaba otro revólver de su segunda cartuchera.

Lo vació, disparando las seis balas en rápida sucesión. El atraedor se giró, volviendo el pecho hacia Waxillium, y las chispas volaron cuando las balas alcanzaron el peto. La suerte no acompañaba a Waxillium: a veces podías matar así a un atraedor, cuando una de las balas rebotaba hacia su cara o la placa del pecho se soltaba. No esta noche.

Maldiciendo, Waxillium se lanzó al aire y cayó más allá del hombre. El atraedor saltó al aire tras él. Cayeron entre las brumas.

Waxillium disparó hacia abajo para frenarse justo antes de llegar al suelo. Necesitaba dispararle al atraedor en el ángulo adecuado para…

Un segundo tiro hendió el aire, y el atraedor gritó. Waxillium se volvió, alzando su pistola, pero el atraedor golpeó el suelo de cara, sangrando ya.

Marasi asomó de entre unos arbustos cercanos.

—¡Oh! Parece que eso ha dolido.

Dio un respingo y miró preocupada al hombre al que acababa de abatir con una bala de rifle de aluminio.

—Que duela es la idea, Marasi.

—Los blancos no gritan.

—Técnicamente, también él era un blanco.

«Y muchas gracias a Wayne por coger las balas equivocadas después del banquete de bodas». Vaciló. ¿Qué estaba olvidando?

El lanzamonedas.

Waxillium maldijo, soltó la pistola corriente y cogió a Marasi. Se lanzó a la abertura mientras una lluvia de fuego caía de entre las brumas y estaba a punto de alcanzarlos. Waxillium la llevó hasta la sala, aterrizando con suavidad.

La cámara inferior era un caos. Había hombres rotos en el suelo, algunos muertos por la explosión, otros por los disparos de Waxillium. Un gran grupo de desvanecedores se había emplazado tras la ametralladora y le disparaba a Wayne, que estaba en plena forma, quemando su bendaleo como un loco. Aparecía, atraía el fuego, desaparecía en un borrón, aparecía justo a la derecha de donde había estado antes. Soltaba insultos mientras las balas fallaban, luego volvía a moverse.

Los pistoleros seguían intentando adivinar dónde iba a aparecer a continuación, pero era un juego infructuoso. Wayne podía frenar el tiempo, ver dónde se dirigían las balas, dirigirse luego a un lugar donde no fueran a dar. Había que tener mucha suerte y habilidad para alcanzar a un deslizador que sabía que estabas allí.

Sin embargo, por impresionante que fuera, seguía siendo una táctica dilatoria. Con tantos hombres disparándole, Wayne no podía arriesgarse a acercarse más. Tenía que esperar un instante entre crear una burbuja de velocidad y otra, y si estaba demasiado cerca de los hombres, existían muchas posibilidades de que pudieran apuntar, disparar y alcanzarlo en los segundos en que estaba expuesto. Cuanto más intentara esquivar Wayne, mejor podrían juzgar las pausas los hombres que le disparaban. Si esperaba demasiado, lo alcanzarían.

Waxillium observó la escena y entonces le tendió una mano a Marasi.

—Dinamita.

Ella le entregó el cartucho.

—Ponte a cubierto. Intenta darle a ese lanzamonedas cuando baje a por nosotros.

Waxillium irrumpió en la sala, disparando sin mirar al grupo de hombres. Ellos gritaron y trataron de ponerse a cubierto. Waxillium alcanzó a Wayne justo cuando este levantaba una burbuja de velocidad.

—Gracias —dijo Wayne. Chorros de sudor corrían por su cara, aunque estaba sonriendo.

—¿Y el brazo de peltre? —preguntó Waxillium.

—Quedamos en tablas —respondió Wayne—. El hijo de perra es rápido.

Waxillium asintió. Los quemadores de peltre siempre le daban problemas a Wayne, que podía curarse más rápido, pero los poderes de los brazos de peltre los hacían rápidos y fuertes. En un combate mano a mano, Wayne estaba en desventaja.

