CAPÍTULO VIII

Queridos padres:

Ahora ha crecido nuestra labor, pero casi he alcanzado a mis compañeros, de manera que no encuentro grandes dificultades. Es mucho lo que podré cambiar en el cultivo de las tierras encargadas a mi padre cuando vuelva a casa, porque mucho se hace mal, y es raro que no haya dado peores resultados. Confío en que lo enmendaré, pues he aprendido de veras. Tengo ganas de llegar a una situación en la que consiga realizar todo lo que ahora sé; por esto, cuando haya terminado he de procurar ponerme al frente de una propiedad importante. Aquí todos convienen en que Jon Hatlen no es tan listo como por nuestra comarca se cuenta; posee una hacienda propia y naturalmente sólo a él se hace el bien o el mal. De los que salen de esta Escuela, muchos obtienen buenos sueldos, y esto viene de que nuestra Escuela de Agricultura es la mejor del país. No faltan los que afirman ser mejor una que hay en el próximo distrito, pero no es cierto. Aquí todo gira alrededor de dos palabras: la una es teoría, y la otra práctica, y lo conveniente es dominar ambas cosas; la una no es nada sin la otra, pero la mejor es la última. La primera de estas palabras significa el conocimiento de la causa, y la base para realizar una labor, mientras que la otra significa que uno puede hacer él mismo la labor propuesta, como es el caso actualmente en una laguna que nos tiene atareados. Porque muchos son los que saben cómo se ha de hacer, y, no obstante, al poner las manos en ello lo hacen mal, porque no poseen la aptitud. Muchos otros, en cambio, se sienten capaces de hacerlo, pero les falta el conocimiento, y el resultado será también malo. Porque hay varias de lagunas. Pero nosotros en la Escuela aprendemos en los dos sentidos. Nuestro director es tan capaz, que nadie puede medirse con él. En la última asamblea de agricultores del país planteó dos cuestiones, mientras que los otros directores plantearon solamente una pregunta cada uno, y al final salió él teniendo razón por todos. Pero en la Asamblea del otro año salió a la buena de Dios. El lugarteniente que enseña a medir las tierras lo ha tomado nuestro director en consideración a sus grandes disposiciones, ya que las otras Escuelas no lo tienen; y tan dispuesto es que salió de la suya como excelente.

El señor maestro pregunta si asisto a la iglesia. Claro que sí. El párroco ha tomado ahora un vicario, y éste predica de tal forma que en la iglesia se estremecen los fieles, y es un deleite oírle. Es de la nueva religión que tienen en Cristianía, y a la gente les parece demasiado rígida, pero es para su bien. Ahora aprendemos mucha Historia, como no lo hacíamos anteriormente, y es digno de notar cómo nos enteramos de lo que ha sucedido en el mundo, y principalmente en nuestro país. Porque, aunque no siempre victoriosos, grandes victorias hemos alcanzado, y fuimos un tiempo mucho más pequeños de lo que somos ahora; tenemos libertad como no la tiene otro pueblo en tan alto grado, si exceptuamos América, aunque ésta no es tan feliz. Y es nuestra libertad lo que debemos amar ante todo.

Por esta vez voy a terminar, pues he escrito una larga carta. Seguramente el señor maestro leerá la carta, y en el caso de que responda por vosotros, que me dé alguna noticia de unos y otros que no lo hace. Y recibid muchos saludos de vuestro amante hijo.

Oeyvind Thoresen.

