Estoy en la mesa del rincón con Bertol Sangroniz, Deunoro Etxe, Martín Larreko, Lander Bukua, Antón Basurto y Martico.
—¿Será verdad que en aquel tiempo los vecinos ponían sobre el tocho comida y bebida para que todos comieran y bebieran gratis? —dice Bertol Sangroniz.
—En mi cocina siempre se ha contado eso, y en mi cocina no se cuentan mentiras —digo.
—En mi cocina también lo he oído alguna vez —dice Martico.
—No se le puede quitar a Zacarías Ermo lo bien que se las maneja detrás del mostrador. Mirad, mirad: puede servir una fila de txikitos mirando al techo —digo.
—Es como ver a los titiriteros haciendo comedias en la plaza —dice Martico.
—Y cogiendo los dineros aún es mejor. Les echa mano, los mete en el cajón y devuelve los cambios, todo sin mirar. Al tacto. Y si alguna vez se equivoca nunca es en su contra. Da gusto verle —digo.
—Ha nacido para tabernero —dice Antón Basurto.
—Sí, Pellejo, pero en otro mostrador, no en ése, que es de todo el pueblo y no de él sólo. Aquí están Martín Larreko y Deunoro Etxe, que tienen más derecho que ninguno a gritar que el mostrador es suyo, pero que callan porque las Juntas aún no han decidido si las cosas encontradas en la playa pertenecen a quien las ve primero o a quien las sube con sus bueyes, de manera que el mostrador todavía no es de nadie y es del pueblo, pero ahí está Zacarías Ermo usándolo como si fuera más suyo que sus cojones y sacándole el jugo. ¿Vamos a consentir que se siga riendo de nosotros ante nuestras propias narices? ¿Somos hombres? ¿Es de hombres cruzarse de brazos cuando nos explotan? —digo.
—¡Denunciémosle a la autoridad! —dice Lander Bukua vaciando de un trago su vaso.
—¿Autoridad? La autoridad está con él. ¿No os he dicho mil veces esta mañana que lo único que nos cabe hacer es unirnos para obligarle a devolver al pueblo lo que es del pueblo? Bueno, devolverlo o repartirlo. Recuerdo que aquellos de las minas hablaban de reparto —digo.
—¿Cómo se puede repartir un tronco?, ¿haciendo astillas y dando una a cada uno? —dice Bertol Sangroniz.
—Cómo se ve que no habéis andado entre socialistas… Ellos no hablan de llevarse cada uno a casa un cacho de las minas y las fábricas sino de repartir el dinero que se saca de ellas y se queda el amo. Zacarías Ermo guarda en su bolsa un dinero que es de todos —digo.
—Las cosas están así desde hace mucho tiempo —dice Martín Larreko.
—Demasiado —dice Deunoro Etxe.
—Creí que no ibais a hablar nunca los únicos que tenéis derecho sobre el tocho —digo.
—Si Martín Larreko y Deunoro Etxe son los únicos que tienen derecho sobre el tocho, ¿por qué dices que el tocho es del pueblo? —dice Antón Basurto.
—Porque el tocho es del pueblo hasta que los de Gernika metan en los Fueros quién se queda con las cosas que aparecen en la playa, si el que las ve el primero o el que las sube con sus bueyes —digo.
—Bueno, pero si ahora nos unimos para quitarle el tronco a Zacarías Ermo y se lo quitamos, luego tendríamos que volvernos a unir para quitárselo a Martín Larreko o a Deunoro Etxe, de modo que lo mejor será esperar a saber a quién de los tres se lo tenemos que quitar de una vez por todas —dice Antón Basurto.
—Los socialistas llamaban a eso retrasar la revolución… No podemos estar mano sobre mano mientras los de Gernika se lo piensan y Zacarías Ermo sigue sacándole tajada a lo que no es suyo —digo.
—Creo que Pellejo tiene algo de razón, porque si al final el tronco queda en manos de Martín Larreko o en manos de Deunoro Etxe, lo mejor sería que ahora… —dice Lander Bukua.
—¿… se lo quitemos ya a Martín Larreko o a Deunoro Etxe o a los dos? Pero ¿cómo se lo vamos a quitar si no es de ellos? Si Martín Larreko y Deunoro Etxe están aquí con nosotros es porque no se sienten dueños del tocho. A nadie se le puede quitar una cosa que no es suya —digo.
—Y cuando el tocho sea de ellos, ¿se lo quitaremos? —dice Bertol Sangroniz.
—¡Coño! —digo.
