El lunes por la mañana, mientras ella y Willy desayunaban, Alvirah respondió al teléfono y se mostró encantada cuando la agradable voz de Charley Evans, su editor, le comunicó que Vic y Linda Baker, aunque jamás habían sido condenados, eran un par de estafadores profesionales.
—Espera un momento —le interrumpió Alvirah—, quiero grabarlo todo para no olvidar una sola palabra. —Fue hasta el dormitorio en busca de su broche, puso en marcha la grabadora y regresó al teléfono—. Muy bien, Charlie, desembucha —dijo.
—Los Baker se dedican a desplumar a personas mayores —explicó Charley—. El caso más reciente ocurrió en Charlestown el año pasado, donde se hicieron amigos de un anciano que tenía dos millones de pavos. Al parecer el viejo estaba furioso con su hija porque no le gustaba el tipo con el que se había casado, pero nunca mencionó que tuviera intención de desheredarla. Según algunos testigos, esos maleantes empezaron a decirle cosas sobre la hija, por ejemplo que estaba deseando hincarle el diente al dinero. Adivina qué pasó.
—Los Baker hicieron un nuevo testamento —sugirió Alvirah.
—Bingo. El viejo dejó a su hija algunos dólares y las joyas de la madre. El resto fue a parar a los Baker, que fueron lo bastante inteligentes para no quedárselo todo, pues en ese caso habría resultado fácil impugnar el testamento.
—¿Qué me dices de los testigos? —preguntó Alvirah.
—Todos ciudadanos respetables.
—Me lo temía —suspiró.
—Encontré dos o tres situaciones similares acaecidas en los últimos diez años. Todos los testamentos fueron impugnados, pero los Baker ganaron cada caso.
—Esta vez será diferente —le aseguró Alvirah.
—Eso espero por el bien de tu amiga, pero permíteme un consejo. Dile que vaya al tribunal de testamentarías de la calle Chambers y declare su intención de impugnar el testamento por influencia indebida. Si no lo hace, la verificación del testamento podría tardar bastante, según el juez. Pero si presenta la reclamación, la transferencia de bienes se retrasará. ¿Quién es el albacea?
—Vic Baker.
—Han pensado en todo —comentó Charley—. Bien, Alvirah, no dudes en llamarme si me necesitas. Y recuerda: quiero un artículo sobre el caso.
—Por supuesto. Ya he pensado en el título. Apunta: «Canallas al descubierto».
Charley se echó a reír.
—Animo, Alvirah. Apuesto por ti.
*****
Frente a una tercera taza de té, Alvirah le contó a Willy la conversación mantenida con su editor.
—Cariño, la mandíbula te sobresale dos metros —le reprendió Willy—. Sé que piensas hacer todo lo posible por resolver este caso, pero prométeme que no te meterás en líos. Ya soy demasiado viejo para estar todo el día temiendo que te arrojen por un balcón o te ahoguen en una bañera.
—Los Baker no son esa clase de gente —repuso Alvirah, restando importancia al asunto—. No son violentos, sólo taimados. ¿Qué te ha preparado Cordelia para hoy?
—Home Base —contestó Willy al tiempo que sacudía la cabeza—. Sabes, cariño, no me queda más remedio que darle la razón a esos inspectores. Ese lugar se está cayendo a pedazos. Puedo hacer algunos remiendos, pero ahí se necesita maquinaria pesada. También he de practicar una hora al piano. Ayer Cordelia me oyó aporrear Toda la noche cuando fui a Home Base a reparar el escape y ha decidido que sea la canción final de la función. Y quiere que la toque yo. Se le ha metido en la cabeza que mi participación en la obra mostrará a los críos que cualquier edad es buena para aprender algo nuevo.
—¡Eso es fantástico! —exclamó Alvirah con el rostro iluminado.
—A mí me parece una idea espantosa —protestó Willy—, pero por suerte los niños carecen de espíritu crítico y los padres estarán tan pendientes de sus hijos que no repararán en mí… Y tú, ¿qué piensas hacer hoy?
