Como el elevador no funcionaba, di media vuelta para irme, pero finalmente decidí subir por la escalera. Ahora, hace un momento, en la duda que enfrentaba la calle al fondo (y dije al fondo) como una luceta radiante, mirando al largo pasillo que era más bien un túnel, supe que estaba en una de las minas de carbón más profundas y oscuras y torcidas del mundo, con tres, más bien dos vetas a explo tar: una agotada (el elevador) y dos todavía con recursos (el callejón de atrás y gritar a su ventana, y el cajón de la escalera) y la posibilidad de las vacaciones del aire, de la tarde, la claraboya de la vida: un libre albedrío ajeno y distante porque había escogido venir. Había también la libertad del azar en la forma de un posible escape de grisú melancólico. ¿Por qué había venido? De algún lado, de abajo, quizás (aunque debajo no debía quedar otro recinto que lo que Julio Averno llamaba el salón del viento fenomenal) llegaron unos ruidos que no podían ser una respuesta, porque eran martillazos bien claros. Arreglaban el elevador. Empecé a subir la escalera y sentí un vértigo invertido (¿es que esta sensación existe?): si hay algo que detesto más que bajar una escalera oscura, es subir una escalera oscura.
¿Por qué te vengo a ver Livia Roz? (¿Ése es tu verdadero nombre o más bien Lilia Rodríguez?). ¿Me invitaste de veras a tu casa? Si quieres, si puedes, responde las dos preguntas francas y olvida el malvado paréntesis ¿quieres? Nunca hubiera podido explicarle a Silvestre por qué contaba estos escalones metafísicos con la suela del zapato, mientras que una de mis manos (sudorosa) aferraba el pasamanos de mármol pulido y la otra (suave) trataba inútilmente de agarrar la sudada pared de granito. Creo que llegué porque toqué con nudillos invisibles una puerta que no existía y una voz lejana y penetrante y reconocible dijo o gritó o susurró Va enseguida. Recordé un sueño de otra puerta, otras puertas y otra respuesta al llamado.
Pude haberle dicho a Silvestre muchas cosas. Una de ellas que conocí a Livia Roz cuando tenía el pelo negro, que debió ser hace tiempo. Me maravilló la piel blanca, transparente, viva y me alegraron los ojos azules oscuros y me conmovió el pelo que creí naturalmente negro. Ella se quedó con mi mano o al menos la tuvo tanto tiempo entre la suya que me olvidé de ella (la mano quiero decir). Me la presentó Tito Lívido, que no era entonces director de cine, sino camarógrafo de la televisión. Cuando ella dejó de sonreír batiendo la cabellera y moviendo el cuello a ritmo y tirando de mi mano como si quisiera jugar al tieso-tieso, cuando habló, quizás un poco antes, cuando abrió la boca para decir algo, supe que tenía en mi mano las patas del pavorreal, la voz de la cacatúa, el andar palmeado del cisne. De manera dijo ella ¿que usté es pausa para respirar conmovida el famoso mueca de reconocimiento Arsenio Cué? ¿Qué se puede responder a esta pregunta? No, yo soy un hermano suyo que se llama igual que él. Risa general, coronel y comandante. Explicación de Tito Arsen un bromista consumado Lívido. Un bromado consumista dije yo. Nuevas risas, no sé por qué. Usté dijo Livia, levantando por primera vez su abanico ontológico y golpeando con él mi testa dura es malo tono que quiere ser maternal muy malo. Realmente, no sabía qué hacer, porque todavía no había soltado mi mano. Entonces, en una de las fases del juego (tieso-tieso) me atrajo hacia ella por debajo y mientras inclinaba su cabeza para ver mi otra mano, la izquierda, decía susurrando a mis oídos y haciendo ver a todo el orbe que le interesaba la cultura: Ay entonación idéntica a la de Rodrigo de Triana al descubrir América si tiene un libro en la mano. (Sé que suena complicado, pero habría que verlo visto y oído: digo y oído, porque de haberlo visto nada más, a través de un cristal, por ejemplo, el observador tendría casi una imagen obscena). ¿Qué es? Mostré el libro. Ella leyó como recién alfabetizada. Mas-Allá-del-Río-y-entre-los-árboles. Aquí hizo casi una mueca de asco. ¿Jemingüey? ¿Usté lee a Jemingüey? Parece que dije alguna vez que sí. ¿No está pasado de moda? Creo que sonreí: Es que yo estuve enfermo cuando chiquito Tito, lívido, le dijo algo al oído y al tiempo que ella abría la boca en una exclamación sin punto, yo decía y me pongo al día. Ella sonreía ahora con todos sus labios largos y rosados (no llevaba maquillaje ese día, recuerdo), diciendo en su risa Es que yo soy TAN innorante, pero queriendo decir Querido usté está atrasado en sus lecturas y diciendo en realidad Perdona pausa íntima ¿te puedo tutear?, reinicio intimísimo.
