Capítulo 33

Aunque estaba casi en coma, Michael sintió el tremendo impacto de su caída contra el suelo del bunker. Sus exhaustos pulmones se quedaron sin aliento y su cuerpo entero se vio recorrido por una sacudida casi eléctrica. Casi sumergido en un charco grasiento, lanzó una mirada semiinconsciente a su alrededor, mientras una nueva oleada de temblores cataclísmicos sacudía su cuerpo.

Su sangre burbujeaba y fermentaba en sus venas y arterias. Los huesos rotos se retorcían y sacudían como si estuvieran poseídos por demonios. Una sensación pulsante de enorme intensidad discurría desde las doloridas marcas de colmillos de su cuello hasta las profundidades de su cuerpo roto. El lobo herido que había dentro de su cerebro aullaba más fuerte que las explosiones y disparos que resonaban por las interminables cavernas artificiales. Sintió que el Cambio empezaba.

Y sin embargo, en medio de aquel tumulto, pudo oír la voz de Selene que gritaba algo desde las alturas.

—¡No fueron los licanos! —le dijo a un adversario desconocido, puede que el mismo que acababa de arrojarlo contra el sólido muro de ladrillos—. ¡Fuiste tú!

A pesar del dolor y el trauma de su transformación, el alma de Michael respondió a la voz de la mujer. Su acosada consciencia, perdida en el primario corazón de la oscuridad, reptó penosamente hacia la luz.

¡Selene!

Los párpados se abrieron lentamente. Unos ojos inhumanos despidieron un fulgor azul cobalto.

—¡Todo esto es culpa tuya! —acusó a Viktor.

Por vez primera desde hacía eras, una mirada de incomodidad, puede que hasta de culpa, se aposentó en las facciones del Antiguo. Se volvió hacia los Ejecutores que lo escoltaban.

—¡Dejadnos!

Los obedientes vampiros salieron sin rechistar y cerraron la puerta tras de sí. Selene se encontró a solas con su inmortal señor.

Se puso de pie y lo miró sin miedo. Michael había desaparecido, arrojado a una muerte segura delante de sus mismos ojos, así que, ¿qué podía temer?

—¿Qué vas a hacer? —lo desafió con voz cascada—. ¿Matarme, igual que mataste a mi familia? —Los siglos de odio dirigido a un objetivo equivocado teñían su voz de un estruendoso fervor—. ¿Cómo pudiste llevarme contigo después de haber matado a mi familia?

Viktor dio un paso al frente con una luz de simpatía en los ojos.

—Sí, te he quitado mucho —confesó—. Te he herido. Pero te he dado mucho más. ¿No es un trato justo por el don que te concedí? ¿El don de la inmortalidad?

La sorpresa que le produjo su confusión rompió sobre ella como una amarga marejada.

—¿Y la vida de tu hija? —le espetó—. ¿De tu propia carne y tu propia sangre?

Sus palabras golpearon a Viktor con más fuerza que las garras de un hombre-lobo. El pesar hizo más profundas las sombrías arrugas de su rostro y se volvió hacia el cadáver de Lucian, tendido todavía sobre el suelo. El Antiguo se inclinó sobre su antiguo adversario y le quitó el colgante de la mano.

Selene casi sintió lástima por él.

El Cambio volvió a hacer presa de Michael, igual que había ocurrido en el coche patrulla hacía pocas horas. Su cuerpo se retorció y se contorsionó en una serie de paroxismos que redujeron sus empapadas ropas a jirones. Los huesos fracturados volvieron a soldarse formando configuraciones nuevas. Los músculos y la piel se expandieron y su masa y densidad aumentaron a velocidad sobrehumana. Un lustroso pelo negro brotó en la piel pulsante de Michael mientras los colmillos crecían en sus encías. Salieron garras afiladas de las yemas de sus dedos y sin darse cuenta de ello empezó a arañar el suelo de roca que había bajo el charco. Su columna se estiró y retorció. Sintió que su cuerpo entero adoptaba la forma de un animal. El aullido de su bestia interior ahogó el mundo.

Viktor se levantó con lentitud junto al cuerpo del licano muerto. Lanzó una mirada al brillante colgante que descansaba en la palma de su mano. Antiquísimos remordimientos, enterrados desde hacía siglos, salieron a la superficie de sus ojos y su voz llenos de dolor.

—Yo quería a mi hija —declaró—, pero la abominación que estaba creciendo en su vientre era una traición para mí y para el aquelarre entero. —Se volvió con mirada vengativa hacia el cadáver de Lucian y pareció que sus ojos llenos de odio iban a incinerar los restos sin vida del amante de su hija—. No tenía elección.

