Nada más llegar al edificio de la avenida Amsterdam —el antiguo Bazar del Mueble de Goldsmith e Hijo que ahora alojaba la tienda de ropa de segunda mano de la hermana Cordelia—, Alvirah y Willy subieron directamente al primer piso.
Eran las cuatro de la tarde y los niños que acudían a Home Base después del colegio estaban sentados en el suelo con las piernas cruzadas, en torno a la hermana Maeve Marie. La enorme planta había sido transformada en una sala luminosa y acogedora. Habían pulido el linóleo del suelo hasta tal punto que incluso brillaban los tablones que asomaban por las zonas desgastadas.
Las paredes, pintadas de amarillo, aparecían adornadas con dibujos y recortes hechos por los niños. Los viejos radiadores silbaban y hacían ruido, pero gracias a Willy y su mágica habilidad para reparar lo irreparable, caldeaban muy bien.
—Hoy es un día muy especial —estaba diciendo la hermana Maeve Marie—. Vamos a empezar el ensayo de la función de Navidad.
Willy y Alvirah se sentaron cerca de la escalera y contemplaron la escena afectuosamente. Voluntaria habitual de Home Base, Alvirah tenía como misión organizar la fiesta que se celebraría tras la Función, mientras que Willy haría de Papá Noel.
Los ojos vivos y expectantes de los niños estaban clavados en la hermana Maeve Marie.
—Hoy empezaremos a aprender las canciones de Navidad y de la Hanukka que cantaremos a lo largo de la función. Luego cada uno estudiará su papel.
—¿No te parece fantástico que Cordelia y Maeve se hayan asegurado de que todos digan por lo menos una frase? —susurró Alvirah.
—¿Todos? Confiemos en que sea corta —repuso Willy.
Alvirah sonrió.
—No hablas en serio.
—¿Que no?
—Sshh.
La madre Maeve Marie procedió a leer los nombres de los niños encargados de narrar la historia de la Hanukka.
—Rachel, Barry, Shila…
Cordelia subió y observó a los niños con mirada experta. Advirtiendo jaleo, se acercó a Jerry, un pillo de siete años que estaba fastidiando a su vecino de seis, y le dio una suave reprimenda.
—Sigue así y me buscaré a otro san José —le advirtió. Luego se acercó a Alvirah y Willy—. Cuando regresé a Home Base había otro mensaje de Pablo Torres —explicó—. Había ido al ayuntamiento para intentar conseguirnos una prórroga, y estoy segura de que hizo cuanto pudo, pero no se la dieron. Creo que se alegró tanto como nosotras de saber que Kate nos cedía la casa. Conoce el edificio y está seguro de que no tendremos problemas para trasladarnos allí. Hasta podríamos acoger a más niños.
En ese momento un voluntario de la tienda de ropa apareció corriendo.
—Hermana, Kate Durkin está al teléfono y pregunta por usted. Dese prisa, no para de llorar.