—Pasaré por casa de Kate. Cuando muere un ser querido los amigos vienen a verte los dos primeros días, pero es después del entierro cuando la persona que permanece en esta vida se da cuenta de que nunca volverá a ver esa cara ni oír esa voz. Es entonces cuando los amigos son realmente necesarios, y más aún en el caso de Kate, porque además de añorar a Bessie tiene que aguantar a esos farsantes. Después haré una visita al monseñor para decirle que ya sé quién es la joven que ronda por su iglesia.
Con su eficacia habitual, Alvirah recogió la cocina, hizo la cama, se dio una ducha y se puso un traje pantalón sencillo pero elegante que su amiga la baronesa Min von Schreiber le había ayudado a elegir. Como Min solía decir, cuando Alvirah salía de compras sola se dejaba atraer por estilos y colores del todo inadecuados, opinión que Alvirah aceptaba contritamente.
Se disponía a marcharse cuando se detuvo para escuchar a Willy ensayar al piano Toda la noche. Con orgullo, advirtió lo mucho que había mejorado. Sus labios pronunciaron en silencio los versos. La estrofa «velo por ti, mi amor» le sonaba casi como una oración. Y yo velo por ti, Kate, pensó.
Cuando llegó a la casa se sorprendió de encontrar a una Kate que, aunque tranquila, le comunicaba con determinación que después de haberlo pensado mucho había decidido buscar otro lugar donde vivir, aunque sólo fuera una habitación amueblada. Dijo que si Bessie quería que los Baker se quedaran con la casa, pues adelante. Los deseos de Bessie eran claros. Había dejado a Kate el uso del apartamento y una renta.
—Pero no puedo vivir en la misma casa que esa gente, Alvirah —dijo Kate—. Cada vez que imagino a Bessie, enferma como estaba, sentada frente a su escritorio mecanografiando ese testamento y asegurándose de que los testigos llegaran mientras yo estaba fuera, se me desgarra el corazón.
—Kate, acabas de recordarme algo en lo que no había pensado. El testamento se firmó el lunes 30 de noviembre, ¿verdad? No obstante, estaba fechado el 28 de noviembre.
—Exacto. Justo un día después de que Bessie le contara al monseñor que no le hacía gracia que la casa se convirtiera en un centro infantil. Eso significa que ese fin de semana, al mismo tiempo que bromeaba conmigo diciendo que me tocaría limpiar la porquería de los niños, se sentaba delante de la máquina de escribir cada vez que yo salía.
—¿Cuántas veces saliste durante ese fin de semana? —preguntó Alvirah.
—Sólo dos, a la misa matutina del sábado y el domingo. Pero Bessie era una mecanógrafa muy rápida. Ya sabes lo orgullosa que estaba de eso. Hubiera podido teclear ese testamento en veinte minutos.
—¡Oh, Kate! —exclamó Alvirah.
Le dolía ver a su vieja amiga en ese estado. Parecía haber perdido las ganas de luchar. Tenía los hombros hundidos y de su cuerpo menudo ya no rezumaba energía. Alvirah sabía que era inútil discutir con ella. Kate estaba decidida. Sólo podía pedirle un poco de tiempo.
—Kate —dijo—, hazme sólo un favor. He estado haciendo algunas indagaciones sobre los Baker y he descubierto que son unos estafadores. Pero nunca han sido arrestados… ¡todavía! Dame hasta Navidad para demostrar que Bessie no escribió ese testamento. Aunque la firma sea suya, estoy segura de que ignoraba lo que estaba firmando.
Kate abrió los ojos de par en par.
—Pero demostrar eso es imposible.
—No, no lo es —repuso Alvirah con una confianza que no sentía—. Y ya sé por dónde empezar. Después de hablar con el monseñor iré a la agencia inmobiliaria de los Gordon para decirles que estoy buscando un apartamento. Esos dos van a verme mucho durante las próximas dos semanas. Una de dos, o son cómplices de los Baker o éstos les han engañado, y pienso averiguar cuál de esas opciones es la verdadera.