Selene se apartó de él, sospechando que no tardaría mucho en reunirse con Sonja y Lucian en la otra vida.

Michael Corvin había desaparecido. En su lugar, había un hombre-lobo completamente transformado sobre el suelo del bunker. La lluvia bautizó al recién nacido monstruo y lo inició a una existencia nueva y alterada en sus fundamentos.

Pero la transformación no era completa.

El monstruo lupino se convulsionó violentamente y su espalda se arqueó de agonía. Sus hirsutos brazos se hundieron bajo la superficie iridiscente del charco y el agua salió despedida en todas direcciones. Un rugido de angustia brotó de las poderosas mandíbulas del monstruo mientras el Cambio empezaba a revertirse y conducía a Michael por las singulares mutaciones genéticas que había tras la evolución de vampiros y licántropos.

El aullido incorpóreo del interior de su cráneo se vio secundado por el invisible batir de unas alas coriáceas. Michael lanzó un grito con unas cuerdas vocales en plena mutación mientras sufría las contracciones natales de una forma de vida completamente nueva.

Los ojos de Viktor estaban húmedos, pero su voz era fría.

—Hice lo que tenía que hacer para proteger a nuestra especie —dijo sin remordimientos—. Como me veo obligado a hacer de nuevo.

Desenvainó la espada, manchada todavía con sangre recién derramada, y avanzó hacia Selene. Pero en ese momento llegó un aullido espeluznante desde el bunker. El horripilante grito ascendía desde el suelo de la cámara central, muchos metros por debajo de la sala del generador.

¿Michael?, se preguntó Selene. Tenía miedo de albergar esperanzas. Escuchó el inaudito alarido con perplejidad. Aquel sonido no parecía licano… ni humano.

¿Eres tú?

Espada en mano, Viktor se volvió hacia el agujero de la pared. Asomó la cabeza por él y examinó con la mirada el piso inundado de abajo. Frunció el ceño, confundido.

Michael Corvin había desaparecido.

Se volvió de nuevo hacia Selene, con la intención de sacarle a la fuerza el paradero más probable de su amante licano. Corvin morirá por mi mano antes de que esta noche haya terminado, juró solemnemente. Su venganza había tardado seis siglos en alcanzar a Lucian. Esta vez no estaba dispuesto a tardar tanto.

—¿Dónde…? —empezó su interrogatorio pero se vio sorprendido con la guardia abaja por una patada giratoria en la barbilla, propinada con extremo vigor por la propia Selene. Su cabeza se ladeó y la espada ensangrentada se le escapó entre los dedos y salió despedida por el agujero de la pared. La oyó caer con un chapoteo al piso interior.

Su ira se encendió con un afán asesino.

¿Te atreves a atacar a tu sire?, le espetó a Selene en silencio. De acuerdo. La traicionera zorra había firmado su propia sentencia de muerte. No esperaría a capturar a su amante para enviarla al olvido. ¡Tendría que haberte matado con el resto de tu estúpida familia hace siglos!

Al recobrar el equilibrio esperaba encontrarse de nuevo con Selene, tratando de presentar una fútil resistencia. Sin embargo, se llevó el susto de su inmortal existencia al encontrarse cara a cara con…

¿Qué? La asombrosa criatura que Viktor tenía delante y que protegía a Selene no se parecía a ninguna otra que hubiera visto jamás. No era un vampiro ni un licántropo sino algo que estaba a medio camino entre los dos. De apariencia insólita, el híbrido inmortal parecía más humano que bestia y más demonio que humano.

Sus ojos negros resplandecían como el mercurio. Un fulgor iridiscente y metálico añadía lustre a su carne poderosa, lo que le otorgaba la apariencia de una estatua clásica dotada de vida. Su pecho lampiño brillaba bajo las luces parpadeantes, aunque lo que quedaba de sus pantalones preservaba una módica decencia. Aunque sus hermosas facciones volvían a ser en esencia humanas, sus afilados colmillos y uñas revelaban su naturaleza predatoria.

—¿Michael? —susurró Selene, entre asustada y reverente.

Viktor sólo tuvo un instante para reaccionar a la visión intimidante de la híbrida criatura y para maravillarse por la preternatural velocidad con la que Corvin había regresado a la sala del generador. Acto seguido, el puño de Michael lo golpeó en el pecho con la fuerza de un martillo de demolición y lo envió contra lo que quedaba de la pared de ladrillos, y más allá, con el colgante de plata clavado en el pecho.

