Con los látigos de plata en las manos, Soren se sentía como pez en el agua. Igual que en los viejos tiempos, cuando había servido en las tierras de Viktor en los Cárpatos, antes de que los malditos licanos se rebelasen.
Es hora de recordar a estos mestizos insolentes cuál es su lugar.
—¡Marchaos! —ordenó bruscamente a sus hombres—. Seguid buscando a Lord Kraven. —En medio del encharcado suelo de la sala principal del bunker, se volvió hacia aquel bárbaro negro, Raze. Caía agua desde arriba y la vasta excavación estaba inundándose poco a poco—. No os preocupéis —aseguró a los demás vampiros mientras se alejaban por los túneles—. No tardaré mucho.
Casi al unísono, los dos látigos restallaron y se cobraron la primera sangre. Sendas laceraciones se abrieron en las mejillas de Raze. El gruñente licano se llevó una mano a la cara y se manchó los dedos de rojo.
Soren sonrió. Era una suerte que los guardias de Lucian hubieran pasado por alto los látigos. La próxima vez tendrían que cachearlo con más cuidado… si es que había una próxima vez.
Unos ojos negros y furiosos contemplaron a Soren con odio y entonces, de repente, cambiaron de color y cobraron una brillante tonalidad azulada. Un rugido sordo empezó a formarse en el amplio pecho de Raze y su timbre fue cobrando gravedad rápidamente. El hueso y el cartílago crujieron mientras el cráneo afeitado del licano empezaba a extenderse y deformarse.
A pesar de su confianza diamantina en su superioridad, Soren sintió una leve punzada de temor al ver cómo se transformaba su adversario licano delante mismo de sus ojos.
Los aposentos de Lucian.
Nuevas explosiones sacudieron el inframundo y Lucian despertó a pesar de que el nitrato de plata lo estaba matando. Su cuerpo aparentemente sin vida se retorció sobre el suelo y lentamente obligó a sus ojos a abrirse.
Gimiendo de miseria, se incorporó hasta quedarse sentado y se apoyó en una dura pared de ladrillos. Su sombrío atuendo estaba empapado con su propia sangre y notaba el sabor de la letal plata en la lengua hinchada. Instintivamente, alargó la mano hacia el colgante de Sonja y descubrió con alivio que todavía lo llevaba alrededor del cuello.
Estaba muriéndose, comprendió, pero todavía no había muerto.
Los dormitorios de los licanos eran tan repulsivos como Kraven había imaginado. El suelo estaba cubierto de asquerosos jergones, entre los que se veían huesos roídos y botellas medio vacías de vino y cerveza. Revistas pornográficas de excepcional dureza y montones de ropa sucia contribuían a crear la atmósfera de miseria reinante. El tufo hediondo del lugar era caso insoportable.
En aquel momento todos los jergones estaban vacíos, puesto que hasta el último de los licanos había acudido a defender el santuario, de modo que Kraven tenía la sucia cámara para él solo. Buscó a su alrededor una salida o algo que se le pareciera, una vía para escapar de la catástrofe en la que su vida eterna se había convertido.
De repente oyó unos pasos en el pasillo y se quedó helado de terror. No sabía a quién temía más, si a los rapaces licanos o a los Ejecutores que habían invadido el bunker. Tal vez fuera preferible ser devorado por una horda de hombres-lobo carnívoros que afrontar a Viktor y su inimaginable ira.
Al menos ya no tengo que preocuparme por Lucian, se consoló. Se alegraba de haber llenado de nitrato de plata al líder licano. En cierto modo era perversamente apropiado: después de años atribuyéndose falsamente la muerte de Lucian, al final había terminado por acabar con el legendario monstruo. ¡Ahora que no es mentira, resulta que es demasiado tarde para mí!
Los pasos pertenecían a un pelotón de soldados licano que se dirigía hacia la puerta. Kraven se refugió entre las sombras de la sórdida madriguera para no ser visto.
Tiene que haber algún modo de escapar de esta calamidad, pensó. Contuvo el aliento mientras escuchaba los gruñidos de los licanos. Un sudor frío le pegaba la camisa de seda a la piel. ¡He vivido demasiado tiempo y demasiado bien como para morir en una alcantarilla dejada de la mano de Dios!
