Capítulo 21

El sedán deportivo de color gris llegó a velocidad de vértigo a Ordoghaz, como si estuviera haciendo una carrera con el sol naciente. Qué prisa, pensó Singe con sarcasmo desde el interior de la furgoneta aparcada. La incapacidad de los vampiros para tolerar la luz del día era una debilidad que él y sus camaradas licanos no compartían. Se preguntó qué sería lo que había mantenido en las calles a ese chupasangre hasta tan tarde.

El conductor del sedán tenía tanta prisa que Singe no creyó probable que él o ella reparara en la furgoneta con las luces apagadas que acechaba en las sombras al otro lado de la entrada de la mansión de los vampiros. Se llevó unos binoculares a los ojos y vio que el conductor era una hembra de cabello oscuro ataviada con el distintivo atuendo de un Ejecutor. Al instante supuso que se trataría de la infame Selene, que ya había frustrado al menos dos intentos de capturar a Michael Corvin.

Para Singe, aquella era razón suficiente para quererla muerta.

No obstante, y esto resultaba profundamente decepcionante, parecía estar sola, lo que llevaba a preguntarse dónde estaría Michael Corvin en aquel momento. ¿Se encontraba el esquivo mortal en el interior de los imponentes muros de Ordoghaz o acaso la inmortal zorra lo había escondido en alguna otra parte?

Si ha vertido una sola gota de su sangre inmortal, pensó con veneno en la mirada, me aseguraré de que Lucian la haga torturar por el resto de la eternidad.

Tal como esperaba, el sedán no prestó la menor atención a la furgoneta escondida y se dirigió sin perder un segundo hacia la cancela de la mansión, que se abrió automáticamente para dejarla pasar. Mientras Singe observaba lleno de curiosidad, Selene se dirigió a toda velocidad en busca del refugio de los muros de la mansión. Según parecía, aquella vampiresa parecía estar siempre presente cuando Michael Corvin corría peligro, lo que la volvía muy interesante para el astuto científico licano. Puede, se dijo, que esta misión no sea una pérdida de tiempo tan grande, después de todo.

El insaciable Kraven siguió chupando el pecho de Erika hasta que ella perdió la noción del tiempo y el espacio. Completamente vestido todavía, el vampiro sostenía el desnudo cuerpo de la hembra sobre la alfombra que cubría el suelo del aposento mientras su boca sedienta le succionaba la voluntad. La sangre resbalaba por las comisuras de sus labios, fluía por su barbilla y le manchaba la camisa de negro brocado.

Erika sabía que debía protestar, resistirse antes de que su amo la dejara seca e incapaz de recobrarse, pero era incapaz de soltar sus negros y fluidos rizos y mucho menos apartarse de sus fuertes y voraces labios. Al fin y al cabo eso era lo que había anhelado siempre, y una oleada orgásmica recorría incesantemente su cuerpo palpitante mientras, con los ojos muy cerrados, inclinaba su cabeza hacia atrás y le ofrecía a Kraven la garganta además del pecho por si decidía gozar también de su palpitante yugular. ¡Muérdeme! ¡Bébeme!, se decía con lujuriosa avidez. ¡Hazme tuya!

¡BEEP-BEEP! El insistente zumbido de un teléfono móvil irrumpió en el nirvana. Erika abrió los ojos al instante y sus labios dejaron escapar un gemido de consternación mientras, repentina, inconcebiblemente, la boca de Kraven se apartaba de su pecho y sus poderosos brazos dejaban ir su cuerpo. ¡Espera!, quiso gritar al sentir que su cuerpo fuerte y masculino se apartaba de ella. ¡No pares!

Con las piernas temblorosas, observó incrédula cómo el señor de la mansión, que apenas unos segundos atrás había estado unido a ella en un vínculo íntimo de sangre y deseo, cruzaba la habitación para sacar el teléfono móvil de un bolsillo de la chaqueta que había dejado colgada en una silla de ébano del siglo XVIII. Ignorando a Erika por completo, se llevó el teléfono al oído.

—¿Qué pasa? —preguntó con voz imperiosa, mientras se limpiaba la sangre inmortal de la vampiresa de los labios con el dorso de la mano.

Erika escuchó la voz de Soren, el adusto lugarteniente de Kraven, al otro lado del teléfono.