Queridos padres:

He de anunciaros que hemos tenido exámenes y en varias asignaturas he salido con nota de: Excelente, y en redacción y agrimensura: Muy bien, mientras que en mi deber escrito en legua materna sólo he alcanzado un: Regular. El director dice que es porque he leído poco, y me ha regalado algunos libros de Ole Big, que son hermosos sobre toda ponderación, y lo entiendo todo. El director es muy bueno conmigo, y nos cuenta la mar de cosas. Nos hace notar lo pequeño que aquí es todo en comparación con lo que se ve en el extranjero. Mucho aprendemos de los escoceses y de los suizos; de los holandeses aprendemos jardinería. Muchos viajan por aquellas tierras, y de la misma Suecia podemos aprender muchas cosas en las que son más expertos; el director ha estado allí. Pronto hará un año que estoy fuera de casa y creo haber aprovechado el tiempo, pero cuando pienso en lo que se exige para el examen de licenciatura y que aún los que han pasado por él no pueden medirse con los extranjeros, me entra una gran turbación. Además, el suelo es ingrato en nuestra Noruega, comparado con el extranjero; no premia los afanes que nos cuesta. Aquí la gente se resiste a aprender de los extranjeros. Y aunque quisieran, y aunque el suelo fuera mucho mejor, no tienen el dinero para cultivarlo del modo conveniente. Extraño parece que los resultados no hayan sido peores.

Ahora estoy en la clase superior, y hasta dentro de un año no terminaré. Pero casi todos mis camaradas han partido, y siento la añoranza del hogar. Aunque así no sea, me parece que estoy solo; ¡se siente uno tan raro cuando ha pasado mucho tiempo fuera de casa! Yo había creído que aquí me haría muy conocedor y apto, pero ahora no me parece tan risueño. ¿Qué voy a emprender cuando salga de aquí? Ante todo iré a casa, naturalmente, y más adelante me procuraré una colocación, pero no muy lejos de vosotros.

Pasadlo bien, amados padres; saludos a todos los que pregunten por mí, y decidles que me va bien, pero que anhelo la vuelta.

Vuestro amante hijo,

Oeyvind Thoresen.

Apreciado Maestro:

Te adjunto una carta, que te ruego curses sin hacer mención de ella a nadie. Y, si no te parece bien, puedes quemarla.

Oeyvind Thoresen.

A la virtuosa joven Marit, hija de Knud Nordistuen, en los Brezales de Arriba.

Te causará una gran sorpresa recibir carta mía, pero no te asombres porque únicamente quiero preguntarte cómo te va. Lo más pronto posible infórmame en todos sentidos. De mí sólo sé decirte que dentro de un año habré acabado mis estudios.

Devotamente,

Oeyvind Thoresen.

Al joven Oeyvind Thoresen, en la Escuela de Agricultura.

He recibido tu carta por mediación del maestro, y voy a corresponder como pides. Casi me avergüenzo de saberte tan ilustrado. Tengo en casa un Epistolario, pero lo que encuentro en él no hace a mi caso. Voy a probar, pues, a corresponder, y atiende sólo a la buena voluntad. Pero no has de enseñar a nadie mi carta, pues en este caso no serías el que yo imagino. Tampoco has de conservarla, porque sería fácil que alguien la viera; me has de prometer que la quemarás una vez leída. Muchas cosas te contaría, pero no me atrevo. Hemos tenido una buena cosecha; las patatas han alcanzado muy buenos precios, y aquí en los Brezales tenemos lo que nos basta. Pero en verano el oso ha perjudicado bastante al ganado. A Ole, en el caserío de abajo, le despedazó dos bueyes, y a nuestro aparcero le maltrató de tal modo una vaca, que tuvieron que sacrificarla. Estoy trabajando en un gran tejido, según modelo escocés, y es una labor difícil. Y ahora te he de contar que estoy en casa todavía, pese a algunos que preferirían que no fuera así. Por esta vez no sé qué decirte más, y, por lo tanto, adiós.

Marit, hija de Knud.

P. D. Quema esta carta una vez la hayas leído.

Al alumno de la Escuela de Agricultura, Oeyvind Thoresen:

Te he dicho siempre lo mismo, Oeyvind. Quien va al lado de Dios ha elegido la mejor parte. Pero ahora has de oír mi consejo, y consiste en esto: que ni tengas apego extremado al mundo, ni te apartes del todo de él, sino que tengas confianza en Dios, y no dejes que la misantropía se cebe en tu corazón, que sería apartarte del Dios verdadero. Por lo demás, puedo comunicarte que tu padre y tu madre se encuentran bien. A mí me duele una cadera, como si retoñara en mí la guerra con sus penalidades. Lo que en la juventud se siembra se recoge en la vejez, y me duelen así el espíritu como el cuerpo, arrancándome quejas y suspiros. Pero no es de viejos lamentarse, si consideramos que de las heridas fluye la sabiduría y que el dolor es escuela de la paciencia donde el hombre cobra fuerzas para el último viaje. Es por varios motivos que hoy he tomado la pluma, y ante todo para hablarte de Marit, que se ha hecho una mocita temerosa de Dios, pero suelta de pies como un reno y tornadiza como una veleta. Ella bien quisiera ceñirse a lo que en principio conviene, pero su naturaleza se lo impide; he podido experimentar a menudo que el Señor es para con esas almas flacas clemente y previsor, a fin de ahorrarles pruebas que excedieran a sus fuerzas. Y Marit es débil. Le di la carta y la escondió a todos, excepto a su propio corazón. Si Dios se digna tomar bajo su protección el asunto, yo no me opondré. Ella es un regalo para los ojos de la juventud, como se comprende; los bienes terrenales no han de faltarle, y tampoco le faltan los del cielo a pesar de su inconstancia. El temor de Dios, empero, es en su alma como el agua en un estanque de escasa profundidad; hay agua cuando llueve, pero el sol la seca pronto.

Mis ojos ya no resisten escribir más largo; si bien para ver de lejos aguantan, me duelen y se llenan de lágrimas así que los dirijo a objetos cercanos. Otra cosa que quisiera grabar en tu corazón, Oeyvind. En todas las empresas, acuérdate de Dios. Nada emprendas sin Él, porque está escrito: Más vale un puñado de paz que los dos puños llenos de penas y fatigas.

Tu viejo maestro,

Baard Andersen Opdal.

A la virtuosa joven Marit, hija de Knud de los Brezales:

Te doy las gracias por tu carta, que he quemado después de leída, cumpliendo tu deseo. Me enteras de varias cosas, pero no de lo que más me hubiera complacido saber. Tampoco yo me atrevo a escribirte con certeza de algo, antes de enterarme de cómo te va a ti en todos los órdenes. La carta del maestro no contiene nada a que uno pueda atenerse; por una parte te alaba, pero luego opina que pecas de inconstante. Ya lo eras antes. Ahora no sé qué he de creer, y por esto conviene que me escribas. Cuenta que no estaré tranquilo hasta que me hayas escrito. Más que nunca vuelvo a imaginar la última noche que viniste sobre la ladera, y las palabras que entonces dijiste. No quiero extenderme más por ahora, y deseo que vivas feliz.

Respetuosamente,

Oeyvind Thoresen.

Al joven Oeyvind Thoresen:

El maestro me ha dado otra carta tuya, la cual acabo de leer. Pero no la entiendo bien, y esto será porque no soy instruida. Te interesa saber cómo me va en todos los órdenes. Oye, pues: estoy bien y sana, y absolutamente nada me aqueja. Tengo muy buen apetito, especialmente cuando hay cosas de leche, duermo por las noches, y de vez en cuando durante el día. Este invierno he bailado mucho, porque aquí se han dado varias fiestas y lo he pasado en ellas estupendamente. Voy a la iglesia siempre que la nieve no tiene mucha altura, caso frecuente en este invierno. Ahora ya lo sabes todo, y si te parece poco no sé mejor consejo sino pedirte que me escribas otra vez.

Marit, hija de Knud.

