Lenny Centino había conseguido mantenerse fuera de la cárcel por no ser excesivamente avaricioso. Los repartos de droga que realizaba eran de escasa importancia y poco frecuentes, de modo que, salvo por el hecho de haber atraído la atención del detective Joe Tracy, nunca figuraba en la lista de prioridades de la policía. En realidad él no vendía la droga, sólo la repartía, lo cual, en caso de arresto, constituiría una condena menor. La droga se pagaba siempre por adelantado, de modo que tampoco manejaba dinero. Se había ganado, tanto entre los traficantes como entre los consumidores, la fama de formal, de alguien que nunca metía los dedos en la mercancía, así que sus servicios eran muy solicitados.
Con todo, prefería limitar su implicación en el comercio siempre peligroso de las drogas, así que de tanto en tanto trabajaba en una próspera tienda de licores. Hacía repartos por las casas, tarea que le permitía estudiar las viviendas de los clientes. Lenny era un ladrón habilidoso. Siempre daba el golpe cuando sabía que los inquilinos habían salido y sólo se interesaba por el dinero y las joyas.
Su satisfactoria carrera como ladrón de cepillos había terminado con el robo en la iglesia de San Clemente. La alarma silenciosa y el rapto involuntario de Estrella le habían hecho darse cuenta de que estaba tentando demasiado a la suerte. Ahora hasta las iglesias más pequeñas tenían alarmas silenciosas.
Así pues, fue con una confianza plena en su capacidad para sobrevivir que hizo saber a sus contactos que estaba de regreso en la ciudad y con ganas de trabajar. El lunes por la tarde había fanfarroneado frente a unas cervezas sobre lo que había estado haciendo desde septiembre, esto es, repartos para una empresa de ordenadores falsa. Lo que Lenny no sabía era que en el grupo con el que había estado fanfarroneando se había infiltrado un policía camuflado, y que cuando éste fue a archivar el informe en la comisaría, el detective Tracy lo recuperó y ahora tenía a Lenny sometido a una estrecha vigilancia que incluía la intervención del teléfono. Lo que la policía no sabía era que Lenny había previsto esa posibilidad y concebido un plan de huida. Tenía una reserva de dinero de su último trabajo, un carnet de identidad falso y un escondite en México. Y desde su regreso a Nueva York había añadido un nuevo elemento a su plan. Era evidente que tía Lilly se estaba muriendo. Lenny, por su parte, sentía verdadero afecto por Estrella, quien siempre había sido de gran valor en sus operaciones. También era su amuleto de la suerte, de modo que había decidido que si alguna vez tenía que huir del país, se la llevaría con él.
Y como solía decirse, «soy su papá y no estaría bien que la abandonara». Además, ¿quién iba a sospechar de un hombre que viajaba con una niña?