Capítulo 4

¡Corre todo cuanto quieras!, pensaba una enfurecida Selene mientras perseguía a Trix por el enrevesado túnel del metro guardándose mucho de tocar el rail electrificado. La escasa iluminación no suponía gran dificultad para ella —los vampiros poseen excelente visión nocturna— pero la resuelta Ejecutora se hubiera adentrado en una oscuridad completa de haber sido necesario. ¡No vas a escapar de mí!

La ardiente muerte de Rigel seguía grabada a fuego en su memoria y había atizado las llamas siempre vigorosas del odio que le profesaba a la raza de los licanos hasta convertirlas en un incendio furioso. Apretaba con fuerza su Beretta, impaciente por tener la oportunidad de vengar con plata al rojo vivo la muerte de su camarada.

El licano desapareció detrás de una curva pero Selene estaba sólo unos pocos segundos tras él. Sin embargo, cuando dobló el recodo descubrió con asombro que Trix se había esfumado aparentemente sin dejar ni rastro. ¿Qué…?, se preguntó, confundida, mientras se detenía entre los raíles de hierro. ¿Dónde demonios…?

Sus ojos de vampiro examinaron el suelo del túnel y no tardaron en descubrir un rastro de huellas aún húmedas y gotitas de sangre que se dirigía hasta un hueco poco profundo abierto en la pared de la derecha del túnel subterráneo. Sin dejarse intimidar por la densidad de las sombras que cubrían el sospechoso nicho, se acercó al lugar con la mirada clavada en el suelo en busca de más indicios sobre el paradero de Trix. No puede haber ido muy lejos, se dijo, decidida a ver muerto al licántropo antes del amanecer.

Una bocanada de aire caliente, acompañada por un lejano rugido interrumpió su búsqueda. ¿Qué demonios? Selene se revolvió en dirección al inesperado sonido y a continuación asomó la cabeza al otro lado de una curva. Los ojos se le abrieron con alarma al ver que el tren, que había abandonado la estación donde se había librado la batalla, se precipitaba en su dirección. El resplandor de los faros la cegó como si fueran hostiles rayos de sol.

¡Muévete!, le gritó su cerebro. ¡Ahora!

Dio un salto hacia el agujero y se pegó todo lo que pudo a la pared interior del nicho. Apartó la cara del tren en carrera al mismo tiempo que éste pasaba como un rayo a su lado. Su epidermis metálica pasó a escasos centímetros de su expuesta y blanca mejilla. El sonido atronador de los vagones corriendo enloquecidos sobre los rieles de hierro ahogó el mundo entero, mientras una violenta bocanada de aire hacía que su gabardina se sacudiese salvajemente. Las ventanillas de los vagones despedían luces fugaces al pasar, como un espectáculo estroboscópico. Al mirar abajo, Selene vio que el inconstante resplandor se reflejaba en una oxidada rejilla de drenaje. ¡Ahá!, pensó, a pesar del estruendoso paso del tren. De modo que hacia abajo, ¿no?

El tren de color azul de la línea M3 tardó una eternidad en atravesar aquel trecho de la vía, pero Selene vio al fin cómo se perdían sus faros de cola en la distancia, en dirección norte. Tras dejar escapar un suspiro de alivio, cayó de rodillas junto a la rejilla de metal, que estaba mojada y cubierta de resbaladizo moho. La levantó con las dos manos y a continuación se detuvo un momento para echar un vistazo al interior del agujero que acababa de abrir.

El suelo del túnel de drenaje, que discurría por debajo de la línea del metro, estaba oculto bajo el agua de la lluvia que fluía vigorosamente pero Selene no creía que fuera lo bastante profundo para ocultar a Trix o para que se hubiera ahogado. Si él se atreve a afrontar la riada, yo no voy a hacer menos, decidió, dando gracias a que, a diferencia de lo que aseguraban las supersticiones, los vampiros no sintieran genuina aversión hacia el agua corriente.

Se dejó caer en el oscuro y ruinoso túnel y se hundió hasta los tobillos en la turbia corriente. La lluvia había borrado cualquier huella de barro que hubiera podido dejar su enemigo, de modo que vaciló un instante sin saber en qué dirección seguir. Husmeó el aire y captó un rastro de sangre derramada recientemente, a su derecha; el hombro herido de Trix, supuso, que no había podido curar gracias a la presencia tóxica de la bala de plata.

Asqueada, arrugó la nariz. A diferencia de lo que le ocurría con la sangre humana, que la atraía invariablemente a despecho de sus mejores intenciones, la sangre sucia de un licano no poseía el menor atractivo para ella; de hecho, entre los suyos se consideraba anatema hasta el hecho de pensar en probar la esencia mancillada de un licano. A pesar de los colmillos que se habían abierto paso por sus encías, tenía la intención de acabar con Trix de la manera correcta: con fuego purificador y plata.

