IV

—Vaya, vaya. —El brujo se hizo el sorprendido—. ¿Así que aquí estás? Pensaba que no ibas a volver en toda la noche.

Jaskier echó el cerrojo, colgó de un clavo el laúd y el sombrerillo con la pluma de garza, se quitó el jubón, lo dobló y lo colocó sobre las bolsas que yacían en un rincón del cuartucho. Excepto estas bolsas, una tina y un enorme jergón relleno de cáscara de guisante, no había mueble alguno en el cuarto situado bajo el tejado; incluso la vela estaba en el suelo, sobre un montón de cera cuajada. Drouhard admiraba a Jaskier pero, por lo visto, no tanto como para dejarle disponer de una cámara o una alcoba.

—¿Y puede saberse —dijo Jaskier mientras se quitaba las botas— por qué pensabas que no iba a volver a dormir?

—Pensé —el brujo se incorporó sobre los codos, haciendo crujir las cáscaras de guisantes— que ibas a ir a cantar serenatas bajo la ventana de la señorita Bimienta; toda la noche has estado sacando la lengua delante de ella como el perro perdiguero al ver una perra.

—Ja, ja —se rió el bardo—. Serás tonto y primitivo. No has entendido nada. ¿Bimienta? Ni un pito me importa Bimienta. No quería más que producirle celos a la señorita Akeretta, a la que atacaré mañana. Échate para allá.

Jaskier se tumbó en el jergón y le quitó la manta a Geralt. Geralt, sintiendo una extraña furia, volvió la cabeza en dirección al ventanuco a través del cual, si no hubiera sido por una esforzada araña, se habría podido ver el cielo estrellado.

—¿Qué mosca te ha picado? —preguntó el poeta—. ¿Te molesta que haga la corte a las muchachas? ¿Desde cuándo? ¿Te has hecho druida y has hecho votos de pureza? O puede…

—Deja de cacarear. Estoy cansado. ¿No te has dado cuenta de que por primera vez en dos semanas tenemos jergón y techo sobre nuestras cabezas? ¿No te alegra el pensamiento de que por la mañana no nos va a llover en las narices?

—Para mí —Jaskier comenzó a soñar despierto— un jergón sin muchacha no es jergón. Es una fortuna incompleta, ¿y qué es una fortuna incompleta?

Geralt gimió gravemente, como siempre que a Jaskier le daba por dar la tabarra nocturna.

—Una fortuna incompleta —siguió el bardo, absorto en el sonido de su propia voz— es como… como un beso interrumpido… ¿Por qué rechinas los dientes, si se puede saber?

—Eres terriblemente aburrido, Jaskier. Nada, sólo jergón, muchachas, culos, tetas, fortuna incompleta y besos, interrumpidos por los perros que te azuzan los padres de las muchachas. En fin, por lo visto no sabes otra cosa. Por lo visto sólo la frivolidad sin cadenas, por no decir el desenfreno sin medida, os permite hacer romances, escribir versos y cantar. Por lo visto, apunta esto, se trata de la cara oscura del talento.

Había dicho demasiado y su voz no había sido lo suficientemente fría. Jaskier lo descifró con facilidad y sin error alguno.

—Ajá —dijo sereno—. Essi Daven, llamada Ojazos. Los hermosos ojazos de Ojazos se posaron sobre el brujo y le han causado confusión al brujo. El brujo se ha comportado con Ojazos como un crío con una princesa. Y en vez de echarse la culpa a sí mismo, la culpa a ella y busca caras oscuras.

—Deliras.

—No, querido mío. Essi te ha impresionado, no lo ocultes. En cualquier caso no veo en ello nada vergonzoso. Pero ten cuidado, no cometas errores. Ella no es lo que piensas. Si su talento tiene una cara oscura, no es en cualquier caso el que tú te imaginas.

—Doy por sentado —dijo el brujo, controlando la voz— que la conoces muy bien.

—Bastante bien. Pero no como tú piensas. No así.

—Bastante original, para ser tú, reconócelo.

—Eres idiota. —El bardo se tumbó, puso las dos manos por detrás del cuello—. Conozco a Marioneta casi desde que era niña. Es para mí… sí… como una hermana menor. Repito, no cometas con ella errores estúpidos. Le causarías un daño enorme, porque tú también le has impresionado. Reconócelo, ella te excita.