—Está aquí —dijo con voz seca.

Selene, comprendió ella al instante. Ahora su humillación era total. ¿Quién más podía ser?

Con el rostro aún sonrojado por la esencia carmesí de Erika y la camisa aún manchada con el exceso escarlata de su salaz banquete, Kraven salió del cuarto sin decir una palabra, dejando a Erika desnuda y sola sobre la alfombra persa, abandonada, descartada y casi sin una gota de sangre en el cuerpo.

Soren ya había llegado a la puerta delantera cuando Kraven llegó hecho una furia al espacioso vestíbulo. El jenízaro de rostro pétreo estaba bloqueando la puerta con el cuerpo. Estaba claro que no iba a permitir que Selene entrara en la mansión antes de que saliera el sol.

Kraven apreciaba su fidelidad pero todavía no estaba preparado para ver cómo era reducido a cenizas el cuerpo perfecto de Selene.

—Déjala pasar —le ordenó con amargura.

Sin mostrar siquiera una pizca de gratitud por la misericordia de Kraven, Selene apartó a Soren y entró en la mansión. Sus ojos entraron en contacto con los de Kraven y al instante se apartaron, llenos de desprecio. Pasó a su lado sin siquiera una palabra de saludo y mucho menos una disculpa por sus numerosas trasgresiones.

Asombrado por su insolencia, Kraven la siguió por el pasillo. Ahora que sólo quedaban unos minutos para el amanecer, la mayoría de los habitantes de la mansión se habían retirado a sus aposentos, pero algunos rezagados recorrían aún los pasillos, ocupándose de diversos asuntos de última hora antes de marcharse a sus habitaciones. Estos vampiros observaban la escena con una mezcla de curiosidad y preocupación, al tiempo que trataban de impedir que su atención no resultase demasiado evidente.

El rostro rubicundo de Kraven, dotado de color por la sangre de Erika, enrojeció aún más. Ya era bastante malo que Selene estuviera desafiando su autoridad, pero ¿tenía que hacerlo delante de testigos? El enojado regente ya podía oír los cómo le quemaban los oídos los cuchicheos.

Lanzó sus acusaciones a su espalda.

—¡No sólo has roto la cadena sino que has estado protegiendo a un licano! ¡Un crimen merecedor de la pena capital!

Ni siquiera la mención de la ejecución consiguió frenar el determinado caminar de Selene. Supuso que se dirigía a la cripta para hablar con Viktor; lo que suponía un flagrante desafío a su autoridad. ¡No, si yo tengo algo que decir al respecto!, se juró furiosamente. La alcanzó antes de que llegara a las escaleras de la parte posterior de la mansión. La cogió del brazo y la arrastró por la fuerza hasta la relativa privacidad de una alcoba apartada. Bajo ninguna circunstancia voy a permitir que hables con Viktor antes de que tú y yo tengamos unas palabras.

Las persianas de metal descendieron sobre los cristales tintados de las ventanas y la alcoba quedó sumida en una oscuridad completa. Kraven obligó a Selene a darse la vuelta y a mirarle la cara. Pero no vio ni miedo ni remordimientos en su mirada desdeñosa y eso lo enfureció todavía más.

—¿Cómo has podido hacerme esto a mí? —gritó, mientras le clavaba los dedos en el brazo—. Avergonzarme de este modo… ¡Todo el aquelarre sabe que tengo planes para nosotros!

—¡No existe ningún nosotros! —repuso ella con voz desafiante. Sus ojos lo miraban con repugnancia.

Kraven perdió completamente los estribos. La lanzó con fuerza contra las ventanas selladas y las persianas de metal crujieron.

—Vas a presentarte ante Viktor para decirle exactamente lo que yo te mande. A partir de este momento, harás todo cuanto te diga. —Unos ojos blancos como la nieve y unos colmillos desnudos demostraron la profundidad de su disgusto—. ¿Está bien claro?

Selene respondió con un golpe rápido como el rayo. ¡Wham! La palma de su mano golpeó la nariz del regente con la fuerza justa: no la suficiente para partirla pero sí para provocar un aturdimiento momentáneo.

Kraven cayó sobre una rodilla mientras empezaba a resbalar sangre por su mejilla. Selene aprovechó el momento para apartarse de su lado. Salió de la habitación como una exhalación, seguida tan solo por la cola de su gabardina.

Kraven probó el sabor de su propia sangre en sus labios. Por fortuna, después de haberse atracado con Erika, tenía de sobra. Sonrió mientras lamía la sangre que rodeaba su boca. Al menos había conseguido provocar alguna reacción en Selene, había quebrado su coraza de gélido desprecio. No es el tipo de reacción que hubiera preferido, pensó con un acceso de lascivia, pero por ahora tendrá que bastar.

Se puso en pie y echó a correr tras ella. Para salir al pasillo tuvo que abrirse camino a empujones entre un grupo de boquiabiertos nosferatu. La persiguió por la escalera de mármol que conducía a la cripta y llegó a su entrada subterránea justo a tiempo de ver cómo se cerraba tras su presa una impenetrable puerta de acero. Escuchó el ruido del mecanismo que indicaba que Selene estaba sellando la cripta desde dentro y que ahora estaba atrapado en la cámara de observación, incapaz de tomar parte en la reunión de Selene con Viktor.

—¡Maldita sea! —gritó, consumido por la frustración. ¿Quién podía saber lo que la traicionera Ejecutora le estaba diciendo a Viktor en aquel mismo momento?

Selene se acercó a la cámara de recuperación con miedo. La satisfacción genuina que había sentido al golpear el rostro de Kraven estaba esfumándose rápidamente mientras se enfrentaba a la perspectiva de tener que explicarle sus últimas acciones a Viktor. Kraven no mentía cuando la acusaba de violar las más sagradas leyese y tradiciones del aquelarre. No podía más que rezar para que Viktor pudiera entender por qué se había visto obligada a hacerlo.

Lo desperté con mi propia sangre, recordó con un rayo de esperanza. Ya sabe lo que hay en mi corazón.

La esquelética figura del Antiguo esperaba a que se aproximara, erguido con aire de majestad entre los aparatos de tecnología punta de la cámara de recuperación como si fuera una dorada sala del trono. Selene vio con cierto alivio que Viktor había recobrado ya parte de su perdida sustancia. Aunque seguía antinaturalmente enjuto y consumido, ya no parecía una momia. Había un poco más de carne en su cuerpo huesudo y su piel gris cenicienta no estaba ya tan rígida como un pergamino.

Unos ojos hundidos cayeron sobre ella con una extraña mezcla de pesar y júbilo. Los tubos intravenosos bombeaban roja sangre oxigenada a sus venas inmortales. La llamó con una seña para que se acercara a la barrera de plexiglás que los separaba.

—Acércate, chiquilla —dijo con voz áspera.

El guardia levantó una mirada sorprendida cuando Kraven entró en la garita de seguridad. Era uno de los hombres de Soren y había reemplazado al anterior centinela, que había sido privado de su rango y sus responsabilidades por su negligencia al dejarse engañar por Selene. Si Kraven sobrevivía a las próximas veinticuatro horas, tenía la intención de hacer que fuera azotado hasta la muerte.

Por ahora, sin embargo, tenía cosas más importantes de que ocuparse. Sin molestarse en ofrecer al nuevo centinela una explicación, cogió al sorprendido vampiro por los hombros y los sacó a la fuerza de la garita. A continuación cerró la puerta del pasillo de servicio para asegurarse de que nadie además de él pudiera ver lo que estaba ocurriendo entre Viktor y Selene.

¡Debo saber lo que está diciéndole!, pensó Kraven con frenesí mientras encendía apresuradamente el monitor de seguridad. Una mirada de ansiedad se dibujó en su rostro mientras contemplaba cómo se aproximaba la imagen televisada de Selene al despierto Antiguo. Tragó saliva, aterrado por lo que ella podía decir, a pesar de que estaba seguro de que no existía ninguna excusa que pudiera justificar los terribles crímenes que había cometido contra el aquelarre.

Absolutamente ninguna excusa.

Selene se inclinó reverentemente delante de Viktor y a continuación empezó a explicarse:

—He estado perdida sin vos, mi señor. Constantemente atormentada por Kraven y sus incansables atenciones.

Una sonrisa de calavera apareció en el horrible semblante de Viktor.

