Todos los pueblos, incluso aquellos que por razones religiosas lo prohíben, conocen las propiedades medicinales del alcohol. Antes que se conocieran otros antisépticos o se desarrollara la anestesia, se usaban bebidas alcohólicas para desinfectar heridas y para aturdir a los pacientes antes de una intervención dolorosa. Su peor defecto es que convertido en vicio destruye a quien lo bebe y su mayor virtud es que en cantidad moderada produce ilusión de felicidad y levanta el ánimo para el festejo. Buscamos una y otra vez el alivio temporal del alcohol para escapar por un rato de la ansiedad de la existencia. No somos los únicos, hay algunos animales y aves que se emborrachan con frutos fermentados. En el verano vienen pájaros azules a estrellarse contra los vidrios de mi casa, mareados por los pequeños frutos rojos de un arbusto que crece en los alrededores. La primera bebida alcohólica de la historia fue el hidromiel, vino dulce hecho de miel, que se usaba en Europa hasta el siglo XVIII. Fueron los árabes, con su refinada cultura, quienes desarrollaron la técnica de la destilación y llamaron al espíritu del vino alkuhul. El pueblo consumía cerveza, tosca y fuerte; el vino, con mayor contenido alcohólico y delicado sabor, era lujo de las clases privilegiadas.
En la antigüedad figuraban en lugar predominante del culto, Dionisos y Baco, los dioses griego y romano del vino, el éxtasis y el erotismo, quienes tuvieron su equivalente en casi todas las mitologías panteístas. En su honor se celebraban fiestas orgiásticas en las que el populacho se volcaba a la calle para embriagarse y copular sin restricciones. En el Antiguo Testamento las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron destruidas como castigo por sus costumbres algo libertinas: orgías, incesto, adulterio y otras diversiones ofensivas a Dios. Esta es una de las muchas partes de la Biblia que no me dejaban leer en el colegio. Por la descripción, parece que Jehová, harto de tanta chacota, lanzó el equivalente a un bombardeo atómico para acabar con ellas, pero hay otras versiones que responsabilizan a Abraham y sus ejércitos. Antes de manifestar su cólera, Jehová envió dos ángeles mensajeros para advertir a Lot, el único hombre justo de los alrededores. El par de ángeles estuvo a punto de caer en manos de una enardecida turba de sodomitas, pero Lot logró protegerlos escondiéndolos en su casa y ofreciendo a los asaltantes sus propias hijas para distraerlos. He ahí un anfitrión ejemplar. Antes que cayera la ira de Dios sobre la ciudad, los mensajeros le ordenaron que escapara con su familia sin mirar hacia atrás. La mujer de Lot, vencida por la curiosidad o la nostalgia, se dio vuelta y quedó convertida en estatua de sal. Finalmente, después de numerosas aventuras, Lot y sus dos hijas encontraron refugio en una cueva. En vista que no había otros hombres disponibles para que entrara en ellas de acuerdo a la costumbre de toda la Tierra, las chicas emborracharon a Lot y, como se decía antes de la invención de la pildora, «se aprovecharon» de él. Una familia algo extraña, pero supongo que en casos desesperados nadie se fija en detalles.
Según la Biblia lo hicieron por dos noches consecutivas sin que el padre se enterara de lo ocurrido. Ambas concibieron, dando origen a las tribus moabita y amonita. Éste es uno de los pocos casos en que un hombre embriagado hasta la inconsciencia realiza tal hazaña, porque mucho alcohol desmaya el miembro, produciendo impotencia temporal, y sumerge a su dueño en las tinieblas de la melancolía. En estos casos siempre se cita a Shakespeare, por supuesto. A la pregunta de un personaje de Macbeth sobre las consecuencias de la bebida, otro responde:
¡Cáspita, señor! Una nariz colorada, sueño y orina. La lujuria, señor, lo mismo provoca que la aleja, porque provoca el deseo, pero impide la ejecución.