A la virtuosa joven Marit, hija de Knud de los Brezales:

He recibido tu carta, pero no me pareces dispuesta a enterarme de más de lo que ya sabía. Tal vez esto sea también una contestación; no lo sé. No me atrevo a escribir algo de lo que escribiría de buena gana, porque no te conozco bien. Pero tal vez tú no me conozcas tampoco a mí.

No vayas a creer que sea todavía aquella especie de queso blando del cual tú exprimías el agua cuando yo estaba allí sentado, viéndote bailar. Desde aquel tiempo me han puesto a secar y no soy ya aquel perro de lanas con las orejas gachas y temeroso de la gente; de esto me he librado al fin.

Tu carta es divertida, pero un poco fuera de lugar, pues no dejabas de comprenderme y podrías haber visto que mis preguntas no eran para bromear, sino porque en este último tiempo situaba mi único pensamiento en lo que era objeto de mi pregunta. Ansiaba la respuesta, esperaba, y tú lo tomas a risa.

Adiós, Marit de los Brezales, no quiero detener demasiado en ti los ojos, como aquel día en el baile. Sigue comiendo y durmiendo a satisfacción, y acaba pronto con tu nueva labor, y sobre todo, que mi carta te halle en disposición de apartar la nieve del umbral de la iglesia.

Respetuosamente,

Oeyvind Thoresen.

Al Alumno de la Escuela de Agricultura, Oeyvind Thoresen:

A pesar de mi edad avanzada, y de lo débil de mi vista, y de los dolores en la cadera, he de ceder a las instancias de la juventud, que se refugia en nosotros, viejos, cuando se encuentra en un atolladero. Con halagos y lágrimas nos solicita hasta que se ve fuera del paso, y entonces no quiere oír nada de nosotros.

Con respecto a Marit te diré que revolotea a mi alrededor con un tropel de dulces palabras, para que le ayude en sus cartas, pues no confía en sí misma para escribir. He leído tu carta. Ella se figuraba hallarse delante de un Jon Hatlen o de cualquier otro mentecato, y no de un hombre educado por el maestro de escuela Baard. Ahora empieza a abrir los ojos. Tú tal vez te has manifestado demasiado severo con ella, porque hay criaturas femeninas que bromean para no llorar, y entre una y otra cosa no hay diferencia. Me es grato a pesar de todo que tomes lo serio en serio, pues de lo contrario tampoco sabrías reír de lo que es para reído.

Que os amáis se revela en muchas cosas. He dudado a veces de su inclinación, porque se parece al viento que sopla ahora aquí, ahora allá; actualmente me consta que ha rechazado a Jon Hatlen, lo que ha encolerizado en gran manera a su abuelo. Tu solicitación le fue grata, y si bromea no es con mala intención, sino de alegría. Mucho es lo que ha soportado, lo que se ha dejado echar encima esperando a aquél a quien pertenecía su cariño. Y ahora tú no quieres saber nada más de ella y la apartas de ti como a una muchacha de mala conducta. Sólo he querido prevenirte, y añadiré ahora que te has de reconciliar con ella, ya que no te faltarán un día u otro ocasiones de riña. Soy de los que han visto tres generaciones; lo bastante viejo para conocer las locuras y sus gestos.

Tu padre y tu madre te mandan saludos y te echan de menos. No he querido decírtelo antes para que tu buen corazón no sufriera. A tu padre no le conoces bien; es parecido al árbol, al que no arrancarás un gemido si no en el mismo instante de abatirlo. Pero si algo te sucede sabrás quién es y le mirarás lleno de admiración. Ha sido muy oprimido en este mundo, y ha callado; tu madre, en cambio, ha tenido el corazón libre de las angustias del mundo y ahora extiéndese sobre ella la claridad del día.

Mis ojos se nublan, y tampoco la mano quiere obedecerme. Por eso te encomiendo a Aquél cuyos ojos velan continuamente y cuya mano no se cansa jamás.

Baard Andersen Opdal.

A Oeyvind Thoresen:

Me parece que te has enfadado conmigo, y me da mucha pena. Mi intención no era mala. He reflexionado que a veces no me he portado contigo como debía, y por esto he querido escribirte, pero no enseñes a nadie mi carta. Hubo un tiempo en que todo me parecía salir a pedir de boca, y no era éste el buen camino; ahora ninguno quiere saber de mí, y lo paso muy mal. Jon Hatlen ha inventado una copla maliciosa referente a mí y la cantan todos los muchachos, y no me atrevo a acercarme donde hay baile. Los dos ancianos lo saben y he de soportar palabras duras. Pero en estos momentos estoy sentada aquí, sola, y te escribo, y no has de enseñar a nadie mi carta.

Tú has aprendido mucho y deberías aconsejarme. Estás lejos. He bajado con frecuencia a casa de tus padres y he hablado con tu madre y somos ahora muy buenas amigas, pero no me atrevo a decirle nada, porque escribes de un modo muy raro. El maestro se ríe de mí, y nada sabe de la copla maliciosa; en su presencia no hay quien se atreva a cantarla. Ahora estoy sola y no tengo con quién hablar. Vuelvo atrás al tiempo de nuestra infancia y me acuerdo de lo bueno que fuiste conmigo, y cómo siempre tenía un sitio en tu trineo. Desearía volver a ser niña.

Ya no me atrevo a pedirte una contestación; si así y todo quisieras responderme, siempre más lo tendré presente, Oeyvind.

Marit, hija de Knud.

Querida Marit:

Te doy muchas gracias por tu carta; la has escrito en buena hora. He de confesarte, Marit, que es tal el amor que siento por ti que se me hace casi imposible continuar viviendo lejos; si tú sientes el mismo cariño, las coplas de Jon y otras malicias serán hojas que lleva el viento. Desde que recibí tu carta soy un hombre nuevo; me asiste una doble fuerza y no temo a nadie en el mundo. Después de haber expedido la carta anterior a ésta me sobrecogió un remordimiento tan grande que estuve a punto de caer enfermo. Y verás que consecuencias tuvo esto. El director me llamó aparte, y me preguntó si me pasaba algo; él era de opinión que estudiaba excesivamente. Me dijo que, a su parecer, al acabar la carrera debería quedarme un año más, y éste libre de gastos. Y que podría ayudarle en esto y aquello, y así completaría mi conocimientos. Yo acepté con gratitud, reflexionando que el trabajo era mi único refugio; y todavía ahora no me arrepiento, por más que te eche de menos, ya que a más tiempo de permanecer aquí más ha de crecer mi esperanza de poder aspirar a ti. Me siento feliz de trabajar por tres y de no ser ya un rezagado en nada. Recibirás un libro que estoy leyendo en el cual se trata de amor. Por la noche cuando los otros duermen leo en él, y leo también una y otra vez tu carta. ¿Te has representado nunca el momento en que volveremos a vernos? Yo lo he hecho algunas veces, y tú deberías probar también a representártelo, y te convencerías del gozo que hay en esta idea. Yo estoy contento de haber escrito algo, tanto que antes me costaba; porque ahora puedo decirte lo que siento y mi corazón se baña en lo que me sonríe.

Te daré muchos libros y podrás ver en ellos los obstáculos que han debido vencer los que se han querido de veras, antes de morir de pena si cabe que renunciar a su amor. Lo mismo haremos nosotros con gran alegría. Cierto es que la ausencia durará todavía un par de años, o tal vez más, hasta ser el uno del otro; pensemos que cada día que pasa es uno menos. Y con esta idea seamos constantes en el trabajo.

En mi próxima te contaré muchas cosas más, pero esta noche he gastado todo el papel que me quedaba, y los otros duermen. Voy también a acostarme, pensando en ti, y de nuevo en ti, hasta que me duerma.

Tu amigo,

Oeyvind Thoresen.