—Es la historia más antigua de los anales de la humanidad —dijo el Antiguo con tono de complicidad—. Lo que más desea es precisamente aquello que no puede tener.

Selene sonrió, agradecida a la comprensión de Viktor. Una abrumadora sensación de alivio la envolvió. Puede que aquel encuentro no fuera tan terrible como había temido. Todo cuanto he hecho ha sido para garantizar la seguridad del aquelarre. Sin duda Viktor ha de darse cuenta de ello.

La sonrisa desapareció del rostro de Viktor y su sonora voz cobró un tono más severo. Selene comprendió con un escalofrío que tal vez había cantado victoria demasiado pronto.

—Y ahora, dime, ¿qué te ha llevado a creer que Lucian todavía vive?

En la garita de seguridad desde la que estaba espiando, Kraven experimentó un escalofrío aún más intenso que el que Selene estaba sintiendo. Aquello era precisamente lo que estaba temiendo. Nada bueno podía salir del hecho de que Selene y Viktor pronunciaran el nombre de Lucian.

Se aproximó al altavoz de la garita, consternado por lo que estaba oyendo pero fascinado por cada palabra. ¡Mantén la boca cerrada, zorra traidora!, pensó con acaloramiento. Hubiera querido poder extender la mano a través del monitor para ahogar a Selene y acallarla de una vez. ¡No tienes ninguna prueba!

Su teléfono móvil sonó inesperadamente y Kraven dio un respingo.

—¿Qué coño pasa ahora? —musitó mientras sacaba el apartado. Su mirada ansiosa permaneció clavada en el monitor mientras se llevaba el teléfono al oído—. ¿Sí?

No tengo de qué avergonzarme, se recordó Selene. Respondió a la mirada severa de Viktor sin miedo en los ojos castaños y la barbilla muy alta.

—¿Pero qué más pruebas necesitas? —protestó. Le molestaba la herida de la muñeca que se había hecho antes para compartir su sangre y sus recuerdos con el Antiguo.

—Lo que me has dado son pensamientos e imágenes incoherentes —dijo Viktor con tono desdeñoso—. Nada más. Razón por la cual un despertar debe ser siempre realizado por un Antiguo, tú careces de las habilidades necesarias.

Ya lo sé, pensó Selene. Ni por un momento había esperado que el goteo catalítico devolviera a Viktor su poder igual que si Amelia o Marcus hubieran llevado a cabo el ritual. Normalmente, en circunstancias menos excepcionales, el goteo era el medio que utilizaban los Antiguos para mantener una progresión ininterrumpida de recuerdos a través de las edades y cada uno de ellos trasmitía dos siglos de conocimientos y sabiduría acumulados al Antiguo que lo sucedía. Selene nunca había albergado la esperanza de realizar una transmisión tan perfecta pero sin duda, rezaba con toda su alma, parte de sus recientes descubrimientos y sospechas debía de haber penetrado en la recién despertada consciencia de Viktor. Los indicios que apuntaban a una conspiración eran demasiado alarmantes como para ignorarlos.

—Pero yo vi a Lucian —insistió—. ¡Le disparé! ¡Debéis creerme!

Los labios marchitos de Viktor se torcieron hacia abajo. Una cólera inconfundible tiñó su voz áspera de un tono amenazante.

—La Cadena nunca había sido rota —declaró ominosamente—. Ni una sola vez en más de catorce siglos. No desde que los Antiguos empezaron a atravesar a saltos las edades del mundo. Uno despierto mientras los otros dos duermen, así es como se hacen las cosas. —Sus ojos acusadores pasaron sobre ella—. ¡Ahora es el turno de Marcus de reinar, no el mío!

Kraven caminaba de un lado a otro de la garita de seguridad. Sus ojos inquietos no se apartaban del monitor de seguridad mientras escuchaba la voz imponente que llegaba desde el otro extremo de la línea.

Hablando del diablo, pensó el maquiavélico regente sin el menor asomo de optimismo. Lucian le pedía información sobre la marcha de las operaciones de aquella noche. Kraven se sentía como si dos entidades igualmente formidables lo estuvieran desgarrando por la mitad. ¿A quién temo más?, se preguntó. ¿A Viktor o a Lucian? ¿Al Antiguo o al más fiero de los licanos?

