Cogidos de la mano, Michael y Selene corrían por la telaraña de entrelazados túneles. Al otro lado de las agrietadas y sucias ventanas asistían de forma intermitente al brutal conflicto que estaba enfrentando en el bunker a vampiros, hombres-lobo y licanos humanos. Los disparos puntuaban los gritos, maldiciones y gruñidos estridentes que los rodeaban. El aire hedía a sangre, muerte y pólvora.
Esto es increíble, pensó Michael, espantado por la magnitud de la carnicería. Su mente no podía pensar en otra cosa mientras avanzaban en su sinuoso recorrido por el inframundo, a pesar de que cada vez que doblaba una esquina se encontraba con nuevas evidencias de que todo era cierto. ¡Es como una versión transilvana del Día-D!
Salieron de la parte trasera de un refugio y se encontraron en la base de una escalerilla metálica que llevaba a los pisos superiores de aquel vasto complejo subterráneo. Había un vampiro vestido de cuero en el fondo del hueco de las escaleras, con el cuerpo ennegrecido y quemado por una bala ultravioleta. Los calcinados restos eran casi irreconocibles.
—Uno de los hombres de Soren —dijo Selene sin ninguna simpatía. Se inclinó y le quitó una pistola semiautomática de entre los dedos. La amartilló y una enorme bala del calibre.50 se colocó en posición—. Bien. Está cargada.
Puso el arma, que al menos pesaba dos kilos, en la mano de Michael. Éste la miró con incredulidad. Su peso le resultaba extraño en la mano. Apenas unos días atrás, jamás había tenido un arma en la mano y mucho menos había pensado en utilizarla contra otro ser vivo. Soy médico, objeto su cerebro en silencio. Debería estar haciendo de médico, no de soldado.
Pero aparentemente, si Selene y él querían salir con vida de aquel espantoso baño de sangre, no había alternativa. Y Michael se dio cuenta de que por encima de todo quería seguir con vida, con licantropía o sin ella, aunque sólo fuera para explorar aquel amor insólito y nuevo que había encontrado junto a Selene.
Subieron con cautela las escaleras hasta llegar a un arco situado unos cinco metros por encima del piso principal del bunker. Continuaba cayendo agua helada del techo. Michael esperaba que no tuvieran que sumergirse en ella.
Selene, que iba la primera, entró con calma en la cámara oscura que se abría al otro lado del arco. Un rugido cacofónico dio la bienvenida a los oídos de Michael y un hombre-lobo emergió de la oscuridad. Sus garras afiladas como cuchillos cayeron sobre Selene y la desgarraron desde el hombro hasta el muslo izquierdo.
La Ejecutora chilló de dolor y cayó de rodillas. Su arma salió despedida y se perdió escaleras abajo con un sonoro repiqueteo metálico. Actuando por instinto, Michael disparó su propia pistola contra el monstruo que los estaba atacando, quien lanzó un aullido agudo cuando las balas de plata hicieron blanco en su pecho. Manó sangre del pelaje oscuro y el herido licántropo se estremeció violentamente. Los destellos de los disparos crearon un efecto estroboscópico mientras la criatura sufría los estertores finales de la agonía.
Cuando al fin el licántropo se desplomó sin vida sobre el suelo, Michael se sentía como si llevara una eternidad disparando. Una vez convencido de que la criatura estaba realmente muerta, se arrodilló junto a Selene y examinó el estado de sus heridas. Selene, con la piel marfileña muy tensa sobre las elegantes facciones, se tragó el dolor y trató de restarle importancia.
—Me pondré bien —insistió.
Los rojizos cortes hubieran bastado para provocar una conmoción a un humano normal. Michael esperaba que Selene supiera de lo que estaba hablando.
—No es la primera vez que oigo algo así —dijo con voz seca. Si no recordaba mal, había dicho algo muy parecido antes de perder el conocimiento sobre el volante del Jaguar y precipitarse contra el Danubio. Confiemos en que esta vez nos vaya un poco mejor, pensó.
Selene sonrió y le cogió la mano. Con la máxima suavidad posible, Michael la ayudó a ponerse en pie y se alejaron a trancas y barrancas del cadáver del hombre-lobo. A pesar de sus esfuerzos, Selene se tambaleaba a ojos vista, pero a falta de una alternativa mejor siguieron adelante. Michael se preguntaba si se atrevería a llevarla a urgencias si lograban llegar hasta la superficie.
