1

¿Quién era Bustrófedon? ¿Quién fue quién será quién es Bustrófedon? ¿B? Pensar en él es como pensar en la gallina de los huevos de oro, en una adivinanza sin respuesta, en la espiral. Él era Bustrófedon para todos y todo para Bustrófedon era él. No sé de dónde carajo sacó la palabrita o la palabrota. Lo único que sé es que yo me llamaba muchas veces Bustrófoton o Bustrófotomatón o Busnéforoniepce, depende, dependiendo y Silvestre era Bustrófenix o Bustrofeliz o Bustrófitzgerald, y Florentino Cazalis fue Bustrófloren mucho antes de que se cambiara el nombre y se pusiera a escribir en los periódicos con su nuevo nombre de Floren Cassalis, y una novia de él se llamó siempre Bustrofedora y su madre era Bustrofelisa y su padre Bustrófader, y ni siquiera puedo decir si su novia se llamaba Fedora de veras o su madre Felisa y que él tuviera otro nombre que el que él mismo se dio. Me imagino que sacó la palabra de un diccionario como del nombre de una medicina (¿ayudado por Silvestre?) tomó lo del continente de Mutaflora, que era la bustrofloresta de los bustrófalos.

Recuerdo que un día fuimos a comer juntos él, Bustrofedonte (que era el nombre esa semana para Rine, a quien llamaba no solamente el más leal amigo del hombre, sino Rineceronte, Rinedocente, Rinedecente, Rinecente, como luego hubo un Rinecimiento seguido del Rinesimiento, Rinesemento, Rinefermento, Rinefermoso, Rineferonte, Ronoferante, Bonoferviente, Buonofarniente, Busnofedante, Bustopedante, Bustofedonte: variantes que marcaban las variaciones de la amistad: palabras como un termómetro), y yo, cuando aparecieron los dos a buscarme al periódico me dijo, Vamos a una bustrofonda, porque detestaba los restaurantes de lujo y las lámparas de lágrimas y las flores de papel, y llegamos y no se había sentado cuando llamó al camarero. Bustrómozo, dijo y ya ustedes saben cómo son los camareros en La Habana tarde en la noche, que no les gusta que los llamen por su nombre: ni camareros ni mozos ni dependientes ni cosas por el estilo, así que vino el tipo con una cara más larga que la cola de una boa y casi tan fría y escamosa, y deveras que ya no era un mozo. Bustrósotros, dijo, v-va, vamos a cocomer, dijo imitando un gago este Bustrófunny-man y el camarero (o como se llame) lo miró mortalmente, más víbora que boa o una víboa, y yo me metí una servilleta de papel (era una fonda a la moderna) en la boca para ahogar la risa, pero la risa sabía nadar crawl, relevo australiano o de pecho y las servilletas sabían a saliva de tigre y toca la casualidad que B. que en ese momento se llamaba Bustrófate me decía, Debíamos haber convivido a Bustrófelix, y yo tenía la risa llegando a la presa de papel y él que me pregunta, Eh Bustrófoto, y yo que le digo, con la servilleta en la meta de la boca, Fi flaro, y allá va la servilleta como un volador de alcance intermedio seguido por una carcajada supersónica que era una cadena de pedos bucales o vocales o bocales y el proyectiro que da, le cae al camarero en su cara, que toma todo el largo de su cara larga como pista de aterrizaje, que en un final da en diana de ojo ajado, y el tipo se niega a servirnos y se nos va de la vida como van las arenas al mar (música de Sabre Marroquín) y arma tremendo bochinche allá en el fondo del océano con el dueño poseidónico y nosotros en el más acá muertos de la risa en la orilla del mantel, con este pregonero increíble, el heraldo, Bustrófono, éste, gritando, BustrofenóNemo chico eres un Bustrófonbraun, gritando, Bustromba marina, gritando, Bustifón, Bustrosimún, Bus-monzón, gritando, Viento Bustrófenomenal, gritando a diestro y siniestro y ambidiestro. Tuvo que venir el dueño que era un gallego calvo y chiquito y gordo, más bajito que el camarero, que al ponerse de pie al fondo no daba pie y parecía que se puso de rodillas, un Busto que anda.