—Si el tocho es del pueblo, se lo tendremos que quitar —dice Antón Basurto.
—Pues no estoy muy seguro, porque a los socialistas nunca se les presentó un caso como éste. Ellos no tienen unas Juntas de Gernika a las que hay que obedecer —digo.
—¿Estás seguro de que si esa gente tuviera unas Juntas de Gernika las obedecerían? —dice Lander Bukua.
—Sí —digo.
—¿Pero no has dicho que el tronco es del pueblo? Si las Juntas de Gernika dicen algún día que el tronco es de Martín Larreko o de Deunoro Etxe se lo están quitando al pueblo y entonces tendríamos que hacer una revolución contra las Juntas —dice Lander Bukua.
—¿Contra las Juntas? —digo.
—Sólo si le quitan el tronco al pueblo como se lo ha quitado Zacarías Ermo, porque entonces las Juntas de Gernika serían como Zacarías Ermo —dice Lander Bukua.
—¿Contra las Juntas? —digo.
—Tú y Bertol Sangroniz nos habéis dicho esta mañana que los socialistas van contra las injusticias, y si las Juntas de Gernika le quitan el tronco al pueblo sería una injusticia, ¿no? —dice Lander Bukua.
—Es diferente —digo.
—Las Juntas de Gernika nunca harían una cosa así —dice Martico.
—¡Llevamos siglos queriendo que lo hagan, que digan de una jodida vez si lo que aparece en la playa es de quien primero lo ve o de quien lo sube con bueyes, burros o demonios! ¡Que se mojen el culo de una vez los de Gernika! ¡Hay apuestas esperando desde hace siglos!, dice Lander Bukua.
—Yo lo único que digo es que los de Gernika seguirán dormidos en las pajas hasta el día del Juicio y que si los socialistas estuvieran en nuestro caso no retrasarían la revolución —digo.
—¿Hasta para respirar les pides permiso a los socialistas? —dice Lander Bukua.
—Me enseñaron que tengo que sufrir viendo a Zacarías Ermo sacándole jugo a nuestro tocho —digo.
—Martín Larreko y Zacarías sí que tendrían que sufrir porque el tronco será suyo algún día. ¿Pero sufrir éstos? —dice Lander Bukua mirando a Martín Larreko y a Deunoro Etxe.
—Sí, porque a lo mejor los de Gernika ni siquiera saben lo que son los derechos adquiridos —dice Martín Larreko.
—Sí, derechos adquiridos —dice Deunoro Etxe.
—Pues lo que hay que hacer es quitarle a Zacarías Ermo todo, el tocho y los derechos adquiridos —digo.
Los de Gernika no van a saber qué hacer con los derechos adquiridos, porque el día que pasen el tarugo a Martín Larreko o a Deunoro Etxe no les podrán pasar también los derechos adquiridos, porque no les corresponden por no haber tenido nunca el tarugo, y los de Gernika se tendrán que quedar con ellos, a no ser que se los pasen al Ayuntamiento y entonces el Ayuntamiento a lo mejor reclame el Tarugo por ser ahora suyos los derechos adquiridos y entonces los de Gernika le quiten el tarugo a Martín Larreko o a Deunoro Etxe y entonces tendríamos que hacer otro sindicato para quitarle el tarugo al Ayuntamiento —dice Antón Basurto.
—Siempre es bueno tener a mano un sindicato para lo que pueda pasar. En vez de acordarnos del sindicato cada vez que nos tocan los cojones, lo mejor es montarlo de una vez y para siempre —dice Bertol Sangroniz.
—Sindicato, sindicato… Aquí nunca hemos oído hablar de sindicatos… ¿Qué es eso? —dice Martico.
—Estáis borrachos, yo también estoy borracho, los seis estamos borrachos —dice Lander Bukua.
—Los seis —dice Martico.
—¡A Zacarías Ermo no le hizo falta ningún sindicato para quedarse con el tocho! —dice Martico.
—Porque en aquel tiempo no era de nadie y él le echó mano y se lo quedó. Hoy, si el tocho lo tuviera otro, hasta a Zacarías Ermo le haría falta un sindicato para quedárselo —digo.
—El mejor sindicato son las Juntas de Gernika, que le quitarán el catafalco a Zacarías Ermo para dárselo a Martín Larreko, a Deunoro Etxe o al Ayuntamiento. ¿Te entra en la cabezota, Roque Altube? Nosotros y nuestro sindicato estamos los últimos en la lista —dice Lander Bukua.