—Todavía tiene mi sombrero de la suerte —aclaró Wayne, señalando el lugar donde el hombre de pie gris se encontraba tras el grupo de desvanecedores, instándolos a seguir disparando—. Este último grupo salió de ese túnel. Creo que hay más allí dentro. No sé por qué no los ha traído Miles.

—Demasiadas armas disparando en una habitación de este tamaño hace que sea cada vez más peligroso para sus hombres —respondió Waxillium, mirando alrededor—. Querrá contar con reservas, para así intentar agotarnos. ¿Dónde está Miles, por cierto?

—Intentando flanquearme —dijo Wayne—. Creo que se esconde allí, junto al vagón.

Wayne y él se encontraban en el centro de la sala, el vagón tras ellos y a la izquierda, las cajas detrás y a la derecha, el túnel a la derecha.

Waxillium podía llegar al vagón con bastante facilidad.

—Bien —dijo—. El primer plan para tratar con Miles sigue en marcha.

—No creo que funcione.

—Por eso tenemos un segundo plan. Pero esperemos que este funcione. Preferiría no poner a Marasi en una situación más peligrosa.

Waxillium alzó la dinamita. No había mecha: estallaba tirando de un detonador.

—Tú ve a por esos hombres. Yo me encargo de Miles. ¿Listo?

—Sí.

Waxillium lanzó la dinamita y Wayne dejó caer la burbuja de velocidad justo antes de que la dinamita alcanzara su borde. Cualquier objeto, los pequeños en especial, que salían de una burbuja de velocidad se desviaban levemente de manera impredecible. Por eso disparar desde dentro de una era prácticamente inútil.

Los desvanecedores alzaron la mirada en sus escondites. La dinamita cayó hacia ellos. Wayne apuntó con Vindicación y disparó la última bala del tambor al cartucho.

La explosión sacudió la sala, tan fuerte que los oídos de Waxillium zumbaron. Giró, ignorándolos, y vio a Miles salir de detrás del vagón roto. Waxillium cogió un puñado de balas y corrió hacia el vagón blindado, y saltó rápidamente a su interior para ponerse a cubierto mientras recargaba.

Una figura oscureció la puerta un momento después.

—Hola, Wax —dijo. Entró en el vagón blindado.

—Hola, Miles.

Inspirando profundamente, Waxillium empujó contra los ganchos de metal de arriba, que había colocado allí para sujetar las redes. Se soltaron y las redes cayeron alrededor de Miles.

Mientras Miles daba un respingo de sorpresa, Waxillium empujó los cierres de la parte inferior de las redes, arrancándolas del agujero que antes fue la puerta. Las redes se tensaron e hicieron que Miles perdiera el equilibrio.

Miles cayó al suelo y se golpeó la cabeza contra la caja que contenía el aluminio. Probablemente eso ni siquiera lo aturdió, pero la torpe caída sí que le hizo soltar la pistola. Waxillium saltó hacia delante, la agarró y la sacó de las redes. Entonces se levantó, respirando entrecortadamente.

Miles se debatía contra las redes. A pesar de su increíble poder de curación, no era más fuerte que un hombre corriente. El truco no estaba en matarlo, sino en incapacitarlo. Waxillium dio un paso adelante, y solo ahora encontró una oportunidad para vendarse la herida del brazo. No era grave, pero sangraba más de lo que le habría gustado.

Miles lo miró, intentando calmarse. Entonces buscó en su bolsillo, sacó su caja de puros y extrajo un pequeño cartucho cilíndrico de dinamita.

Waxillium se quedó quieto. Sintió un horrible momento de comprensión, seguido por una descarga de terror.

«¡Oh, demonios!». Se lanzó más allá de Miles, fuera del vagón. El torpe brinco lo hizo girar en el aire. Vio brevemente a Miles arrancar el detonador de la dinamita. El hombre quedó envuelto en un brillante y poderoso estallido.

