Una de la más notables monarcas de todos los tiempos fue Catalina de Rusia (1729-1796). Esta princesa alemana —casada muy joven con el gran duque Pedro, heredero del trono de Rusia, hombre feo, glotón, cobarde, violento y bastante imbécil— encontró la forma de enviudar joven con la ayuda de cinco apuestos oficiales del ejército, los hermanos Orloff. Convertida en emperatriz de Rusia reinó por medio siglo con puño de hierro. Hablaba cuatro idiomas, apoyaba a los artistas c intelectuales de Europa, con varios de los cuales intercambió copiosa correspondencia, pero no toleraba en su propio reino ninguna de las ideas modernas que aplaudía afuera. Tuvo muchos amantes oficiales —entre ellos el célebre Potemkin, genio político y verdadera eminencia gris tras el trono— e incontables compañeros de una noche cuyos nombres no registró la historia. La leyenda la acusa de ser tan insaciable en el lecho, que llegó a acostarse con su caballo, para lo cual ella misma diseñó un arnés de donde colgaban al animal, pero se me ocurre que esto no es más que un chisme malintencionado. Tenía prodigiosa vitalidad y buena salud; hasta el último de sus sesenta y siete años de vida se levantaba a las cinco de la madrugada a trabajar y muy tarde en la noche todavía le sobraba energía para retozar con el favorito de turno. Su desayuno consistía en té con vodka y una omelette de caviar.
Una omelette recién preparada puede ser un canto para el espíritu sólo comparable al sonido de la flauta del faquir, ante el cual la serpiente sube del canasto, vertical y poderosa. En las calles de la India vi, desde una distancia prudente, varios de esos encantadores de cobras y siempre pensé que si tienen ese poder con una culebra ¿qué no podrán levantar con su musiquita? Tal vez por eso los turistas de edad provecta ofrecen propinas especiales para que les toquen la flauta. (No sé por qué esto me recuerda el faro de San Francisco. Cada vez que anuncian neblina, hay algunos visitantes masculinos que se acercan al faro, porque cuando echan a sonar la lúgubre sirena para advertir a los barcos del peligro, la vibración despierta sus instintos amorosos). Pero volvamos a la perfecta omelette afrodisíaca: