El domingo por la mañana Alvirah y Willy fueron a misa a San Clemente. Kate Durkin también asistió y luego les invitó a tomar café en su casa.
Al llegar se encontraron a los Baker en la puerta.
—Nos vamos a comprar el periódico —dijo alegremente Vic—. Estamos enganchados al crucigrama del Sunday Times.
—Conozco a un tipo que se jactaba de terminarlo cada semana, pero en una ocasión alguien le espió y vio que llenaba muchos espacios en blanco con palabras que no existían —dijo Willy—. ¿Un amigo suyo, quizá?
La sonrisa de Baker se congeló. Linda se encogió de hombros y tiró de la manga de su marido.
—Vámonos, cariño —le suplicó.
—Veo que se ha quitado la corbata negra —observó Willy mientras la pareja se alejaba por la acera cogida del brazo.
—No entiendo cómo no se mata con esos tacones —comentó Alvirah—. Hay capas de hielo por todas partes.
—No se caerá, créeme —dijo Kate—. Es una profesional en eso. Siempre lleva tacones. —Giró la llave y abrió la puerta—. Adelante. Tomaremos el café en el salón —dijo mientras se quitaban los abrigos—. Encendí la chimenea esta mañana. A Bessie le encantaba sentarse en el salón y tomar una taza de café con un trozo de mi bizcocho los domingos después de misa.
Kate no quiso que Alvirah la ayudara a preparar la bandeja.
—¡Qué son unas tazas y unos platos! Tú, en cambio, llevas toda la semana corriendo de un lado a otro en mi nombre. Ve a sentarte.
—Siempre me ha gustado esta habitación —comentó Willy tras instalarse en la butaca de piel, el objeto más preciado de Aloysius Maher. El retrato del juez con la toga todavía les miraba benignamente desde encima de la chimenea.
—Es una estancia maravillosa —convino Alvirah—. Ya no se hacen techos tan altos ni chimeneas labradas como ésta. Fíjate en los detalles de las ventanas. Eso sí es arte. No soporto la idea de que Kate no pueda disfrutar de todo esto el resto de su vida. —Suspiró—. En fin, supongo que a Bessie no le molestará que me siente en su butaca preferida. Parece que la estoy viendo, mirando la tele con los pies sobre el cojín. ¡Ay del que la interrumpiera durante Una vida que vivir u Hospital General! No obstante, ¿qué se le ocurre hacer a punto de tomar el último aliento? Subir a su cuarto aprovechando que Kate está ausente a fin de echarla de esta casa. Lo que significa que se perdió uno de sus programas favoritos en su último día en la tierra.
—Tal vez lo emiten en el cielo y ha podido ponerse al día —sugirió Willy.
Kate entró y dejó la bandeja sobre la mesita.
—Willy, ¿te importaría cerrar la puerta, por favor? —dijo—. «Cielo» y «queridito» regresarán en cualquier momento con el periódico y no quiero que nos interrumpan.
—Será un placer, Kate —gruñó Willy al tiempo que se levantaba.
Con la mención de los Baker surgió el tema del testamento. En un gesto reflejo, Alvirah puso en marcha su broche-grabadora.
—Bessie siempre escribía con la pluma del juez y nunca utilizaba tinta azul —dijo Kate cuando Alvirah mencionó los diferentes tonos de tinta azul que aparecían en el testamento y la cláusula de atestación—. Claro que durante sus últimos días de vida hacía muchas cosas extrañas.
—¿Qué me dices de su máquina de escribir? —preguntó Alvirah—. Creo que Bessie comentó algo sobre ella el día de Acción de Gracias.
—No estoy segura —murmuró Kate.
—De acuerdo. ¿Cómo estaba de la vista? Todos sabemos que Bessie llevaba bifocales, pero la graduación de sus gafas de lectura era demasiado baja. Si no se acercaba el texto a la cara tenía problemas para descifrarlo. Podría haber firmado esos papeles creyendo que estaba firmando un pedido de pintura o herramientas. Recuerdo una vez en que Baker le trajo el recibo de un pedido para que lo firmara, y el hombre le ofreció su pluma.
—Una observación que no será de ninguna ayuda en el juicio —señaló Willy—. Kate, andaría kilómetros por un trozo de tu bizcocho.
Kate sonrió.
—No es necesario. Aquí tienes todo el que te apetezca. Bessie también lo adoraba. Me dijo que cuando ya no estuviera, le cortara un trozo y lo colocara en esta habitación los domingos por la mañana. Dijo que si me olvidaba su fantasma me perseguiría.
Alvirah oyó la puerta de la calle.
—Los herederos ya están de vuelta —murmuró. Luego observó consternada que la puerta del salón se abría y Vic y Linda entraban esbozando una amplia sonrisa.
—¿Tomando las once? —preguntó Vic con su habitual tono jovial—. Así llaman en Inglaterra al refrigerio de media mañana, que suele ser a las once en punto. —Avanzó un paso—. Caray, este bizcocho tiene un aspecto estupendo, Kate.
—Y sabe estupendo —añadió Alvirah—. ¿No había arreglado esa puerta, señor Baker?
—Así es.
—Entonces ¿por qué se abre con tanta facilidad?
—Necesito ajustaría un poco más. —Incomodado por la conversación, Vic se volvió para marcharse—. En fin, me voy para enfrentarme al crucigrama.
Esperaron a que los pasos de Vic y los tacones de Linda se apagaran.
—Es imposible ofender a ese tipo —observó Willy.
—Si sólo fuera eso —se lamentó Kate—. También quiere enterarse de lo que decimos. Ya casi he terminado de despejar la habitación de Bessie y me alegro, porque Vic siempre anda rondándome cuando estoy allí. —Frunció el entrecejo—. ¿Sabes una cosa, Alvirah? Ahora que recuerdo, la barra espaciadora de la máquina de escribir tampoco funciona bien. Si no la aprietas lentamente se desplaza varios espacios. Acabo de caer en la cuenta ahora mismo. Cada vez que entraba en la habitación de Bessie me quedaba mirando la máquina, intentando recordar lo que mi hermana había comentado sobre ella el día de Acción de Gracias.
Alvirah apuró su taza de café y rehusó otro pedazo de bizcocho.
—Déjame echarle un vistazo —dijo.
Había algunos folios en blanco sobre el escritorio de Bessie. Alvirah introdujo uno en el carro de la máquina y se puso a teclear. El carro se desplazaba varios espacios cada vez que presionaba la barra, lo cual la obligaba a utilizar constantemente la tecla de retorno.
—¿Desde cuándo ocurre esto?
—Por lo menos desde el día de Acción de Gracias.
—Eso quiere decir que o bien Bessie tecleó su testamento antes de ese día, con lo cual mintió descaradamente a monseñor Ferris cuando se vieron al día siguiente, o bien lo tecleó palabra por palabra durante el fin de semana. ¿Quién está engañando a quién?
—Pero eso no es prueba suficiente, cielo —le recordó Willy. Luego contempló las cajas apiladas contra la pared—. Kate, ¿quieres que te ayude con eso?
—Todavía no. Me queda una prenda por guardar y no la encuentro por ningún lado. Puse un camisón de flores rosas de Bessie con la ropa sucia pero ha desaparecido. Tenía una mancha de colorete y quería quitarla antes de regalarlo. —Bajó la voz y miró furtivamente por encima de su hombro—. Si Linda Baker no vistiera como una bailarina barata, juraría que Vic lo robó para ella.
*****
Esa tarde, mientras Willy veía el partido de los Giants contra los Steelers, Alvirah se sentó a la mesa del comedor y escuchó de nuevo todas las conversaciones que había grabado referentes al testamento y la casa de Bessie. A medida que escuchaba hacía anotaciones y fruncía el entrecejo cada vez que caía en la cuenta de algo.
El partido estaba muy empatado y se hallaban en el último cuarto cuando Alvirah gritó:
—¡Creo que ya lo tengo, Willy! Willy, escúchame. ¿Llamarías a Bessie «viejecita encantadora»?
Willy no desvió la mirada de la pantalla.
—Ni en el mejor día de su vida.
—Claro, porque no tenía nada de encantadora. Era una viejecita arisca, obstinada e irascible. He ahí la clave. Después de todas las caminatas que me he dado con los Gordon, voy y lo averiguo sentada en casita.
Aunque los Giants se hallaban en plena carrera, Willy tenía puesta toda su atención en Alvirah.
—¿Qué es eso que ya tienes?
—Los Gordon nunca vieron a Bessie —explicó triunfalmente Alvirah—. La persona a la que vieron firmar el testamento era otra. Vic y Linda metieron en la casa a una impostora mientras Bessie veía la tele.