La explosión lanzó a Waxillium hacia delante como si fuera una hoja al viento. Chocó contra el suelo y su visión se nubló. Perdió unos instantes.

Se recuperó, ensangrentado, mareado, y rodó hasta detenerse. La cabeza le daba vueltas. Era incapaz de moverse o de pensar siquiera, el corazón le martilleaba en el pecho.

Una figura se alzó dentro del vagón. La visión de Waxillium era demasiado confusa para distinguir gran cosa, pero supo que era Miles. Tenía las ropas hechas jirones, arrancadas en gran parte de su cuerpo, pero estaba entero. Había hecho estallar la dinamita en su mano para poder librarse de las redes.

«Herrumbre y Ruina…», pensó Waxillium, tosiendo. ¿Hasta qué punto estaba malherido? Se dio la vuelta, aturdido. Esto no era buena señal.

—¿Hay alguna duda de que he sido elegido para algo grande? —gritó Miles. Waxillium apenas podía escucharlo; sus oídos estaban casi inútiles tras la explosión—. ¿Por qué si no tengo este poder, Waxillium? ¿Por qué si no seríamos lo que somos? Y, sin embargo, dejamos que otros gobiernen. Los dejamos que destruyan nuestro mundo mientras nosotros no hacemos más que perseguir a criminales insignificantes.

Miles saltó del vagón, luego avanzó, el pecho desnudo, los pantalones colgando en harapos.

—Estoy cansado de hacer lo que la ciudad me dice. Debería estar ayudando a la gente, no librando guerras sin sentido según dictan los corruptos y los canallas. —Llegó junto a Waxillium y se agachó.

»¿No lo ves? ¿No ves lo importante que es el trabajo que podríamos estar haciendo? ¿No ves que nuestro destino es hacerlo, quizás incluso gobernar? Es casi como… como si nosotros, con los poderes que tenemos, fuéramos divinos.

Casi parecía estar suplicándole a Waxillium que estuviera de acuerdo, que lo justificara.

Waxillium solo tosió.

—Bah —dijo Miles, incorporándose. Flexionó una mano—. ¿Crees que no me doy cuenta de que la única manera de detenerme es atándome? Una pequeña explosión no viene mal, lo he descubierto. Guardo la dinamita en las cajas de puros. Poca gente mira en ellas. Tendrías que haber interrogado a los criminales que detuve allá en los Áridos. Unos cuantos trataron de capturarme con cuerdas.

—Yo… —tosió Waxillium. Su propia voz le sonó extraña—. Nunca pude hablar con los criminales que capturaste. Los mataste a todos, Miles.

—Eso hice —respondió Miles. Agarró a Waxillium por el hombro, obligándolo a ponerse en pie—. Veo que tiraste mi pistola cuando saltaste del tren. Maravilloso.

Le dio un puñetazo en el estómago que le hizo exhalar con un gruñido. Entonces lo dejó caer al suelo y se acercó a una pistola que había tirada cerca.

Aturdido, pero sabiendo que tenía que ponerse a cubierto, Waxillium logró ponerse en pie. Empujó contra una pieza de maquinaria y se lanzó al otro lado de la sala, donde aterrizó junto a las cajas. La explosión las había dispersado, pero todavía proporcionaban algo de protección.

Tosiendo, sangrando, se arrastró tras ellas. Entonces se desplomó.

Wayne giraba entre dos desvanecedores. Descargó hacia un lado sus bastones de duelo, golpeando con ellos la espalda de uno de los hombres. Fue recompensado con un satisfactorio crack. El hombre cayó.

Wayne sonrió y dejó caer su burbuja de velocidad. El otro hombre que estaba atrapado dentro con él se giró, tratando de apuntarle, pero mientras se movía, se puso sin darse cuenta en el camino de varios de sus camaradas, que estaban disparando.

El desvanecedor cayó ante una lluvia de balas. Wayne dio un salto atrás, levantando otra burbuja a su alrededor y un confuso desvanecedor.

Todo lo de fuera se frenó: las balas quedaron quietas en el aire, los gritos desaparecieron, las ondas se difuminaron al alcanzar la burbuja de velocidad, que causaba cosas extrañas al sonido.

Wayne se dio media vuelta y le arrancó la pistola de las manos al desvanecedor que tenía detrás, luego se abalanzó y golpeó el cuello del hombre con la punta de su bastón. El desvanecedor gorjeó sorprendido; luego Wayne lo golpeó en la sien, derribándolo.

Dio un paso atrás, jadeando y haciendo girar uno de sus bastones. Se estaba quedando sin bendaleo, así que comió otro pedazo. El último. Más preocupantes eran sus mentes de metal, que había agotado casi por completo. «Otra vez». Odiaba luchar de esta forma. Un solo disparo podía acabar con él. Era tan frágil como… bueno, como todo el mundo. Resultaba preocupante.

Se acercó al perímetro de su burbuja de velocidad, deseando que se moviera con él. Aquel brazo de peltre seguía llevando puesto su sombrero de la suerte; el hombre se había puesto a cubierto cuando Wax lanzó la dinamita, y acababa de asomar. No parecía haber sido malherido; unos cuantos arañazos en la cara, el tipo de cosa que un brazo de peltre podía ignorar. Lástima. Pero al menos el sombrero estaba bien.

El hombre había empezado a cargar hacia Wayne, moviéndose de manera extremadamente lenta, aunque más rápido que los otros desvanecedores. Era frustrante, pero Wayne sabía que tenía que mantenerse apartado de ese hombre. Nunca había derrotado a un brazo de peltre sin tener acumulado un montón de salud. Mejor seguir saltando, confundiendo al hombre hasta que Marasi o Wax pudieran dispararle unas cuantas veces.

Wayne se volvió y escrutó la zona cercana, decidiendo dónde iba a situarse cuando soltara la burbuja. Con tantas balas disparándose, no quería…

¿Ese era Wax?

Wayne se quedó boquiabierto, y solo ahora advirtió la forma ensangrentada de Wax que cruzaba la sala, como impulsado por un empujón de acero. Wax apuntaba hacia un grupo de cajas en la parte noroccidental de la nave, a la izquierda de Wayne. Su traje estaba quemado y hecho jirones por un lado. ¿Otra explosión? A Wayne le parecía que había oído algo, pero saltar entrando y saliendo de burbujas de velocidad podía volver locos tus sentidos.

Wax lo necesitaba. Era hora de terminar esta lucha, entonces. Wayne soltó la burbuja y se lanzó hacia delante. Contó hasta dos, luego emplazó otra burbuja y se tiró a la derecha. La soltó y siguió corriendo, las balas atravesaron el aire donde había estado. A los ojos de aquellos que intentaban seguirlo, se habría borrado y aparecido inmediatamente a la derecha de donde estuvo. Lo hizo de nuevo, esquivando en otra dirección, y luego soltó la burbuja.

Casi había llegado. Otra burbuja más y…

Algo alcanzó a Wayne en el brazo. Extrañamente, sintió la sangre antes que el dolor. Maldijo, tambaleándose, y alzó una burbuja de inmediato.

Se agarró el brazo. La cálida sangre chorreaba entre sus dedos, y lleno de pánico Wayne decantó la última pizca de curación de su mente de metal. No fue suficiente para arreglar la herida de bala: apenas frenó la hemorragia. Se volvió y vio que otra bala estaba a punto de alcanzar la burbuja. Saltó a un lado justo antes de que tocara el perímetro, lo atravesara en un segundo, y luego alcanzara el otro lado y frenara de nuevo, desviada erráticamente hacia el techo.

«Maldición —pensó Wayne, atando en su brazo herido un vendaje improvisado—. Alguien tiene muy buena puntería». Miró alrededor y vio al lanzamonedas de negro arrodillado junto a la pared, empuñando un rifle de aspecto familiar con el que lo apuntaba. El rifle era el que Ranette le había dado a Marasi. «Bueno, esto se va al infierno más rápido de lo que arde el bendaleo».