Sí le dije yo claro que sí y al decirlo me apretó la mano en señal de gracias. Gracias: ella era amiga también del énfasis. Tendió la otra mano al libro. Presta me dijo me tengo que ir dijo y metió su mano dentro de mi chaqueta (fue entonces que supe que había soltado mi mano, que se quedó en el aire, recordándome aquel juego infantil del reflejo muscular y el brazo y la pared: tensión dinámica) y sacó mi pluma Te voy a apuntar mi número de teléfono mientras escribía para que me llames. Me lo devolvió todo (miré el número sin verlo) y me sonrió su sonrisa marcada Adiós Pero Posiblemente Hasta Luego. Chao fue lo que dijo, claro.
La llamé un día cuando terminé de leer por tercera ocasión esta novela conmovedora y triste y alegre que es uno de los pocos libros de veras sobre el amor que se han escrito en el siglo, cuando vi su nombre escrito sobre la palabra FIN en una letra grande y dibujada pero agradable: un si es no es falsa/trabajada/viril. No estaba, pero hablé con Ella por primera vez. Quiero decir, con Laura su amiga dijo una voz que me pareció entonces demasiado melosa. Livia no está. ¿Quiere dejarle un recado? No, yo llamaría otro día. Colgué: es curioso, colgamos. Cortamos la comunicación, así, con un gesto, cuando habíamos conseguido hablar el uno con el otro. Creo que nunca después (y hubo mucho tiempo para que ocurriera) estuvimos tan cerca, juntos. Ella me dijo luego que se quedó pegada al teléfono (que estaba en los bajos, junto al comedor lleno de huéspedes) aquellas siete y cuarto de la noche, esperando que yo volviera a llamar. Me lo dijo cuando Livia me presentó un día, frente al canal. Se separó de un grupo para saludarme, porque sabía que no me gustan los grupos. Arsen me dijo hay una pausa conocida mía que quiere conocerte. No tenía la menor idea de quién sería, tanto que iba a dar una excusa y meterme en la máquina, cuando vi una muchacha larga, pobremente vestida de negro, delgada, de pelo castaño claro, casi arena, que sonreía junto a la escalera: yo la había mirado al pasar por su lado, contento de ver aquel cuerpo esbelto y bien hecho y joven, y creo que miré sus ojos grises o castaños o verdes entonces (no, no los miré, porque los hubiera recordado: son sus ojos malva, oscuros, morados los que no puedo olvidar) y seguía de largo cuando la mano posesiva de Livia me trajo al presente, a la presentación: Laura llamándola, ella viniendo con la primera muestra de la docilidad ante Livia que le reproché tantas veces, de torpe. Mira quiero presentarte a Arsen. Arsenio Cué / Laura Díaz. Confieso que me chocó aquel simple Díaz entre tantos nombres sonoros y exóticos y recordables, pero me gustó, como me gusta que lo use todavía hoy que es famosa. Su apretón de manos no fue nada especial: tal vez bueno solamente para dar la mano en el parque del pueblo en la verbena del 20 de Mayo. La miré: miré su cara y me río al recordarla, porque donde hay tanta sofisticación ahora, tanto labio botado a la Brigitte Bardot, tanta pestaña negrida, tanto maquillaje diurno/nocturno/dramático, había una belleza simple, provinciana, abierta, pero también serena, triste y confiada, porque la belleza y veinte años y el hambre total son demasiados campeones para el reto de La Habana. Además, ella era viuda cosa que no vi, por supuesto, como no vi otras cosas y pienso que quizás por teléfono habría sabido más que ahora que la tengo ahí fijada en el recuerdo: hablando y riendo y el sol cayendo por detrás de su pelo revuelto y del mar, cinco horas más tarde cuando la traía del Mariel, de un almuerzo marinero y tardío, por el Malecón a su casa.
