Tómese una olla grande de barro, de hierro o de aluminio grueso y tapice el fondo con una capa de hojas de espinaca, cebollas medianas ligeramente doradas y pinchadas con varios clavos de olor, un ramo de hierbas olorosas, sin olvidar el romero y el laurel, y unas cuantas zanahorias escogidas con buen ojo, nabos, pimientos y dientes de ajo. Proceda enseguida a dorar en una gran sartén, con método y entusiasmo, unas chuletas de cerdo ahumadas, pedazos de gallina tierna y descuerada, y salchichón de la mejor calidad, que luego pondrá en capas ordenadas en la olla, empezando por las chuletas y terminando con el ave. De la noche anterior habrá dejado remojando garbanzos, que una vez quitado el hollejo se meten en una bolsa de malla, para que no se le desparramen por el guisado. Los garbanzos contribuyen al sabor y a la diversión: si quedan duros, los bacantes pueden jugar a dispararlos como proyectiles, y si quedan blandos, son deliciosos y afrodisíacos. Espolvoree sal, pimienta y unas gotas de tabasco o chile picante y vierta media jarra de vino blanco seco. Cubra la olla con un paño limpio, coloque encima varios tomos de la Enciclopedia Británica o un ladrillo para que el vapor no se escape. Déle un hervor fuerte por quince minutos, mientras sus invitados a la orgía se animan con vino y ostras frescas. (La ventaja de las ostras, además de su poder estimulante, es que abrirlas será una tarea de equipo. No conviene ponerlas en el curanto porque crudas son mucho mejor). Al cuarto de hora, destape la olla y coloque papas medianas limpias y con piel, también pescado cortado en trozos con cabeza y cola —atún, congrio, pez espada y otros de carne suculenta y firme— y culmine con los mariscos, empezando por los de cocción más larga, como cangrejo, camarones, cholgas y terminando en las almejas y los mejillones, todos bien lavados, por supuesto, para que el caldo no se llene de arena. Use tantos mariscos frescos como encuentre, crustáceos y moluscos en sus conchas, pero omita la langosta porque se nota mucho cuando está viva y no se puede poner muerta en la olla. Los calamares contribuyen a la sustancia del caldo, así como el jugo de un limón grande y unas ramitas de cilantro, más granos de pimienta y otra jarra completa de vino blanco. Tape la cacerola como antes, incluyendo la Enciclopedia o el ladrillo, y cocine por media hora más, esta vez a fuego suave.
Al destapar la olla saldrá una fragante columna de vapor que se elevará hasta el cielo como una ofrenda sagrada, y luego de comer las presas empezando por las más livianas y terminando por las costillas de cerdo, se llega al néctar olímpico acumulado al fondo de la olla, esencia y espíritu de todos los ingredientes, bien sazonado y caliente, que se bebe con prudencia en jarritos de barro, sabiendo de antemano que intoxica el alma y desata la lujuria para siempre.