Supongo que una transfusión inmediata sería la mejor prescripción, se dijo. ¿Cómo se iba a tratar a un vampiro si no era con una transfusión importante de sangre fresca? Cortesía de sus buenos amigos de Ziodex, sin duda.
—Vamos —murmuró ella con voz débil—. Por aquí.
Una puerta de hierro oxidada conducía a lo que parecía ser una sala de generadores todavía funcional. Había un voluminoso generador diesel encendido, de más de un metro de altura y tres metros de longitud, al otro lado del vacío y utilitario compartimiento. Michael supuso que era allí donde los licanos obtenían la potencia para las escasas luces de su guarida. Las paredes de la sala habían conocido mejores tiempos. Había grietas por las que podía verse la cámara principal del bunker, donde la lluvia seguía cayendo sobre el suelo, cinco metros más abajo.
Irónicamente, la sala de generadores sólo estaba iluminada con una bombilla con un simple casquillo que colgaba del techo. Al principio Michael no supo si habían llegado o no a un callejón si salida. Asomó la cabeza para buscar otra salida y se encontró cara a cara con una aparición de aspecto vengativo y cubierta de la cabeza a los pies de polvo y sangre.
¿Quién…?, se preguntó.
¡Kraven!
Selene se quedó estupefacta.
El regente traidor tenía un aspecto de mil demonios y su traje antaño elegante estaba literalmente recubierto de barro y sangre. Los ojos de Selene se abrieron como platos al ver que empuñaba la pistola robada de nitrato de plata en la mano derecha.
Trató de arrebatarle el arma pero estaba demasiado débil. Antes de que pudiera advertir a Michael o incluso tratar de razonar con Kraven, éste levantó la pistola experimental y disparó a bocajarro contra el pecho de Michael.
¡Blam-blam-blam! Michael cayó de espaldas al suelo, con tres agujeros sanguinolentos en la camiseta. Al instante empezó a convulsionarse como respuesta a la plata líquida que empezaba a correr por sus venas. Unos temblores volcánicos sacudieron su cuerpo y una mueca de angustia desfiguró su rostro. Sus labios se mancharon de una baba sanguinolenta y espumosa que sugería que además del envenenamiento por plata estaba sufriendo varias lesiones internas.
Con lágrimas en los ojos castaños, Selene se dejó caer a su lado. Sus propias y graves heridas quedaron olvidadas mientras contemplaba llena de horror cómo se hinchaban las venas de sus mejillas y su frente. El norteamericano emitió un gemido mientras el veneno de Kraven empezaba a extenderse de forma implacable por todo su cuerpo.
Durante un instante conmovedor, logró mirar los ojos apesadumbrados de ella, y entonces los suyos, ensangrentados, giraron en sus cavidades y quedaron en blanco. Sus músculos cedieron y se deslizó en la inconsciencia. Parecía estar al borde de la muerte.
¡No!, pensó Selene, pasto de la desesperación. No puedes morir ahora. Ahora que por fin te he encontrado, no. Su única esperanza de amor y felicidad iba a morir con Michael. ¡Nunca había sabido lo que le faltaba a mi vida hasta ahora!
¿Quién hubiera podido esperar que la muerte inminente de un licano pudiera afectarla de tal manera? A pesar de mi supuesta inmortalidad, comprendió con amargura, no he estado realmente viva desde que murió mi familia, hace más de un siglo. No he sido más que los mortales creen que somos, una muerta viviente.
Su evidente pesar enfureció a Kraven, quien la agarró por el hombro herido y trató de obligarla a incorporarse.
—¡Ya basta! —gruñó, asqueado—. ¡Tú te vienes conmigo!
Selene no podía creer que Kraven creyera aún que le pertenecía.
—¡Nunca! —respondió. Sólo la humeante pistola que tenía en la mano, junto al hecho de que había perdido la suya en las escaleras, impidió que lo matara allí mismo a pesar de sus heridas—. Sólo espero vivir lo suficiente para poder ver cómo te ahoga Viktor lentamente hasta la muerte.
El odio brilló en los ojos de Kraven.
—Ya me lo imagino, pero permite que te diga algo sobre tu amado y oscuro padre. Fue él quien mató a tu familia, no los licanos.