En otra parte de este libro, no recuerdo cuál, menciono la sangre fresca de serpiente disuelta en aguardiente con azúcar, un estimulante de gran prestigio en Taiwan y otros países de Asia. En China echan en un vaso con sake caliente unas cuantos bebés de cucaracha y lo beben al seco, de un solo trago. Según un ejemplar del periódico San Francisco Chronicle de fines del siglo pasado, los chinos malayos inmigrantes bebían sangre de serpiente de cascabel. Le abrían un tajo en la cola y, mientras uno sostenía al animal por la cabeza y lo estrujaba para vaciarlo, otro se acostaba en el suelo y chupaba la sangre entre sorbo y sorbo de whisky. Un cóctel muy afrodisíaco, para quien guste de lo exótico. Me contó mi amigo Miki Shima que estuvo en las montañas de Colorado, a ocho mil pies de altura, sentado en torno a una fogata a la luz de la luna, con un frío sideral, donde le sirvieron un menú de salchichas de alce e hígado crudo de búfalo marinado en cerveza, todo bien regado por una bebida llamada Black Dog, hecha con aguardiente, jugo de tabaco y pólvora. Al primer sorbo de este brebaje se le pasó el frío, al segundo recuperó la memoria de las nostalgias más antiguas y al tercero, cuando su cerebro estaba a punto de explotar, comenzaron las visiones fantásticas de todas las mujeres hermosas que había deseado en su vida. Una de las más terribles batallas de la guerra del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia en el siglo pasado, fue la del Morro de Arica, un inexpugnable acantilado que los soldados chilenos conquistaron trepando por las rocas con cuchillos corvos entre los dientes y, según reza la leyenda, drogados con una mezcla de aguardiente y pólvora similar al Black Dog. En algunas prisiones de Sudamérica los hombres se embriagan con pájaro verde, un brebaje preparado con alcohol y disolvente de pintura, que finalmente conduce a la locura y la muerte.
Como casi todo en este mundo, los licores también pasan de moda. Dice en sus memorias el director de cine español, Luis Buñuel, que la receta del martini perfecto se hace con un rayo de luz pasando a través de la botella de vermut para tocar apenas la ginebra. Del martini tan popular en los años sesenta y setenta, pasamos por una década de vino blanco, que ha culminado en los noventa en el kirsch. Cualquiera sea la moda, el recipiente es casi tan importante como el contenido. La más fina champaña en vaso de cartón sabe igual a ese ponche verde de los bailes de la escuela, en cambio un vino mediocre en copa fina sube de categoría. Es como las mujeres, en quienes la ropa determina la clase económica y a veces, no siempre, la clase social. En ciertas ceremonias tántricas se usan cálices en forma de vulva, llamados arga, pero no es necesario tanto refinamiento para servir sus cócteles. Buen cristal es suficiente.
Ajenjo. Licor verde extraído de la planta del mismo nombre (Artemisia absinthium) al cual se le agregan hierbas, con Jama de poderoso afrodisíaco desde la época de los griegos, pero tan tóxico que en 1915 se prohibió en Francia y luego en otros países del mundo. Causa espasmos musculares y gástricos y su consumo frecuente lleva a la parálisis y la muerte. Se servía con un poco de agua y azúcar para mitigar el sabor amargo. En el siglo XIX era la bebida favorita de los intelectuales y artistas en la place Pigalle porque se suponía que convocaba a las musas. En Inglaterra, en cambio, se usaba en los clubes de flagelación, deporte muy popular entonces.
Anís. Popular en Francia y España, es un líquido transparente que al mezclarse con agua adquiere un aspecto lechoso. El célebre anisette Marie Brizard fue creado en la ciudad de Burdeos en 1 755 por una mujer de ese nombre, conocida por su buen corazón. Dicen que salvó la vida de un pobre hombre durante una epidemia y que en pago éste le confió al oído el secreto para fabricar ese licor. La mujer se hizo rica y dedicó buena parte de su fortuna a las obras de caridad. La marca Marie Brizard aún existe en esa ciudad. Similar al ajenjo en sabor, pero menos tóxico, es la base de varios licores afrodisíacos, como Pernod, Ricard, Pastis y el licor nacional de griegos y turcos: arak.