—Ha habido complicaciones —balbuceó. No sabía cómo darle la noticia de la reaparición de Viktor al rencoroso líder de los licanos. ¿Lo culparía Lucian por el inesperado regreso de Viktor al mundo de los vivos?

Es todo culpa de Selene, pensó en silencio. ¡Suya y de su Romeo lupino!

Selene trató de mantener la compostura bajo la mirada gélida de Viktor.

—Pero no tuve elección —arguyó en su defensa, consciente de que sus palabras podían significar la diferencia entre la inmortalidad y el olvido para especies enteras—. El aquelarre está en peligro y Michael es la clave. ¡Lo sé!

—Ah, sí —dijo Viktor con tono venenoso—. El licano.

Había en su voz una aspereza que Selene no había oído nunca. El venerado Antiguo había sido como un padre para ella desde la muerte de su familia mortal. Le hubiera confiado su vida.

Pero ¿seguía él confiando en ella?

—Por favor —suplicó—. Dame la oportunidad de conseguir las pruebas que necesitas.

En la garita de seguridad, Kraven colgó el teléfono. Todavía le zumbaba en los oídos el sonido de la mordiente decepción de Lucian. Las últimas noticias de la mansión no habían divertido al licano. Kraven tenía la impresión de que su inestable alianza con Lucian estaba al borde de la ruptura. Se secó el sudor de la frente y volvió a dirigir toda su atención al monitor, justo a tiempo de oír cómo se mencionaba su nombre en el intercomunicador.

—Encargaré a Kraven que encuentre esas pruebas. Si es que existen —declaró Viktor.

Selene reaccionó con asombro a la afirmación del Antiguo, incapaz de ocultar lo dolida que se sentía.

—¿Cómo podéis confiar en él más que en mí?

—¡Porque —rugió Viktor— no es él quien ha sido mancillado por un animal!

El rostro de Kraven se iluminó. Nunca había visto al Antiguo tan furioso y sin embargo su asombrosa cólera parecía dirigida exclusivamente contra Selene.

Puede, pensó el regente, que mi suerte haya cambiado.

Descorazonada y con el corazón roto, Selene escuchó cómo pasaba revista el Antiguo a sus crímenes. El que en su voz estentórea se percibiera una nota de pesar era sólo un magro consuelo.

—Te quiero como a una hija —dijo Viktor con solemnidad— pero no me has dejado alternativa. Nuestras leyes existen por buenas razones… y es sólo gracias a ellas que nuestra raza ha sobrevivido tanto tiempo. No se te mostrará una pizca de misericordia. Cuando Amelia llegue después de la puesta del sol, el Consejo se reunirá para decidir tu suerte. —La austeridad de su semblante y el dolor de su tono no prometían de piedad—. Has roto la Cadena y desafiado al Aquelarre. Debes ser juzgada.

Y ella no albergaba demasiadas dudas sobre la naturaleza del veredicto.

Erika observó cómo era escoltada Selene por el salón y luego por la gran escalera por cuatro guardias armados. Sombríos, Kraven y Soren acompañaban al grupo en dirección a los aposentos de la acusada Ejecutora, en el ala oriental de la mansión. A pesar de su encuentro íntimo de hacía menos de una hora, como era de esperar, Kraven ni siquiera dirigió una mirada a Erika al pasar a su lado.

Un puñado de vampiros curiosos se había reunido a los pies de la escalera y estaban intercambiando rumores y habladurías en excitados susurros. ¿Era cierto lo que decían? ¿De verdad había despertado Selene a Viktor por su cuenta y riesgo, sin el permiso de Kraven? ¿De verdad se acostaba en secreto con un licano?

Erika se abrió paso por entre la multitud sin apartar la mirada de Selene y su imponente escolta. La criada había vuelto a ponerse el uniforme de encaje pero se sentía como si hubiera sido violada y estuviera desnuda y a la vista de todos. No podía olvidar que Kraven la había dejado sin ropa y la había abandonado en el instante mismo en que había recibido la noticia de que Selene había regresado. Se sentía explotada, utilizada, como una botella de sangre vacía abandonada después de una borrachera.

Nunca le he importado, comprendió. Aún le dolían en el pecho las voraces atenciones de Kraven. Ni por un momento.