—Os diré una cosa que no os he dicho para no asustaros —digo. Me levanto, voy al mostrador y le pido tres botellas a Zacarías Ermo, se las pago y me lo quedo mirando tanto que me dice: «No me reconoces, ¿verdad? Creo que te voy a quitar estas tres botellas, ya está bien de echaros vino dentro del cuerpo». Yo le digo: «Te pasas la vida quitando cosas a la gente», y él me dice: «Anda, vete, vete y reventad todos», metiendo el dinero en el cajón. Dejo las botellas en la mesa antes de que se me caigan al suelo—. Dios está con nosotros —digo.
Antón Basurto llena otra vez los vasos.
—He tocado el mostrador —digo.
—Te hemos visto —dice Martín Larreko.
—Es de madera de la mejor. Dura. Parece hierro —digo.
—Lo sabemos. Pero es un hierro caliente —dice Deunoro Etxe.
—¿Por qué dices que es caliente? —dice Bertol Sangroniz.
—No lo sé —dice Deunoro Etxe.
—No se la merece Zacarías Ermo —digo.
—Pero el vino que pone encima es bueno —dice Antón Basurto.
—Tú, capaz de venderte por su vino —digo.
—¡Quiá! ¡Antón Basurto es fiel a lo que sea hasta la muerte! —dice Antón Basurto.
—¿Qué es eso tan terrible que nos querías decir? —dice Lander Bukua.
Vacío otro vaso y les miro y ellos vacían sus vasos y me miran.
—Las Juntas de Gernika nunca arreglarán el desaguisado —digo.
—¿Nunca? —dice Martico.
—Nunca —digo.
—¿Nunca? —dice Antón Basurto.
—Nunca —digo.
—Tardarán, pero lo arreglarán —dice Martico.
—Ni en mil años. Ni en dos mil. Y es porque las Juntas de Gernika no son un sindicato. Nunca ordenarán que el madero pase a manos del pueblo, que es lo que hace un sindicato —digo.
—Pero algún día despertarán de la siesta y dirán que el catafalco es de Martín Larreko o de Deunoro Etxe —dice Lander Bukua.
—¡Ahí está lo gordo! Aunque lo digan, Zacarías Ermo nunca perderá su madero, porque los de Gernika sólo nos dirán si pertenece a Marlin Larreko o a Deunoro Etxe para acabar de una vez con las apuestas que se arrastran desde el tiempo de Maricastaña —digo.
—Pero entonces Martín Larreko o Deunoro Etxe se lo podrán llevar su casa —dice Lander Bukua.
—¡No, coño, no se lo llevarán, porque el asunto está estancado hace demasiado tiempo y ya es tarde para que algo cambie de dueño…, sin imitar con que habría que tirar las paredes de La Venta! —digo.
—O que Martín Larreko se quedara con el tocho y La Venta —dice Martico.
—¡A Zacarías Ermo no se le saca de La Venta ni con todas las llamas del mundo mordiéndole el culo! —dice Lander Bukua.
—Apuesto mi vaca a que el tocho es de Martín Larreko y que sus bueyes lo podrían arrastrar hasta su casa…, pero que no se lo llevará dice Antón Basurto.
—¡No empecemos, no empecemos, que tenemos entre manos algo mucho más grave que las apuestas! —digo.
—Si algo hay libre en nuestra tierra son las Juntas de Gernika y pueden ordenar cualquier cosa, incluso que el catafalco es de Deunoro Etxe y que se lo puede llevar a su casa —dice Bertol Sangroniz.
—¿Con qué bueyes? ¿Con qué bueyes? ¡Apuesto mi cerdo a que ni los bueyes de Martín Larreko sacarían el tocho de La Venta ni para él ni para el otro, porque no habrá ocasión! —dice Antón Basurto.
—¡He dicho que no empecemos, coño! ¡Y menos gritos! —digo.
—¡Tú eres el que gritas! —dice Antón Basurto.
—El sindicato debe ser secreto hasta que arranquemos —digo.
—Me gustaría ver el sindicato —dice Martico.
—¡Tú eres el sindicato! Y Martín Larreko y Deunoro Etxe y Lander Bukua… ¡todos somos el sindicato! —digo. Y digo también—: Creo que es el momento de echar a andar, porque se dan las condiciones.
—¿Qué condiciones? —dice Lander Bukua.
—Las condiciones —digo.
—Roque estuvo con los socialistas y sabe lo que se hace —dice Martico.
—Hay que arrancar —digo.
—¿Por dónde? —dice Lander Bukua.
