Casi todas las aves de caza se consideran afrodisíacas, pero no así pollos, gallinas y pavos domésticos, criaturas melancólicas que nada saben de amor. Estos pájaros pasan sus cortas vidas inmóviles dentro de unas jaulas atroces, sin más perspectiva visual que la cola de otro bicho semejante, alimentados con harina de pescado, saturados de hormonas y engañados por luz artificial para obligarlos a crecer rápido y poner huevos como obsesionados. Apenas alcanzan el peso ideal, los matan. Nada saben de la aventura de cazar un gusano en la tierra o de perseguir a otra ave del sexo opuesto. Son tan infelices, que no pueden dar felicidad a nadie. Sin embargo, si usted logra conseguir pollos y pavos de campo, esos que andan picoteando alegres y despreocupados bajo el sol, también puede incorporarlos a su cocina erótica.
Algunas aves que citamos aquí suelen provenir también de criaderos, pero sus carnes morenas y de sabor intenso tienen un soplo exótico y salvaje capaz de estimular la imaginación humana, sobre todo cuando se preparan con abundantes especias, hierbas y licores. Los pájaros silvestres tienen la reputación de ser más afrodisíacos que sus parientes domésticos. Las palomas también lo son, pero qué cristiano va a comer esos animalitos que simbolizan al Espíritu Santo, a menos que esté muriéndose de hambre, como un amigo mío, exiliado en Canadá, quien salía de noche al parque a cazar palomas dormidas para cocinarlas en una hornilla clandestina en el hotelucho donde vivía. Ese mismo cuarto de alquiler se calentaba con un radiador accionado con monedas, que se introducían por una ranura. Mi amigo descubrió una forma más económica de hacerlo funcionar: compraba chocolates en forma de monedas, vaciaba cuidadosamente el contenido, dejando el papel metálico intacto; se comía el chocolate, llenaba de agua el envoltorio y lo ponía en la ventana, donde el frío polar lo congelaba en pocos minutos, quitaba el papel —que volvía a usar de molde— y colocaba la moneda de hielo en la calefacción. Cada mes el inspector intentaba en vano reparar el aparato… Pobres palomas, son unos pajarracos sin imaginación ni malicia. Una de ellas salió volando del Arca de Noé, después de cuarenta días de diluvio universal, y regresó con una rama de olivo en el pico para indicar que ya podían desembarcar, porque había tierra seca. No sospechaba la infeliz que cocinada en aceite de oliva terminaría sus días. Las palomas no siempre representaron tierra fértil para los judíos o paz para los cristianos, antes eran las aves asociadas con Afrodita, Astarté y Juno, diosas de la sexualidad. En la mitología de la India representan cópula y vida. Con Panchita habíamos decidido no incluir recetas de palomas en este libro, para no herir susceptibilidades de personas religiosas ni de amantes de la fauna metropolitana, pero no pudimos resistir la tentación.
A simple vista estos pájaros son todos iguales, pero hay palomas torcazas disfrazadas de perdices, palomas cotorras que molestan al amanecer, palomas turísticas de plazas y catedrales, palomas guerrilleras que defecan en los balcones y, por supuesto, palomas mensajeras. A todas es posible atraerlas con migas de pan y echarles el guante apenas se descuidan para luego meterlas al horno con esta antigua receta: