XIII

Por un instante se le cruza la idea de dejar el cuerpo en la puerta de la vivienda que ocupan los caseros y que ellos se encarguen de dar explicaciones. Pero no. No es un pensamiento inteligente. No lo está haciendo bien. Sabe que lo mejor es que nadie lo encuentre dentro de los límites de la propiedad.

Envuelve el cadáver con dificultad. Le cuesta, no pensaba que pudiera pesar tanto. Transpira por el esfuerzo. Se pasa una mano por la frente para correr algunas gotas de sudor, y un surco rojo le adorna la cara sin que se dé cuenta. De pronto el cuerpo se le resbala de las manos y escucha el golpe seco de la cabeza pegando contra el pasto. Su primer pensamiento es preguntarse si le habrá dolido, pero al instante comprende que a ese hijo de puta ya nunca nada volverá a dolerle. Y lo que es más importante, él ya no podrá causarle dolor a nadie más.

Siente el impulso de patearlo hasta descargar toda su bronca, pero hace un esfuerzo por detener esos pensamientos. Debe concentrarse en lo que está haciendo.