¿Qué? Selene no había creído que su vida y sus creencias pudieran ser convulsionadas aún más, pero se equivocada. La asombrosa declaración de Kraven la golpeó como un rayo de letal luz de sol. Por delante de sus recuerdos pasaron imágenes de su familia masacrada —su madre, su padre, su hermana y sus primas— como destellos de una pesadilla interminable. Volvió a ver el cráneo abierto de su padre y la ensangrentada masa cerebral del interior.
¿Viktor?, pensó, sin dar crédito. ¿Viktor fue el responsable?
—Él no respetaba sus propias leyes —prosiguió Kraven. Su sonrisa se ensanchó, como si su dolor fuera una fuente de gran deleite para él—. Nada de sangre de ganado para él, no. Él quería algo más estimulante. —Se encogió de hombros, como queriendo decir que aquellas atrocidades no significaban nada para él—. Yo limpiaba lo que él dejaba, guardaba sus secretos.
¡No!, pensó Selene con desesperación. No puede ser verdad. Quería arrancarse los oídos, poner coto a las horrendas acusaciones de Kraven pero de alguna manera, en el fondo de su corazón, sabía que estaba diciendo la verdad. La espantosa constatación rompió sobre ella como la primera ola de un maremoto. ¿Cómo he podido estar tan ciega, ser tan ingenua?
—Fue él quien marchó de habitación a habitación, acabando con todos tus seres queridos. Pero cuando llegó a tu lado, fue incapaz de beber tu sangre como había hecho con los demás. Le recordabas demasiado a su hija perdida, Sonja, la preciosa hija a la que había condenado a muerte.
Selene asintió y reprimió un sollozo. Fue como un segundo padre para mí, admitió, y durante todos estos años nunca sospeché de él una sola vez. Llevo más de un siglo matando licanos por un crimen que nunca cometieron.
Se sentía completamente perdida y derrotada.
Pero Kraven no había terminado aún con ella. Volvió a tirar de su hombro, tratando de obligarla a ponerse en pie.
—Y ahora vamos. Tu sitio está a mi lado.
Mi sitio está con Michael, decidió ella. Levantó una mirada llena de odio al repulsivo regente cubierto de sangre. No hacían falta palabras para expresar la totalidad de su desprecio.
—Que sea así —dijo Kraven. Por fin había abandonado sus obscenas ilusiones. Apretó el cañón de la pistola de nitrato de plata contra la frente de Selene.
¡Hazlo!, lo desafió ella. Su mirada desdeñosa no vaciló un solo instante. Ahora que Michael estaba agonizando, no le quedaba nada por lo que vivir.
Kraven asintió con aire sombrío. Su dedo se movió en el gatillo.
Una mano ensangrentada lo sujetó por la muñeca. Selene y Kraven se sobresaltaron a un tiempo. El regente bajó la mirada y vio que la mano marchita de Lucian le atenazaba el brazo.
El legendario guerrero licano tenía mucho peor aspecto que la otra vez que Selene lo viera, durante su breve encuentro en el apartamento de Michael. Su rostro barbudo estaba ceniciento y varias venas hinchadas y palpitantes y de color gris oscuro lo recorrían de un lado a otro… como le ocurría a Michael. Su respiración abandonaba con dificultades su pecho y se arrastraba penosamente a cuatro patas, sacudido por violentos temblores. Selene comprendió al instante que Michael no había sido la primera víctima del arma de plata líquida.
La carcajada presuntuosa de Kraven confirmó sus temores. Contempló con una sonrisa despectiva la lamentable condición de Lucian y asistió con deleite a sus últimos y agónicos momentos. Parecía que finalmente había logrado acabar con el infame licántropo.
Pero Lucian tenía todavía un as escondido en la manga… literalmente. Mordiéndose los labios, hizo acopio de sus escasas fuerzas y levantó una mirada llena de odio hacia Kraven. Entonces, una cuchilla negra accionada por un resorte salió de su manga y se clavó en la pierna del vampiro.
Un dolor fantasmal afligió el hombro de Selene al recordar cómo le había atravesado la carne aquella misma hoja. Esperaba que la cruel hoja doliera a Kraven tanto como le había dolido a ella.
Kraven se desplomó aullando de agonía. Mientras caía, la hoja se revolvió en su herida y se partió por la mitad. Otro espasmo de dolor recorrió el cuerpo convulso del regente vampiro.
