Stellina llevaba una llave del piso en un bolsillo de cremallera de su abrigo. Se la había dado Nonna después de hacerle prometer que nunca le diría a nadie que estaba allí. Ahora siempre la utilizaba cuando llegaba a casa para no hacer levantar a la anciana en caso de que estuviera descansando.
Al llegar a casa solía encontrarla cosiendo en el cuartito donde su padre dormía cuando estaba en la ciudad. Entonces merendaban leche con galletas y si Nonna tenía ropa que entregar, dobladillos que hacer o medidas que tomar en otras casas, Stellina la acompañaba y la ayudaba a acarrear las bolsas.
Últimamente, sin embargo, Nonna visitaba el hospital con mucha frecuencia, y por eso la señora Núñez había sugerido que Stellina fuera a Home Base después del colegio.
Algunas noches, si Nonna se encontraba bien, Stellina la encontraba en la cocina preparando la cena y el apartamento se llenaba del delicioso aroma a salsa de espagueti. Hoy, no obstante, la halló tumbada en la cama con los ojos cerrados, pero se dio cuenta de que no dormía porque movía los labios. Seguro que está rezando, pensó Stellina. Nonna rezaba mucho.
La pequeña se arrodilló para besarla.
—Nonna, ya estoy aquí.
La anciana abrió los ojos y suspiró.
—Estoy muy preocupada, Stellina. Tu padre vino y dijo que iría a recogerte a Home Base y que luego te invitaría a cenar. No quiero que vayas con él. Si alguna vez se presenta en Home Base preguntando por ti, di que Nonna te ha ordenado que vuelvas a casa con la señora Núñez.
—¿Papá ha vuelto? —preguntó Stellina, tratando de ocultar su sorpresa.
Por nada del mundo habría dicho a Nonna que lamentaba que su padre hubiese vuelto, pero así era. Cuando su padre estaba en casa, él y Nonna discutían mucho. Y a Stellina no le gustaba salir con él porque a veces la llevaba a ver gente con la que también discutía. A veces esa gente le daba dinero y su padre protestaba y decía que lo que él les había entregado valía mucho más.
Nonna se incorporó lentamente.
—Debes de estar hambrienta, cariño. Voy a prepararte la cena.
Stellina la tomó del brazo para ayudarla a levantarse.
—Qué niña tan buena —murmuró la anciana mientras se dirigía a la cocina.
Stellina tenía hambre y los espagueti de Nonna siempre estaban deliciosos, pero hoy le estaba costando comer porque su tía abuela la tenía preocupada. Parecía muy angustiada y respiraba con dificultad, como si hubiese estado corriendo.
El ruido de la puerta les indicó que él había llegado. Nonna frunció el entrecejo y a Stellina se le secó la boca. Sabía que pronto habría pelea.
Lenny entró en la cocina, se acercó a Stellina y la levantó en vilo. Luego empezó a girar con ella y la besó.
—Estrella, mi pequeña —dijo—, te he echado tanto de menos.
Stellina intentó soltarse. Le estaba haciendo daño.
—¡Déjala en el suelo, animal! —exclamó Nonna—. ¡Largo de aquí! ¡No eres bienvenido en esta casa! ¡Márchate y déjanos en paz!
Por una vez Lenny no se enfadó. En lugar de eso, sonrió.
—Lilly, puede que algún día me vaya para siempre, pero si lo hago me llevaré a Estrella conmigo. Ni tú ni nadie puede impedírmelo. No olvides que soy su papaíto.
Giró sobre los talones y se marchó dando un portazo. Stellina advirtió que la anciana temblaba y tenía la frente perlada de sudor.
—No te preocupes, Nonna —dijo—. No iré con él a ningún sitio.
Nonna rompió a llorar.
—Stellina, si alguna vez me pongo muy enferma y no puedo estar aquí contigo, no te vayas con tu padre. Pediré a la señora Núñez que cuide de ti. Prométeme que nunca te irás con él. No es un buen hombre. Siempre anda metido en líos.
Mientras Stellina intentaba tranquilizarla, la oyó susurrar:
—Él es su padre y tutor. Dios mío, ¿qué puedo hacer?