En noviembre de 1992 me armé de valor para hablar con tu madre. Estaba sentada en la cocina, bebiendo un té. Tenía que contárselo antes de que se enterase por los periódicos. Los dos habíamos militado activamente en el movimiento que al final logró derrocar al régimen. En 1989, formamos parte de la marea humana que pasó a toda prisa frente a los edificios donde antes reinaban burócratas y luego atravesó el Muro en dirección al otro Berlín. Después, los democristianos nos robaron el fruto de nuestra victoria. Yo perdí mi trabajo justo un año después.
—Helge —dije, con un nudo en la garganta.
Por mi tono se percató de que era algo grave.
—¿Has asesinado a alguien, Vlady?
—Peor que eso.
—Cuéntamelo, anda —dijo suavizando la voz.
Me senté frente a ella y se lo confesé. Le conté que había visto varias veces a Winter a sus espaldas. Al oírlo, frunció el ceño, y cuando le expliqué que el borrador de las últimas tres cartas enviadas por el KDD al Politburó lo había redactado Winter, me miró atónita. Le dije que jamás le había facilitado nombres, jamás. Me había dejado convencer atraído por la información de primera mano que Winter tenía de Moscú y por su conocimiento detallado de nuestro propio Politburó. Winter apoyaba a Gorbachov, un comunista reformista. Llegado a ese punto, Helge me interrumpió.
—Vlady, ¿estás contándomelo para poner a prueba nuestra relación? ¿Es una jugada absurda que se te ha ocurrido?
—No. Lo que te he dicho es verdad.
Me dio una bofetada, me tiró del pelo y lanzó un vaso contra mi cabeza.
—Nos has traicionado, hijo de puta. ¡La muerte es lo que te mereces! ¡Sí, morirte! Te odio. ¿Cómo me he podido equivocar así contigo? ¿Cómo he podido pensar que eras una persona íntegra?
—Helge, no te pongas así, por favor. Me amenazaron. Me dijeron que si no me citaba con él harían público que Gertrude trabajaba para ellos, que le concederían una medalla postumamente.
—Espero que a ti te concedan postumamente una medalla cuando te hayas ahorcado.
—Nunca les he dicho nada, Helge. Lo sabían todo.
—Pero ¿qué me estás diciendo? Si no les facilitabas información, ¿para qué te necesitaban?
—Ya te he explicado lo de Winter. Es un viejo comunista. Quería salvar algo del naufragio… como todos, cada cual a su manera. Necesitaba una organización para presionar a la jefatura del partido, y para eso le hemos servido. Un tercio de nuestros afiliados nos los han introducido los servicios secretos.
—Y tu principal ideólogo recibía asesoramiento táctico del jefe superior de los servicios secretos de la RDA. ¿No te da vergüenza, por lo menos, Vlady?
—Tenía la sensación de que Winter estaba de nuestra parte. Su conocimiento en profundidad de la política mundial y de lo que estaba sucediendo en la antigua Unión Soviética nos ha resultado muy útil. En mi opinión, yo lo utilizaba tanto a él como él a mí. ¿De dónde crees que saqué las transcripciones de las conversaciones de Gorbachov con Honecker? ¿Has olvidado el impacto que tuvieron? Gracias a eso nos atrevimos a salir a la calle. Sabíamos que esta vez Moscú no sacaría los tanques como en 1953.
—Si todo era tan inocente, ¿por qué no me has dicho antes que estabas viendo a Winter?
—Te lo habría dicho si no te conociera tan bien. Sabía que me ibas a crucificar moralmente. Te necesito, Helge.
—Una mentira más, Vlady. ¿Por qué no reconoces que estabas avergonzado por haber obrado mal? Mal moralmente, desde luego… pero no sólo eso. Has traicionado a nuestros camaradas, que se arriesgaban contigo y por ti. ¿Has olvidado cómo te miraban los más jóvenes mientras hablabas, con la esperanza pintada en las caras? Y ahora me dices que esas palabras no eran tuyas, que el camarada Winter te escribía el guión. Mírate al espejo.
Fui incapaz de responderle. Bajo su mirada de lástima y desprecio, me quedé aturdido, paralizado por los remordimientos.
—¿Por qué me lo has contado ahora?
No dije nada.
—¿Te da miedo que Winter o algún otro se vaya de la lengua? ¿Que la noticia salte a los periódicos?
Asentí con la cabeza.
—¿Es una posibilidad real?
—Sí.
—¿Cómo lo sabes?
—Winter me ha dicho que un periodista estuvo preguntándole cosas sobre mí.
—¿Sigues viendo a Winter?
—Winter trabaja activamente en el PDS, Helge. ¿No recuerdas que estábamos pensando hacer un frente común en algún momento? Cielo santo, si Winter es de los mejores hombres que tienen.
Sin poder soportarlo más, Helge salió de casa hecha una furia. Corrí detrás de ella, siguiéndola como un perro apaleado. Al final se detuvo y giró sobre los talones para enfrentarse a mí.
—No puedo seguir viviendo contigo, Vlady. Necesito estar con otras personas. Sólo de verte me pongo mala, literalmente. ¿Cómo quieres que mire a la cara a los demás después de esto? Deja de seguirme, por favor.
—¿Adonde vas a ir?
—A casa de mis amigos. Esta noche me quedaré en el hospital. Mañana, ya veremos.
Volví a casa sin saber qué rumbo iba a tomar mi vida. ¿Podría empezar de cero, renovarme, reconquistar el amor de Helge y, más adelante, su confianza? Empecé a llamarla al hospital cada media hora, pero no respondía. A las tres de la mañana me quedé dormido.
Al día siguiente me llamaste para contarme que Helge te había dicho que se iba a ir de casa. Que se trasladaba a vivir sola a Nueva York. Como no te explicó por qué, tú diste por hecho que le había sido infiel. Y yo no aclaré la situación, hijo mío. Sabiendo que no llevabas en la sangre ni una gota de política, pensé que no lo comprenderías. Perdona la arrogancia de este viejo estúpido… tendría que habértelo contado todo en ese momento.
Lo que más me sorprendió fue la velocidad con que se trasladó a Nueva York. Me hizo pensar que ya tenía planeado abandonarme mucho antes de que le confesara mis culpas, y eso me dolió. Llegué incluso a imaginar que tenía un amante y se había fugado con él. Unos meses más tarde, descubrí por casualidad que a una compañera suya del hospital le habían ofrecido un trabajo en Nueva York y tuvo que rechazarlo porque su madre estaba enferma de gravedad. Esa compañera recomendó a Helge para sustituirla, Helge se plantó en Nueva York y, ese mismo día, le concedieron el trabajo.
Ya te he aclarado el misterio, Karl. Lo que acabo de decirte en estas líneas es la razón única y verdadera de nuestra ruptura. ¿Crees que Helge hizo lo que tenía que hacer? Yo sí. Siempre estoy dándole vueltas a cómo podría redimirme ante ella. La necesito, hijo.