Hasta el momento, la tenacidad de los licanos no había sido rival para la experiencia de los Ejecutores. Selene y Kahn habían avanzado por el abarrotado corredor de acceso como una implacable máquina de matar y sus enemigos habían caído o habían huido delante de ellos. Selene disparaba sus Berettas a discreción contra cualquier aparición que se atreviera a enseñar un colmillo o una garra.
Una vaciedad insoportable la afligía. Para esto había vivido siempre, de modo que, ¿por qué de repente se sentía tan vacía? Matar licanos por docenas no le reportaba ningún placer, no mientras Michael seguía perdido y en peligro de muerte.
Viktor quiere que mate a Michael, recordó. Y Kahn y los demás me ayudarían a hacerlo con mucho gusto.
Las explosiones habían abierto un más que notable agujero en la vieja pared de ladrillos. Selene se detuvo un momento para echar un vistazo y vio al otro lado una vasta cámara central del tamaño de un estadio de fútbol. ¿Un bunker abandonado de los tiempos de la guerra?, se preguntó. La enorme excavación parecía lo bastante grande para contener un pequeño ejército de licanos.
Las parpadeantes luces fluorescentes iluminaban el interior de la abandonada estación de metro que se encontraba en el perímetro de la cámara central. Sus ojos se abrieron al ver una figura esbelta y de cabello castaño al otro lado de una ventana, tratando de arrancarse unas ataduras. Reconoció al prisionero al instante.
¡Michael!
Kahn lideró el ataque por el estigio corredor, después de una intersección aparentemente vacía. Sus ojos y oídos expertos estaban muy alerta al peligro. Hasta el momento, el ataque estaba yendo como la seda pero no quería correr ningún riesgo. La naturaleza oscura y estrecha de la guarida subterránea de los licanos la convertía en el lugar perfecto para emboscadas y ataques por sorpresa. Tenían que ser extremadamente cuidadosos —y tener mucha suerte— para no perder ningún Ejecutor en aquella operación.
Sin embargo, no les había quedado otra alternativa que el ataque. El asombroso asesinato de Amelia y de su Consejo entero demandaba una venganza inmediata, en especial si se confirmaba que el infame Lucian seguía con vida y estaba maquinando contra el aquelarre. Capturar a Kraven y llevar al fugitivo regente ante la justicia era también una de sus prioridades.
La fría sangre de Kahn le hervía con sólo pensar en la traición de Kraven. Y pensar que antaño había sido un Ejecutor… ¡Nunca en espíritu!, se dijo Kahn al recordar aquellos tiempos. Y ahora parecía que la mayor de las hazañas de Kraven como guerrero —la muerte de Lucian— no había sido más que una patraña. Tendría que haberme dado cuenta, pensó. Se avergonzaba de no haber reparado antes en la traición de Kraven. Selene trató de advertirme.
Al menos, la testaruda Ejecutora había sido exonerada de toda culpa. Kahn no tenía la menor duda de que Selene demostraría su lealtad eliminando a ese tal Michael que tanto preocupaba a Viktor. Había luchado a su lado en muchas batallas. Su compromiso con la guerra era incuestionable.
Hubo un suave crujido en la oscuridad, a su espalda, y se volvió para asegurarse de que Selene seguía allí. Para su sorpresa, no era así.
—¿Selene?
Se volvió a tiempo de ver cómo desaparecía la cola de su gabardina negra detrás de un recodo, encaminándose hacia sólo los Antiguos sabían dónde.
—¡Selene!
La grieta en el muro era demasiado estrecha así que Selene se había visto obligada a buscar otra ruta para llegar hasta Michael. Corrió por un túnel lleno de barro, con la Beretta delante de sí. Caía agua sucia por las paredes cubiertas de moho. Las telarañas se pegaban a ella como dedos de pegajosas yemas y dificultaban su avance.
A su espalda crujieron los ladrillos y la argamasa. Se volvió y vio aparecer a dos enfurecidos licántropos desde detrás de una arcada que se había desplomado. Las gigantescas bestias aullaron al verla e inmediatamente se le echaron encima saltando de una pared a otra y enseñando los colmillos, ansiosos por destrozarla. Caía baba de las comisuras de sus fauces.
Selene echó a correr y disparó hacia atrás. La detonación resonó ruidosamente en el sombrío corredor y el primero de los licántropos cayó al suelo. Su corpachón hirsuto rodó sobre el suelo, arrojando barro y trozos de ladrillo en todas direcciones. Salía humo de los agujeros teñidos de plata de su pelaje. El olor de la carne quemada llenó el túnel.
Uno menos, pensó Selene sin detenerse siquiera un segundo. Sus pulmones absorbieron el aire polucionado mientras corría a toda velocidad por el túnel. Rezó para que Lucian no le hubiera arrebatado ya a Michael hasta la última gota de su preciosa sangre.
No muy lejos de ella, el segundo hombre-lobo atravesó el acre humo que salía siseando del cuerpo de su agonizante compañero. Sus poderosas patas traseras lo impulsaban a saltos.
Selene notaba prácticamente el cálido aliento de la bestia en la nuca. Dobló un recodo en la dirección aproximaba en la que se encontraba Michael, y se arriesgó a lanzar una mirada atrás. ¡Mierda! El hombre-lobo le pisaba todavía los talones chapoteando sobre los grasientos charcos como un auténtico cancerbero.
Volvió la mirada hacia delante para ver adonde se dirigía… y otro hombre-lobo apareció de repente frente a ella. Un aullido inhumano asaltó sus oídos mientras unas garras monstruosas trataban de alcanzarla.
Décadas de experiencia en el campo de batalla tomaron el control y Selene dio un gran salto que la llevó casi hasta el techo abovedado del macabro túnel. Describió un gran arco sobre el gigantesco hombre-lobo disparando sin cesar mientras daba vueltas sobre sí misma con elegancia.
La plata destrozó el cráneo de la bestia y cayó muerta un segundo antes de que las botas de Selene se clavaran en un charco a poco menos de un metro de su cuerpo. Con un movimiento perfeccionado por la experiencia, sacó un cargador vacío de la Beretta y lo sustituyó con uno nuevo.
Dos eliminados, falta uno. Se volvió con letal velocidad y abrió fuego sobre el hombre-lobo que se le acercaba. El cañón de la Beretta escupió fuego al rojo blanco mientras el monstruo saltaba sobre el cadáver de su compañero. El pecho hirsuto de la criatura se llenó de flores escarlata.
El hombre-lobo cayó al suelo con estrépito y se estremeció espasmódicamente a menos de veinte pasos de ella. Las afiladas garras se estremecieron de manera salvaje y las fauces furiosas se cerraron sobre el aire. La espuma que brotaba de las fauces de la criatura cobró una tonalidad carmesí pero a pesar de ello la criatura se negó a morir.
Selene se le acercó con calma y le metió dos balazos en el cráneo.
Tres eliminados.
Asustado, centímetro a centímetro, Kraven se iba acercando al túnel vertical que conectaba los búnkeres con el sistema de Metro de la ciudad. A juzgar por los cadáveres masacrados de licanos y hombres-lobo que abarrotaban el corredor de acceso, Kahn y sus Ejecutores ya se habían abierto camino a la fuerza por allí, de modo que era poco probable que topara con ellos mientras salía del inframundo.
O eso esperaba.
Los agujeros de bala y la metralla de plata ofrecían muda evidencia de la lucha que había visto aquel pasillo. La mezcolanza de sangre y miembros iba en aumento cuanto más se acercaba Kraven al abandonado hueco del ascensor. Al cabo de un rato estaba metido en sangre hasta las rodillas, avanzando penosamente por entre los grotescos residuos dejados a su paso por los Ejecutores.
Pocos hubieran podido reconocer ahora al antaño esplendoroso regente de Ordoghaz. Su ropa de marca rezumaba sudor, barro y sangre, y tenía los rizos byronescos desordenados y pegados al cráneo. Los anillos de brillantes refulgían en sus manos temblorosas, testimonios facetados de la profundidad de su caída. Llevaba el arma robada de nitrato de plata en la mano sudorosa.
Selene pagará esta afrenta, se juró con una expresión de odio en el rostro mientras llegaba al fondo del hueco del ascensor. Había varios cuerpos licanos, incluidos dos a los que reconoció como Pierce y Taylor, hechos pedazos bajo las escalerillas. La muerte brutal de tantos y tan viles licanos no contribuyó demasiado a apaciguar el sentimiento de justa indignación de Kraven. Pagarán por ello, Kahn y Viktor y todos los demás. Igual que Lucian.
Tras guardar el arma en su bolsillo, Kraven empezó a trepar por la oxidada escalerilla metálica. Ahora que la salvación estaba tan cerca, su mente empezó a maquinar su próximo movimiento. Desde el metro, se dijo, podría llegar en autobús al Aeropuerto Ferihegy, donde tenía varias posibilidades de escape (era mejor evitar la estación de tren, donde los agentes de Kahn estarían investigando la muerte de Amelia). Por lo que se refiere al destino, convenía abandonar Europa oriental y puede que el continente entero. Asia, quizá, o Sudamérica. Una vez que esté a salvo en una fortaleza impenetrable, se dijo, podré empezar a reconstruir mi poder. Si sobrevive al baño de sangre de esta noche, Soren podría ayudarme, o puede que esa criada idiota de la mansión…
Mano sobre mano, llegó a la boca del hueco del ascensor. Asomó cautelosamente la cabeza por encima del borde y su rostro se puso tan pálido como el de un espectro.
A poca distancia, caminando ominosamente hacia la entrada, se encontraba el propio Viktor. El poderoso Antiguo, recobrada al fin toda su fuerza, llevaba los atavíos y paramentos de un monarca medieval, incluida una gran espada de dos manos. Una túnica roja y oscura de brocado, con un diseño intrincado parecido al de una telaraña, cubría la forma regia de Viktor. Su medallón sagrado descansaba sobre el pecho expuesto y un par de dagas de plata adornaban su cinturón. Salía de las sombras del decrépito túnel de drenaje como si estuviera emergiendo triunfante de las distantes tinieblas de la historia.
Tres Ejecutores, ataviados con trajes de cuero de factura moderna, marchaban tras él, pero Kraven apenas reparó en la presencia de los superfluos guerreros. Viktor se bastaba por sí solo para llenar su corazón de terror.
Se mordió el labio para no gritar. Soltó la escalera y cayó en picado más de veinte metros. Aterrizó con un ruido húmedo sobre la sangre y el barro que había debajo. Sólo el montón putrefacto de licanos muertos que había al fondo del túnel frenó su caída. Se levantó rápidamente y corrió en dirección contraria a la entrada, pero entonces resbaló en las abundantes sangre y vísceras. Su pie se deslizó hacia un lado y cayó de espaldas en el nauseabundo montón de carnicería.
Apenas una noche antes había estado bebiendo sangre deliciosa y refrescante del pecho desnudo de una vampiresa preciosa. Ahora se encontraba tirado en el suelo de una alcantarilla apestosa, empapado con la impía sangre y la porquería de unos animales masacrados y subhumanos. ¿Podía haber algo más injusto?
Pero no había tiempo para reflexionar sobre la engorrosa ignominia de su caída. Viktor se estaba acercando, espada en mano y Kraven sabía que tenía que escapar. Después de arrastrarse por el barro a cuatro patas, se puso trabajosamente en pie. Su ropa, que estaba literalmente empapada de una repulsiva mezcla de sangre y barro, resultaba una enorme carga mientras se alejaba con paso tembloroso del agujero y se adentraba en la ruina del adyacente corredor.
Selene pagará por esto, se prometió una vez más. ¡Y también su amante licano!
Los aposentos de Lucian.
Hasta el último músculo de su cuerpo protestó cuando Lucian se puso trabajosamente en pie. La cabeza le daba vueltas y se apoyó en una pared mientras esperaba a que remitiera el vértigo. Podía sentir cómo lo estaba quemando desde dentro la plata líquida.
Preparado para afrontar lo peor, levantó el brazo delante de su cara. Las distendidas venas palpitaban y se retorcían como gusanos debajo de su piel. Se estremeció de agonía mientras su mano se convertía en una garra artrítica. En el fondo de su corazón, sabía que era demasiado tarde. Ya ni siquiera la sangre de Amelia podría salvarlo.
Pronto se reuniría con su amada Sonja para toda la eternidad.
—Aún… no —gruñó. Apretando los dientes para contener el dolor, se apartó de la pared. La oscuridad se abatió sobre su visión pero se negó a perder el conocimiento. Lentamente, un trabajoso paso tras otro, salió tambaleándose de la sombría cámara.
Su fin estaba próximo, pero antes tenía que hacer algo importante: matar a Kraven.
La enfermería.
No bastaba con partir las esposas. Michael tenía todavía que librarse de las gruesas tiras de nylon que lo mantenían atado a la mesa. Recurriendo a todo el atávico potencial que la distante luna había despertado en su interior, tiró con todas sus fuerzas y al fin varias de las tiras cedieron y su mano derecha quedó libre.
