La estatua del dios griego Príapo, hijo de Afrodita, se erguía —literalmente— en todos los huertos y jardines como custodio de la fertilidad y la agricultura y como protector contra ladrones. A menudo la representación de la deidad se reducía, o mejor dicho se expandía, en la forma de un enérgico falo, llamado olisbokolice. Hoy día muy poca gente puede darse el lujo de cultivar sus propios vegetales y tampoco hay humor ni espacio para un dios escandaloso en el jardín, pero todavía, entre las cenizas de la memoria colectiva, el éxito en las cosechas sigue relacionado íntimamente con el erotismo y la fertilidad de los seres humanos. El culto se ha perdido en la historia, aunque todavía en ciertos pueblos mediterráneos los hombres llevan amuletos fálicos colgados al cuello, para preservarse del mal de ojo.
El sabor, los nutrientes y el poder afrodisíaco de los vegetales guardan relación directa con su frescura. (No puedo decir que también el atractivo sexual en las personas depende de su frescura, porque sería una de esas metáforas ofensivas: en este fin de siglo se supone que a toda edad debemos ser sensuales, una proposición agobiadora, como diría mi madre). Volviendo a los vegetales, el ideal es arrancarlos de la tierra y correr con ellos a la olla, pero para la mayoría de nosotros, criaturas urbanas, eso resulta imposible. La tendencia moderna es comprar en cantidad y guardar los productos perecibles apretujados en la nevera, método justificable cuando se trata de alimentar a una familia, pero suponemos que si usted tiene interés en la cocina erótica es porque ya se ha liberado de los niños, aún no tiene abuelos a su cargo y dispone de cierta paz de espíritu para regodearse con los ingredientes. Ninguna mamma italiana usaría un calabacín mustio o un tomate arrugado, ¡imagínese qué dirían sus vecinos! Sugerimos imitar a estas infatigables matronas cuando se trata de recetas afrodisíacas; compre los vegetales frescos en el mercado, escójalos con cuidado para que estén a punto y si no encuentra lo que busca, no caiga en la tentación de reemplazarlo por algo enlatado, más prudente es cambiar el menú.
En los juegos de la comida y del erotismo se prefieren, por razones obvias, las formas fálicas y redondas: zanahorias y duraznos; las texturas pulposas y húmedas, como tomates y avocados; los colores sensuales de la piel y las cavidades más íntimas —granadas y fresas— y los olores persistentes, como de mangos o de ajos. Muchos vegetales usados y abusados en la literatura erótica deben su reputación de afrodisíacos sólo a su aspecto. He leído una docena de cuentos de colegialas y novicias pecando con pepinos… Me extraña que no hayan sido prohibidos por decreto religioso, medida de precaución que los sultanes de Arabia imponían en sus harenes. A los hombres no les gustan que los comparen. Otros vegetales recuerdan formas femeninas, redondos y mórbidos como senos o nalgas. Nadie en su mayoría de edad, que haya sostenido un tomate fresco en la palma de la mano y lo haya mordido, llenándose la boca mientras el jugo escurre por la barbilla y el cuello, escapa a la tentación de compararlo con otros placeres orales. Nuestro artista, Robert Shekter, es uno de esos vegetarianos irreductibles, pero al menos a él no lo anima un rigor puritano. Robert trata a las verduras con la apasionada devoción que otros dedican a las ostras. Lo he visto morder una humilde zanahoria con lascivia de glotón legendario y sé que en casos de apuro, cuando lo visita Annette, la mujer de sus sueños eróticos, prepara de su propia mano una auténtica ratatouille francesa, una de las recetas de vegetales más estimulantes del repertorio culinario universal.
Robert coge berenjenas (cuatro por cada uno de los otros componentes del guiso), cebollas, pimientos, tomates, ajo, coriander, perejil, albahaca, laurel, pimienta cayena, etc.; corta estas verduras en rodajas con toda la destreza que sus dedos artríticos le permiten; fríe la berenjena en aceite de oliva por cinco minutos mientras tararea O sole mio; agrega lo demás, cubre la cacerola con una tapa y lo cocina a fuego muy suave por una hora. Entretanto se da una ducha, se pone su mejor camisa y recibe a Annette con una rosa entre los dientes. Luego destapa la olla, revuelve bien y deja reposar su infalible ratatouille por diez minutos antes de servirla. También es deliciosa fría a la mañana siguiente, para reponer fuerzas.
