—¿Has terminado conmigo, Cordelia? —preguntó Willy con voz cansada—. He reparado los dos retretes, pero debes decirle a los niños que no tiren las toallas de papel. Hazte a la idea de que esas tuberías pertenecen a una residencia de jubilados. Que es donde yo debería estar ahora —añadió con un suspiro.
—Tonterías —repuso Cordelia—. Todavía eres joven, William. Ya verás cuando tengas mi edad.
Entre ambos había una diferencia de diez años.
—Cordelia, el día que cumplas cien años seguirás teniendo más energía que un cohete.
—Ahora que lo dices, he de supervisar el ensayo de la función. Ven, acompáñame arriba. Los niños no tardarán en marcharse a casa.
Cordelia agarró a Willy del brazo y tiró de él hacia la escalera.
Eran las seis menos cuarto y el ensayo de la función estaba en pleno apogeo. Se hallaban en la escena final, la del establo. Stellina estaba arrodillada con expresión solemne frente a una manta doblada que representaba la cuna del Niño Jesús y un Jerry Núñez de mirada picara.
Los tres Reyes Magos, encabezados por José Díaz, se acercaron por la izquierda mientras los pastores se congregaban a la derecha.
—Más despacio —ordenó la hermana Cordelia levantando y bajando las manos—. Paso a paso. Y no os empujéis. Jerry, baja los ojos. Deberías esta mirando al bebé, no a los pastores. Willy, toca la canción final.
—Me he dejado la partitura en casa, Cordelia. No pensé que iba a pasar aquí tanto tiempo.
—Entonces cántala. Dios te dio buena voz. Empieza en un tono muy bajo, como haces cuando estás al piano, y luego súbelo. Stellina y Jerry se sumarán a ti seguidos de los Reyes Magos, los pastores y por último el coro.
Willy sabía que más le valía no discutir con su hermana.
—Duerme, niño —empezó.
—José, te colgaré del techo si pisas a Denny —dijo Cordelia—. Perdona, Willy, vuelve a empezar.
Al llegar a «Ángeles de la guarda Dios te enviará», Stellina y Jerry fundieron sus voces infantiles, dulces y puras con la voz de tenor de Willy.
Qué voz tan hermosa tiene esa niña, pensó Willy. El diapasón es perfecto. Luego contempló sus ojos marrones y graves. Una niña de siete años no debería parecer tan triste, pensó mientras los Reyes Magos, los pastores y el resto de los chiquillos empezaban a cantar.
—«Las horas del sueño pasan lentamente, la montaña y el valle duermen profundamente, y yo velo por ti toda la noche».
Al llegar al final Willy, la hermana Cordelia, la hermana Maeve Marie y algunos voluntarios prorrumpieron en aplausos.
—Hacedlo así dentro de dos semanas y tendréis éxito seguro —dijo Cordelia a los niños—. Ahora poneos los abrigos y las gorras, y no os hagáis un lío con ellos. Vuestros padres no tardarán en llegar y no debéis hacerles esperar. Llevan todo el día trabajando y están muy cansados. —Se volvió hacia Willy—. Y yo también.
—Me anima saber que también tú tienes tus limitaciones —observó Willy—. En fin, puesto que llevo aquí todo el día, ya no me viene de un rato. Me quedaré para ayudarte a poner orden.
Veinte minutos después Willy y las dos monjas se hallaban en el portal esperando a que la señora Núñez viniera a recoger a Stellina y Jerry. Cuando finalmente llegó, jadeante y contrita, restaron importancia al asunto.
La hermana Cordelia la llevó a un lado.
—¿Cómo está la tía abuela de Stellina? —preguntó.
—Mal —susurró la señora Núñez sacudiendo la cabeza—. Me temo que acabará en el hospital antes de que termine la semana. —Se santiguó—. Por lo menos el padre ha vuelto. —La mujer sorbió por la nariz, como si quisiera indicar la poca fe que tenía en él.
—Pobre chiquilla —comentó Cordelia cuando la señora Núñez y los niños se hubieron marchado—. Su madre la abandonó cuando ella aún era un bebé. Pronto perderá a la tía abuela que la crió y por lo visto el padre casi nunca está en casa. Al parecer es un desastre de hombre.
—Peor —intervino la hermana Maeve Marie—. El viernes por la tarde vino a buscar a Stellina cuando la pequeña ya se había ido. No me dio buena espina, así que hice mis indagaciones entre los chicos del barrio.
—¿Manteniendo fresco su viejo oficio, detective? —preguntó Willy.
—No hago daño a nadie. Es posible que el señor Centino esté a punto de meterse en un lío serio.
—Lo que significa que esa encantadora niña podría terminar en un orfelinato —observó con tristeza Cordelia—. Y dentro de unas semanas ni siquiera nosotras podremos cuidarla. —Suspiró—. En fin, qué se le va a hacer. Has hecho un gran trabajo, Willy. El viernes puedes pasar a recoger tu paga.
—Muy graciosa —dijo Willy con una sonrisa. Al salir del edificio se detuvieron un momento en la acera—. Tomaos una copa de vino y relajaos —aconsejó a las religiosas—. Os invitaría a cenar, pero no he hablado con Alvirah desde este mediodía, que fue cuando me llamó para decirme que iba a ver apartamentos, y no sé cuándo cenaremos.
Cordelia miró sorprendida a su hermano.
—¿Bromeas? Pensaba que estabais encantados con vuestro piso. Alvirah siempre dice que no lo dejaría ni aunque la sacaran a la fuerza. Me cuesta creer que quiera mudarse.
—No es eso —la tranquilizó Willy—. Sólo está intentando conocer mejor a esa pareja de la inmobiliaria que firmó el testamento de Bessie como testigos. Cree que si sale lo suficiente con ellos podría averiguar si hubo algo raro en esa firma. En fin, chicas, tengo que irme. Estáis haciendo un gran trabajo y la función será todo un éxito. Deberíais invitar al alcalde para que conozca vuestra labor.
El cumplido no consiguió borrar la preocupación de las hermanas, y cuando Willy llegó a casa también allí le esperaba un semblante preocupado, esta vez el de Alvirah.
—Tengo los pies destrozados de ver tantos apartamentos con Eileen Gordon —dijo.
—¿Has averiguado algo? —preguntó Willy.
—Que es una mujer encantadora. Pondría la mano en el fuego a que no le quitaría a otra persona ni un sorbo de agua, aunque tuviese un ataque de tos.
—Eso significa que los Baker la han utilizado a ella y a su marido.
—Así es. La verdad es que esperaba que también ellos fueran unos embaucadores —repuso Alvirah con un suspiro—. Es más fácil atrapar a un farsante que convencer a un espectador inocente de que le han engañado.