El ensayo final de la función debía tener lugar el viernes por la tarde y Lenny estaba decidido a asistir. Había explicado a las hermanas Cordelia y Maeve Marie que el lunes por la tarde, justo el día de la representación, tenía que trabajar, así que no quería perderse la única oportunidad que tendría de ver a su hija en el papel de la Virgen María.
Esbozando su sonrisa más zalamera, les contó que la nonna de Stellina estaba muy enferma, pero que él siempre estaría allí para cuidar de su pequeña.
—Tú y yo contra el mundo, ¿verdad, Estrella? —dijo, acariciando la melena de la chiquilla—. Tendré que aprender a cepillar tu hermosa cabellera. —Sonrió de nuevo a las monjas—. Nonna ya no puede recogerle el pelo como antes.
Las mujeres asintieron con expresión glacial.
Luego Cordelia se volvió hacia la sala y dio unas palmadas.
—Muy bien, niños, ocupad vuestros puestos para el ensayo final. Oh, Willy, por fin has llegado. Temía que te hubieses olvidado de nosotros.
Willy y Alvirah subían en ese momento.
—Cordelia, sólo falta una semana para Navidad —dijo Willy con una sonrisa de resignación—. Lo creas o no, tenía algunas compras que hacer.
—Y yo he tenido mi última salida con los Gordon —explicó Alvirah—. Podría decirse que prácticamente me han echado. Por lo visto creen que todavía no estoy preparada para mudarme y me dieron los nombres de algunos de sus competidores para que los llame en el caso de que desee pasarme el resto de mi vida buscando piso.
—Entonces debemos aceptar que el Señor no quiere que sigamos con nuestra tarea a partir del 1 de enero —dijo Cordelia—. Y no debes culparte de ello, Alvirah. Has removido hasta la última piedra para demostrar que el testamento de Bessie era falso. —Se giró hacia la sala—. Y ahora, empecemos el ensayo. —Miró de nuevo a Alvirah y, bajando la voz, señaló de forma imperceptible a Lenny—. Ese tipo de ahí es el padre de Stellina. Siéntate a su lado. Está intentando darnos buena impresión, de modo que estoy segura de que te hablará. Luego dime qué piensas de él. Creo que sus intenciones no son buenas.
Cordelia tenía razón. Lenny no cerró el pico en todo el ensayo y únicamente interrumpió su relato sobre cómo había renunciado a un buen trabajo en el Medio Oeste porque añoraba demasiado a Estrella y no podía apartarla de su querida tía, para hacer exclamaciones estridentes e inoportunas sobre lo bien que se desempeñaban los niños. Durante sus divagaciones también habló a Alvirah de la guapa chica irlandesa con la que se había casado, la madre de Estrella.
—Se llamaba Rose O'Grady. Nos encantaba bailar juntos. Yo pedía a la orquesta que tocara Sweet Rosie O'Grady y luego se la cantaba al oído.
—¿Qué le ocurrió? —preguntó Alvirah.
—Es algo que no suelo contar. Sufrió una depresión posparto tan terrible que tuvimos que hospitalizarla. Luego… —la voz de Lenny se hizo ahogada— no la vigilaron lo bastante.
Suicidio, pensó Alvirah.
—Oh, cuánto lo siento —dijo de corazón.
—Nonna le contó a Estrella que su madre estaba enferma y había tenido que irse lejos, y que probablemente no volvería a verla. Creo que hubiéramos debido decirle desde el principio que había muerto, pero Nonna no quiere —explicó Lenny, satisfecho del cuento que se había inventado.
En ese momento se produjo un pequeño fallo técnico en el escenario. A Rajid, el tercer Rey Mago, se le había caído la jarra que teóricamente contenía la mirra.
—No te preocupes, Rajid —dijo Cordelia mientras los ojos del chiquillo se llenaban de lágrimas y Maeve Marie se acercaba para recoger los pedazos—. Sólo ha sido un pequeño accidente sin importancia. Que continúe la obra.
Willy se dirigió al piano. Había llegado el momento de la escena final.
