2012

La última vez que estuve en el tanatorio del pueblo había sido cuando murió la abuela de Alfredo, más de diez años atrás. La señora Teodora era una de las fuerzas vivas del lugar, por lo que recordaba la aséptica sala de espera llena con toda la gente que la conocía. A algunos de ellos nunca los había visto en mi vida, y Alfredo tampoco. Había vivido con su abuela hasta el día que se murió, había contemplado cómo se deterioraba y caía cuesta abajo aquella mujer que, cuando tenía sesenta años, parecía que tenía cincuenta y, cuando tenía setenta, no le echabas más de sesenta, Era la única familia que le quedaba, y en cierta manera, Alfredo había salido a ella: siempre activo, sin pelos en la lengua, amistoso con todo el mundo, excepto con los miserables, sobre los que te advertía y de los que te alejaba.

Me quedaba en la memoria con la imagen de los cuatro y de cómo habíamos terminado hablando de lo mismo de siempre, de los tebeos que estábamos leyendo en ese momento y de lo que estaba pasando en el mundillo, algo que, creo, sirvió a nuestro amigo para evadirse, para olvidarse un poco de todo aquello y que pasara cuanto antes. Recuerdo que acababan de salir los primeros números de The Ultimates, que venía a ser una actualización de Los Vengadores, y todos andábamos entusiasmadas con el tebeo, hasta Roberto, que aquello de que le tocaran los orígenes de sus personajes favoritos le parecía una ofensa poco menos que religiosa. Trataba de disimular su enfado, que le costaba mucho conjugar con el hecho de que, a fin de cuentas, aquel cómic fuera uno de los mejores paridos que habíamos leído nunca.

The Ultimates es una colección muy buena, como todas las de la línea Ultimate. A mí no me gustan, pero son muy buenas.

De aquel prodigioso invento de Mark Millar y Bryan Hitch había algo que llamaba nuestra atención particularmente. Justo Manuel fue el que verbalizó el pensamiento, en el que todos estábamos de acuerdo, aunque todavía no nos hubiéramos parado a pensarlo.

—Es una película. Estoy convencido de que Millar lo que quería hacer es una película.

Se habían estrenado X-Men y Spiderman, y estaba a punto de llegar X-Men 2. Marvel había salido de la peor crisis de la historia, de manera que sus personajes por fin estaban llegando al cine tal y como siempre habíamos soñado. Sin embargo, por mucho que nos gustasen aquellas pelis, había un gran problema, que entonces se antojaba como irresoluble. Desde la bancarrota en la que se encontraba, la editorial vendió los derechos de sus héroes a diferentes sellos cinematográficos. Todavía faltaba mucho para que la propia Casa de las Ideas se transformara por sí misma en un estudio, con lo que la única manera de que los planes salieran bien consistía en buscar acuerdos con Fox, con Sony, con Universal, con cualquier productora que estuviera dispuesta a acometer la inversión necesaria. Los resultados de aquella estrategia estaban siendo excelentes, salvo por el detalle de que el reparto entre varias empresas impedía formalizar aquello que tanto nos había enamorado de esos cómics: un cruce entre ellos. Que vivieran en el mismo mundo, se encontraran, se dieran la mano (o mejor todavía: un par de hostias) y acabaran formando un grupo, como Los Vengadores. Justo lo tenía muy claro.

—El Millar seguro que se paró a pensar en eso cuando vio X-Men y tuvo que hacer Ultimate X-Men. Pero resultaba que los derechos de Hulk los tenía Universal, los del Capitán América se los habían vendido a fulanito, los de Iron Man a menganito, los de Thor a zutanito… y así es imposible. ¿Qué es lo que pasa entonces? Que va el tío y dice: «Pues la hago yo, y la hago en cómic». Y así es como se puso a hacer The Ultimates. Podéis estar seguros de ello.

Es curioso que, lo que nos parecía imposible en 2002, se había convertido en toda una realidad en 2012. En los años mediantes, Marvel había recuperado los derechos de todos aquellos personajes, había reunido suficiente dinero para hacer sus propias películas, había sido absorbida por un gigante como Disney y, por fin, había puesto en las pantallas su propio universo, el que componían las películas de Iron Man, Thor, Capitán América y Hulk y que encontraba sentido con la superproducción que acaba de estrenarse, Los Vengadores. No había pensado en ella desde que me enteré de la muerte de mi amigo, pero ahora, en aquella concatenación de ideas, había vuelto hasta la peli para darme cuenta de lo mucho que se parecía a The Ultimates para concluir que Mark Millar y Bryan Hitch se habían adelantado a su tiempo y que Justo Manuel lo supo ver antes que ninguno.

Eran las cuatro de la tarde cuando llegamos al tanatorio y allí se habían quedado un par de familiares, de guardia, mientras el resto estaba comiendo y descansando un rato porque esa tarde iba a ser cuando más gente apareciera por allí. Me sorprendió mucho ver que era ella una de las personas que se habían quedado atrás, después de todo lo que había pasado. Estaba sentada, con los ojos rojos y la mirada perdida de alguien que sólo espera superar el mal trago lo antes posible. Llevábamos allí un minuto, como mucho, y habíamos saludado a don Jesús, que fue al primero al que vimos.

—¿Cómo estáis, chicos?

—Vamos tirando, don Jesús. ¿Y usted?

—Pues mira, con veinte dolores y no se me lleva ninguno.

—No diga eso, hombre.

—Es que no está bien, Justo Manuel. No está nada bien. Que se mueran los chavales y nos quedemos los viejos.

—Así son las cosas.

Debió reconocer nuestras voces y entonces levantó los ojos, nos miró, se levantó y se acercó a nosotros.

—Silvia. ¿Cómo es que te han dejado a ti sola?

No contestó. Se abrazó a nosotros, mientras le caían lágrimas por la cara.