Un momento de vacilación. Wax había caído. Pero Marasi… ¿qué le había sucedido? Wayne no podía verla por ninguna parte, aunque el lanzamonedas se había apostado detrás de unas máquinas, y tenía su arma. Eso resultaba bastante revelador.

Wax querría que fuera a ayudar a la muchacha.

Apretando los dientes, Wayne se dio media vuelta y avanzó hacia el lanzamonedas.

Waxillium gimió, se estiró a pesar del dolor y sacó un pequeño dos-tiros de la funda que llevaba en el tobillo. Había perdido a Vindicación con la explosión (Ranette iba a matarlo por eso) y había dejado su otra arma arriba cuando agarró a Marasi. Solo le quedaba esto.

Trató sin éxito de amartillar la diminuta pistola con una mano temblorosa. No se atrevió a intentar averiguar la gravedad de sus heridas. Su brazo y su pierna estaban desollados.

La bruma continuaba colándose por el agujero del techo. Casi había envuelto este lado de la sala. Desesperado, Waxillium advirtió que su dos-tiros se había estropeado con la explosión, y el percutor ya no se dejaba amartillar. No es que fuera a ser de gran ayuda contra Miles, de todas formas.

Gimió de nuevo, apoyando la cabeza contra el suelo. «Creo que pedí un poco de ayuda».

Una voz le respondió, clara e inesperada:

«Y un poco es lo que has recibido, creo».

Waxillium se sobresaltó. «Bueno… ¿podrías ayudarme un poco más, entonces? Hum, ¿por favor?».

«Tengo que tener cuidado al mostrar mi favoritismo —respondió la voz en su mente—. Trastorna el equilibrio».

«Eres Dios. ¿No se trata precisamente de tener favoritos?».

«No —respondió la voz—. Es cuestión de Armonía, de crear un modo para que tantos como sea posible tomen sus propias decisiones».

Waxillium yacía contemplando las brumas en movimiento. La explosión lo había aturdido más de lo que creía.

«¿Eres divino —le preguntó la voz—, como dice Miles que son los alománticos?».

«Yo… —pensó Waxillium—. Si lo fuese, dudo que sintiera este dolor».

«¿Entonces qué eres?».

«Esta conversación es muy rara», pensó Waxillium.

«Sí».

«¿Cómo puedes ver cosas como las que han hecho los desvanecedores y no hacer nada para ayudar?», preguntó Waxillium.

«He hecho algo para ayudar. Te he enviado a ti».

Waxillium suspiró, soplando las brumas que tenía delante. Lo que había dicho Miles le había molestado: «¿Hay alguna duda de que nos han dado esto por un motivo?».

Waxillium apretó los dientes, luego se obligó a levantarse. Se sentía mejor en las brumas. Las heridas no parecían tan graves. El dolor no parecía agudizarse. Pero seguía desarmado. Seguía acorralado. Seguía…

De repente, reconoció la caja que tenía delante. Era su propio baúl. El que se llevó consigo la primera vez que se marchó a los Áridos, veinte años atrás. El que, ahora ajado y envejecido, había traído consigo de vuelta a la Ciudad.

El que había llenado con sus armas aquella noche de meses antes. Por un lado asomaba un trozo de su gabán de bruma.

«No hay de qué», susurró la voz.

Marasi se escondía en las sombras tras el vagón roto, ansiosa, el corazón redoblando en su pecho. El lanzamonedas había venido a buscarla después de lo que le había hecho a su amigo. Con su alomancia, había podido ver dónde corría, a pesar de la oscuridad y la bruma, así que había tirado el rifle tras unas cajas y se había escondido en otra parte.

Le parecía una cobardía, pero había funcionado. El lanzamonedas le había disparado unas cuantas veces a las cajas, luego había dado la vuelta y recogido la escopeta, sorprendido. Obviamente esperaba encontrarla ensangrentada y muerta.