Entre esta inicial y aquel punto hay otra historia, de la que quiero contar sólo el final. Livia tiene manías por decirlo de una manera cubana y no decir tendencias, que es una palabra médica. Una de ellas es tener compañeras de cuarto, otra la de hacerse invitar siempre (a pasear en máquina, a comer, a vivir en casa ajena), otra manía es la de «quitarle los hombres a su amiga», como explicaba Laura un día. Livia y Laura eran más que compañeras de cuarto, amigas ahora y salían juntas a todas partes y trabajaban juntas (Livia, con una rara habilidad, convirtió a Laura del patito feo de la provincia: demasiado alta, demasiado flaca, demasiado blanca para Santiago, en un cisne de Avon Inc: ahora era modelo publicitaria y maniquí de modas y adorno de revistas y periódicos: la enseñó a caminar, a vestir, a hablar, a no tener más vergüenza de su largo cuello blanco, sino a llevarlo «como si colgara de él la perla Hope» y finalmente la hizo teñirse el pelo de negro azabache-de «ala de cuervo, querido», diría Livia por encima de mi hombro si leyera esta página mientras la escribo) y acabaron por ser una pareja: Laura y Livia/Livia y Laura/Laurilivia: una sola cosa. Livia también tenía otra maña: era exhibicionista (Laura también lo era, lo que me hace pensar que todas las mujeres que he conocido eran exhibicionistas de una manera o de otra: hacia adentro o hacia afuera: las descaradas y las tímidas… pero ¿no lo seré yo también en mi carro con la capota baja, esa vidriera con ruedas, no lo seremos todos, no será el hombre una criatura que se exhibe ante el cosmos en este enorme convertible del mundo?, pero ya esto es metafísica y no quiero ir más allá de la física: es de la carne de Livia y de la carne de Laura y de mi carne que quiero hablar ahora) y vivía en una vitrina. Un día, al principio, cuando subí al cuarto de ellas por primera vez, insistió en que Laura se probara un nuevo modelo de trusa que iban a anunciar la mañana siguiente, también ella se probó su bikini. Livia propuso Vamos a hacer sufrir a Arsen sonriendo y Laura llevada por el juego preguntó ¿A probar si es un caballero?, y Livia respondió A probar si es un hombre o solamente un caballero, pero Laura intercedió Por favor dijo, hizo una pausa dura Livia y me dijo Arsen, please, sal al balcón y ni mires ni entres hasta que no te llamemos.
He visto demasiadas películas de la Metro para no haber cometido el error de no querer ser un cubano típico en ese momento, sino Andy Hardy que encuentra a Esther Williams y me volví y salí al balcón con una sonrisa de hombre que se sabe un caballero o viceversa. Recuerdo que lo pasé todo por alto: la insinuación de Livia tan grosera que era casi un insulto, el melvilliano sol de afuera, la inocente doble negación de Laura: con la elegancia y casi el caminado de un David Niven del trópico. Recuerdo que vi unos niños jugando en el parque al doble sol del cemento y el cielo mientras tres negritas —las manejadoras, sin duda— conversaban a la sombra de los flamboyanes en flor. Recuerdo que sentado en el banco ideal al soñado fresco de los árboles, oí que me llamaban y recibí la realidad del sol en los ojos al regresar volviendo la cara: era Livia. Cuando entré, Laura tenía puesta una trusa blanca, no era un bikini ni una dos-piezas sino «un maillot blanco radiante» en la explicación técnica de Livia: de un largo y ancho escote a la espalda y otro escote que cerraba entre los senos y atado al cuello: nunca la vi más hermosa que en aquella penumbra —excepto desnuda excepto desnuda excepto desnuda. Dije error porque desde aquel día, en aquel momento, Livia, en una sección de su máquina de voluntades, fabricó la gana/el ansia/la necesidad de que la viera desnuda: lo sé pues Arsen me llamó anúdame aquí anda me dijo indicando de espaldas el ajustador de su bikini que se caía entre sus brazos vueltos con una falta de maña que no era de práctica. Sé, porque lo vi en el espejo, que a Laura no le gustó cómo me demoré un minuto que es más que un minuto en aquel nudo de glamor, de carne perfumada, de última moda.
No, no había amor entre Laura y yo aquella tarde todavía. Lo hubo, lo hay, lo habrá, mientras yo viva, ahora. Livia lo sabía, mis amigos lo sabían, toda La Habana/que es como decir el mundo/lo sabía. Pero yo no lo sabía. No sé si Laura lo supo nunca. Livia sí lo sabía: sé que lo sabía al insistir que yo entrara en la casa cuando fui a buscar a Laura el 19 de junio de 1957. Pasa me dijo No tengas miedo que no te voy a comer. Respondí con lo que Livia creyó una muestra más de ingenio, ustedes tomarán como una señal de timidez sentimental y no es más que una cita de Shakespeare: Dame tu mano, Mesala dije Hoy es mi cumpleaños («Julio César»/acto V/escena I). Livia creyó que la apodaba y se rió: Ay, Arsen dijo qué cosas tienes querido. ¿Mesalina yo? La única Mesalina de esta casa es Esperanza la cocineradoncella-lavandera-recadera de Laurilivía que cada día tiene un novio (marinovio tú sabes) diferente. Entré. Estoy sola me dijo. ¿Y la esperanza del pobre?, pregunté y ella se sentó en el sofá, acomodó dos cojines tras la espalda y subió los pies: estaba en pantalones (slacks en lastex azul capri para Livia) y una camisa de corte masculino y descalza antes de responder Salió, mi vida se atusó el pelo con la mano de día libre y todo. Abotonó la camisa hasta el cuello y luego la zafó tanto que consiguió por fin que viera con sorpresa que tenía ajustadores.
Hablamos. De mi cumpleaños, que no fue hoy sino tres meses más tarde, del aniversario dos semanas atrás, del día en que Moll y Bloom sentadas en la taza defecaron al largo stream-of-conciousness que sería un mojón de la literatura, de las fotos que Códac le había hecho a Livia y que saldrían en «Bohemia»: de todo o de casi todo, porque un momento antes de decidir no esperar más a Laura y regresar a casa, surgió lo que Silvestre llama El Tema. Códac opina dijo Livia que algunas fotos (las mejores claro) no saldrán publicadas se subió el cuello con las dos manos. Ah no dije yo con el mismo interés que podría haber tenido, digamos, Mahatma Gandhi en el asunto: Y por qué. Ella se sonrió, se rió y aprovechó el gesto para mojarse los labios, finalmente dijo: Porque estoy au naturel, claro que no dijo au naturel, pero es a lo que más se pareció aquel ruido exótico. No se atreverán es claro los cobardes. Mi voz salió con énfasis: ¡Canallas! No saben lo que hacen miré sus ojos azules, su pelo platino por la época y el lunar negro en la barbilla que ella usaba como una marca de agua que dejara ver, por transparencia, la calidad de su cutis Perdónalos, Livia: sus culpas alivia su torso que era más bien un busto: digno de un pedestal o de un museo o de un portalibros el infierno entibia sus piernas modeladas, más que cubiertas insinuadas por la elasticidad de los pantalones y finalmente los pies que la pintura de uñas de moda había convertido en paradigma erótico en cada botica que compran el esmalte Nivia: con la voz del locutor que hablaba mientras sus manos pintadas esmaltaban su pie en el anuncio de la televisión y el cine.
Cuando terminó de echar sus redondas carcajadas como anillos de humo de risa hacia el techo, me dijo Ay Arsen contigo no se puede y se levantó ¿Quieres verlas?, me dijo. No entendí y lo vio en mi cara Las fotos hijo dijo abriendo los brazos en una parodia del enojo final. ¿Qué creías que era? La miré bien Los originales, claro. No las copias. Se rió: No cambias me dijo ¿Quieres o no quieres verlas? Dije que sí y se fue al cuarto diciendo Espera. Miré el reloj pero no recuerdo la hora que era. Sí recuerdo que en ese momento Livia me llamó del cuarto Ven Arsen y fui. La puerta estaba abierta y ella estaba sobre la cama disponiendo las fotos en que mostraba sus senos desnudos, Eran grandes. Quiero decir, las fotos: cubrían, dos o tres, casi toda la cama. Aparecía en ellas desnuda de la cintura para arriba con los brazos cruzados sobre el pecho o con la camisa medio abierta hasta el vientre o completamente abierta hasta medio vientre o desnuda, de espaldas o desnuda y oculta por un claroscuro cómplice pero nunca se le veían los senos completos. Se lo dije. Se rió y sacó una foto debajo de otra y me dijo Y ésta como preguntando y afirmando a la vez. Miré pero la ocultó detrás de su cuerpo No la pude ver le dije No la vas a ver me dijo. Vaya dijo y tiró la foto al suelo. No creo le dije. No te vayas dijo y caminó hacia el baño. ¿Son falsos o reales?, preguntó. Otra voz respondió emocionada Son teatrales y no era la mía: miré, miramos, y en la puerta estaba Laura con una caja redonda en una mano y en la otra la manita de una niña pequeña y rubia y fea, que era su hija.
