Sondra sintió la mirada del monseñor en su espalda mientras salía de la iglesia. Luchando por ahogar el llanto, corrió hasta el hotel. Una vez en su habitación se duchó, pidió una taza de café y colocó una toalla mojada sobre sus ojos hinchados. Tengo que dejar de llorar, se dijo. ¡Tengo que dejar de llorar! Era un concierto muy importante y tenía que estar preparada.
A las nueve en punto debía llegar al estudio que había alquilado en el Carnegie Hall para ensayar durante cinco horas. Tenía que tranquilizarse. Sabía que el día anterior había estado en baja forma, distraída, y que había tocado muy por debajo de su nivel.
Pero ¿cómo puedo pensar en otra cosa que no sea mi hija?, se preguntaba una y otra vez. ¿Qué ha sido de mi pequeña? Durante estos siete años la había imaginado viviendo con una pareja maravillosa, probablemente sin hijos propios, que la adoraban y se desvivían por ella. Pero ahora no sabía quién la había recogido, ni siquiera si alguien lo había hecho.
Se miró en el espejo. ¡Menuda pinta!, pensó. Tenía la cara salpicada de ronchas y los ojos hinchados. No podía hacer más por sus ojos, se dijo mientras sus dedos largos y delicados aplicaban el maquillaje para ocultar el rastro dejado por las lágrimas.
Esta tarde pasaré de nuevo por la rectoría, se dijo. Por lo menos la idea le resultó tranquilizadora. Era el lugar donde había visto por última vez a su niña y se sentía cerca de ella cuando estaba allí.
Y cada vez que oraba frente al retrato del obispo Santori la invadía parte de esa paz que su abuelo decía sentir cuando hacía eso mismo. Mas no rezaba para recuperar a su hija. «No tengo derecho a pedir eso», pensó. «Solamente concédeme alguna forma de averiguar que está con gente que la cuida y la quiere. Es cuanto te pido».
Extrajo del bolsillo del chándal la publicación parroquial de San Clemente y vio que a las cinco había misa. Asistiría, pero llegaría un poco tarde para que el monseñor no pudiera acercarse a ella.
Y se marcharía antes de que terminara.
Mientras se recogía la rubia melena en lo alto de la cabeza se preguntó si su pequeña se le parecía.