*****
Dos horas más tarde Alvirah y Willy llegaban a casa de Kate acompañados de Jim y Eileen Gordon. Habían pedido a monseñor Ferris y a las hermanas Cordelia y Maeve Marie que se reunieran allí con ellos. Los encontraron sentados en el salón con una Kate igualmente desconcertada.
—Alvirah, ¿qué es todo esto? —preguntó Cordelia.
—Ya lo verás. Supongo que los herederos no tardarán en bajar, ¿verdad, Kate? —preguntó Alvirah.
—¿Los Baker? No. Les dije que tenías una sorpresa para ellos.
—Estupendo. Por cierto, Kate, me parece que no conoces a esta gente tan agradable. Jim y Eileen Gordon presenciaron, o creyeron presenciar, cómo Bessie firmaba el testamento.
—¿Creyeron presenciar? —preguntó el monseñor.
—Así es. Bien, Eileen, cuéntanos qué paso aquel día —dijo Alvirah.
El rostro afable de Eileen se tornó grave.
—Como bien recordarán, estábamos enseñando al señor Baker un hermoso dúplex en la calle 81 Oeste, justo enfrente del museo. Es uno de los edificios más bellos de…
—Eileen —le interrumpió Alvirah, tratando de controlar su irritación—, háblanos de la firma del testamento.
—Ah, sí. Bueno, la señora Baker telefoneó a su marido y cuando llegamos aquí con él, ella nos pidió que entráramos en la casa con sigilo. Dijo que había una señora mayor en el salón a la que no le gustaba que la molestaran cuando veía sus programas favoritos. La puerta estaba cerrada, así que subimos de puntillas hasta el dormitorio donde nos esperaba la señora Maher.
—¡Una señora mayor en el salón! —Explotó Kate—. Ésa era Bessie.
—Entonces ¿quién era la mujer del dormitorio? —preguntó monseñor Ferris.
En ese momento sonaron los pasos de los Baker.
—¿Por qué no se lo preguntamos a Vic? —Propuso Alvirah cuando la pareja entró en el salón—. Vic, ¿quién era la mujer a la que vestiste con el camisón de flores rosas de Bessie? ¿Una actriz? ¿Una cómplice? —Baker abrió la boca para hablar, pero Alvirah no le dejó—. Hice algunas fotos a Bessie durante el día de Acción de Gracias. Son primeros planos muy claros. —Tendió las fotos a los Gordon—. Dígales lo que me contó.
—Que ésta no es la mujer que estaba en la cama y que firmó el testamento —aseguró Jim Gordon mientras contemplaba las fotos.
—Existe cierto parecido, pero está claro que no es la misma mujer —convino Eileen Gordon sacudiendo la cabeza.
—Cuéntanos el resto, Eileen —pidió Alvirah.
—Cuando bajamos al vestíbulo la puerta del salón se había abierto y vimos a una mujer mayor sentada en esa butaca. —Eileen señaló la butaca de Bessie—. No se volvió pero pude verle el perfil. Era, sin duda, la mujer que sale en estas fotos.
—¿Necesita oír algo más, Vic? —Preguntó Willy—. Mañana por la mañana Kate impugnará el testamento, los Gordon contarán su historia y dentro de unos días seréis encausados por vuestros fraudes.
—Creo que es hora de irnos —dijo Vic Baker con tono afable pero apremiante—. Kate, debido a este malentendido dejaremos esta casa de inmediato. Vamos, Linda, haremos las maletas ahora mismo.
—¡Espero que os metan en la cárcel muy pronto! —gritó Alvirah cuando se alejaban.
*****
—Alvirah, me pediste que trajera champán —dijo monseñor Ferris poco después en el comedor. Dejó que el corcho saltara—. Ahora entiendo por qué.
La hermana Cordelia y Kate sólo estaban empezando a comprender las implicaciones del nuevo descubrimiento.
—Ya no tendré que marcharme de mi casa —exclamó Kate.
—Y yo no tendré que abandonar a mis niños —se regocijó la hermana Cordelia—. Alabado sea Dios.
—Y Alvirah —añadió la hermana Maeve Marie alzando su copa.
De repente el rostro de monseñor Ferris se nubló.
—Ojalá pudieras arreglar la situación de ese bebé desaparecido y recuperar el cáliz del obispo, Alvirah.
—Como Alvirah suele decir, la esperanza es lo último que se pierde —declaró Willy con orgullo—. Y como yo suelo decir, apuesto por ella.