—¿QUÉ OS PASA?

—Queremos (dijo Bustro tan tranquilo, de perfil) queremos quomer.

—Pero, haziendo burlas, amiguito, no se come.

—Y quién hizo burlas (preguntó Bustrófactótum y como él era un tipo largo y flaco y con muy mala cara y esta malacara picada por el acné juvenil o por la viruela adulta o por el tiempo y el salitre o por los buitres que se adelantaban, o por todas esas cosas juntas, se paró, se puso de pie, se dobló, se triplicó, se telescopió hacia arriba agigantándose en cada movimiento hasta llegar al cielo raso, puntal o techo).

Y el dueño se achicó, si es que podía hacerlo todavía

y fue el hombre increíblemente encogido, pulgarcito

o meñique, el genio de la botella al revés y

se fue haciendo más y más y más chico,

pequeño, pequeñito, chirriquitico

hasta que se desapareció por

un agujero de ratones al

fondo-fondo-fondo,

un hoyo que

empezaba

con

o

y me acordé de Alicia en el País de las Maravillas y se lo dije al Bustroformidabl e y él se puso a recrear, a regalar: Alicia en el mar de villas, Alicia en el País que Más Brilla, Alicia en el Cine Maravillas, Avaricia en el País de las Malavillas, Malavidas, Mavaricia, Marivia, Malicia, Milicia Milhizia Milhinda Milinda Malanda Malasia Malesia Maleza Maldicia Malisa Alisia Alivia Aluvia Alluvia Alevilla y marlisa y marbrilla y maldevila y empezó a cantar tomando como pie forzado (forzudo) mi Fi Flaro y la evocación de Alicia en el mar y Martí y los zapaticos de Rosa aquella canción que dice así con su ritmo tropical:

Laralaralara larararará

(afinando su guitarronca voz).

Voy arriba! ¡Allá va eso!

Bustrófueno mar tes fumas

(f) arina fina y Phílar

(f) iero fallir afrenar

suphón dillito dis phruta

Váyala fiña di Viña

deifel Fader fidel fiasco

falla mimú psicocastro

alfú mar sefú más phinas

AH NO pero no sirve: todo esto había que oírlo, hay que oírlo, oírlo a él, como había que oír su Borborigma Darii:

Maniluvios con ocena fosforecen en repiso.

Catacresis repentinas aderezan debeladas

Maromillas en que aprietan el orujo y la regona,

Y esquirazas de milí rebotinan el amomo.

¿No hay amugro en la cantoña para especiar el gliconio?

Tufararas vipasanas paloteabean el telefio.

La reata de encellado, ¿no enfoscaba en el propileo?

Ah, cosetanos bombés que revulsan en limpión!

Tunantada enmohecida se fulmina en la diapente.

Pastinacas de diapreas opositan

El frimario mientras pecas de satirio

Afollaban los fosfenos del litófago en embrión.

No hay marisma!

Los ibídemes de prasma refocilan

En melindres y a su lado la gumía jaraneaba un notocordio

En trisagios de silbón.

Gurruferos malvaviscos

Juntamente en metonimias desancoraban la gubia

Para pervertir la espundia y abatanar el cachú.

¡No hagan olas!

Cachondeos poliglotos prefacionan el azur

Y amartelan el rehílo de alcatifas en palurdo,

Otrosíes de la fullona dorada en el conticinio

¡Vale reis!

¿No entrelinean el dilúculo?

¡Prior pautado!

Volapiés de sonajeros atafagan el boquín

Y en las dalas, en las dalas de Gehenna

Recurvan los borborigmos de la simonía de abril.

Y justamente en este mes aprovechó Rogelito Castresino para pasar por la calle y nos pusimos a cantar todas las variantes de todos los nombres de la gente que conocemos, que es juego secreto hasta que vino el camamozo o como se llame a interrumpir la ceremonia y Bustrófedon lo saludó con lo que él llama, llamaba el pobre su, namaste, pero hecha no con las palmas de la mano, sino con el dorso, así:

y pedimos la comida.

