—La verdad es que jamás he oído hablar del diab…, de que usted reclamara la ciudadanía estadounidense —dijo Daniel Webster con sorpresa.
—¿Y quién podría tener más derecho a reclamarla? —replicó el desconocido con una de sus terribles sonrisas—. Cuando se maltrató por primera vez al primer indio, yo estaba presente. Cuando el primer barco esclavista partió hacia el Congo, yo me encontraba en la cubierta. ¿Acaso no estoy en vuestros libros, vuestros relatos y vuestras creencias, desde los albores de la civilización? ¿Acaso no se sigue hablando de mí en todas las iglesias de Nueva Inglaterra? Es cierto que el Norte afirma que soy del Sur, y que el Sur me considera del Norte, pero no soy ni del uno ni del otro; soy simplemente un honrado estadounidense como usted, y del mejor linaje. Porque, a decir verdad, señor Webster, aunque no me agrada alardear de ello, mi apellido goza de más antigüedad en este país que el suyo…
Stephen Vincent Benét
El diablo y Daniel Webster