No se puede ver y se rió mostrando la garganta: era una cockteaser como dicen los americanos o los españoles que dicen calientapijas: en Cuba no tenemos palabras: quizás porque tenemos tantas mujeres así, quiero decir. Decidí irme. Lo supo Ya se puso bravito el niñito me dijo imitando un puchero. Si el nene se queda un ratico más habrá un premio. La miré y me sostuvo la mirada: estaba desnuda, sentada, pero ahora, se veían bien sus senos, aberrados por un lente de ángulo ancho que los ponía en relieve: eran blancos y perfectos y bellos, y Livia tenía motivos para estar orgullosa de ellos, vanidosa por las fotos, molesta con la negada exhibición de la maravilla en que la mera carne es a la vez objeto estético y sujeto de pasión. No creo en ellos le dije sin embargo Son senos en 3-D: buenos para Arch Oboler ella se detuvo sin que hubiera echado a andar ¿Quién esese?, preguntó y parecía casi furiosa El director de Bwana Devil. En el mismo movimiento se agachó, recogió la foto del suelo y las otras de la cama, las guardó en el closet y caminó hacia el baño No te vayas dijo antes de entrar y cerrar la puerta. Salió de nuevo. Pasarían dos o tres minutos entre la salida y la entrada pero en el recuerdo son acciones simultáneas. Venía desnuda. Es decir, se había dejado unos blumers breves, negros pero más nada ¿Y ahora?, me dijo desafiante y caminó hacia mí en punta de pies, con el tórax combado y los brazos y los hombros echados hacia atrás en un gesto que debió de haber aprendido de Jayne Mansfield, pero que no me dio risa porque tenía frente a mí (y digo frente a mí) la belleza que se puede ver, tocar, oír, oler y gustar con todos los sentidos: ver con las manos, oír con la boca, gustar con los ojos, oler con los poros del cuerpo.
Recuerdo ahora cuando la puerta de la nueva casa de Livia se abre, otra puerta que se cierra y la frase socorrida, vulgar que Laura dijo y a la que el tono súbitamente helado hizo de veras dramática La próxima vez cierran la puerta al irse y recuerdo la indiferencia continuada en las ocasiones que la llamé, que vine a buscarla, que fui a verla a la televisión y la lejanía afectiva en que acabó nuestra relación, donde el Quiay y el Hola y el Taluego sustituyeron todas las anteriores expresiones de calor, de afecto ¿de amor? Muchacho dichoso los ojos dijo Livia Mirtila miraquienestaquí hablando hacia los cuartos, el cuarto a donde entraba dejando las dos puertas abiertas, caminando solamente en pantalones y se sentaba al espejo-tocador diciendo Pasa Arsen y siéntate que acabo enseguida mirándome a través del espejo y retocando sus labios con el cuidado y la precisión y la maestría del pincel que dicen los libros de reproducciones que Vermeer pintaba bocas holandesas, aunque quizás con menos ropa, ella, Livia, no Vermeer ni las mujeres miniatura. La voz del baño dijo Va y pareció una voz de ¡fuego!, porque inmediatamente se abrió el baño y apareció Mircea Eliade, Mirta Secades, Mirtila a secas para usted y la propaganda y los amigos, desnuda sí, ella también: en cueros y dijo Ay Arsen al reconocerme perdona no sabía que eras tú y volvió al baño sin cerrar la puerta, tomó una bata (transparente) y salió otra vez desnuda y comenzó a meter sus brazos húmedos por el calor y el agua de la ducha en las mangas blancas y de flores azules. Pero no cerró la bata y empezó a buscar cosas en el closet/tocador/botiquín del baño / maletas por el suelo closet de la sala/cocina/refrigerador y a cada instante regresaba al sofá cama donde yo estaba sentado, para mirar por la ventana si iría a llover o no. No me voy a poder estrenar el impermeable hoy tampoco coño dijo Ay perdona Arsen pero es questoy MÁS fastidiada. Aquí no hay ni estaciones. Livia se levantó y fue al baño y mientras se mojaba con cuidado la cara maquillada dijo Ella viene del Norte, hijo, del Cánada (Dry, tú