I

La moribunda oveja, debilitada e hinchada, apuntando al cielo con las patas rígidas, se removió. Geralt, pegado a la muralla, extrajo la espada con lentitud, cuidando de que la hoja no rechinara contra las guarniciones de la vaina. De improviso, a una distancia de diez pasos se elevó un montón de basura y comenzó a ondular. El brujo se separó de la pared y dio un salto, antes incluso de que le alcanzara la ola de pestilencia que emanaba de la basura removida.

De debajo de los desperdicios surgió un tentáculo terminado en un ensanchamiento oval, fusiforme, cubierto de anillos, que se dirigió hacia él a una velocidad increíble. El brujo aterrizó con seguridad sobre los restos de un mueble destartalado, se apoyó en un montón de verduras podridas, se balanceó, guardó el equilibrio y con un corto golpe de espada partió el tentáculo, separando la ventosa en forma de porra. Inmediatamente saltó, pero esta vez resbaló en unas tablas y cayó de costado en el fango del estercolero.

El basurero explotó, sacando a la superficie una densa y hedionda sustancia, pedazos de cacerolas, trapos podridos y lívidas hebras de coles en vinagre; y de debajo de todo ello irrumpió un cuerpo enorme y bulboso, deforme como una grotesca patata, agitando el aire con tres tentáculos y el muñón del cuarto.

Geralt, atascado e incapaz de moverse, torció el muslo y acertó un tajo, cortando horizontalmente otro de los tentáculos. Los dos restantes, gruesos como ramas de árboles, cayeron sobre él con fuerza, enterrándolo aún más en los desperdicios. El cuerpo se arrastró hacia él, reptando por el basurero como un barril viviente. Vio cómo estallaba el asqueroso bulbo, abriéndose en una amplia mandíbula llena de dientes grandes y cúbicos.

Permitió que los tentáculos le rodearan por la cintura. Con un chasquido le sacaron de la apestosa masa y le arrastraron en dirección al cuerpo que, con movimientos circulares, se introducía entre los desperdicios. La mandíbula poblada de dientes chasqueó salvaje y con rabia. Cuando la espantosa boca se acercó, el brujo la golpeó con un mandoble de la espada, la hoja traspasó lenta y blandamente. Un hedor asqueroso y dulzón le cortó el aliento. El monstruo lanzó un silbido y se estremeció, los tentáculos le liberaron, se removieron convulsivamente en el aire. Geralt, hundido en la basura, golpeó otra vez en un revés, las abiertas mandíbulas crujieron y chirriaron aguda y horriblemente. El ser gorgoteó y perdió ímpetu, pero de inmediato se hinchó, silbando, salpicando al brujo con una hedionda masa.

Geralt, con un brusco movimiento, hizo fuerza con los pies hundidos en la basura, se liberó, se echó hacia delante, apartando la guarrería aquella con el pecho como un nadador aparta el agua, golpeó con todas sus fuerzas, desde arriba, empujando con ímpetu la hoja que penetraba en el cuerpo, entre dos ojos de pálida fosforescencia. El monstruo lanzó un gemido gorgoteante, agitó los miembros, derramándose sobre el montón de porquería como una ampolla rasgada que hedía en perceptibles y cálidas ráfagas de ondulante fetidez. Los tentáculos palpitaban y se retorcían entre la podredumbre.

El brujo salió con dificultad de la densa pasta, se puso de pie sobre una superficie resbaladiza, movediza pero firme. Sintió cómo algo pegajoso y repulsivo que se le había metido en la bota le corría por la pantorrilla. A la fuente, pensó, a librarse lo más rápidamente posible de todo esto, de esta inmundicia. Lavarse. Los tentáculos del monstruo chapoteaban otra vez en la basura, salpicaron, se quedaron inmóviles.

Cayó una estrella fugaz, un rayo que duró un segundo, animando el firmamento negro y moteado de pequeños resplandores inmóviles. El brujo no pidió deseo alguno.

Respiró pesada y roncamente, sintiendo cómo le desaparecía el efecto de los elixires que había tomado antes de la lucha. El gigantesco montón de basura y desperdicios pegados a las murallas de la ciudad, en abrupto desnivel en dirección a la reluciente banda del río, aparecía hermoso y extraño a la luz de las estrellas. El brujo escupió.

El monstruo estaba muerto. Constituía ya parte de aquel montón de basura en el que antes habitaba.

Cayó otra estrella fugaz.

—Un basurero —dijo el brujo con énfasis—. Porquería, estiércol y mierda.