En cambio, estaba simplemente desarmada. Tenía que conseguir una pistola, tenía que hacer algo. Wayne estaba herido: había alejado al lanzamonedas, pero sangraba cuando lo vio.

La sala era un caos que la desorientaba. Wayne le había dicho que los cartuchos de dinamita que tenían eran relativamente pequeños, pero detonarlos en sitios cerrados seguía provocando un ruido enormemente doloroso. Los disparos eran casi igual.

El aire olía a humo, y cuando los tiros no sonaban, podía oír levemente a los hombres gimiendo y maldiciendo y muriendo.

Antes de que los desvanecedores aparecieran en el banquete de bodas, Marasi nunca se había visto en ningún tipo de pelea. Ahora no sabía qué hacer; incluso había perdido el sentido de la orientación. La sala estaba oscura, iluminada solamente por las llamas, y las brumas aparecían a su alrededor.

Algunos desvanecedores se apiñaban protegiendo la boca del túnel con el hombre de sangre koloss. Apenas pudo distinguirlos cuando se asomó en su escondite. Mantenían sus armas prestas. No podía ir por ahí.

Una figura surgió de la oscuridad, y ella apenas pudo contener un gritito de sorpresa. Reconoció a Miles Cienvidas por su descripción. Rostro estrecho, pelo negro y corto. Iba desnudo hasta la cintura, mostrando un poderoso pecho. Sus pantalones estaban hechos jirones. Contaba las balas de un revólver, y era el único en la sala que no se arrastraba o se escondía. Sus piernas apartaban la bruma, que ahora cubría el suelo.

Se detuvo junto a los desvanecedores en la boca del túnel y dijo algo que ella no pudo oír. Los hombres se retiraron pasillo abajo. Miles no los siguió, sino que atravesó la sala, acercándose a Marasi. Ella contuvo la respiración, esperando que pasara lo bastante cerca de su escondite para…

Un sonido de tela, y el lanzamonedas saltó junto a Miles, que se detuvo y alzó una ceja.

—Tirón está muerto —dijo el lanzamonedas. Marasi apenas podía oírlo, pero notaba que su voz era tensa y furiosa—. He intentado acabar con el bajito. Sigue saltando de caja en caja por toda la sala.

—Creo que ya he dicho antes —repuso Miles, la voz fuerte y atrevida—, que Wayne y Waxillium son como ratas. Perseguirlos es inútil. Hay que atraerlos.

Marasi se inclinó hacia delante, respirando de manera entrecortada, lo más silenciosamente que pudo. Miles estaba cerca. Unos cuantos pasos más…

Miles cerró su revólver.

—Waxillium se arrastró a algún sitio. Lo perdí, pero está herido y desarmado.

Entonces se dio la vuelta y apuntó directamente con el revólver al escondite de Marasi.

—Llámelo, por favor, Lady Marasi.

Ella se quedó inmóvil, sintiendo una puñalada de horror. El rostro de Miles era tranquilo. Helado. Carente de emoción. La mataría sin pensárselo dos veces.

—Llámelo —dijo con más firmeza—. Grite.

Ella abrió la boca, pero no salió ningún sonido. Solo podía mirar el arma. Su formación universitaria le dijo que hiciera lo que le ordenara, y que luego echara a correr en el momento en que se diera la vuelta. Pero no podía moverse.

Las sombras envueltas en brumas al fondo de la sala empezaron a agitarse. Ella apartó la mirada de Miles. Algo oscuro se movía entre las brumas. Un hombre alto.

Las brumas parecieron retirarse. Waxillium estaba allí de pie, llevando un gran gabán parecido a un sobretodo, cortado en tiras por debajo de la cintura. Un par de revólveres brillaban en las fundas de sus caderas, y llevaba una escopeta en cada hombro. Su cara estaba cubierta de sangre, pero sonreía.

Sin decir palabra, bajó las escopetas y le disparó a Miles en el costado.