Bustrofrijoles dijo Bustrofedón dijo él mismo Con arroz blanco traté de decir yo pero él dijo Bustrofilete dijo Bustrophedón-té dijo Bustrófedon dijo Bustrofricasé dijo Bustrofabio ay dolor bustrosfueron en un tiempo, dijo, porque era él siempre quien habló y lo dijo todo mirando al camarero cara a cara (o caracara), frente a frente, mirándole los ojos, los dos, porque todavía sentado era más alto que el otro de manera que se encogió un poco, generoso, y cuando terminamos pidió el postre también para todos. Todositario. Bustroflán, dijo y luego dijo, Bustrófeca y yo me metí por fin por medio rápido y dije, Tres cafés, pero al tratar de decir, fino, Por favor, dije Forvapor o forpavor, no sé y no sé tampoco cómo salimos sin acusarnos alguien de terroristas por la implosión y la explosión y el estruendo de las rosas, risas, y cuando trajeron el café, antes, y lo tomamos y pagamos y salimos del restaurando ya íbamos cantando las Variaciones Quistrisini (copyright, Boustrophedon Inc) de esa Cantata de Café que fue Bustróffenbach quien La compuso:

Yo to doró

to doró noño hormoso

to doró ono coso

ono coso co yo solo so

GOFO

Ye te deré

te deré neñe hermese

te deré ene kese

ene kese ke ye sele se

KEFE

Yi ti dirí

ti dirí niñi hirmisi

ti dirí ini kisi

ini kisi ki yi sili sí

KIFI

Yu tu durú

tu durú nuñu hurmusu

tu durú unu kusu

unu kusu ku yu sulu su

KUFU

Ya ta dará

ta dará naña harmasa

ta dará ana casa

ana casa ca ya sala sá

CAFA

yo ofreciendo el acompañamiento rítmico imitando, demostrando que el hombre asciende hasta el mono, chimpanceando a Eribó, haciendo ruidos regulares (creo: estaba borracho y debía tener ritmo) con mis dedos y una cuchara y un vaso y luego afuera con las manos y la yema de los dedos y la boca y los pies de vez en cuando. ¡Ah ah AH!, cómo nos divertimos esa noche, carajo, esa Noche Carajo, de verdad la gozamos y Bustrófedon inventó los trabalenguas más enredados y libres y simples del tipo En Cacarajícara hay una jícara que el que la desencacarajicare buen desencacarajicador de jícaras en Cacarajícara será, y todos esos analavalanas, como aquel tan viejo y tan bueno y tan eterno, clásico, de Dábale arroz a la zorra el abad, de los que inventó, en un momento, por una apuesta con Rine, estos tres: Amor a Roma, y: Anilina y oro son no Soroya ni Lina, y: Abaja el Ajab y baja lea jabá, que son simples pero no fáciles y son medio cubanos y medio exóticos o todo exóticos para un tercero equi(s) distante y me sorprendieron porque los pies reforzados de Rine (dos, dijo Bustrófedon, el derecho y el izquierdo, diestro y siniestro) fueron tres: La Habana y la bandera española (¿por qué?, porque paseábamos por el parque Central entre los dos centros, el gallego y el asturiano) y una mulata pasó, y hubo otro pie (B. dijo que eran tres las patas forzosas y que era ahora un cuadrúpedo, el Ñu o Gnu o Nyu) que era nuestro tema eterno entonces, La Estrella, por supuesto, y con ella Bustrofizo un anagrama (palabra que descompuso en una divisa, Amarg-Ana) con la frase Dádiva ávida: vida, que escrita en un encierro, en la serpiente que se come, en el anillo que es ana era un círculo mágico que cifra y descifraba la vida siempre que se empezara a leer una cualquiera de las tres palabras y era una rueda de la infortuna: ávida, vida, ida, David, ávida, vida, ida, dádiva, dad, ad, di, va: comenzando de nuevo, rodando y rodando y rodando hasta ir al Rrastro del Holvido desde donde podía contarnos su historia (oyentes del Alma de las Cosas), y que también y tan bien y tan(to) bien podía usarse con La Estrella porque la palabra-rueda, la frase, el anagrama de doce letras que son doce palabras:

sonaban siempre a diva.