Al mirar por encima del cuerpo caído de Kraven, los ojos de Selene se encontraron con los de Lucian. La mirada del agonizante licano pasó de Selene a Michael y volvió a ella. Una expresión de extrema nostalgia se dibujó en el rostro del temible guerrero y Selene se preguntó si habría oído lo que se había dicho durante los últimos minutos.
Su propia mirada se vio atraída irremisiblemente hacia el colgante que Lucian llevaba alrededor del cuello. El pendiente de Sonja. Ahora que había oído la historia sabía lo que era. Michael se la había contado apresuradamente mientras salían de la enfermería. Lucian y Sonja. También ellos habían desafiado los deseos draconianos de Viktor para amarse el uno al otro a pesar del abismo que separaba a sus dos razas y habían pagado un precio terrible por su pasión, igual que Michael y ella estaban haciendo.
¿Era Lucian consciente de que la historia se estaba repitiendo?
Puede que sí.
—Muérdelo —dijo con voz áspera.
Al principio, ella no comprendió a qué se refería. Entonces recordó lo que el científico licano al que habían capturado les había explicado.
—Medio licano y medio vampiro, pero más fuerte que ambos.
¿Podía ser cierto? ¿Había todavía esperanza? En teoría, la sangre de Michael poseía la asombrosa capacidad de absorber tanto los atributos de los licanos como los de los vampiros pero ¿estaba dispuesta a arriesgarse a envenenarlo todavía más basándose en la palabra de un científico loco licano? Su rostro se contrajo de incertidumbre y lanzó una mirada a Lucian, quien imploró con urgencia:
—Hazlo… es la única manera de salvarle la vida.
Una sonrisa agridulce se dibujó en los rasgos doloridos de Lucian al ver que Selene asentía y se volvía hacia Michael. Apenas a unos centímetros de distancia, tirado igualmente sobre el mugriento suelo de cemento, Kraven se encogió con fuerza mientras extraía la hoja rota de Lucian de su pierna. Sus ojos llenos de dolor parpadearon con sorpresa al ver que Selene dirigía los colmillos hacia el cuello desnudo de Michael.
Rendida a un profundo anhelo que no se había atrevido a reconocer antes, ni siquiera a sí misma, Selene abrió la boca y hundió los dientes en la garganta de Michael.
¡Sí!, pensó, extasiada. ¡Al fin!
—¿Qué demonios estás haciendo? —le gritó Kraven. La cólera horrorizada de su voz fue música para los oídos de Lucian.
—Puede que me hayas matado, primo —se burló Lucian de él con sus últimas fuerzas—, pero pesar de ello se ha hecho mi voluntad.
Ojalá Viktor pudiera estar aquí para compartir también este momento, pensó. Completada al fin su guerra, se dejó ir. Podía sentir que el nitrato de plata estaba terminando de hacer su funesto trabajo. El corazón le ardía como si fuera pasto de las llamas. Finos zarcillos de humo amarillento salían de su nariz y sus labios mientras sus órganos internos se incendiaban.
Ha llegado la hora, mi amor, pensó, en paz a pesar del ardiente dolor que lo estaba consumiendo. Con el ojo de su mente, podía ver el rostro radiante de la incandescente princesa vampírica que le había robado el corazón hacía siglos. Ya no tienes que seguir esperándome. Volveremos a estar juntos.
No contento con dejar que Lucian muriera envenenado, Kraven recogió la pistola de nitrato de plata del lugar en el que había caído y apunto a Lucian con ella.
¡Blam!
Lucian, campeón de los licanos, estaba muerto. Esta vez sin duda.
La sangre caliente de Michael bajaba por su garganta. Aun teñida de nitrato de plata, que era completamente inocuo para ella, su sabor inflamó sus sentidos. Apretó los labios contra su yugular con mucha fuerza mientras su lengua lamía el líquido carmesí que brotaba de su cuello. Hundió sus colmillos lo más profundamente posible y tuvo que luchar para contener la tentación de beberse hasta la última gota de sangre de su cuerpo.
¡Por el Ancestro!, se maravillo. Por fin comprendía lo que significaba ser un vampiro. ¡Nunca pensé que pudiera ser así!
