Aunque no quedaba ni rastro del festín celebrado unas horas antes, Willy, Alvirah, monseñor Ferris y la hermana Cordelia se hallaban de nuevo sentados a la mesa. Kate sollozaba quedamente.
—Hablé con los Baker hace una hora —explicó—. Les dije que tenía intención de ceder la casa a Home Base y que no podía renovarles el contrato.
—¿Y dices que sacaron un nuevo testamento? —preguntó incrédulamente Willy.
—Sí. Dijeron que Bessie había cambiado de parecer, que no le hacía ninguna gracia que una pandilla de niños le destrozara la casa. También que Bessie les había dicho que el trabajo de pintura y las reparaciones realizadas por Vic le habían demostrado que eran capaces de mantener la casa tal como a ella le gustaba. Ya sabéis lo mucho que quería esta casa.
Se casó con el juez por ella, pensó irónicamente Alvirah.
—¿Cuándo lo firmó?
—El 30 de noviembre.
—Bessie me enseñó el primer testamento el 27 de noviembre, cuando vine a verla —explicó monseñor Ferris—, y parecía muy satisfecha. Fue cuando me pidió que me asegurara de que Kate se quedaba con el apartamento del ático después de ceder la casa a Home Base.
—Bessie me ha dejado una renta y, según el nuevo testamento, se me permite vivir en el apartamento de la casa de los Baker sin pagar alquiler. ¡Sueña si cree que voy a vivir con esa gente! —Las lágrimas caían ahora libremente por las mejillas de Kate—. No puedo creer que Bessie me haya hecho una cosa así y haya dejado esta casa a unos perfectos extraños. Ella sabía que los Baker no me caían bien. Y la idea de mudarme a otro apartamento es impensable. Ya conocéis el precio de los alquileres en Manhattan.
Kate está asustada, enfadada y dolida, pensó Alvirah. Y lo que es peor… Miró a Cordelia y por primera vez desde que la conocía le pareció que aparentaba su edad.
—Cordelia, te prometo que se nos ocurrirá algo para conseguir que Home Base siga adelante.
Cordelia sacudió la cabeza.
—No antes de cuatro semanas —dijo—, a menos que ocurra un milagro.
Monseñor Ferris examinó la copia del nuevo testamento.
—Parece legítimo —dijo—. Está escrito en el papel de Bessie. Sabemos que era una buena mecanógrafa y no hay duda de que es su firma. Échale un vistazo, Alvirah.
Ésta hojeó la página y media del testamento y leyó el texto.
—No hay duda de que pudo escribirlo Bessie. Escucha, Willy: «Una casa es como un niño, y cuando tu final se acerca es importante rodearla de la protección de quienes sabes que cuidarán de ella de la forma más idónea. No me siento a gusto sabiendo que la presencia diaria de un grupo de niños terminará alterando el aspecto y el carácter de esta pulquérrima casa que tanto sacrificio me ha costado».
—¿Lo dice por haberse casado con el juez Maher? —Preguntó Willy—. No era un mal tipo.
Alvirah se encogió de hombros y continuó leyendo.
—«Por tanto, lego mi casa a Víctor y Linda Baker, quienes sé que cuidarán de ella respetando el estilo que la caracteriza». ¡Estilo! —Bufó mientras dejaba el testamento sobre la mesa—. ¿Hay mejor estilo que echar una mano a unos niños? —Se volvió hacia el monseñor—. ¿Quién presenció la firma de este despreciable papel?
—Dos amigos de los Baker —respondió el clérigo—. Como es natural, buscaremos un abogado para que nos diga si se puede hacer algo, pero a mí me parece legítimo.
Willy llevaba varios minutos observando a Alvirah.
—Tus neuronas están trabajando, cariño. Lo noto.
—Es cierto —reconoció Alvirah mientras encendía la grabadora oculta en su broche—. Este testamento me recuerda a Bessie en muchos aspectos. Pero dime una cosa, Kate, ¿alguna vez le oíste utilizar el adjetivo «pulquérrimo»?
—No; creo que no.
—¿Qué cosas solía decir cuando hablaba de la casa?
—Oh, ya conoces a Bessie. Se jactaba de que podías comer una cena de siete platos en el suelo y cosas así.
—Exacto —dijo Alvirah—. Estoy convencida de que este testamento es falso. Kate, Cordelia, os prometo que si hay alguna forma de demostrarlo, la encontraré.