Nos recitó grandes trozos no escogidos de lo que él llamaba su Diccionario de Palabras A-fines y Ideas Sinfines, que no recuerdo todo, por supuesto, pero sí muchas de sus palabras y las explicaciones, no las definiciones que su autor intercalaba: abá, aba, ababa, acá, asa, allá, Ada (hada), aná y Aya, y lamentando de paso él que Adán no se llamara en español Adá (¿se llamará así en catalá?, me preguntó) porque entonces no solamente sería el primer hombre sino el hombre perfecto y declarando el oro el más precioso de los metales escritos y al ala el gran invento de Dédalo el artífice y el número 101 sea alabado porque era, es como el 88 (loado sea) un número total, redondo, idéntico a sí mismo la e-ternidad no lo cambia y como quiera que uno mira es siempre él mismo, otro uno, aunque decía que el perfecto-perfecto era el 69 (para alegría de Rine) que es el era una estrella y número absoluto, no solamente pitagórico (jodiendo a Cué) sino platónico y (halagando a Silvestre: a mystic bond of writerhood unía a esos dos) alcmeónico, porque se cerraba en sí mismo y las sumas de sus partes más la suma de la suma era igual (aquí Cué se iba) al último número y qué sé yo cuántas complicaciones numéricas que siempre ponían frenético a C y cuando éste iba ya por la puerta B añadía con picardía cubana, Y lo que sugiere caballeros lo que sugiere.

Bustrófedon siempre andaba cazando palabras en los diccionarios (sus safaris semánticos) cuando se perdía de vista y se encerraba con un diccionario cualquiera, en su cuarto, comiendo con él en la mesa, yendo con él al baño, durmiendo con él al lado, cabalgando días enteros sobre el lomo de un (mata) burro, que eran los únicos libros que leía y decía, le decía a Silvestre, que eran mejor que los sueños, mejor que las imaginaciones eróticas, mejor que el cine. Mejor que Hitchcock, vaya. Porque el diccionario creaba un suspenso con una palabra perdida en un bosque de palabras (agujas no en un pajar que son fáciles de hallar, sino una aguja en un alfiletero) y había la palabra equivocada y la palabra inocente y la palabra culpable y la palabra-asesina y la palabra-policía y la palabra-salvadora y la palabra fin, y que el suspenso del diccionario era verse uno buscando una palabra desesperado arriba y abajo del libro hasta encontrarla y cuando aparecía y veía que significaba otra cosa era mejor que la sorpresa en el último rollo (en esos días estaba entusiasmado porque había leído que adefesio venía de la epístola de San Pablo a los efesios y, decía Bustró, no a uno sino a todos, Te das cuenta viejo que es un invento del mismo culpable de tanta pareja infeliz y tanto adulterio y tantos tangos, y que el matrimonio puede ser el mayor adefesio, porque Bustrófedon era tan enemigo del matrimonio (mártirmonio decía él) como amigo de las casadas, perfectas e imperfectas) del mar Muerto y lo único que lamentaba era que el diccionario, los diccionarios todos admitieran tan pocas palabras y se sabía todas las que traían de memoria (había una, olisbo por consolador, que lo atrapó como un anzuelo y la tuvo clavada en boca semanas y para fastidiar a Silvestre recordaba la película italiana No hay paz entre los olivos con la parodia No hay paja entre los olisbos) como se sabía la definición, del diccionario de la Real Academia, del perro: M., mamífero doméstico de la familia de los cánidos, de tamaño, forma y pelaje muy diversos, según las razas, pero siempre con la cola menor que las patas posteriores (y aquí hacía una pausa) una de las cuales levanta el macho para orinar, y seguía con sus palabras felices:

Ana

ojo

non

anilina

eje (todo gira sobre él).

radar

ananá (su fruta favorita).

sos y

gag (la más feliz).

