Tal como había prometido, el lunes por la tarde Lenny fue a recoger a Stellina al colegio.
—Estrella —dijo con tono acongojado—, Nonna ha tenido un leve ataque. El doctor ha ido a verla y le ha enviado una ambulancia. Es posible que tenga que pasar una temporada en el hospital, pero se recuperará, te lo prometo.
—¿Estás seguro? —preguntó Stellina mirándolo fijamente.
—Seguro.
Stellina echó a correr y al doblar la esquina vio que unos enfermeros salían de su edificio arrastrando una camilla en dirección a una ambulancia. Con el corazón latiéndole con fuerza, corrió hacia ella.
—¡Nonna! —gritó alargando los brazos hacia su querida tía abuela.
Lilly Maldonado se esforzó por sonreír.
—Stellina, mi corazón no anda muy fino, pero me lo van a arreglar y volveré muy pronto. Ahora debes lavarte las manos y la cara, cepillarte el pelo y ponerte el vestido de Virgen María. No debes llegar tarde a la función. Y esta noche papá te llevará ropa a casa de la señora Núñez. Dormirás en su casa hasta que yo vuelva.
—Nonna —susurró Stellina—, Rajid, que hace de Rey Mago, rompió la jarra donde llevaba la mirra. ¿Puedo dejarle la copa de mi madre para la función? Es una copa sagrada, porque dijiste que había sido de su tío cura. Por favor, la cuidaré mucho, te lo prometo.
—Tenemos que irnos, pequeña —dijo un enfermero al tiempo que la apartaba de la camilla—. Puedes ver a tu abuela en el hospital de San Lucas. Está cerca de aquí, en la calle Ciento trece.
Los ojos de Stellina se humedecieron.
—Tengo un deseo que sé que se cumplirá si llevo la copa, Nonna. Por favor, dime que sí.
—¿Qué deseo es ése, bambina? —preguntó Lilly con voz espesa a causa del sedante que le habían administrado.
—Que vuelva mi madre —respondió Stellina con las lágrimas surcándole las mejillas.
—Ah, bambina, ojalá lo haga antes de que yo muera. Adelante, coje la copa, pero no dejes que papá te vea. Podría prohibírtelo.
—Gracias, Nonna. Iré a verte mañana, te lo prometo.
La ambulancia se alejó con un aullido de sirena.
—Estrella, tenemos que irnos —dijo Lenny.
*****
Home Base había sido adornado con un árbol de Navidad y con coronas de hojas de pino cubiertas de cintas. Durante el fin de semana algunos voluntarios habían construido una tarima en el fondo de la enorme sala para que hiciera de escenario y colgado cortinas de terciopelo a ambos lados. Había sillas plegables para el público y los padres, y los hermanos y amigos de los niños que actuaban en la función estaban llenando la sala con rapidez.
Alvirah había llegado pronto para ayudar a las hermanas a vestir a los niños. Mediante terribles amenazas, la hermana Cordelia conseguía mantener un orden razonable entre los excitados actores. A las cuatro menos diez, cuando ya empezaban a inquietarse por la ausencia de Stellina, ésta llegó.
Alvirah enseguida la tomó de la mano.
—¿Te ha visto tu nonna con el vestido? —preguntó mientras le enderezaba el velo azul sobre la cabellera dorada.
—No. Una ambulancia se la ha llevado al hospital —respondió la niña con voz queda—. Papá me ha prometido que iremos a verla. ¿Se recuperará, señora Meehan?
—Eso espero, cariño. Entretanto, nosotras te cuidaremos. ¿Recuerdas que temíamos tener que cerrar Home Base? Pues ahora, gracias a un milagro, podremos mantenerlo abierto. Eso significa que te veremos cada día después del colegio.
Stellina sonrió.
—Me alegro mucho. Aquí soy feliz.
—Ahora corre a colocarte junto a san José. ¿Quieres que te sujete la bolsa?
Alvirah intentó coger la bolsa de plástico que Stellina agarraba con fuerza.
—No, gracias. Aquí llevo la copa para Rajid. La hermana Cordelia dijo que podía traerla. Gracias, señora Meehan.
Alvirah la vio correr a reunirse con los demás niños. Esa chiquilla me recuerda a alguien, pensó. Pero ¿a quién? Finalmente se dirigió a su asiento.
