Catorce

Karl había leído varias veces la carta de Vlady, siempre a solas, como en esta ocasión. Estaba en la habitación de un hotel, en Múnich, adonde había ido a entrevistarse con un editor. Se habían citado para cenar.

De pronto, le asaltó el deseo imperioso de justificarse, algo que nunca le había pasado. ¿Por qué quería defender su trayectoria ante Vlady? ¿Sería porque repentinamente se sentía inseguro en el terreno político? El partido había cambiado de líder y a Karl no le gustaba el nuevo. Era demasiado escandaloso, inestable e insensato como para convertirse en un buen canciller. Karl se temía que el SPD volviera a quedar al margen del poder. Y él necesitaba el poder para luchar contra el olvido del tiempo. Quería aclararse las ideas, y, en momentos así, extrañaba a Vlady. Tenía una hora muerta antes de la cena. Sacó el ordenador portátil.

Querido Vlady:

Me alegró recibir tu carta. Te escribo para que sepas que no os culpo a ti ni a mi madre de la ruptura. Me disgustó, sí, pero eso ya es agua pasada. ¿Recuerdas que solías burlarte de mi falta de motivación, de mi incapacidad para decidir mi destino? Bueno, pues ahora que me he decidido, sigues enfadado porque no te gusta mi decisión. ¿Qué quieres, un hijo o un clon?

Lo que no soporto de tu generación es que os negáis a aceptar el veredicto de la historia. En tiempos, la historia se movía inexorablemente hacia delante, hacia vuestras utopías. Luego la entendisteis como un proceso con un sujeto: el gran e invencible proletariado mundial, unido en la lucha de clases contra su enemigo. Ahora la historia se ha convertido en una ramera. Mira lo que te rodea, Vlady, abre los ojos. Los campesinos pobres de Ruanda están matando a sus vecinos pobres por cuestiones tribales. Los serbios cristiano-ortodoxos matan a los bosnios musulmanes y a los croatas católicos, que a su vez los matan a ellos. ¿Es esto el progreso?

No te echo en cara tus recuerdos ni tu pasado, padre, así que, por favor, no me eches a mí en cara mi futuro. Yo no quiero utopías. Quiero tener una vida tranquila, un gobierno decente, una mujer a la que ame y que me ame a mí, un par de hijos, un sistema público de transporte que funcione y una bicicleta resistente… en este orden. ¿Te parece aburrido? Tal vez lo sea, pero prefiero aburrirme y llevar una vida común y corriente antes que vivir a tope mientras veo cómo perecen millones de seres humanos. La razón debe sustituir al dogma y a la ideología. Me niego a tratar de implantar una historia que destruya las historias «menores».

Estás enfadado. Me consideras un testarudo. Mi forma de pensar te parece un acto infantil de rebelión contra ti y contra Helge. Crees que los extraterrestres me han succionado el cerebro. Me imaginas consumido por aspiraciones arribistas. Y, por todo esto, has llegado a detestar mi postura política. Te sientes en posesión de la verdad y no asumes ninguna responsabilidad por este siglo de mierda que ha estado dominado por «la Idea». En realidad, mi querido Vlady, estabais enfrentándoos a molinos de viento cuando luchabais por vuestras utopías, tú, la abuela Gertrude y el abuelo Ludwik (ahora resulta que quizá no sea mi abuelo, ¡el único que de verdad combatió y murió por sus ideales quizá no sea pariente nuestro!). Sé que esto te va a molestar, pero así es como lo veo. No es que no me importe tu pasado, pero no me aporta nada. A pesar de todo, me siento muy unido a ti y te necesito. Es mejor que discutamos cara a cara.

Pronto volveré a Berlín, y me alegro de que aún conserves el viejo piso. No vayas a preocuparte por eso. Cuando esté allí, te ayudaré a buscar casa.

Helge me ha escrito diciendo que a lo mejor regresa a Alemania. Nueva York empieza a parecerle una ciudad «muy difícil»… ¡por fin! Me alegra muchísimo. ¿Y a ti?

Escríbeme o llámame pronto, por favor. O, mejor todavía, cómprate un fax y un contestador, nos facilitarán mucho la comunicación. Cuando se difundió el teléfono, la gente pensaba que nadie volvería a escribir cartas, pero luego llegó el fax y hemos retomado la costumbre de escribirnos; es decir, todos los europeos menos tú. ¿Dónde compras ahora la cinta de tu máquina de escribir? He oído que han cerrado la fábrica.

Un abrazo muy cariñoso,

Karl.