Tenía que recordarse que la idea no era dejar seco a Michael sino infectarlo con la variante vampírica de la mutación original. A regañadientes, sacó los colmillos y lo miró con ansiedad. ¿Había sido bastante? No estaba segura. Nunca había intentado cambiar a un mortal y mucho menos a un licano. ¿Lo he salvado o he acelerado su muerte?
Antes de que tuviera ocasión de comprobarlo, una mano poderosa la agarró por el cuello y la apartó de Michael. Un segundo más tarde, esa misma mano la arrojó con fuerza contra el generador. Chocó con el voluminoso mecanismo metálico antes de caer al suelo. El continuado rumor de la maquinaria se vio secundado por el repentino palpitar de sus oídos.
—¿Dónde está? —exigió Viktor—. ¿Dónde está Kraven?
El Antiguo estaba sobre ella, ataviado con el atuendo majestuoso de un señor de la guerra del Medioevo. Una enorme espada colgaba de su cinto y lo acompañaban tres guardaespaldas no-muertos que se habían colocado en la entrada.
Condicionada para obedecer a Viktor a pesar de todo lo que acababa de oír, Selene registró el cuarto con la mirada en busca de Kraven, pero el escurridizo ex-regente no estaba a la vista. Sólo quedaba un fragmento roto de la hoja de Lucian donde Kraven había estado unos momentos atrás. ¡Maldito sea!, pensó Selene con furia. Debía de haber escapado mientras ella mordía a Michael. ¡Ese bastardo mentiroso tiene más vidas que un gato!
Los ojos inmisericordes de Viktor también estaban escudriñando la sala. Su expresión saturnina se ensombreció al comprobar que Kraven había desaparecido. Con el ceño fruncido, dirigió su atención a Michael. El moribundo norteamericano seguía tendido en el suelo, impotente, con los ojos en blanco. Las heridas de su pecho supuraban nitrato de plata y sus miembros se convulsionaban de manera espasmódica. La marca del beso de Selene despedía un fulgor húmedo sobre la garganta del hombre.
Viktor miró la herida durante largo rato. Entonces se volvió y clavó la mirada en Selene. Una expresión de completa decepción arrugó sus labios patricios. Su mirada entristecida evidenciaba con claridad meridiana que creía que había vuelto a fallarle.
—Muy bien —dijo con voz apesadumbrada—. Lo haré yo mismo.
Dio un paso hacia Michael, con un letal brillo reptiliano en la mirada. Perdido en su batalla privada contra la plata que estaba extendiéndose por su organismo, Michael no hizo ningún esfuerzo por salvarse. De hecho, ni siquiera era consciente del peligro.
—¡No! —gritó Selene. Se interpuso de un salto entre los dos pero el poderoso Antiguo la apartó de si con un golpe hercúleo que la lanzó contra la pared opuesta. Se golpeó la cabeza contra los ladrillos y su cabeza empezó a sangrar. Aturdida, se desplomó.
Siseando como una serpiente, Viktor cogió a Michael por la garganta y lo levantó en vilo con una sola mano. Con los colmillos al descubierto, el Antiguo golpeó salvajemente a Michael contra la pared de ladrillo que separaba el cuarto del generador de la sala principal. Se oyó un crujido de huesos y ladrillos destrozados mientras, de un solo movimiento, Viktor arrojaba contra el muro a Michael y éste lo atravesaba haciendo un agujero que daba al inundado bunker.
Horrorizada, Selene vio cómo caía Michael junto con una avalancha de hormigón destrozado al suelo de la cámara central, varios metros más abajo. Oyó un chapoteo… y un golpe sordo acompañado por un crujido de huesos.
Viktor sonrió y se limpió las manos, como si hubiera terminado con una tarea sumamente desagradable. Se volvió de nuevo hacia Selene, con los ojos llenos de odio. La estupefacta vampiresa se encogió al ver que se acercaba a ella. Lo miró con odio, profundamente herida, como una niña inocente a la que acaba de pegar un padre borracho. Viktor se detuvo, abatido por la expresión consternada de su rostro y los ríos de sangre que resbalaban por sus mejillas. Sus facciones se ablandaron y la furia abandonó poco a poco su cara.
—Perdóname, chiquilla —murmuró. Alargó la mano con la intención de acariciarle la frente con suavidad, pero ella se apartó.
Selene recordó todo lo que había aprendido allí en el inframundo. Le devolvió una mirada desafiante.
—¡No fueron los licanos! —lo acusó—. ¡Fuiste tú!