GUISO AFRODISÍACO DE LA TÍA BURGELO simple curanto en olla

El curanto proviene de la Polinesia. Lo comí por primera vez en isla de Pascua, donde al anuncio de curanto acuden a la playa, con sus instrumentos musicales y sus guirnaldas de flores, todos los habitantes de la isla, incluyendo los pocos leprosos que aún quedan. El evento comienza a media mañana, con una fogata para calentar grandes piedras. Los hombres más jóvenes cavan un hoyo de un par de metros de largo por uno de ancho, amontonando a un lado la tierra extraída; entretanto las mujeres preparan los ingredientes, los niños lavan hojas de banano y todos chacotean y hablan a gritos. Sobre unos mesones de madera se apilan los alimentos: un cordero entero trozado y en adobo, salchichas y chuletas de cerdo, pilas de pollos marinados en limón y hierbas, pescados de todas clases, langostas apenas aturdidas, mariscos, papas y maíz. Cuando calculan que las piedras están bien calientes, a eso de media tarde, las echan al fondo del hoyo, ponen enseguida unas tinajas de barro donde se juntarán los caldos y jugos del cocimiento, y van apilando encima los ingredientes del portentoso curanto. Por último cubren el guiso con paños limpios mojados y encima varias capas de hojas de banano, que sobresalen del orificio como una manta. Sobre las hojas apalean la tierra que antes excavaron y luego se sientan a esperar que ese paciente calor obre el milagro poco a poco. No se trata de una espera tediosa, porque corre la bebida, pisco con jugo de piña o cocacola tibia con ron, suenan los instrumentos de cuerdas y percusión, cantan, cuentan historias y coquetean sin límite de edad, mientras los escasos turistas alemanes o japoneses toman fotos del humo en el hoyo y, discretamente, de los leprosos. No sé cómo realizan los cálculos para que el punto exacto de cocción del curanto coincida con la puesta del sol.

Isla de Pascua, llamada por los nativos El Ombligo del Mundo, está a seis horas en jet del punto habitado más cercano: Tahití o la costa de Chile. Nació del vómito telúrico de los más remotos volcanes submarinos; es una roca perdida en medio de un océano infinito, ausente de los mapas, lejos de todas las vías de navegación. Tres volcanes determinan su materia y su magia. Hay un punto magnético en la isla donde dejan de funcionar los relojes y los instrumentos de medición, las brújulas giran enloquecidas y se puede ver el horizonte del planeta en un círculo completo: trescientos sesenta grados de mar y cielo y soledad. En las noches de luna se ven los delfines jugando entre las olas plateadas; en las noches sin luna, oscuras como el más negro terciopelo, es posible contar las estrellas que aún no han nacido. Durante la puesta del sol, los moais, gigantes de piedra volcánica esculpidos por hechiceros antiguos, se vuelven rojos. A esa hora los jóvenes quitan la tierra con palas y las muchachas levantan cuidadosamente las hojas de banano. Aparecen los paños blancos sin una partícula de tierra y al destaparlos una bocanada inmensa de un olor maravilloso recorre la playa. Alrededor del hueco se produce un instante de silencio, hasta que el vapor se levanta y aparecen las conchas abiertas de los moluscos y los crustáceos colorados, entonces un inmenso clamor celebra el curanto. Las mujeres mayores, gordas, solemnes, poderosas, sacan las presas y las van colocando en los platos. Las primeras son para los leprosos, que esperan a cierta distancia. Y así van emergiendo por capas los tesoros de aquel hoyo, empezando por los productos del mar, siguiendo por las carnes y vegetales y terminando, por último, en el caldo de las marmitas de barro, que se sirve hirviendo en vasitos de cartón. Un sorbo equivale a media botella de vodka al seco. Quien ha probado ese caldo, esencia concentrada de todos los sabores de la tierra y el mar, no podrá conformarse nunca más con otros afrodisíacos. Nadie sería capaz de describir el sabor, sólo se habla de su efecto: es una explosión de dinamita en la sangre.

Escribí Eva Luna en un apartamento en el corazón de Caracas, donde era imposible hacer un verdadero curanto. Tratando de imaginar una receta que tuviera el poder afrodisíaco del de isla de Pascua, se me ocurrió copiar la idea en una olla, ocurrencia nada original, puesto que otros más expertos ya lo habían intentado con éxito. Este plato no sólo es estimulante por la calidad de sus ingredientes, lo es sobre todo por la atmósfera de bacanal que la preparación implica. La euforia comienza mucho antes de probarlo. Como no pude encontrar una olla de barro del tamaño necesario, compré el recipiente de aluminio más grande que encontré, no tanto ancho como alto, provisto de una buena tapa, y me lancé a la tarea de experimentar una y otra vez, añadiendo y quitando, hasta conseguir un guiso similar al que había probado en isla de Pascua. El curanto en olla requiere la misma laboriosa preparación de los ingredientes que el del hoyo en la tierra, pero se cocina rápido, por lo mismo se debe prestar atención especial a la sazón, ya que no se cuenta con el lento trabajo de las piedras calientes. Esa suave alquimia extrae el espíritu de los ingredientes y lo destila en el caldo. La tierra, las hojas de banano, el humo y el tiempo de cocción le dan al plato pascuense un sabor inimitable. En mi cocina de Caracas no quedaba igual, hasta que perdí la timidez y a punta de hierbas y especias logré un dinamitazo similar al del curanto de la playa en isla de Pascua. Así nació la receta afrodisíaca de la tía Burgel que no me atrevo a ofrecer, porque Panchita tiene una mucho mejor.

Una bacanal es algo delicado, por lo tanto invite cuidadosamente. No todo el mundo es apto para desenfrenos. Descarte a los solemnes, a los tontos de capirote, a los muy religiosos o muy casados, a los hipocondríacos y a los melancólicos. De los que quedan, seleccione a los de constitución robusta y disposición abierta. Para evitar malentendidos, notifíqueles por escrito la hora, el lugar y las condiciones de la fiesta, agregando al pie de la nota el reglamentario RSVP, así sabrá cuán abundante deberá ser su curanto; nada más bochornoso que interrumpir una orgía para pedir pizza. Si sus finanzas andan como las mías, le sugiero que acepte contribuciones: un kilo de calamares, un salmón, salchichas, langostinos, una gallina soltera y, por supuesto, vino en abundancia. A medida que los amigos llegan, páselos a la cocina para que ayuden con los preparativos, allí la fiesta comienza. Con el pretexto de evitar mancharse mientras limpian mariscos, pelan cebollas y pican pollos, pueden empezar temprano a aligerarse de ropa; música alegre y vino son de rigor, otros afrodisíacos son optativos.