XI

Sentado en el borde de la cama mira cómo Luciana termina de arreglarse frente al espejo del baño. Se cepilla el pelo que le llega a la cintura y acaricia apenas la curva de su cuerpo. Le cuesta dejar de mirarla. Aún no puede bajar a la realidad. Todo sucedió de un modo inesperado y mágico. Ella se acerca más al espejo y corrige un último detalle. Conforme con lo que ve se pone los anteojos y camina hacia él. Se arrodilla en el piso y apoya la cabeza sobre sus piernas. Él juega con su pelo y durante unos minutos ninguno de los dos dice nada.

—No es necesario que te diga que no acostumbro a hacer esto todos los días, ¿no?

Pablo se encoge de hombros.

—Lo único que me importa es que lo hayas hecho hoy conmigo.

Ella sonríe.

—¿Te cuento? Me llamo Luciana Vitali. Tengo veintiocho años, estudio psicología y vivo sola en Buenos Aires. Mis viejos son de Junín. Yo me vine a estudiar hace tres años y desde entonces trabajo en la Clínica Ferro.

—Tuviste suerte. No es fácil entrar allí.

—Un amigo de papá me hizo el contacto. Me gusta el trabajo. Estoy cerca de la que será mi profesión y me tratan con respeto. Mi cargo es el de secretaria privada del director —él la mira asombrado; ella sonríe—, pero prefiero ejercerlo desde el mostrador de entrada para poder tener contacto con los pacientes y sus familias. Es algo enriquecedor para mí. —Pablo piensa que a Luciana, como a él, también le seduce la angustia—. Me pagan muy bien y además tengo las tardes libres para estudiar —lo mira sensualmente— o para algunas otras cosas, como hoy. —Él la acaricia con ternura—. ¿Te puedo hacer una pregunta?

—Hacela.

—Varias veces me tocó llamar a tu asistente de parte del doctor Ferro para invitarte a dar una charla o dictar un taller en la clínica y la respuesta siempre fue la misma. Con gran amabilidad me dijeron que no. Yo, debo confesártelo, en cada una de esas oportunidades sentía una gran desilusión. —Lo mira fijamente a los ojos—. Tenía muchas ganas de conocerte. Te admiro, de verdad.

—Gracias. Pero ¿cuál es la pregunta?

—¿Por qué si jamás aceptaste venir a la clínica, ni siquiera por dinero, que entre paréntesis iba a ser mucho, hoy apareciste así, de la nada, como pidiendo permiso?

Piensa un poco antes de responder. Es evidente que ella no está al tanto de los intereses que lo llevaron a reunirse con Rasseri.

—¿Conocés a Javier Vanussi?

—Claro, es uno de nuestros pacientes vip. Cruzamos algunas palabras cuando venía a ver al doctor Rasseri, y siempre fue muy amable conmigo. En la clínica, como te imaginarás, las cosas se manejan con una gran discreción. Después de todo se trata de un psiquiátrico y a la gente, vos lo sabés mejor que yo, la locura le da miedo o vergüenza. De todas maneras no pude evitar enterarme por los diarios de lo que hizo.

Se detiene.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es que los mecanismos de la mente no dejan de sorprenderme. Jamás hubiera creído posible que Javier fuera capaz de algo así. A pesar de sus dificultades parece un chico bueno y amable. Da la impresión de ser incapaz de dañar a alguien.

Pablo simplemente la mira. Nota que sus ojos se entornan apenas y el tono de su voz se vuelve más grave.

—Pero ¿qué tenés que ver vos con toda esta historia de los Vanussi?

—Por ahora nada, pero me ofrecieron algo que no me decido a aceptar. —Luciana lo interroga con la mirada—. Ser perito de parte para argumentar que Javier no es imputable por ese crimen. —Ella sonríe—. ¿Qué pasa?

—Es un caso demasiado sencillo para un profesional como vos.

—¿Por qué decís eso?

—Porque hasta yo podría hacerlo. Basta con hojear la historia clínica de Javier para tener todos los elementos necesarios para demostrarlo.

Pablo la mira sorprendido.

—¿Y vos cómo sabés eso? ¿Acaso te permiten tener contacto con las historias clínicas de los pacientes?

—Sí. El doctor Ferro es muy meticuloso y supervisa cada caso. Yo, como ya te dije, soy su secretaria privada y fui elegida para encargarme de volcar las historias clínicas a los archivos computarizados para que queden guardadas y legibles por si él quiere verlas.

—Pero ésa es una información sumamente confidencial. ¿Cómo es que no la guardan de manera codificada?

—Por supuesto que está codificada, pero yo tengo la clave. Después de una larga charla con Ferro y Rasseri en la que me transmitieron la confianza que estaban depositando en mí y me instruyeron de lo importante que era la reserva acerca de la información que iba a pasar por mis manos, me dejaron a cargo de eso. —Pablo la mira en silencio—. ¿En qué te quedaste pensando?

—En que Rasseri no me permitió ver la historia clínica de Javier y evadió mi pregunta acerca de la medicación que estaba tomando en la época en la que se supone fue asesinado su padre.

—¿Y ése es un dato importante?

—Fundamental. Es más que obvio que en el estado en el que se encuentra en este momento, Javier no es capaz de matar ni siquiera una mosca. Por eso es primordial saber cuál era su estado en el momento del crimen.

Se hace un silencio pesado. Ella lo mira fijamente.

—¿No me estarás pidiendo que te consiga esos datos sin autorización de Ferro, verdad? Por favor, ni siquiera me lo insinúes. No sé qué estarás pensando de mí, pero lo cierto es que yo estoy acá porque sos vos, y porque por motivos personales que a lo mejor alguna vez te cuente si es que volvemos a vernos, sos alguien importante para mí. Sea como fuere, la cuestión es que yo sé por qué estoy en esta cama con vos, pero lo que no sé es por qué vos estás acá conmigo. —Breve silencio—. No sé si volveremos a estar juntos, pero sería una gran desilusión darme cuenta de que sólo me trajiste acá para intentar sacarme información.

Está inquieta, casi angustiada aunque intente disimularlo. Su labio inferior tiembla de un modo casi imperceptible y su respiración se acelera. Pablo suaviza su mirada, la levanta de los hombros y la sienta a su lado.

—Si ése es tu miedo, podés quedarte tranquila. Luciana, no es el momento de hablar de ciertas cosas. La verdad es que aún estoy muy confundido por este encuentro y no tengo la claridad para decirte lo que siento. Pero, para sacarte esa idea de la cabeza, quiero que sepas que el hombre que acabás de ver hace un instante, es alguien que no me visitaba hacía mucho, mucho tiempo. Y además… —ella le pone un dedo sobre la boca.

—Shhh… No digas nada, por favor. No te apures, ni me ilusiones. Si acaso, sorprendeme.

Luciana se acerca y lo besa. Es un beso dulce y prolongado que de a poco va perdiendo su ternura. Las manos de Pablo vuelven a acariciar los pechos firmes y bajan hasta las caderas, donde se detienen un momento. La aprieta, la huele y experimenta de nuevo esa sensación que sube por su cuerpo. No quiere irse de allí y ella tampoco, por eso lleva sus manos a la cara para quitarse los anteojos, pero Pablo la detiene.

—Dejatelos. —Luciana sonríe y obedece—. ¿Tenés que ir a la facultad ahora?

—Sí —responde mientras le muerde el cuello—. Pero confiese, licenciado, ¿usted nunca faltó a una clase?

Él asiente, la besa sin dejar de mirarla y, por un rato, el mundo vuelve a desaparecer.