Las luces se apagaron y la función comenzó.
«¡Sencillamente maravillosa!», fue el comentario general cuando las últimas notas de Toda la noche tocaron a su fin y estallaron los aplausos. Los padres disparaban sus cámaras fotográficas para eternizar el momento y la sala era una miríada de flashes. Alvirah tiró de la manga de la hermana Maeve Marie.
—Maeve, quiero que le hagas algunas fotos a Stellina de cerca —dijo—. Planos cortos.
—Desde luego. Ha estado perfecta. Cuando empezó a cantar se me llenaron los ojos de lágrimas. Pronunciaba las palabras con auténtico sentimiento.
—Es cierto. Lleva la música en el alma.
Una idea descabellada que empezaba a tornarse en certidumbre se abrió paso en la mente de Alvirah. No obstante, se resistía a reconocerla. Empezaremos por examinar las partidas de nacimiento, pensó. Oh, Dios, ¿es posible?
—Hay algunas muy buenas —dijo Maeve minutos más tarde, sosteniendo las fotos—. Se verán con más claridad cuando terminen de revelarse. Y hay una encantadora en el momento en que Rajid le entrega la copa de plata a Stellina.
¿La copa de plata? ¡No puede ser! ¡El cáliz!, pensó Alvirah. A lo mejor me equivoco, se dijo. Probablemente me estoy precipitando. Pero por lo menos hay algo que puede demostrarse de inmediato.
—Maeve, haz algunas fotos de esa copa si todavía te queda carrete —dijo—, y pídele a Stellina que la sostenga.
—Ven aquí, Alvirah —llamó Willy—. Se supone que has de entregarme los regalos que he de dar a los niños.
—Maeve, haz esas fotos y guárdamelas —pidió Alvirah—. No se las des a nadie.
Luego corrió al lado de Willy. Los regalos estaban en una mesa.
—Muy bien, Papá Noel, éste es para José —anunció efusivamente mientras el pequeño alargaba los brazos.
Willy rodeó al niño con su brazo.
—Espera, José. La hermana Maeve nos hará una foto.
Alvirah estaba deseando salir de allí para seguir la pista de sus sospechas, pero era más fácil terminar de ayudar a Willy con los regalos que pedir a alguien que la sustituyera.
Entretanto, Cordelia y sus voluntarios se dedicaban a servir refrescos y dulces, si bien algunas personas ya habían empezado a marcharse. Alvirah observó consternada que Grace Núñez se disponía a partir con José y Stellina.
Gritó el nombre de Grace y ésta se volvió rápidamente.
—¿Adónde vas con Stellina? —preguntó Alvirah.
—Voy a dejarla en su casa —explicó Grace—. Su padre me la traerá esta noche a dormir. Dice que quiere cenar con ella cuando llegue del trabajo. Yo tengo que pasar por casa de mi hermana, pero Lenny me dijo que volvería temprano. Stellina sabe cerrar la puerta con llave, ¿verdad, cariño?
—Sí —respondió Stellina—, y espero que papá pueda decirme cómo está Nonna.
Diez minutos más tarde ya no quedaban más regalos que entregar ni fotos que hacer. Alvirah recogió las fotos y se puso el abrigo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Willy con la voz sofocada por la barba de Papá Noel.
—Tengo que enseñar unas fotos a monseñor Ferris —dijo Alvirah por encima del hombro—. Reúnete allí conmigo.
*****
El monseñor había salido pero no tardaría en regresar. Presa de la impaciencia, Alvirah esperó en el salón de la rectoría paseando de un lado a otro. Willy y el monseñor llegaron juntos media hora después. El religioso esbozaba una amplia sonrisa.
—Qué sorpresa tan agradable, Alvirah —dijo.
Ella no se anduvo con rodeos y le tendió las fotos.
—Mire esto.
Él examinó la foto en la que salía Stellina recibiendo la copa de manos de Rajid y la foto del cáliz.
—Alvirah —dijo con voz queda—, ¿sabes qué es?
—Creo que sí. El cáliz del obispo Santori. ¿Y sabe quién creo que es esa chiquilla?
Ferris aguardó.
—Creo que es la niña que abandonaron en el portal de su rectoría la noche que robaron el cáliz.