Pido perdón por los errores y omisiones de esta lista. Después de consultar varios volúmenes concluyo que no existe acuerdo respecto al poder estimulante de los vegetales. Mala noticia para los vegetarianos.
Ajo. No puede faltar en la cocina. Se supone que es una planta sagrada, erótica, medicinal y reconstituyente, por eso se daba a los atletas en las olimpíadas de Grecia. Se le atribuyen tantas propiedades curativas —incluso en casos de cáncer— que se vende en cápsulas para quienes no soportan el sabor. Se ha usado como afrodisíaco desde tiempos inmemoriales y su única condición es que, como en el caso de la cebolla, lo coman ambos amantes porque el olor impregna hasta la piel. A mí no me molesta, por el contrario: nada me excita tanto como el ajo en las manos de un hombre que cocina. (Y a propósito, hoy se sabe que la sustancia química que causa el olor del ajo está presente también en las secreciones íntimas femeninas).
Alcachofa. De quien anda en muchos amoríos, se dice que tiene «corazón de alcachofa», porque reparte hojas a diestra y siniestra. Este vegetal se come con la mano y lentamente; hay algo ritual en el proceso de desnudar a la alcachofa quitándole las hojas una a una para untarlas en un aliño de aceite, limón, sal y pimienta, y compartirlas con el amante.
Apio. La marquesa de Pompadour inventó una sopa de apio para encender a Luis XV cuando el fuego de la pasión se reducía a tristes cenizas, pero en realidad su buen nombre como afrodisíaco viene del tiempo de los griegos y romanos.
Arroz. Es un símbolo de fertilidad. Cuando con la mayor inocencia se lanza arroz a los novios a la salida de la iglesia, muy pocos saben que el gesto representa la eyaculación y el semen. Menos mal… Respecto a la condición afrodisíaca del arroz hemos sostenido, con Kobert y Panchita, discusiones tan bizantinas como las del número de ángeles que cabe en la punta de un alfiler. Unos opinamos que es imposible excitar a nadie con un plato de arroz, pero mi madre sostiene que la mejor prueba de la efectividad de este grano es la sobrepoblación de China.
Berenjena. Se supone que viene de la India y que llegó a Europa con la invasión de los árabes en España. Se considera excitante, sobre todo preparada con otros ingredientes eróticos, tales como ajo, cebolla, pimiento y numerosas especias. En Turquía hay una receta clásica llamada Imam Bayildi, cuyo origen se remonta a un imam que cayó al suelo desvanecido de placer cuando su concubina le sirvió este plato. Suponemos que se repuso del soponcio con nuevos bríos. En Bali, en cambio, los hombres no la prueban porque creen que mata el deseo, prueba sobrada de que el erotismo es cosa de ilusión y fe, más que de anatomía.
Berros. Son unas hojitas de aspecto inocuo y sabor algo picante, que los romanos llamaban «desvergonzada» por sus supuestas propiedades estimulantes. Crecen cerca de aguas servidas, por eso se recomienda lavarlos muy bien antes de incorporarlos a la ensalada.
Cebolla. Fundamental en todas las cocinas, desde la más erótica hasta la más casta. Es originaria de Asia. Caldeos, egipcios, romanos, griegos y árabes la consideraban afrodisíaca antes que los europeos supieran de su existencia. Asegura el jeque Nefzawi en El jardín perfumado (siglo XVI), que el miembro de Abou el Heiloukh permaneció erecto durante treinta días sin interrupción porque comió cebollas.
Callampa. Por su aspecto, color y olor, recuerda la cabeza de un pene atrofiado. Bastante atrofiado. Mientras más simple su preparación, más intenso el sabor. Basta freírla en un poco de aceite de oliva con ajo, pimienta, sal y unas cucharadas de vino y luego servirla con pan tostado, como preámbulo para una sesión amorosa algo improvisada. No siempre alcanza el tiempo para una producción faraónica. (Vea nuestra receta de la Sopa de la Reconciliación).
Endibias, escarola, lechuga. En algunos textos europeos se consideran estimulantes todas las variedades de lechuga. En otras regiones, en cambio, la infusión de las hojas es calmante y antiafrodisíaca.