La única que le importa es Selene.

Tras apartarse del grupo de mirones inmortales, subió sigilosamente las escaleras en pos de Kraven y los demás. Nadie reparó en ella. Sólo era una doncella, al fin y al cabo, invisible, carente de importancia. Erika siguió a Selene y a sus carceleros a cierta distancia, hasta que el grupo llegó a la entrada a los aposentos de Selene. Entonces se refugió en una pequeña alcoba que no solía utilizarse.

Al asomarse desde el otro lado de la puerta y ver que Kraven desaparecía en la habitación detrás de Selene y cerraba la puerta tras de sí, sintió un ataque de celos. Soren y sus matones permanecieron en el pasillo, montando guardia con aspecto malhumorado como porteros de una discoteca de moda.

Sólo la presencia de los guardias impidió a Erika salir corriendo al pasillo y pegar la oreja a la puerta. A pesar de todo lo que había ocurrido desde la puesta de sol, o precisamente a causa de ello, anhelaba desesperadamente saber lo que estaba ocurriendo al otro lado de la sólida puerta de pino.

¿Qué podía estar pasando entre Kraven y Selene?

Selene hubiera preferido que Kraven la dejara a solas. Su terrible confrontación con Viktor la había dejado exhausta y desmoralizada; lo último que necesitaba en aquel momento era la egocéntrica jactancia de Kraven.

—Deberías haberme escuchado y así nada de esto habría ocurrido —la reprendió con petulancia el regente—. Tendrás suerte si puedo convencer al Consejo de que te perdone la vida.

Al ver que Selene no respondía, y mucho menos suplicaba clemencia, giró sobre sus talones y se encaminó a grandes zancadas a la puerta. Para su sorpresa, Selene descubrió que aún le quedaba odio suficiente para hacer un último comentario de despedida.

—Dime una cosa —le preguntó con frialdad—. ¿Tuviste el valor suficiente para cortarle la piel del brazo o lo hizo el propio Lucian por ti?

Kraven trastabilló. Se revolvió presa de una desazón asombrada y la miró con los ojos tan llenos de furia como si acabara de golpearlo por la espalda. Su expresión de temor confirmó a Selene lo que sólo sospechaba: que Kraven estaba aliado con Lucian desde hacía mucho tiempo.

¡Traidor!, lo acusaron sus ojos inmisericordes.

Kraven tragó saliva y entonces, con gran esfuerzo, recobró la compostura. De alguna manera logró esbozar una sonrisa lasciva.

—Recuerda mis palabras. Muy pronto verás las cosas a mi manera.

Huyó de la habitación para no dar a Selene la oportunidad de decir la última palabra. La puerta se cerró con tanta fuerza que las lámparas de las paredes traquetearon. Selene oyó una llave que cerraba la puerta desde el otro lado. Ahora era prisionera en sus propios aposentos. Las persianas de metal cubrían la ventana que Michael había roto cuando había huido de la mansión. Por allí no podría escapar, no mientras el sol siguiera brillando al otro lado.

Se aproximó a la puerta del pasillo, incapaz de resistirse a la tentación de probar la cerradura. Puso una mano en el pomo de cristal.

—Ni se te ocurra —dijo Soren con brusquedad desde el otro lado de la puerta.

La puerta se cerró con fuerza y Erika dio un respingo. Oculta aún en la oscura alcoba, escuchó atentamente cómo le daba Kraven instrucciones a Soren y sus hombres.

—Que nadie abra esta puerta, ¿comprendido? No puedo permitirme el lujo de que mi futura reina vuelva a escaparse con ese licano.

Las palabras de Kraven le atravesaron el corazón como una estaca de madera.

Mi futura reina.

En ese momento comprendió que nada había cambiado. A pesar de las negativas y traiciones de Selene, a pesar de que Erika le había entregado voluntariamente su sangre y su cuerpo preciosos, Kraven seguía obsesionado con Selene.

Siempre Selene.

Erika se refugió de nuevo en la alcoba y se fundió con las sombras mientras Kraven pasaba a grandes pasos por el pasillo. La traicionada y despechada sirvienta sintió que los últimos rescoldos de su devoción morían, reemplazados por un ansia de algo muy diferente a todo lo que había anhelado hasta entonces.

Venganza.