¡Esto está mejor!, pensó Michael, entusiasmado por su victoria. Puede que logre escapar de esta casa de locos.
Un crujido metálico interrumpió su momento de triunfo. En la puerta trasera del laboratorio, más allá de la cortina de plástico transparente, la puerta se abrió con lentitud. Unos pasos pesados, no muy diferentes a los que había oído en el techo de su apartamento dos noches atrás, resonaron en el suelo de la mal iluminada estación. Una forma monstruosa, medio oculta su silueta semihumana por la cortina, entró en la enfermería.
El temor embargó a Michael. A pesar de todo lo que le había ocurrido las últimas noches, todavía no había puesto los ojos sobre un hombre-lobo de verdad. Ahora, según parecía, la suerte estaba a punto de agotársele.
El intruso de pesadilla avanzó husmeando el tenue olor medicinal del improvisado laboratorio. Michael podía oír su respiración. Unas garras que no veía arañaban ruidosamente el suelo. Un almizclado olor animal llenaba su nariz y su garganta.
El aterrorizado americano se sobrepuso a la parálisis que el miedo le había provocado y trató de quitarse las tiras de nylon restantes antes de que lo que quiera que hubiera al otro lado de la mugrienta cortina llegara allí.
No tenía la menor oportunidad.
Con un rugido aterrador, el hombre-lobo se alzó detrás de la cortina y levantó unas garras como escalpelos por encima de su cabeza. Michael calculó que debía de medir más de dos metros y medio. Si un hombre-lobo se come a otro hombre-lobo, se preguntó de manera absurda, ¿cuenta eso como canibalismo?
La criatura se abalanzó sobre él. Michael se encogió, preparado para sentir en sus carnes las garras y dientes feroces, pero en ese momento sonó una atronadora ráfaga de disparos que llenó la mugrienta cortina de sangre de hombre-lobo. Se puso tenso. La bestia cayó sobre la cortina plástica y se desplomó a escasos centímetros de Michael, que levantó la mirada y se encontró con Selene a pocos metros de distancia, con una humeante pistola en la mano.
¡Hablando de una visión bienvenida!
Sin perder un segundo, la Ejecutora se adelantó corriendo, le puso la bota al hombre-lobo en el cuello y le partió las vértebras. La criatura muerta se convulsionó en un acto reflejo antes de que Selene; metódicamente, le descerrajara tres tiros más en el cráneo.
—Hay que sacarte de aquí —dijo a Michael, antes de que éste tuviera tiempo de cerrar la boca—. Viktor está de camino y no estará satisfecho hasta que el último de los licanos esté muerto.
Michael se encogió al escuchar aquellas palabras tensas. Le resultaba extraño que se refirieran a él como un licano. Su mirada se dirigió involuntariamente hacia el cadáver monstruoso que se desangraba en el suelo. ¡Por favor, no me digas que soy uno de esos!
Aunque todavía estaba confundido, comprendía lo bastante de aquella guerra demente para poder apreciar lo que Selene estaba haciendo por él.
—También te matarán a ti —susurró—. Sólo por haberme ayudado.
—Lo sé —dijo ella mientras le arrancaba las últimas ataduras. Las gruesas tiras de nylon sucumbieron a su fuerza y Michael quedó libre por fin. Sus piernas bajaron de la mesa, se apoyaron en el suelo, y se encontró de pie frente a Selene, contemplando sus inescrutables ojos castaños. Alargó los brazos hacia ella y se fundieron en un abrazo apasionado.
Sus labios se encontraron y, durante un precioso instante, escaparon a la locura y el baño de sangre que los rodeaba. Se besaron con voracidad y Michael se sintió vivo de una manera que le faltaba desde la muerte de Samantha. Casi merecía la pena haber recibido el mordisco de un hombre-lobo, pensó lleno de pasión, para poder experimentar aquel beso y a aquella mujer.
Me da igual que sea una vampiresa…
Sonaron nuevos disparos en el exterior de la enfermería y Selene se apartó a regañadientes de él. Ambos sabían que el sanguinario conflicto no los dejaría a solas mucho más tiempo. Una guerra ancestral se estaba precipitando hacia su genocida conclusión, a menos que alguien hiciera algo para impedirlo.
—Sé por qué ha empezado esta guerra —le dijo Michael.