Espárrago. Los de tallo grueso, pálidos de color y con la punta entre rosa y morada son los más afrodisíacos. Parecen falos anémicos. El espárrago de color verde es más popular, pero de aspecto menos erótico. En El jardín perfumado figuran varias recetas para resucitar el entusiasmo del amante agotado:
Quien hierve espárragos y luego los fríe en grasa, agregando yemas y condimentos en polvo, y come este plato cada día, verá sus deseos y su poder considerablemente fortalecidos.
Lo mejor de este vegetal es su simpleza: de la olla a la boca de los enamorados. Deben quedar firmes —a nadie le gusta su vegetal mustio—, para ello conviene cocinarlos atados con las puntas para arriba, así se cuece bien la base, que es más dura y quedan las puntas crocantes. Se come, por supuesto, con la mano, untados en mantequilla derretida con sal. ¿Quién no entiende la metáfora?
Espinaca. Originaria de Persia, rica en vitaminas y minerales, fortalece el cuerpo y las ansias de amar.
Frijoles. Para los teutones y romanos era estimulante y la flor simbolizaba el placer sexual. La sopa de frijoles tuvo tal reputación de erótica, que fue prohibida en el siglo XVII en el convento de las monjas de San Jerónimo para evitar excitaciones inoportunas, pero esa fama se ha perdido desde que las monjas se despojaron del hábito.
Garbanzo. En El jardín perfumado, el joven Abou el Heidja cumple la epopéyica tarea de desflorar a ochenta vírgenes en una sola noche, gracias al ímpetu obtenido previamente por una suculenta cena de garbanzos, carne, cebollas y leche de camella. Lo dudo, nunca hubo tantas vírgenes disponibles. Excepto por la leche de camella, éstos son algunos de los ingredientes del célebre cocido catalán de mi agente, Carmen Balcells.
Maíz. Planta sagrada entre los indios de América, simboliza fertilidad y abundancia. Mientras más pobres los pueblos indígenas, más extraordinaria es su creatividad culinaria en torno al maíz.
Nabo. Se puede decir que, junto a la cebolla y el ajo, es el afrodisíaco de los pobres. Este humilde vegetal es un excelente alimento.
Pepino. Parece que lo único erótico es su forma. Hay controversia sobre sus virtudes, mientras en algunas regiones se considera estimulante, en otras es un antiafrodisíaco.
Pimiento y/o chile picante. Es universalmente considerado afrodisíaco, especialmente el de color rojo y sabor picante, rico en el alcaloide capsiacina. Varían su sabor y nombre de una región a otra; es el fiero componente de todos esos platos exóticos que dejan la boca en llamas y estimulan la imaginación y el apetito para el amor.
Puerro. Antiguamente en Roma y en Grecia se le atribuía valor afrodisíaco, posiblemente por su forma fálica. El emperador Nerón lo tomaba en sopa diariamente para mejorar su voz, pero no hay evidencia de que tuviera el menor efecto en su caso.
Tomate. Originario de América, debiera estar catalogado entre las frutas. Los españoles lo llevaron a Europa con el nombre de «manzana peruana» y «manzana del amor». Su pulpa roja, jugosa y sensual sembró escándalo; se confiaba tanto en su poder estimulante que se pagaban fortunas por un tomate. Las mujeres virtuosas lo rechazaban, no así las otras, que podían culpar de sus pecadillos al irresistible tomate.
Trigo. Es el más antiguo y leal alimento de la humanidad y como el arroz, representa la fertilidad. La forma la espiga se considera fálica, lo cual prueba que la imaginación humana no tiene límites. Antiguamente se horneaba pan en forma de genitales para las ceremonias dionisíacas. No es mala idea…
Trufa. También llamada testículo de la tierra, tiene un olor y un sabor intenso, por eso se usa en muy poca cantidad. De probada reputación como afrodisíaco, se considera indispensable en la cocina tradicional francesa, especialmente en el foie-gras y en la preparación de ciertas carnes y aves.
Zanahoria. Esta raíz, vulgarmente llamada «consuelo de viuda», empezó a cultivarse en Europa en el siglo XVII y fue llevada a América por los primeros colonos ingleses. Por su contenido en vitamina A y su forma se le atribuye el poder de exaltar la lujuria, pero en honor a la verdad: no conozco a nadie que se excite con una zanahoria (me refiero al comerla, por supuesto).