A
Ah
Ah, si solamente tú dijeras,
Si con tu boca tú dijeras
Contraria contrariis curantur,
Que parece tan fácil de decir a los que somos alopáticos.
Si tu dijeras, Lesbia, con tu acento,
O fortunatos nimium, sua si bona norint, Agricolas
Como Horacio. (¿O fue Vírgilio
Publio?).
O tan siquiera
Mehr Licht,
Que es tan fácil
Que cualquiera en un momento oscuro
Va y lo dice.
(Hasta Goethe).
Si tú dijeras Beba,
Digo, que dijeras,
Beba,
No que bebieras.
Si dijeras
Thalassa! Thalassa!
Con Jenofonte al modo griego
O con Valery siempre recomenzado,
pronunciando, claro, bien la última a-á
Acentuadá.
O si siguieras
Siquiera con
Saint
John
Perse
Dijeras
Ananábase.
Si tú dijeras
Thus conscience does make cowards of us all,
Silabiomurmurando
Como Sir Laurence y Sir John,
Laurence Olivier, Gielgud et al.
O con los gestos sombríos de una Asta Nielsen con voz, con vitafón
Si dijeras
Lesbia entre mis sábanas,
Con amor:
Si dijeras, Lesbia o Beba,
O mejor: Lésbica Beba,
Si dijeras
La chair est triste, helas, et j’ai lu tous le livres!
Aunque fuera mentira y de los libros/livres
No conocieras más que cubiertas y lomos, No los tomos Y sí algún título perdido:
A la Recherche du Temps etcétera
O Remembrance of Things Past Translation
(¡Qué bueno,
pero qué bueno
sería,
Beba, que pronunciaras levres en vez de livres!
Entonces tú no serías tú
Ni yo sería yo
Y mucho menos tú,
Yo o yo,
Tú:
O si dijeras viande en el lugar de chaire,
Aunque hablaras como martini-quaise.
Sería yo un feliz Napo,
león de tu josefinitud carnal, comestible y enferma).
Si dijeras, Bebita,
Eppur (o E pur) si muove,
Como dijo Galileo por excusa
A los que reprochaban al desmentido astrónomo
Que hubiera casado con puta vieja y fea
Y sin misericordia adúltera.
Si lo dijeras, Beba,
Lesbeba,
Aunque lo pronunciaras mal:
Si convirtieras por medio de tu lengua móvil, animada como con vida propia
El griego poco, el escaso latín y el ningún arameo en lenguas vivas.
O repitieras cuarenta y cuatro mil veces más y otras tantas
O sólo 144,
Que la primera cifra,
Los cuarenta y cuatro
Mil, en palabras, son para acá y la otra cifra
En números contantes son para un destino oculto, ocultado.
Si repitieras con mi lama
(Lagrán Rampa).
O solamente un modesto gurú
Si aprendieras de él a decir, murmu
rado:
Om-ma-ni Pad-me-Hum
Sin resultado,
Claro.
O si me hicieras un mudrá
Con el dedo del medio erguido, parado,
Y el anular y el otro, índice se llamará,
Los dos, los cuatro, todos los demás,
Acostados o prostrados.
Si consiguiera esto de ti,
no yo sería mí,
porque sería el bardo
y no un bardo.
Pero esto es complicado.
Demasiado.
Si pudieras decir
Una frase más simple, sencilla.
Si pudieras decilla,
Si pudiera decirla yo contigo
Y con nosotros el mundillo,
El mali mir,
Esa que diz:
Ieto miesto svobodno!
Svobodnó!
Ah, si te llamaras no Beba, sino Babel Martínez!
Arsenius Cuetullus hizo el silencio, que quedó reverberando en el carro y el Mercury se transformó en Pegaso. Casi aplaudí. Me lo impidió la consternación que oí en la voz de Beba. O Lesbia. O más bien la rapidez con que dijo:
—Pero este niño yo no me apellido Martíne.
—Ah, no-dijo Cué muy serio.
—No, ni tampoco me guta ese nombrecito de Anabel.
—Babel.
—El que sea.
Habló Magalena.
—Ademá mi vida cuánta etrañesa. Te juro muchacho que no entendí ni papa.
¿Qué hacer? La respuesta, aunque habláramos ruso de veras y no a través del espejo, no la pudo dar Lenin, mucho menos Chernichevsky. Vino en nuestro auxilio, en cambio, Henry Ford. Cué pisó el acelerador hasta el fondo-o más bien, hasta Chez Rine o Rine’s o Ca’Rine. Dom Rinu.