Cayó cinco metros antes de chocar con el suelo fangoso de la cámara principal. El impulso le hizo rodar por el barro varios metros hasta que chocó con un par de inmóviles piernas adamantinas. Levantó la mirada, presa de una perplejidad aturdida, y se encontró con Michael Corvin; que lo miraba con aquellos ojos negros increíbles.

¿Qué?, pensó, incrédulo. ¿Cómo demonios ha llegado hasta aquí tan deprisa?

Apresuradamente, giró sobre sí mismo y se puso en pie, y una vez más se encontró con Michael frente a sí. La velocidad del híbrido resultaba asombrosa hasta para un inmortal. De repente Viktor experimentó algo que no había sentido en los últimos siglos: miedo.

Pero se negó a permitir que lo paralizara. Ningún monstruo mestizo va a derrotarme, decidió y se preparó para la batalla que se avecinaba. Se volvió hacia Michael bajo la lluvia que caía sobre ellos. Mi sangre es pura. ¡Mi voluntad es suprema!

Empezaron a andar en círculo, observándose de manera amenazante y buscando un punto flaco en la guardia del enemigo, con las manos preparadas para golpear. Los ojos blancos y reptilianos de Viktor contrastaban con los orbes completamente negros de Michael. Dos pares de colmillos perlados rechinaban en un gesto primario de advertencia.

Como en respuesta a una señal subliminal, se abalanzaron simultáneamente el uno sobre el otro. El pasado y el futuro chocaron mientras el vampiro Antiguo y el recién creado híbrido se encontraban con una fuerza que sacudió hasta sus cimientos el inframundo. Empezaron a intercambiar golpes colosales, como dos dioses de la guerra.

El bunker entero tembló.

Las devastadoras sacudidas pusieron freno a todas las demás batallas que estaban librándose en el subterráneo. Por todo el complejo, vampiros, licanos y hombres-lobo dejaron de luchar, distraídos por el épico choque. Hechizados por igual, todos ellos se encaramaron a las pasarelas y túneles que se abrían alrededor de aquel espacio central parecido a una arena de gladiadores y asistieron boquiabiertos a la batalla real que estaba librándose allí. Hasta el más necio y el más sanguinario de los espectadores era consciente de que la historia de su sombrío y secreto mundo estaba rescribiéndose allí, delante mismo de sus ojos.

Michael nunca se había sentido tan poderoso, tan imparable. En sus músculos y tendones transformados vibraban fuerzas y energías nuevas y hasta el último de sus sentidos era ahora diez veces más aguzado que antes. Sus miedos y su confusión eran cosas del pasado. No sabía en qué lo había convertido exactamente el beso de Selene, pero lo que sí sabía es que era algo infinitamente más majestuoso que un sencillo estudiante de medicina norteamericano.

¡Traedme a esos vampiros y hombres-lobo!, gritó exultante, embriagado por el coraje y la vitalidad que acababa de encontrar. Ya no tengo miedo.

Reconocía a Viktor gracias a los recuerdos de Lucian y su vivencia de primera mano de la trágica saga de Lucian y Sonja. El hecho de que hubiera tratado de asesinarlos a Selene y a él, no hizo más que enardecer su deseo de destruir al implacable tirano vampírico. Atacó al Antiguo con las garras y le gruñó con los blancos colmillos apretados. En el fondo de su corazón, sabía que era más fuerte que un mero vampiro.

Pero Viktor contaba con siglos de experiencia en el campo de batalla a sus espaldas. Con un movimiento habilidoso, logró coger a Michael por sorpresa dejándose caer al suelo y barriéndole las piernas. Sólo tardó una fracción de segundo y lo siguiente que Michael supo fue que estaba tirado en el suelo y Viktor se encontraba encima de él lanzándole golpes poderosos como martillazos.

Los puños desnudos del vampiro caían como una lluvia de meteoritos sobre el rostro y el estómago de Michael. Su cuerpo se estremecía bajo los golpes y su cráneo repicaba como el interior de una enorme campana de catedral. La visión se le volvió borrosa y sintió que perdía el conocimiento.

Como todas las almas del inframundo, Selene asistía al fiero combate con una mezcla de asombro y aprensión. Desde el piso superior, contemplaba la batalla titánica que enfrentaba a Viktor y Michael, consciente de que su propia existencia inmortal dependía de su desenlace.

¿Era posible que Viktor fuera derrotado?