Amaretto. Se prepara con almendra, es de sabor dulce y fuerte; se usa como digestivo y en la preparación de cócteles y postres. Su reputación erótica se debe a la almendra, fruto mitológico surgido del vientre de una diosa, como ya mencionamos.
Benedictine. El nombre viene de sus inventores, los monjes benedictinos de una abadía de Francia, castos varones, quienes seguramente no sospecharon que habían contribuido con otro afrodisíaco a la larga lista de tentaciones que debe soportar la humanidad.
Calvados. Originario de Normandía, es un licor de manzana, intenso y aterciopelado como todo buen brandy, al cual se le atribuye el mismo poder estimulante que a esa fruta. Antaño se usaba también como tónico para preservar la juventud.
Champaña. Es la reina indiscutible de los vinos, indispensable en los festejos. Es un vino blanco espumante de la región de Champagne en Francia, que se produce con éxito en otras partes, pero sólo el auténtico puede llevar ese nombre. En 1806, Barbara Nicole Ponsardin, viuda de un banquero de apellido Clicquot, dedicó la fortuna heredada del difunto a desarrollar la champaña que producían sus viñedos y que se hizo famosa en el mundo con el nombre de Veuve Clicquot. La champaña se bebe siempre en compañía y en momentos de celebración, tal vez por eso actúa como afrodisíaco aun sin proponérselo. Espumante y liviana, se bebe sin pensarlo y embriaga más que el vino, porque gracias a las burbujas el alcohol entra rápidamente a la corriente sanguínea. Se considera un vino «femenino» y se supone que tiene más efecto erótico en las mujeres que en los hombres. En las fiestas de la antigua Roma imperial, llenaban piscinas de vino burbujeante, donde hombres y mujeres retozaban desnudos. La champaña fabricada exclusivamente con uva chardonnay es la más seca y apreciada.
Coñac, brandy o armagnac. Enrique IV de Francia lo puso de moda como afrodisíaco, la idea se divulgó rápidamente y pronto los caballeros empezaron a tomar una copa antes de irse a la cama, como precaución en caso que esa noche su esposa no tuviera dolor de cabeza. Así se originó la costumbre de terminar una buena cena con un cigarro y una copa de coñac o brandy, ritual en el cual las mujeres no participaban. Batido con azúcar y yemas de huevo es un tónico formidable para la depresión de los embarazos y de los días de lluvia.
Grand Marnier. Es un coñac francés con sabor a naranja, muy similar al curaçao, una bebida dulce fabricada con cáscara de naranjas amargas en la isla caribeña del mismo nombre. Los holandeses que colonizaron la isla atribuían la sensualidad de las bellas mulatas a este licor y se encargaron de exportarlo al resto del mundo con grandes ganancias.
Jerez y oporto. Vinos fuertes y dulces, muy populares en España, que se sirven a todas horas, menos con la comida. Antiguamente era el preferido de las damas por su textura delicada, pero hoy las damas beben vodka y andan en motocicleta.
Kirsch. A base de cereza, está muy de moda para aromatizar champaña o vino blanco, la bebida de los elegantes. El poder afrodisíaco de esta mezcla descansa más que nada en la festiva reputación de la champaña y seguramente en el color rosado del cóctel, un placer para la vista.
Parfait Amour. Raro licor perfumado a lavanda que se servía en algunos prostíbulos refinados de Francia porque se creía que estimulaba la libido en forma instantánea. Pasó de moda, pero todavía puede encontrarlo, en caso que desee impresionar a su pareja en una noche especial.
Vodka. Como muchos licores fuertes —whisky, ginebra, pisco, etc.— no es particularmente afrodisíaco, excepto en cantidades moderadas por el efecto desinhibidor del alcohol, pero lo incluimos en esta lista porque es el complemento indispensable del caviar. ¿Quién no ha hecho el amor después de un preámbulo de caviar con vodka helada?