sabes). Mirtila saltó de entre las maletas con un pantaloncito azul en una mano y unas sandalias blancas bajas en la otra No, vengo del Cotorro, pero eso no quita para que aquí no esistan estaciones se ponía el blumer y tu sabes bien Livia que para que una mujer pueda ser elegante soltó unas zapatillas de baño azul pálido y metió los pies en sandalias mientras hablaba hace falta por lo menos que haigan dos estaciones Livia se rió con estruendo. Oye, oye, Arsen, cómo habla y después quiere ser locutora dijo entrando (cerrando) el ajustador a la espalda Haya, niña, haya y Mirtila se sentó al tocador Bueno hayan o haigan el cuento es que una mujer elegante le hace falta lucir su vestiario Medieval pensé yo y en esta mierda de país vuelta hacia mí Perdona Arsen vuelta hacia Livia ni Eso se puede se levantó y gritó por la ventana Ni eso se puede más fuerte No se puede nada carajo y se volvió a sentar al tocador mirando para mí Perdona tú pero estoy hasta aquí y levantó una mano larga y flaca y haló un mechón de pelo pajizo, teñido cien, mil veces y ahora muerto, embalsamado por el tinte blanco, de platino verdadero, metálico, mineral: de verdad la cabellera de Falmer.
¿Puedo hablar de los senos? Los veía de perfil y reflejados en el espejo. Una noche fueron grandes, casi listos a saltar sobre la barrera del pudor y el escote, y jóvenes, ahora eran flácidos, largos y terminados en una punta oscura, morada y ancha: no me gustaban. Los senos de Livia, el momento que los vi, también habían cambiado, no para mejorar y no los quise mirar de nuevo para guardar el buen/mal recuerdo que siempre tengo de ellos: es mejor perder el paraíso por una manzana roja y engañosa que por el fruto del saber seco, cierto. Mirtila anoche, la otra noche, parecía tener quince, veinte años y ahora no podía decir qué edad tenía, sólo sé que alguna vez, en la niñez, fue raquítica, porque tenía el pecho combado sobre los senos y no era esbelta sino desnutrida. Sin pintura en los labios los tenía también violeta, como los senos, pero más pálidos y aunque conservaba la nariz increíblemente fina, perfecta y los ojos claros y grandes y de pestañas largas, se veía que tenía una abuela negra escondida por la química de los afeites y la física de la luz incandecente: ella, como Livia, no salía ya más que de noche, las dos espesamente maquilladas. Vi también que se afeitaba completas las cejas y esto daba a su frente un largo excesivo. No me gustaba: no era ésta la mujer por la que vine de voluntario a este calor infernal de la tarde de agosto, a esta oscuridad de la luz que se va, a esta espiral de preguntas sin respuestas que Mirtila mientras decide cómo maquillarse le hace a Livia que termina de arreglarse:
Livia puedes encenderme la luz amor? Livia que tú cres que me limpie la cara con la crema astringenterrefrescante de Lisabé Tarden o con la vanichincrín de Pons / Livia no la oye porque está en la sala, junto a la ventana, aplicando rimel a sus pestañas / Livia viejita me pongo la Lildefrance de base o la AmoretaCrin Tú cres tú que mejor la Velada Radiante, fíjate que me voy a poner polvos Ardena despué/ Livia se sienta en la sala y con una cajita de laca sobre las piernas busca dentro / Que tú cres como creyón Arden Pin o Golden Popy, yo no sé por cuál decidirme, no me gustan el sabor. El Luis Equisvé de Revlon no sé si me pega. Qué noche tú cres que haga miamiga / Livia saca una sortija ampulosa de la cajita negra / El Rosaurora está bien pero no sé si me aviene bien con la ropa que llevo puesta / Livia saca aretes que hacen juego con la sortija y se los pone / Yo creo que finalmente me pongo el coral vainilla de Revlon y se acabó: pa qué andar con tanta escogedera / Livia saca de la caja de laca un collar de varias vueltas, de perlas de cultivo: todo lo que usa Livia es de calidad pero de una calidad mediocre, falsa: una vez un fotógrafo, Jesse Fernández, que le hizo varias fotografías me dijo: «Baby, aquí será una modelo, pero en Nueva York o Elei sería una callgirl de lujo» / Livia tú piensas que el Caraseda deLena Rubistein sea mejor que la Mascaramatic o me pongo el AyChado o el C°méstico de Arden / Livia va para la cocina abre el refrigerador y se sirve un vaso de leche, alimento para su pichón de úlcera / Ahora sí. Figúrate hija que me tiré por arriba un cubo de agua con sal de Morni, Rosas de Junio, y no sé qué perfume ponerme. Tú cres que me eche MisDior o Diorama. Yo que para mí que sería mejor Diorísimo / Livia se sienta en la sala en la misma silla a tomar, lentamente, el vaso de leche / Aunque, miamiga, Magui de Lancón o Arpeje de Lanvín son muy buenos, buenísimos. Bueno, más vale que me eche el Linterdí de Jivenchi, que siempre me trae suerte/ Miro a Livia y por primera vez me mira: hace el gesto de una mala palabra con la boca, con la mano una se ñal de fastidio. Mirtila se levanta y se pone un chaleco-sostén negro y un liguero también negro y comienza a calzarse las medias (malva oscuras) sentada en el borde de la banqueta del tocador: la miro bien y parece una mantis acorazada, un guerrero medieval japonés, un jugador de hockey. No sé por qué ¿Salimos esta noche?, le pregunto Tenemo que modelar para Elencanto me dice sin interrumpir la delicada tarea de enfundar sus largas, torneadas piernas en la malla oscura y sedosa y elástica ¿Y después?, pregunto Vengo paracá que tengo que descansar. Anoche no dormí nada nada pero lo que se dice NADA. Ahora se levanta y me mira ¿Qué tal estoy? La miro y le digo Muy bien y de verdad que está muy bien: es otra mujer. Y me falta todavía el vestido: es un estreno. Voy a hacerle la tercera pregunta (Everything happens in threes), pero para qué. Por suerte Livia me llama y me levanto y voy hacia ella. Vuelve otro día Arsen me dice Mirtila. No sé qué respondí.
Livia Esta guajira me tiene más cansada me dice en un susurro Cada día está más presumida y me da lecciones y todo sube el cuchicheo después que yo la inventé. Enseguida, bien alto ¿Cómo me encuentras, amor?, me pregunta ¿Verdad que estoy como nunca? Me río: Sí, ama, pero en Alturas del Bosque vive Blancanieves, en concubinato con 7 enanitos. Me golpea, suave, en la cabeza con su abanico invisible Tú siempre igual me dice en broma. No, en serio estás bellísima. Están bellísimas. No sé por cuál decidirme. Abro la puerta Pero yo siempre dice Livia he sido tu verdadero amor y me voy. Sí digo desde el pasillo. El único, el último. Tropiezo con el pasamanos y comienzo a bajar maldiciendo las escaleras: un pie en el vértigo, otro pie en el abismo, otro pie en la nada. ¿Cuándo encenderán la luz en esta casa?
Quinta
Me acuerdo de cuando era novia de mi marido. No, mentira, todavía no era novia, pero él venía a buscarme para ir al cine o a salir a pasear y llegó un día que me invitó a su casa, para que conociera a sus padres. Era Nochebuena y él vino a buscarme ya tarde, como a las ocho, cuando ya yo creía que no venía y todo el mundo del edificio salió al balcón a vernos y mi madre no salió al balcón, porque sabía que estaban mirando y estaba muy orgullosa de mí, porque mi novio era de dinero y venía a buscarme en un convertible para llevarme a cenar a su casa y me dijo, «Niña, todo el barrio lo ha visto bien. Ahora tiene que casarse contigo. No nos hagas quedar mal» y recuerdo como me fui disgustada con mi madre. Era la noche de Nochebuena pero hacía mucho calor y yo iba muy preocupada, porque había cogido el único vestido presentable que tenía, que era uno muy veraniego y para hacer ver que era por eso que me lo ponía, tan pronto como llegué a la máquina le dije a mi novio, «Ricardo, qué calor» y él me dijo, «Sí, tremendo. ¿Quieres que baje la capota?», muy considerado y muy educado y muy gentil.
