El golpe cayó inesperado, la porra silbó quedamente en la oscuridad, tan rápido que no faltó mucho para que el brujo no hubiera tenido tiempo de proteger la cabeza con un movimiento instintivo del brazo, para que no alcanzara a amortizar la agresión con un elástico plegamiento del cuerpo. Saltó, cayó de rodillas, se tiró por el suelo, se puso de pie, percibió el movimiento del aire que precedía al nuevo golpe de la porra, evitó el golpe con una repentina pirueta, giró entre las dos siluetas que le rodeaban en la oscuridad, echó la mano a su costado derecho. A por la espada.
No tenía espada.
Nada me puede quitar estos reflejos, pensó, saltando ligeramente. ¿Rutina? ¿Memoria de las células? Soy un mutante, reacciono como un mutante, pensó, cayendo de nuevo de rodillas para evitar otro golpe, intentando sacar el estilete de la caña de la bota. No tenía estilete.
Se sonrió torcidamente y la porra le acertó en la cabeza. Los ojos le hicieron chiribitas, el dolor le alcanzó hasta la punta de los dedos. Cayó, sin dejar de sonreír.
Alguien se echó encima de él, le empujó contra el suelo. Otro le arrancó la bolsa que colgaba del cinturón. Sus ojos atraparon el brillo de un cuchillo. El que le estaba tentando el pecho le rajó el jubón por debajo del cuello, echó mano a la cadena, sacó el medallón. E inmediatamente lo dejó caer de sus manos.
—Por Baal-Zebutha —oyó cómo maldecía—. Es un brujo… Este malandrín…
El segundo blasfemó al respirar.
—No tenía espada… Dioses… Lagarto, lagarto… revienta demonio, alerta varón… ¡Vámonos de aquí, Radgast! ¡No lo toques, lagarto, lagarto!
Por un momento la luna atravesó una rala nube. Geralt vio sobre él un rostro delgado, de rata, con ojillos pequeños, negros, brillantes. Escuchó los pasos del otro, que se alejaba, desapareciendo en el callejón, del que le llegaba un olor a gatos y a grasa quemada.
El hombrecillo de cara de rata quitó poco a poco la rodilla de su pecho.
—La próxima vez… —Geralt escuchó claramente su susurro—. La próxima vez, cuando quieras suicidarte, brujo, no metas a otros en ello. Simplemente cuélgate en el establo con tus bridas.