y estuvo a punto de hacerse musulmán por el nombre de Alá, el Dios perfecto, y se exaltaba con la poca diferencia que hay entre alegoría y alegría y alergia y el parecido de causalidad con casualidad y la confusión de alineado con alienado, y también hizo listas de palabras que significaban cosas distintas a través del espejo.

mano/onam

azar/raza

aluda/adula

otro/orto

risa/asir

y señaló los cambios de sílabas mutantes como gato y toga y roto y toro y labio y viola en alquimias que no acaban nunca, y habló y explicó y explanó (juego suyo) y jugó con las palabras hasta las tres de la mañana (hora que supo porque tocaban el vals Las tres de la mañana y esa noche fue idéntica a otra noche en que molestó a Cué con su nuevo sistema de numeración no continua basado en un refrán que leyó (quizá B. prefi(ri) era decir oyó) no sé dónde de que una cifra vale igual que un millón y dónde los números no tienen un valor fijo o determinado por su posición o el orden sino que tienen un valor arbitrario y cambiante o totalmente fijo, y se contaba, por ejemplo, del 1 al 3 y después del 3 no venía naturalmente el 4 sino el 77 o el 9 o el 1563 y en que dijo que algún día se descubriría que todo el sistema de ordenación postal era erróneo, que lo lógico sería enumerar las calles y darle un nombre a cada casa y declaró que la idea era paralela a su sistema de nuevo bautizo de hermanos en que todos tendrían diferentes apellidos pero el mismo nombre, y a pesar del encojonamiento (no hay otra palabra, lo siento) de Cué fue una noche corta y feliz, divertidos todos porque en el Deauville Silvestre escogió una carta desechada por un coime amigo de Cué, el dos de diamantes y dijo que él podía decir cuál era el derecho o el revés de la carta, no el anverso o el reverso, sino que sabía orientarla, ponerla de pie, fijarla, por mera intuición, así dijo, ya que el dos de diamantes, como se sabe, cae igual siempre y a Bustro le encantó encontrarse con una capicúa gráfica y apostó que era imposible que Silvestre pudiera destruirla sabiendo su verdadera posición y Cué dijo que Silvestre hacía trampas y Silvestre se molestó y ustródefon se puso de su parte y lo salvó con su abogacía de que era imposible hacer trampas con una sola carta y animó a Silvestre a que nos hiciera el juego del poligamo (así dijo) y Silvestre nos preguntó a todos, menos a B, si sabíamos qué era exactamente un hexágono y Rine dijo que era un polígono de seis lados y Cué dijo que era un sólido de seis caras y Silvestre dijo que eso era un hexaedro y entonces yo cogí y lo dibujé (Eribó, claro, no estaba: lo hubiera hecho él entonces) en un papel

y entonces Silvestre dijo que era en realidad un cubo que perdió su tercera dimensión y lo completó así