Cuando llegamos a su casa, me sentí muy bien, porque todos estaban vestidos informales, aunque la casa quedaba en el Country y su padre estaba encantado conmigo y quería enseñarme a jugar el golf al otro día y decidimos comer en el jardín, aunque tomaríamos el aperitivo dentro de la casa. Me sentía muy bien allí con Arturo, digo con Ricardo y su hermano que estudiaba medicina y la madre que era una mujer muy joven y muy bella, algo así como una Mirna Loy cubana, muy distinguida y el padre de Ricardo que era alto y bien parecido y que no dejó de mirarme en toda la noche. Había bebido un poco y está bamos en la sala, conversando, esperando a que el pavo quedara bien dorado y el padre de Ricardo me invitó a dar un viaje a la cocina. Recuerdo que me sentí mareada y que el padre de Ricardo me apretaba mucho el brazo hasta la cocina y como la casa estaba a media luz por el árbol me molestó la luz tan clara, casi blanca, de la cocina. Fui y miré el pavo y entonces vi a la muchacha que nos había servido los tragos y que ayudaba al cocinero (porque ellos eran muy ricos tenían un cocinero, no una cocinera) y entonces vi que no era vieja y recordé que la madre de Ricardo había dicho algo como que no tenía experiencia y la vi a la luz de la cocina, cómo iba de la mesa con las ensaladas, al lavadero y al refrigerador y no miraba para nosotros nunca y me pareció que su cara me era conocida y vi que no era vieja y fue entonces que vi que era una muchacha que había sido compañera mía en la escuela de mi pueblo y que hacía como diez años, desde que vinimos mi familia y yo para La Habana que no la veía. Estaba tan vieja, doctor, tan acabada y tenía mi edad, mi misma edad y había jugado conmigo cuando niñas y éramos muy amigas y las dos estábamos enamoradas de Jorge Negrete y de Gregory Peck y nos sentábamos por la noche en la acera de mi casa y hacíamos planes para cuando fuéramos mayor, que me dio una pena terrible saludarla y reconocerla, porque ella se iba a sentir tan mal, que salí de la cocina. Luego, otra vez en la sala, por poco voy a la cocina y la saludo, porque pensé que no la había saludado porque tenía miedo que la familia de Ricardo supiera que yo era del campo y había sido tan pobre. Pero no fui.
La comida se demoraba, yo no sé: algo pasaba con el pavo y seguíamos tomando y entonces el hermano de Ricardo quiso enseñarme toda la casa y yo fui primero a ver el cuarto de Ricardo y luego fui a ver el cuarto del hermano y no sé por qué me metí en el baño, que tenía la cortina de la ducha corrida y el hermano de Ricardo me dijo, «No mires ahí», y sentí una curiosidad que corrí la cortina y miré y en la bañadera, metido en un agua sucia había un esqueleto que tenía todavía pedazos de carne, un esqueleto humano y el hermano de Ricardo me dijo, «Lo estoy limpiando». No sé cómo salí del baño ni cómo bajé las escaleras ni cómo me senté en la mesa del patio a comer. Solamente recuerdo que el hermano de Ricardo me agarró por una mano y me besó y yo lo besé y luego me ayudó a atravesar el cuarto oscuro.
En el patio todo estaba muy bonito, muy verde por el césped y muy alumbrado y la mesa muy bien puesta con un mantel muy caro y me sirvieron a mí primero porque la madre de Ricardo insistió. Yo lo que hice fue mirar la carne, las lascas de pavo, muy cocinadas, casi tostadas en su salsa carmelitosa, cruzar los cubiertos sobre el plato, bajar las manos y ponerme a llorar. Le eché a perder la Nochebuena a aquella gente que fue tan gentil y tan amable, y regresé a casa tan cansada y tan triste y tan calladita que ni mi madre me sintió llegar.