Con el arma preparada, se aventuró cautelosamente en la dirección de la que provenía el olor de la sangre, pero su avance fue recibido por el fogonazo del cañón de una pistola y el traqueteo de un arma semiautomática. Como polillas enrabietadas, tres balas incandescentes atravesaron su gabardina y pasaron a muy poca distancia del corsé de cuero que protegía sus costillas.

Cuidado, se previno para sus adentros. No permitas que la rabia por la muerte de Rigel te vuelva poco cautelosa. A él no le gustaría eso.

Entrevió por un segundo a Trix al otro extremo del túnel de drenaje y rodó sobre sí misma para apartarse de su línea de fuego. Al tiempo que daba una suave voltereta, devolvió el fuego. El ruido de las armas resonó de manera atronadora en los estrechos confines del túnel.

Trix falló.

Ella no.

El licano cayó de espaldas sobre el suelo sumergido del túnel. Mientras su mano derecha seguía sin soltar la fría empuñadura de acero de la pistola, se convulsionó espasmódicamente sobre su espalda como un pez sacado del agua. Salía humo caliente de los agujeros de bala que recorrían su pecho.

Selene no perdió el tiempo para acabar con él. Siseando como una pantera enfurecida, pisó el cuello del licano y sin el menor atisbo de misericordia le vació en el pecho el cargador de plata de su arma. Los rostros de las niñas, del anciano y de la doncella destrozada volvieron a pasar por un instante por sus pensamientos, en esta ocasión unidos a la desgarradora imagen de Rigel envuelto en una hemorragia de luz letal. ¡Muere!, pensó con toda la pasión de su odio, como siempre que tenía a su licano a su merced. ¡Muere, animal sediento de sangre!

El cuerpo de Trix se sacudió bajo la fuerza explosiva de las detonaciones y no quedó inmóvil hasta que la Beretta de Selene trató de seguir disparando con el cargador vacío. Retrocedió un paso y contempló el cuerpo destrozado del licano con fría satisfacción. Su mirada se posó sobre el Desert Eagle modificado que aún empuñaba la mano del muerto licano. Seguro que Kahn quiere inspeccionar esta nueva arma, pensó.

Tras guardar la Beretta en la pistolera, se inclinó y le arrancó el arma a Trix de la mano, que empezaba ya a manifestar la rigidez de la muerte.

La dolorosa radiación de la munición explosiva la obligó a apartar la mirada mientras expulsaba metódicamente el cargador.

Se hizo un silencio espeluznante sobre el solitario túnel, interrumpido sólo por el gorgoteo sibilante del agua. Entonces llegó un rugido atronador desde arriba, desde las vías del metro. ¿Otro tren a toda velocidad, se preguntó Selene con inquietud, o algo más peligroso?

Ahora que no estaba atrapado en la débil forma de un hombre, Raze se solazaba en su fuerza y velocidad. La forma humana tenía ciertas ventajas, sí, como por ejemplo los pulgares oponibles y la capacidad de pasar sin ser detectado entre la inocente manada de los mortales pero cuando se convertía en lobo recobraba su yo más auténtico y primitivo. Las armas de fuego y los cuchillos estaban bien pero no había nada comparable al gozo desnudo y exultante que proporcionaba el abrir en canal a un adversario con tus propios colmillos y garras.

La sangre de su última presa aún le manchaba el negro pelaje y tenía restos de carne no-muerta y cartílago entre los amarillentos y serrados colmillos. Pero la carne del vampiro macho no había hecho más que despertarle el apetito. Ahora quería a la hembra. Dos eliminados, pensó al recordar con entusiasmo cómo había quemado vivo al primer vampiro la munición ultravioleta de Trix. Sólo queda uno.

Su hocico de lobo olisqueó el aire y determinó en cuestión de instantes en qué dirección se habían alejado Trix y la zorra vampiresa. Confiaba en que su camarada no hubiera abatido ya a la sanguijuela; estaba impaciente por arrancarle la carne a su bonito cuerpo para a continuación destrozar sus huesos entre los dientes y sorber el tuétano.

En el fondo de la mente de Raze, su mitad humana recordaba en parte que aún tenía que llevar a cabo una misión de vital importancia, una misión que había sido interrumpida por la aparición inesperada de los vampiros, pero el lobo era ahora quien estaba al mando y los planes a largo plazo tendrían que esperar. Había probado la sangre y quería más.