—Duerme, niño, y que la paz sea contigo —entonó.
Stellina y Jerry, que estaban arrodillados junto a la cuna, levantaron la vista.
—Ángeles de la guarda Dios te enviará —cantaron con sus voces infantiles, dulces y puras.
—Qué canción tan bonita —exclamó Lenny—. Me recuerda a…
—¡Sshh!
Caray, ¿no puede callarse ni para escuchar a su propia hija?, pensó Alvirah, que si hubiese tenido cinta adhesiva a mano no habría dudado en cubrirle la boca. Se dio cuenta de que Stellina dirigía la mirada hacia su padre, pero enseguida la apartó, como si se sintiera avergonzada.
Es lo bastante lista para comprender que su padre es un indeseable, pensó Alvirah. Pobrecilla. Hoy tiene un aspecto un tanto desaliñado; normalmente va muy bien peinada. Desaliñada pero hermosa, claro, con ese pelo rubio y rizado que le llega hasta la cintura, esa tez clara y esos ojos castaños y profundos. Su tristeza le da un aire casi adulto. ¿Por qué algunos niños tienen tan mala suerte en la vida?
Lenny aplaudió estrepitosamente cuando el ensayó tocó a su fin.
—¡Genial! —gritó—. ¡Mola un montón, Estrella! ¡Tu padre está orgulloso de ti!
Stellina enrojeció y desvió la mirada.
—Tu papá está orgulloso de ti —se burló Jerry mientras se levantaba—. Eres la mejor Virgen María del mundo, ja, ja, ja.
—Todavía estamos a tiempo de buscar a otro san José —le advirtió Cordelia dándole una palmada en la cabeza—. Acordaos el lunes de llevar el traje al colegio, niños. Os vestiréis aquí.
—Yo iré a recoger a Estrella al colegio y la vestiré en casa —explicó Lenny a Alvirah—. Su nonna no podrá asistir a la función pero quiere verla con el disfraz. Luego me iré a trabajar.
Alvirah asintió distraídamente. Estaba observando cómo Cordelia recogía las ofrendas de los Reyes Magos. Los bombones envueltos en papel de aluminio parecían auténticas ofrendas de oro, pensó. El cuenco pintado que Cordelia había traído del convento para el incienso quedaba muy bonito. Traeré otra jarra que sustituya a la que se le cayó a Rajid, pensó. Entonces vio que Stellina tomaba a Cordelia de la mano y se la llevaba a un lado.
—¿Secretitos? —preguntó Lenny con cierto tono de alarma.
—Lo dudo —dijo Alvirah—. Stellina ha estado pidiendo a la hermana Cordelia y a la hermana Maeve Marie que recen por su nonna.
—Sí, debe de ser eso —respondió Lenny.
Satisfecho con la impresión que creía haber causado en el ensayo, antes de marcharse Lenny explicó a todo el mundo que se llevaba a su pequeña a cenar fuera.
—Ahora que Nonna no está para hacer comidas, tendré que comprarme un libro de cocina —fue su comentario de despedida.
Camino de un McDonald's preguntó a Estrella si había pedido a la hermana que rezara por Nonna.
—Se lo pido cada día —respondió Stellina.
De pronto tuvo la sensación de que a su padre podría disgustarle lo que en realidad le había pedido a la hermana: si Rajid podía entrar en el establo para poner el cáliz de plata que había pertenecido al tío de su madre, si Nonna le dejaba traerlo.
Para su felicidad, la hermana se había mostrado de acuerdo. Estrella estaba segura de que si suplicaba a Nonna, ésta le dejaría cogerlo. Y cuando Rajid lo ponga junto a la cuna, rezaré para que mi madre, si todavía no se ha ido al cielo, venga a verme aunque sólo sea una vez.
Eran un deseo y una esperanza que se habían convertido casi en una necesidad apremiante. No obstante, una fe cada vez más fuerte parecía prometer a Estrella que si ofrecía el cáliz al Niño Jesús, su ruego sería escuchado.
Su madre vendría a verla al fin.