—Cerramos la puerta de La Venta y que no entre nadie. Cosas así hacían ellos en las huelgas. Cuando Zacarías Ermo no venda nada, tendrá que cerrar —digo.
—¿Y mañana? —dice Lander Bukua.
—Mañana ya veremos qué condiciones hay —digo.
—Yo tengo otro plan: quemar La Venta —dice Lander Bukua.
—Se quemaría también el mostrador y el sindicato ya no podría devolverlo al pueblo —digo.
—¿Por qué no te callas, Lander Bukua? —dice Martín Larreko.
—Adelante —digo. Vacío la botella en los vasos y todos bebemos—. ¡Eúp! —Me levanto y me siguen hasta la puerta. Me vuelvo a mirar a Zacarías Ermo y a los cuatro que se apoyan en el tocho—. Afuera todos, que voy a cerrar La Venta.
—No es la hora —dice uno de los cuatro.
—¿Qué pasa, pues? —dice Zacarías Ermo.
—Te voy a cerrar La Venta —digo.
—¿Tú? La Venta siempre la cierro yo y aún no es la hora —dice Zacarías Ermo.
—No es la hora —dice uno de los cuatro.
—¡Cerrar La Venta! ¿A quién se le ocurre? Sois como chiquillos. Hale, mejor si os vais a casa —dice Zacarías Ermo.
—¡Que salga el que no quiera dormir aquí! —digo, agarrando la puerta.
—¿Qué te pasa, Roque? —dice otro de los cuatro.
—Es un asunto entre Zacarías Ermo y nosotros —digo.
—La Venta no se cierra. Hay gente que está dentro y gente que entrará —dice Zacarías Ermo.
Empujo a los del mostrador hacia la puerta.
—Es un asunto entre Zacarías Ermo y nosotros —digo.
—¡No sois los dueños de Getxo! —dice Zacarías Ermo.
—¡Tampoco tú eres el dueño del catafalco! —digo.
—¿Qué dices del catafalco? —dice Zacarías Ermo.
—Que no es tuyo —dice Lander Bukua.
—Es de Martín Larreko o de Deunoro Etxe —dice Martico.
—¡Es del pueblo! —digo.
—Queremos devolvérselo al pueblo —dice Bertol Sangroniz.
—Vamos a sentarnos a hablar —dice Zacarías Ermo.
El único que queda dentro de La Venta es Zacarías Ermo. Cierro la puerta y Bertol Sangroniz, Martín Larreko, Deunoro Etxe, Martico, Antón Basurto, Lander Bukua, los otros y yo quedamos fuera.
—Esto no está bien, Roque —dice uno de los cuatro.
—Las revoluciones traen molestias. Lo hacemos también por ti, por lodos vosotros. El tocho es del pueblo, pero el único que lo tiene es Zacarías Ermo —digo.
—¿Para qué quiero yo un mostrador? —dice uno de los cuatro.
—¡Para que no lo tenga Zacarías Ermo! —dice Lander Bukua.
—Para que vuelvas a beber vinos sin pagar —digo.
—Yo siempre he pagado mis vinos —dice el mismo de los cuatro.
—Porque tuviste la mala suerte de nacer cuando el mostrador ya era de Zacarías Ermo. Antes, la gente de Getxo bebía y comía sobre el mostrador sin pagar nada —digo.
—¿Me puedo unir a vosotros? —dice ése de los cuatro.
—Ya eres del sindicato —dice Bertol Sangroniz.
—¿Qué es eso? —dice otro de los cuatro.
—Explícaselo —digo a Bertol Sangroniz y los dos van junto al Roble de la campa y se sientan.
—¡Que alguien llame a los guardias! —se le oye gritar a Zacarías Ermo. Tira de la puerta, pero yo tiro más y no la abre.
—¿Es que no podemos entrar? —dicen unos que llegan.
—No. Es un asunto entre nuestro sindicato y Zacarías Ermo —digo.
—Tenemos sed —dicen los que han llegado.
—Las revoluciones traen molestias —digo.
—¡Roque Altube se ha vuelto loco! ¡Guardias, guardias! —se oye gritar a Zacarías Ermo.
—Tranquilos. La Venta estará cerrada hasta que en el mostrador se sirvan las cosas gratis. Tranquilos —digo.
—¿Qué le ha hecho Zacarías Ermo al sindicato para que le tratéis así? ¿Qué es un sindicato? —dicen muchos.
—Sentaos por ahí para que os hable de la revolución —digo.
I… si… do… ra.