Encontraré más tarde a ese miserable humano, se prometió a sí mismo antes de echar a correr por el túnel en pos de su presa.

Su hocico se arrugó de impaciencia al pensar en la carne fresca mientras localizaba la rejilla abierta y se dejaba caer en el túnel de drenaje. El hombre-lobo, que caminaba erguido, tuvo que encorvarse para avanzar por el mohoso conducto mientras rozaba con las orejas peludas los ruinosos ladrillos.

El ruido de varios disparos le llegó desde más adelante y de repente, de manera inesperada, se hizo el silencio. El olor amargo de la pólvora llegó hasta su nariz canina. ¿Había eliminado Trix a la vampiresa, se preguntó, o al contrario? Caminando sobre un suelo cubierto de agua turbia, se encaminó hacia el ruido de la fugaz batalla, con las afiladas garras extendidas.

El hecho de que captara sólo el aroma de sangre de licano, no el templado icor rojo que fluía por las venas de los vampiros, era causa de una preocupación que se vio reforzada por la visión de la vampiresa inclinada sobre el cuerpo caído de su hermano licántropo. Envenenado por la maldita plata de los vampiros, Trix había muerto en forma humana, incapaz de cambiar de apariencia como él.

La vampiresa inclinada le estaba dando la espalda, aparentemente ajena a su proximidad. Unos labios carnosos de color negro se retrajeron con voracidad y expusieron a la luz los caninos manchados de sangre del hombre-lobo mientras avanzaba sigilosamente, ansioso por vengar la muerte de su camarada. Los músculos se tensaron anticipando el momento y empezó a brotar saliva de las comisuras de sus labios. La vampiresa era presa fácil…

Con un rugido feroz, se abalanzó sobre ella, que lo sorprendió revolviéndose a velocidad sobrehumana y arrojándole cuatro discos de plata parecidos a monedas. Unas puntas afiladas como navajas salieron de los discos y los convirtieron en letales estrellas de plata.

Los fragmentos de una agonía desgarradora se mezclaron con un acceso de rabia animal cuando los shuriken se hundieron en el colosal torso del hombre-lobo. Retrocedió un paso y gruñó de furia mientras sus garras cortaban el aire infructuosamente. ¡Maldita sangrienta!, gruñó para sus adentros, pero la furibunda imprecación brotó como un gruñido inarticulado. ¡Pagarás por esto, zorra traicionera!

Pero la vampiresa había desaparecido ya.

La gabardina rasgada aleteaba tras ella mientras Selene huía como alma que lleva el diablo del licántropo herido. No era tan necia como para creer que un puñado de estrellas voladoras fuera a detener a un macho alfa como Raze transformado por completo. Tras haber gastado sus últimas balas para abatir al más pequeño de los dos licanos, la prudencia era mucho más aconsejable que el valor.

Tendría que esperar a otra noche para matar a Raze. Al menos he vengado a Rigel, pensó mientras sus botas chapoteaban sobre el agua de lluvia llena de lodo. Sólo esperaba que también Nathaniel hubiera sobrevivido.

Selene corrió por su vida, mientras la adrenalina fluía a chorros por sus venas no-muertas. Al cabo de un rato, se detuvo un instante para tratar de averiguar si la estaban siguiendo y descubrió con sorpresa que un estallido de gruñidos frenéticos y salvajes vítores humanos llegaba desde algún lugar próximo. ¿Qué demonios es eso?, pensó.

Tras doblar un recodo, se encontró con varios rayos de luz filtrada que se colaban por una rejilla de metal no muy diferente a la que había utilizado para acceder al el viejo sistema de drenaje. Los bulliciosos rugidos y gritos parecían venir de la misma dirección que la luz desconocida.

Intrigada a pesar de la situación en la que se encontraba, Selene se aproximó con cautela a la rejilla y trató de distinguir algo entre los listones oxidados. Sin embargo, antes de que pudiera ver nada, escuchó el sonido de unas zarpas pesadas que se acercaban ruidosamente por el túnel, acompañado por un gruñido grave que se hacía más amenazante a cada segundo que pasaba.

Raze, cada vez más próximo.

Maldición, pensó mientras comprendía que no tenía tiempo para investigar qué era lo que estaba provocando aquel escándalo al otro lado de la rejilla de metal. Escapar de Raze tenía que ser su primera y única prioridad.

Pero volveré, se juró mientras se alejaba corriendo como una loca del hombre-lobo. Unas garras monstruosas arañaron el suelo del túnel mientras ella buscaba la ruta más rápida de regreso a la superficie. Voy a averiguar todo lo que está ocurriendo aquí… si es que consigo salir de estos túneles con vida.