y dijo que cuando el hexágono encontrara su dimensión perdida y supiéramos cómo lo hizo, podríamos nosotros encontrar la cuarta y la quinta y las demás dimensiones y pasear libremente entre ellas (por el Paseo de las Dimensiones dijo B. señalando hacia el Paseo de las Misiones) y entrar en un cuadro, pararnos sobre un punto, viajar del presente al futuro o al pasado o a otro más allá con abrir una puerta solamente, y Rine aprovechó para hablar de sus inventos, como el de la máquina que nos convertirá en un rayo de luz (yo dije que también en un rayo de sombras) y nos enviará a Marte o a Venus (ahí quiero ir yo, dijo Vustrófedon) y allá lejos y hará tiempo otra máquina nos re-convertiría, haría de la luz luces y sombras sólidas y así nos convertiríamos en turistas espaciales, y Cué dijo que era la misma técnica de los puertos de escala y B. dijo que eran Las Esc-alas de Y-ser o Y-ver no Ibert, y Cué cometió el error (que B. escribía erore) de contar que él había imaginado una vez un cuento de amor donde un hombre en la tierra sabía que había una mujer en un planeta de otra galaxia (ya Bustró comenzó por decir, el camino de toda leche, traduciendo del latín o del griego) que lo amaba y él se enamoraba locamente de ella y ambos sabían que era el verdadero amor imposible porque nunca nunca se encontrarían y deberían amarse en el silencio de los espacios infinitos y claro Bustrófedon terminó la velada jodiendo a Cué al decir que eran Tri-star e Isonda, y ahí fue (calabaza calabaza cada uno a su casa y el que no tenga casa que) que, cosa curiosa (curiocosa) encontramos en Las Vegas a Arsenio Cué, que nos estuvo evitando no invitando toda la noche porque estaba con una hembra vulgo lea, geva o ninpha (y si hablo como Bustrófedon ya para siempre no lo siento sino que lo hago a conciencia y a ciencia y lo único que lamento es no poder hablar de verdad y natural y siempre (siempre también para atrás, no sólo para adelante) así y olvidarme de la luz y de las sombras y de los claroscuros, de las fotos, porque una de sus palabras vale por mil imágenes), trigueña, alta, blanca, muy blanca, linda, fotogénica, una modelo que era un cromo y Cué puso una cara de plomo y habló con su voz de radio y B. le dijo que el club estaba lleno de elementos simples y lo boncheamos saturnalmente y Bustró inventó allí aquel slogan criminal de Arsénico para los Cué, que nosotros convertimos en un himno de la noche hasta que se acabó la noche y cuando yo quise seguir hasta hacerlo un himno del amanecer en el trópico, Rine dijo que así no valis y me callé y me caí y me cagué en la cultura que siempre viene a interrumpir con su metafísica la felicidad.

Ésa fue la última vez (si olvido lo que quiero olvidar, por lo que hago este enorme paréntesis, para lo que quisiera no tener memoria: la noche del sábado) que vi vivo a Bustrofaón (como lo llamaba Silvestre a veces) y si uno no lo vio vivo no lo vio, y fue Silvestre en realidad quien lo vio por última vez, vivo. Antier mismo vino este Bustrófilme que así se llamaba esa semana para nosotros y para el siglo y me dijo que a B. lo habían ingresado y yo pensé que se iba a operar de la vista porque tenía un ojo malo, estrabiado, perdido en la jungla de la noche, apuntado con un ojo para el ser y con otro para la nalga, como decía Silvestre siempre, o para la nada en realidad, y esta visión de camaleón, total era un problema para su cerebro y siempre tenía dolores de cabeza, grandes, enormes jaquecas que él llamaba el pobre las cefalalgias Brutales o las Bustrolalias cefálicas o la Bustrocéfalolalias, y pensé ir a la clínica