Por el rabillo del ojo captó un movimiento sigiloso en el perímetro de la escena. Los instintos de una Ejecutora veterana se dispararon, se volvió como una centella y vio que los tres guardaespaldas armados de Viktor se dejaban caer desde las escalerillas al suelo del bunker, varios metros más abajo. Aterrizaron con un chapoteo a unos pasos de donde Viktor y Michael estaban luchando y levantaron sus pistolas de forma ominosa.

Selene no esperó a que tuvieran a Michael enfilado. Saltó de la demolida sala del generador y cayó con diestra elegancia delante de los tres Ejecutores. Sin siquiera una pausa para recobrar el aliento, le partió el cuello al primero de ellos, le propinó un codazo al segundo en el cuello y le arrebató al tercero el arma de la mano.

¡Blam-blam-blam! Llovió sangre del cañón del arma capturada y, tres segundos más tarde, un trío de cadáveres cayó al suelo. La sangre de vampiro se unió a los charcos que inundaban el suelo del bunker.

La masacre había concluido antes de que Selene tuviera tiempo de darse cuenta de que acababa de matar a tres de sus camaradas Ejecutores. Una abrumadora sensación de horror la paralizó por un instante. Perdonadme, pensó. Nunca quise matar a mis hermanos.

Sin embargo, no hubiera sentido remordimiento alguno de haber matado a Viktor, el asesino de su familia mortal. Arma en mano, se revolvió para dispararle, pero el indomable Antiguo seguía siendo demasiado rápido para ella. Un fuerte golpe le arrancó el arma de la mano y Selene se quedó boquiabierta al ver que Viktor estaba justo delante de ella, a menos de un metro de distancia.

—¡Cría cuervos —susurró— y te sacarán los ojos!

Antes de que ella tuviera tiempo de reaccionar, la palma abierta de Viktor le golpeó como un ariete y la lanzó contra la pared más cercana. Fragmentos de hormigón endurecido cayeron sobre el agua fangosa mientras Selene resbalaba y quedaba tendida sobre el suelo. Un chorro de sangre fresca empezó a teñir el agua por debajo de su cabello.

Mientras Viktor se encargaba de Selene; Michael aprovechó la oportunidad para ponerse en pie de nuevo. Sus ojos de ébano se abrieron como platos al ver el cuerpo maltrecho de Selene tendido sobre el fango, aparentemente sin sentido… o algo peor. Corrió a su lado hundido en el agua hasta las rodillas.

—¡Selene!

Hasta su voz se había transformado y era ahora más profunda y resonante. Su vehemente grito resonó por toda la vasta excavación y llegó hasta los oídos de vampiros y hombres-lobo.

—¡Selene!

Con gran alivio de Michael, los ojos de la vampiresa parpadearon y se abrieron con lentitud.

¡Gracias a Dios!, se dijo. En aquel momento sólo tenía ojos para ella. No iba a permitir que muriera, no pasaría como con Samantha. Esta vez tenía la fuerza necesaria para expulsar a la muerte, al igual que Selene lo había traído a él de regreso desde el abismo. ¿De qué sirve este increíble poder si no puedo salvar a la única persona que me importa?

En su emoción y apresuramiento, se olvidó de Viktor, pero entonces el implacable Antiguo salió volando de la lluvia y descendió sobre él como una voraz ave de presa. Sus botas con suela de acero golpearon la cabeza de Michael con la fuerza de un martillo y lo enviaron en dirección contraria dando vueltas sobre sí mismo.

Cayó de bruces sobre el barro y perdió el conocimiento.

Viktor se preparó para dar el golpe de gracia.

Selene vio caer a Michael bajo el ataque de Viktor. Tenía los ojos inundados de sangre fría como el hielo y tuvo que limpiársela con un movimiento frenético. Se lanzó hacia delante, desesperada por acudir al rescate de Michael, pero el bunker giró a su alrededor de manera vertiginosa y volvió a caer al barro, demasiado mareada todavía para levantarse. Sus ojos turbios registraron el suelo inundado en busca de algo que poder arrojar a Viktor para distraerlo durante uno o dos segundos.

Su mirada angustiada se posó en un trozo de acero plateado que resplandecía bajo la lluvia a menos de tres centímetros de ella.

¡La espada de Viktor!

La abominación tenía que ser destruida.

Resuelto a hacerlo, Viktor se situó detrás de Michael. Cogió la cabeza de la criatura por la nuca y empezó a ahogarla. Michael jadeó tratando de encontrar aire y las venas de su garganta se hincharon poderosamente por debajo de la piel.

