Fernando es un buen tipo. Un hombre inteligente que siente por él un cariño, más hijo de la gratitud que del conocimiento. Sabe que Pablo rescató a Helena de un presente difícil y un destino oscuro y la ayudó cuando todo parecía darle la espalda. Cuidó de ella y de su hija y las fue acompañando en la construcción de una vida mejor. Desde aquel primer departamento que les alquiló, hasta hacerse cargo del pago del colegio de Juliana, todo había cambiado para ellas e incluso había sido el causante de que Helena y él se conocieran. Y Fernando ama a su mujer. Por eso, aunque sabe que la amistad es entre ellos, de alguna manera se siente parte de esa comunión.
—Sentate, por favor.
—Gracias. Sé que tenías un día terrible.
—No te preocupes. Más terrible hubiera sido al llegar a mi casa si te hubiese dicho que no. —Ambos sonríen—. Pero dale, hacémela corta. ¿De qué se trata?
—Ok, voy al grano: ¿Qué podés decirme de Roberto Vanussi?
Sus ojos apenas se mueven, pero lo suficiente como para que Pablo detecte que ese nombre no le es indiferente. Fernando se toma unos segundos antes de hablar.
—¿Y vos qué tenés que ver con ese tipo?
—Por ahora nada —responde y se queda en silencio.
—Y lo mejor sería que continuara siendo así.
—¿Por qué lo decís?
—Mirá, Vanussi era una persona muy poderosa que hace unos días apareció muerta en una zanja. Debo haberlo visto no más de cuatro o cinco veces en mi vida y siempre en alguna reunión social o de negocios, jamás a solas. No era de esos tipos con los que me gusta juntarme.
—¿Por qué?
—Básicamente porque era una basura. Un tipo sin códigos o, mejor dicho, con códigos de mierda.
—Códigos mafiosos querés decir.
—Exactamente. —Toma un trago de agua. Es claro que no le gusta hablar del tema. Está tenso y se le nota—. Vanussi tenía contactos con gente importante. Diputados, senadores, gente de la policía y por supuesto empresarios como él. En apariencia se movía en los negocios inmobiliarios, pero eso no era cierto o, al menos, no era toda la verdad.
—¿Qué querés decir con eso?
—Que esos negocios existían, pero de ningún modo eran la fuente de su fortuna.
—¿Ah, no? ¿Y cuál era, entonces?
Fernando lo mira y se queda callado. Frunce el ceño y un gesto de tensión le invade la cara. Empieza a no disfrutar de esta charla que va tomando un giro desagradable, y da la impresión de estar sopesando cada palabra antes de hablar.
—Se decían muchas cosas acerca de sus negocios.
—¿Podés contarme?
—Mirá, a mí no me consta que así fuera, pero… —se detiene nuevamente.
—Fernando, mirame. Soy yo. El amigo de tu mujer, el tipo que va a tus cumpleaños. Ésta es una charla de amigos y todo lo que hablemos queda acá. Nadie va a enterarse de nada de lo que me digas.
—No estés tan seguro. No me preguntes cómo, pero estas cosas siempre se saben.
Lo nota nervioso y eso no le gusta, ni le sirve.
—Relajate, por favor, que no estás prestando declaración en un juzgado ni te voy a exigir pruebas. Simplemente quiero saber en qué me estoy metiendo si es que acepto un encargo profesional que me hicieron. Así que calmate y hablá con toda confianza.
Fernando suspira.
—Vanussi no andaba en nada bueno, eso es seguro. En apariencia manejaba algunos negocios… de la noche.
—Explicate. ¿Putas, droga, juego… a qué te referís?
—A todo eso que estás diciendo. —Lo mira fijamente—. Vos te imaginás que esos negocios no pueden hacerse sin estar arreglado con gente poderosa. Y en este caso en particular debe tratarse de gente muy poderosa, porque no te estoy hablando de un cabaret ubicado a la entrada de un pueblito de mierda, sino de algo grande en lo que están metidos clientes que de ninguna manera son los camioneros que paran a tomarse un whisky berreta en la ruta 3. Incluso…
—¿Incluso qué?
—Te repito que no tengo pruebas de nada de lo que te estoy diciendo, que son sólo comentarios.
—Sí, ya me lo dijiste.
Suspira y baja la mirada. Pablo ve que aprieta un puño en un gesto involuntario. Comprende que Fernando no está convencido de seguir hablando e, incluso, que es probable que tenga miedo de hacerlo.
—Vos sabés que hay tipos a los que les gustan las pibas jovencitas —se detiene—, muy jovencitas.
—¿Me estás diciendo que Vanussi estaba metido en el tema de la prostitución infantil?
Fernando se pasa la mano por la frente y se seca la transpiración. Está alterado. Vuelve a llenar su vaso con agua y toma hasta la última gota.
—Rubio…
Jamás en la vida lo llamó de esa manera y comprende que está buscando sentirse resguardado por una cercanía amistosa.
—¿Qué?
—Entendé que esto es algo muy pesado.
—Lo entiendo perfectamente.
—Pero no te voy a explicar a vos acerca de estas perversiones.
La frase intenta sonar como una broma sin conseguirlo.
—No, claro. Y por supuesto, los clientes y encubridores de todas estas cosas…
—No —lo interrumpe—, no me pidas nombres.
—¿Los tenés, acaso?
Sus ojos se cruzan un instante, pero Fernando desvía la mirada.
—Está bien. Pero al menos decime, ¿esos nombres hasta dónde llegan?
Silencio.
—Alto, Pablo. Más alto de lo que podés imaginar.
Asiente. Fernando está siendo sincero y es claro que no quiere seguir hablando. Lo está incomodando y no es ésa su intención. Se da cuenta de que quiere que se vaya, que su presencia le molesta y que no desea prolongar más este encuentro.
—Una sola cosa más.
Suspira.
—Decime.
—Te quería pedir un favor.
—Dale.
Pablo formula un solo y simple pedido, pero la cara de Fernando se transforma. Sabe que en este momento preferiría no haberlo recibido nunca en su oficina. Pero es él. El amigo que salvó la vida de su esposa. Piensa si, de todas maneras, esto no excede los límites de la gratitud, pero quiere que se vaya ya mismo y, con tal de que lo haga, es capaz de darle cualquier cosa.
Da vuelta las hojas de su agenda hasta encontrar lo que está buscando. Toma un papel y escribe algo. Lo dobla y se lo entrega. Pablo no pregunta nada más. Sólo agradece y se retira dejando tras de sí a un hombre inquieto y preocupado.
Mientras se dirige al ascensor empieza a intuir que se está metiendo en algo demasiado grande para él. Cuando llega a la vereda mira el papel que aún lleva en la mano. Justo en la puerta hay un cesto de basura. Sólo tiene que tirarlo y olvidarse del asunto. En cambio lo guarda en su bolsillo, saca su teléfono celular y hace una llamada.