el lunes a mediodía cuando saliera del turno de noche, que Bustrofedón, más económico o menos desacertado, llamaba el nocturno. Pero ayer martes por la mañana me llama Silvestre y me dice, así de pronto, que Bustrófedon se acaba de morir y sentí que el teléfono me decía algo que era lo mismo para arriba y para abajo, uno de esos juegos que él inventaba y me di cuenta que la muerte era una broma ajena, otra combinación: esa capicúa que salía de los mil hoyos (oyos) del teléfono, como una ducha de ácido muriático, corrosiva. Y fue en el teléfono, casualidades o causalidades de la vida, que Bustrofonema, Bustromorfosis, Bustromorfema empezó a cambiar el nombre de las cosas, de veras, de verdad verdad, enfermo ya, no como como al principio que lo trastocaba todo y no sabíamos cuando era broma o era en serio, solamente que ahora no sabíamos si era en broma, sospechábamos que era en serio, que era serio, porque ya no era solamente el feca con chele, que heredó del lunfardo argentino en Nueva York (donde por cierto lo conoció Arsenio Cué, que fue quien lo vio, quien lo oyó primero) y como del gotán, que es el reverso del tango, derivó el barúm que es lo contrario de una rumba y se baila al revés, con la cabeza en el piso y moviendo las rodillas en lugar de las caderas o decir sus Números (más después: ver adelante) que son Américo Prepucio y Harún al’Haschisch y Nefritis y Antigripina la madre de Negrón y Duns Escroto y el Conde Orgazmo y Gregory La Cavia y el epidíditsmo de Panamá y William Shakeprick y Shapescare o Chaseapear y Fuckner y Scotch Fizz-gerald y Somersault Mom y Cleoputra y Carlomaño y Alejandro el Glande y el genial músico bizco Igor Strabismo y Jean Paul Sastre y Teselio y Tomás de Quince y George Briqua-Braque y Vincent Bongó (jodiendo a Silvio Sergio Ribot más conocido como Eribó gracias al B.) y querer escribir una roman a Klee, y cosas así, como llamar Eutanasia a Atanasia la cocinera de casa de Cassalis (para él la cassa de Casalis) o las competencias con Rine Leal que le gano una vez por una cabeza diciendo que los ucranianos tenían la cabeza en forma de U y su verdadero nombre era ucraneanos o llegar y decir que venía implacablemente vestido cuando quería decir que estaba elegante o competir con Silvestre por ver quién hacía más variantes del nombre de Cué, por ejemplo, o ponerme a mí el seudónimo de Códac (suyo fue mi otro bautizo y la idea salió, ya revelada, de Kodak y así encubrió mi nombre prosaico, habanero con la poesía universal y gráfica) y saber, como sabía, todo lo que hay que saber del Volapük y el Esperanto y el Ido y el Neo y el Basic English, y su teoría de que al revés de lo que pasó en la Edad Media, que de un solo idioma, como el latín o el germano o el eslavo salieron siete idiomas diferentes cada vez, en el futuro estos veintiún idiomas (miraba a Cué cuando lo decía) se convertirían en uno solo, imitando o aglutinándose o guiados por el inglés, y el hombre hablaría, por lo menos en esta parte del mundo, una enorme lingua franca, una Babel estable y sensata y posible, y al mismo tiempo este hombre era una termita que atacaba los andamios de la torre antes de que se pensara en levantarla porque destruía todos los días el español diciendo, imitando a Vítor Perlo (al que llamaba Von Zeppelin por la forma de su cabeza), decir sotifiscado y esóctico y dezlenable o decir que él tenía asexo a las interioridades de un asunto o quejarse de que no comprendían en Cuba su apestoso humor y consolarse pensando que sería alabado en el extranjero o en el futuro, Porque nadie, decía, es mofeta en su tierra.

