Grace Núñez acompañó a Stellina hasta la puerta del apartamento que la pequeña compartía con Nonna y su padre. Como una gallina con su polluelo, Grace esperó a que entrara.
—Hasta luego, cariño —dijo desde el rellano, y después se marchó, segura de que Stellina no abriría la puerta a nadie salvo a su padre.
El apartamento estaba a oscuras y en silencio. Stellina notó la diferencia al instante. Sin Nonna, la atmósfera era triste y desamparada. Encendió todas las luces para alegrar el ambiente. Una vez en la habitación de Nonna, empezó a quitarse el vestido de Virgen María, pero enseguida se detuvo. Nonna quería verla con él puesto y Stellina confiaba en que su padre la llevaría al hospital.
Sacó la copa de plata de la bolsa y se sentó en el borde de la cama. El hecho de sostener la copa le hacía sentirse menos sola. Era la primera vez que Nonna no estaba en casa cuando ella llegaba.
*****
A las siete en punto Stellina oyó pasos presurosos en el rellano. No puede ser papá, pensó. Papá nunca corre.
Entonces sonaron unos golpes en la puerta.
—¡Estrella, abre, abre! —gritó frenéticamente Lenny.
En cuanto oyó el chasquido de la llave, Lenny giró el pomo e irrumpió en el apartamento. ¡Había sido una trampa! ¡El asunto entero era una emboscada! Debió olérselo, se dijo. El piojoso que acababa de entrar en la banda era un policía camuflado. Lenny había conseguido escapar por los pelos cuando comprendió lo que pasaba, pero seguro que la policía estaba rastreando Fort Lee y no tardaría en llegar al apartamento. No obstante, tenía que venir, pues todos sus papeles falsos y su dinero estaban en la bolsa que había dejado allí por la tarde.
Entró en su cuarto y sacó la bolsa de debajo de la cama. Stellina le siguió y se quedó en la puerta mirando. Lenny se volvió y vio que estaba abrazada al cáliz. Estupendo, se dijo.
—Vamos, Estrella —ordenó—. Nos largamos de aquí. No traigas nada salvo la copa.
Sabía que probablemente cometía una locura llevándose a la chiquilla ahora que la policía le buscaba, pero era su estrella de la buena suerte.
—¿Me llevarás a ver a Nonna, papá?
—Más tarde. Quizá mañana. Te he dicho que te muevas. Nos vamos de aquí.
La tomó de la mano y regresó al vestíbulo.
Stellina sujetaba con fuerza la copa mientras se esforzaba por seguir el paso. Sin cerrar la puerta con llave, echaron a correr hacia las escaleras, un tramo, dos tramos, tres tramos. Stellina luchaba por no caer.
En el último rellano Lenny se detuvo bruscamente y aguzó el oído. Nada, pensó aliviado. Sólo necesitaba un minuto más para llegar hasta el coche que había robado y por fin sería libre.
Se encontraban cruzando el vestíbulo cuando la puerta de la calle se abrió de golpe. Lenny colocó a Estrella delante de él y simuló empuñar una pistola.
—Si me disparáis, el tiro será para ella —gritó sin convicción.
Joe Tracy encabezaba el escuadrón. No quería arriesgar la vida de la pequeña, por muy falsa que fuera la amenaza.
—¡Todo el mundo atrás! —ordenó—. Dejadle ir.
El coche de Lenny se hallaba a pocos metros de la entrada del edificio. La policía observó impotente cómo arrastraba a Estrella hasta el vehículo, abría la puerta del conductor y arrojaba dentro la bolsa.
—Sube y salta al otro asiento —ordenó a la pequeña. Jamás se atrevería a hacerle daño, pero esperaba que la policía no lo supiera.
Estrella obedeció, pero Lenny, una vez hubo subido al coche y cerrado la portezuela, le soltó la mano para girar la llave de contacto. En ese momento, Stellina abrió la puerta del pasajero y saltó del coche. Aferrada al cáliz y con el velo ondeando al viento, echó a correr por la calle mientras la policía rodeaba el vehículo.
*****
Diez minutos después Alvirah, Willy y monseñor Ferris llegaron y encontraron a Lenny esposado en un coche patrulla. Subieron al apartamento, donde les comunicaron que Stellina y el cáliz habían desaparecido.
De pie en la sala del apartamento donde Stellina había vivido los últimos siete años, le contaron a Joe Tracy la historia del cáliz y la posibilidad de que Stellina fuera la niña abandonada en la iglesia de San Clemente.
En ese momento un agente entró en la sala procedente del cuarto de Lenny.
—Mira esto, Joe. Lo encontré metido entre el estante y la pared de un armario.
Joe leyó la nota y luego se la entregó a Alvirah.
—Es la niña abandonada, señora Meehan —dijo—. Esto lo confirma. Es la nota que la madre prendió a la mantilla.
—Tengo que hacer una llamada —dijo Alvirah con un suspiro de alivio—. Pero no quiero hacerla mientras no demos con Stellina.
—Estamos buscándola —explicó Tracy, y en ese momento su teléfono móvil sonó. Tras escuchar, esbozó una amplia sonrisa—. Ya puede hacer su llamada —dijo a Alvirah—. Han encontrado a la Virgen María cuando intentaba llegar a pie al hospital de San Lucas para ver a su nonna. —Regresó al teléfono—. Llevadla al hospital —ordenó—. Nos encontraremos allí. —Se volvió hacia Alvirah, que había cogido el teléfono inalámbrico que descansaba en la mesita de la sala—. Supongo que quiere ponerse en contacto con la madre.
—Así es.
Ojalá Sondra esté en el hotel, rogó Alvirah.
—La señora Lewis está cenando en el restaurante con su abuelo —dijo el recepcionista—. ¿Quiere que la avise?
Cuando Sondra contestó, Alvirah dijo:
—Coje un taxi y ve al hospital de San Lucas lo antes posible.
El detective Tracy le arrebató el auricular.
—Olvídese del taxi. Le enviaré un coche patrulla, señorita. Hay una niñita a la que seguro le gustará ver.
*****
Cuarenta minutos más tarde Alvirah, Willy, monseñor Ferris y Joe Tracy se reunían con Sondra y su abuelo frente a la habitación de Lilly de la unidad de cardiología.
—Está dentro con la mujer que la ha criado —susurró Alvirah—. No le hemos contado nada. Eso te corresponde a ti.
Pálida y temblorosa, Sondra abrió la puerta.
Stellina estaba de pie frente a los pies de la cama, de perfil a ellos. La suave luz de la habitación creaba una aureola en torno a los rizos dorados que le asomaban por debajo del velo.
—Nonna, me alegro de que hayas despertado y te encuentres mejor —estaba diciendo—. Un policía muy simpático me trajo hasta aquí. Quería que me vieras con mi precioso vestido. Y mira, he cuidado muy bien la copa de mi madre. —Levantó el cáliz de plata—. La utilizamos en la función y recé para que mi madre volviera. ¿Crees que Dios me la enviará?
Con un sollozo, Sondra se acercó a su hija, se arrodilló y la envolvió entre sus brazos.
Desde el pasillo, Alvirah cerró la puerta.
—Hay momentos que no deben compartirse —dijo—. A veces basta saber que si creemos con la fuerza suficiente y durante el tiempo suficiente, los deseos pueden hacerse realidad.