—Es hora de morir —decretó el Antiguo—. Y luego tu traicionera consorte sufrirá la misma suerte.

Un destello de luz atrajo su atención y al levantar la mirada vio un resplandor metálico bajo la lluvia. Selene vino tras él y cayó a su lado como un jaguar, con su propia espada en las manos.

¿De nuevo me desafía? ¿Es que su perfidia no tiene fin? Dejando a Michael sobre el turbio lodazal, Viktor se volvió hacia ella. Sus demoníacos ojos de cuarzo ardían de furia y desenvainó las dos dagas de plata de su cinturón, una con cada mano. Abrió la boca para sentenciarla pero entonces, para su asombro, brotó sangre arterial en lugar de las palabras esperadas.

En el nombre del Ancestro, ¿qué…?, se preguntó embargado por la confusión y asombrado por la fuente escarlata que brotaba de sus propios labios. ¿Cómo es posible?

Avanzó un paso inseguro y Selene levantó la espada. El filo de la hoja de plata estaba empapado con la sangre recién derramada. Viktor abrió la boca y más sangre se vertió a las turbias aguas. Entonces comprendió que Selene ya se la había clavado.

¡Pero si yo te creé!, protestó su mente, abrumada por la trágica ironía. Yo hice de ti lo que eres ahora…

Una fina línea roja se materializó en el semblante señorial de Viktor. La hebra carmesí se extendía desde la oreja izquierda del Antiguo, atravesaba toda su mejilla y desembocaba en su cuello.

Las inútiles dagas cayeron de sus manos enguantadas mientras se las llevaba al rostro en un vano intento por mantener entera su cabeza inmortal. Pero era inútil. Una agonía fugaz y acerada atravesó su sistema nervioso mientras la mitad de su cráneo se separaba de la otra y caía con un chapoteo a las aguas fangosas.

El cuerpo del Antiguo permaneció erecto un momento más y por fin se desplomó hacia atrás y se hundió en entre la sangre y el barro. Los restos sin vida de Viktor formaban parte ahora de los desechos que fluían por debajo de la antigua ciudad.

Una era tocaba a su fin.

Eso por mi familia, pensó Selene. Espada en mano, contempló con mirada sombría los pedazos del caído Antiguo. Y por los demás inocentes muertos por culpa de tu maldad y tu hipocresía.

El corazón le dio un vuelco de puro júbilo al ver que Michael se incorporada. Sus ojos enamorados estaban maravillados por el ser asombroso en el que se había convertido. Había trascendido sus orígenes humanos y la maldición de los licanos para evolucionar y transformarse en algo extraño y hermoso de contemplar.

¿Quién podía haber sospechado que el futuro escondía tan asombrosas posibilidades?

Él se reunió con ella, en silencio, con un destello de amor y pasión imposibles de expresar irradiando de su rostro. Juntos se volvieron lentamente hacia la base del masivo bunker, por si se presentaba alguna nueva amenaza.

Pero no se avecinaba ningún ataque. Asombrados por la victoria que acababan de presenciar, los espectadores de las pasarelas y vías no parecían ansiosos por desafiar a Selene o a aquel ser híbrido de aspecto letal. Los vampiros, los licanos y los hombres-lobo los observaban desde las sombras, pero ninguno se atrevió a hacer un movimiento.

Monstruos listos, pensó Selene.

Lentamente y con poco ruido, las diversas criaturas de la noche se dispersaron y regresaron a la segura oscuridad del laberíntico inframundo. Al cabo de pocos minutos, el bunker parecía tan vacío como los humanos de la superficie creían que debía de estar.

Selene los vio marchar con alegría. Ya se había derramado demasiada sangre aquella noche. Recuperó el colgante de Lucian de los restos de Viktor y se lo puso a Michael en la mano. Después de todo, él era ahora el custodio de los recuerdos y el legado del gran licano. Cogidos de las manos, Michael y ella cruzaron la inundada cámara y emprendieron el largo camino de regreso al mundo de la superficie.

Mientras se quitaba el pelo manchado de sangre de los ojos, Selene sonrió al recordar que, sólo dos noches atrás, había considerado con notables reservas la posibilidad de la paz. Le había tenido miedo a una inmortalidad sin enemigos a los que destruir.

Michael volvió a adoptar forma humana. Selene le apretó la mano, sintió su calidez. Él le sonrió y ella se rió entonces de sus necios miedos.

La guerra había terminado, pero había encontrado algo nuevo por lo que vivir.

Puede que para toda la eternidad.