Cuando terminé de oír a Silvestre, sin hablar, antes de colgar, colgando el negro, ya de luto, espantoso teléfono, me dije a mí mismo, Carajo todo el mundo se muere, queriendo decir que los felices y los amargados y los ingeniosos y los retardados mentales y los cerrados y los abiertos y los alegres y los tristes y los feos y los bellos y los lampiños y los barbudos y los altos y los bajos y los siniestros y los claros y los fuertes y los débiles y los poderosos y los infelices, ah y los calvos: todo el mundo y también la gente que como Bustrófedon puede hacer de dos palabras y cuatro letras un himno y un chiste y una canción, ésos, también se mueren y me dije, Coño. Nada más.

Fue después, hoy, ahora mismo que supe que en la autopsia antes del entierro, que me negué a ir porque Bustrófedon metido allí dentro, en el ataúd, no era Bustrófedon sino otra cosa, una cosa, un trasto inútil guardado en una caja fuerte por gusto, allá, cuando terminaron la trepanación del cráneo en forma de interrogación de Bustrófedon y sacaron de su estuche natural el cerebro y el patólogo lo tuvo en su mano y jugó con él y escarbó y trasteó todo lo que quiso y finalmente supo que tenía una lesión (él, el pobre, hubiera dicho una lección) desde niño, desde antes, de nacimiento, desde antes cuando se formó en que un hueso (¿qué cosa, Silvestre Ycué: un aneurisma, un embolismo, una pompa de la vena humorística?), un nudo en la columna vertebral, algo, que le presionaba el cerebro y le hacía decir esas maravillas y jugar con las palabras y finalmente vivir nombrando todas las cosas por otro nombre como si estuviera, de veras, inventando un idioma nuevo —y la muerte le dio la razón al médico que lo mató, que no lo asesinó, no, claro, por favor, que ni siquiera quiso matarlo sino que quiso salvarlo, a su manera, de una manera científica, de una manera médica, filantrópico él, humanitario, un Doctor Schweitzer que tenía su Lambarene en el hospital ortopédico con tanto niño deforme y tanta mujer tullida y tanto inválido a su entera disposición, que abrió el cráneo en forma de B para quitarle los dolores de cabeza, los vómitos de palabras, el vértigo oral, para eliminar de una vez y para siempre (tremenda palabra, eh: siempre, la eternidad, el carajo) las repeticiones y los cambios y la aliteración o la alteración de la realidad hablada, eso que el médico llamaba, para darle a Silvestre en la yema del gusto, en el mingo hipocondríaco, en la costura científica, casi imitando al propio Bustrófedon, pero claro con su patente de corso, el título para la trata de blancas y negras y mulatas, el D r y punto entre ornamentos y dibujitos y formas que garantizan lo imposible, usando palabras mayores, técnicas, médicas, confirmando eso de que todos los técnicos son mentirosos pero siendo creído siempre como siempre lo son los grandes mentirosos, diciendo en la jerga de Esculapio, con la piedra (¿filosofal o de toque?) de Galeno, diciendo «afasia», «disfasia», «ecolalia», cosas así, explicando, muy petulante según me contó Silvestre, que era Es decir, estrictamente, pérdida del poder del habla; del discernimiento oral o si se quiere y ya más específicamente, un defecto no de fonación, sino derivado de un disfuncionamiento, tal vez una descomposición, una anomalía producida por una patología específica, que ulteriormente llega hasta disociar la función cerebral del simbolismo del pensar por el habla, o —no nono no mierda ya está bien claro así como está y hay que dejarlo quieto, porque los médicos son los únicos pedantes elefantinos, los solos mamuts de la pedancia que quedan vivos una vez que se extinguieron en el MíoCideno Jaimes Joiyce y Eesra Pounk y Adolfo Solazar. Ésos son los pretextos hipócritas, el diagnóstico encubridor del crimen perfecto, el alibí hipocrático, la coartada médica, pero lo que en realidad quería era ver en qué rincón del cráneo de Bustrófedon, del Búcraneo como lo llamó tan bien Silvestre el Discípulo, en qué sitio, conocer el asiento particular de aquellas transformaciones maravillosas de la bobería y el lugar común y las palabras de todos los días en los dichos mágicos y nocturnos del Bustro, que ni siquiera se pueden conservar en un envase con formol nostálgico porque yo que soy quien más anda, andaba con él, soy un malo conservador de las palabras, cuando no tienen directamente que ver con la foto que aparece arriba y aun entonces es un cojo pie de grabado que siempre me corrigen-como esto. Pero si los juegos se perdieron, los dicharachos como decía la madre de Cassalis y yo no sé repetirlos, no quiero olvidar (tanto que las conservo: no en la memoria memoranda de Silvestre ni en el rencor neurálgico de Arsenio Cué ni en el homenaje crítico de Rine ni en la exacta reproducción fotográfica que nunca pude hacer, sino en mi gaveta, únicas entre los negativos de una negra memorable, la foto, el affidavit desnudo de sus carnes blancas al trasluz, rubensianas como diría Juan Blanco y una o dos cartas que no tienen otra importancia que la que tuvieron entonces y el telegrama del estribo de Amapola del Campo, Dios Mío qué seudónimo, el telegrama un día azul y ahora amarillo que todavía dice en un español aprendido por radio: el tiempo y la distancia me hacen comprender que te he perdido: escribir eso, señores del jurado, y dárselo al hombre del telégrafo en Bayamo ¿no demuestra que las mujeres o están todas locas o tienen más cojones que Maceo y su caballo heroico?) sus parodias, aquellas que grabamos en casa de Cué, que grabó Arsenio mejor dicho y luego yo copié y nunca quise devolver a Bustrófedon, menos después de la discusión con Arsenio Cué y la decisión violenta de los dos de borrar lo grabado— cada uno con razones diferentes y opuestas. Por eso guardaba eso que Silvestre quiso llamar memorabilia, que ahora devuelvo a su dueño, el folklore. (Linda frase ¿verdad? Lástima que no sea mía.).