—Incluso si así fuera, al contrario que tú no acostumbro hablar de ello —dijo Geralt ácidamente—. Ni a componer cancioncillas. Te agradezco lo que has contado, porque puede ser verdad que me hayas evitado cometer un error estúpido con ella. Pero en esto se acaba. Considero el tema agotado.

Jaskier estuvo un momento inmóvil y en silencio, pero Geralt lo conocía demasiado bien.

—Ya lo entiendo —dijo por fin el poeta—. Ahora entiendo todo.

—Una mierda entiendes.

—¿Sabes en qué reside tu problema? Tú crees que eres distinto. Arrastras contigo esa diferencia, eso que consideras como anormalidad. Te cargas con el peso de esa anormalidad sin darte cuenta de que para la mayor parte de la gente, aquellos que piensan razonablemente, eres de lo más normal bajo el sol, y ojalá fueran todos tan normales. ¿Qué más da que tengas reacciones muy rápidas o que la pupila se te haga un punto a la luz del sol? ¿Que veas en las tinieblas como los gatos? ¿Que sepas de hechizos? Vaya cosa. Yo, querido mío, conocí una vez a un tabernero que era capaz de tirarse pedos sin parar durante diez minutos, de tal forma que tocaba la melodía del salmo «Bienvenida seas, bienvenida, mañanita tempranera». Descontando su, en cualquier caso poco cotidiano, talento, el mencionado tabernero era el más normal entre los normales, tenía mujer, hijos y una abuela afectada de parálisis…

—¿Qué tiene todo esto que ver con Essi Daven? ¿Puedes explicármelo?

—Por supuesto. Pensaste equivocadamente que Ojazos se interesaba por ti a causa de una curiosidad insana, quizás incluso perversa, que te miraba como si tuvieras monos en la cara, fueras un cordero de dos cabezas o una salamandra en una casa de fieras. Y al punto te pusiste de morros, a la primera ocasión le diste una reprimenda descortés e inmerecida, le devolviste un golpe que ella no había dado. Yo mismo fui testigo. Testigo del discurso de los acontecimientos siguientes no fui, pero observé vuestra huida de la sala y vi sus mejillas ruborizadas cuando volvisteis. Sí, Geralt. Yo te prevengo contra un posible error y tú ya lo has cometido. Querías vengarte de su insana, en tu opinión, curiosidad. Decidiste aprovecharte de esa curiosidad.

—Te repito…

—Probaste —siguió el bardo, sin inmutarse— a ver si te la podías llevar al huerto, a ver si sentía curiosidad por saber lo que es hacer el amor con una rareza, con un brujo-mutante. Por suerte, Essi se mostró más inteligente que tú, comprendió la causa de tu estupidez y se apiadó benévolamente de ella. Saco esta conclusión del hecho de que no volviste del balcón con la jeta hinchada.

—¿Has terminado?

—He terminado.

—Entonces, buenas noches.

—Sé por qué te pones rabioso y rechinas los dientes.

—Seguro. Tú lo sabes todo.

—Sé quién te ha deformado, gracias a quién no eres capaz de comprender a una mujer normal. ¡Pero te dio pal pelo ésa tu Yennefer; que me cuelguen si sé qué es lo que ves en ella!

—Déjalo, Jaskier.

—¿De verdad no prefieres una muchacha normal, como Essi? ¿Qué tienen las hechiceras que no tenga Essi? ¿Quizás edad? Ojazos puede que no sea la más joven del mundo, pero tiene los años que parece. ¿Y sabes lo que me confesó Yennefer una vez después de un par de copas? Ja, ja… Me dijo que cuando lo hizo por primera vez con un hombre fue justo un año después de que descubrieran el arado de dos dentales.

—Mientes. Yennefer no te soporta y en la vida se sinceraría contigo.

—Como quieras; mentí, lo admito.

—No tienes que hacerlo. Te conozco.

—Piensas quizá que me conoces. No lo olvides, soy de naturaleza complicada.

—Jaskier —suspiró el brujo, sintiendo de verdad sueño—. Eres un cínico, un cerdo, un putero y un mentiroso. Y nada, créeme, nada de todo ello es complicado. Buenas noches.

—Buenas noches, Geralt.