ELLA CANTABA BOLEROS

Ah Fellove estaban sonando tu Mango Mangüé en el radio y la música y la velocidad y la noche nos envolvían como si quisieran protegernos o enlatarnos en su vacío y ella iba a mi lado, cantando, tarareando creo tu melodía rítmica y ella no era ella, es decir que ella no era la Estrella sino que era Magalena o Irenita o creo que Mirtila y en todo caso no era ella porque sé bien la diferencia que hay entre una ballena y una sardina o una rabirrubia y posiblemente fuera Irenita porque era realmente rabirrubia, con su rabo de mula su cola de caballo su moño suelto-amarrado, rubio, y los dientes de pescado que le salían por la boquita no por la gran boca cetácea de La Estrella en donde cabía un océano de vida, pero: ¿qué es una raya más para un tigre? Esta raya la recogí en el Pigal cuando iba para Las Vegas, ya tarde, y ella estaba sola debajo del farol debajo del Pigal y me gritó cuando yo frené, Detén tu carro Ben Jur, y yo arrimé a la acera y ella me dijo, ¿a dónde vas cosalinda?, y yo le dije que para Las Vegas y me dijo que si no la podía llevar un poco más lejos, dónde le dije y me dijo, Al otro lado de la frontera, ¿dónde?, y me dijo, Más para allá de la esquina de Texas, dijo Texas y no la Esquina de Tejas y eso fue lo que me hizo montarla, además de las otras cosas que yo estaba viendo ahora en la máquina porque a la luz de la calle había visto sus enormes senos bailando debajo de la blusa y le dije, ¿todo eso es tuyo?, bromeando claro y ella no me dijo nada sino que se abrió la camisa, porque lo que llevaba era una camisa de hombre no una blusa y la desabotonó y dejó al aire unos senos, no: unas tetas enormes, redondas y gordas y puntudas que se veían rosadas, blancas, grises, y se volvían a ver rosadas al darle la luz de las calles que pasaban y yo no sabía si mirar para el lado o para alante y entonces me entró miedo de que nos viera alguien, de que nos parara la policía, porque aunque fueran las doce o las dos de la mañana siempre habría gente en la calle y crucé Infanta a sesenta y en el puesto de ostiones había gente comiendo mariscos y hay ojos que son más rápidos que el sonido y más certeros que la escopeta de Marey porque oí el escándalo que se armaba y que gritaban, ¡los melones pal mercado!, y pisé el acelerador y a toda mecha atravesé Infanta y Carlos Tercero y la Esquina de Tejas se quedó en la curva de Jesús del Monte y en Aguadulce di la vuelta mal y evité una Ruta 10 por uno o dos segundos y llegamos al Sierra, que es donde esta muchacha que ahora se abrocha la camisa muy tranquilamente enfrente del cabaré quería ir y le digo, Bueno Irenita y tiendo una mano hacia uno de los melones que nunca llegaron al mercado porque había que llevarlos, y ella que me dice, Yo no me llamo Irenita sino Raquelita, pero no me digas Raquelita sino Manolito el Toro que ése es mi nombre para mis amigos y me quitó la mano y se bajó, Voy a ver si me bautizan de nuevo, me dijo y cruzó la calle hasta la entrada del cabaret donde había un cromo, una maravilla de niña esperándola y se cogieron las manos y se besaron y se pusieron a conversar muy bajito allí en la entrada, debajo del letrero que se apagaba y se encendía y yo las veía, y no las veía y las veía y no las veía y las veía y cogí y me bajé y crucé la calle y fui a donde estaban ellas y le dije, Manolito y ella no me dejó terminar porque me dijo, Y este que tú ves aquí es Pepe, señalando para su amiga que me miró con la cara bien seria, pero le dije, Mucho gusto Pepe y se sonrió y seguí, Manolito, le dije, por el mismo precio te llevo de vuelta y me dijo que no me interesa y como no quería entrar en el Sierra porque no tenía la menor gana de encontrarme con el mulato Eribó o con el Beny o con Cué y que empezaran con sus conferencias de música que estaban mejor en el Lyceum o en los Amigos del País o en el libro de Carpentier, discutiendo de música como si fuera de razas: Que si dos negras valen por una blanca pero una negra con puntillo vale tanto como una blanca y que si el cinquillo es cubano porque no aparece en África ni en España o que el repique es un acento ancestral (esto lo dice siempre Cué) o que las claves ya no se tocan en Cuba pero se oyen en la cabeza del verdadero músico y de las claves de madera pasan a la clave de sol y a las cosas en clave y secretas y empiezan a hablar de brujería, de santería, de ñañiguismo y hacer cuentos de aparecidos no en casas viejas o a medianoche sino frente al micrófono de un locutor de madrugada o las doce del día en un ensayo y hablar del piano que tocaba solo en Radioprogreso después que se murió Romeu y esas cosas que no me van a dejar dormir después si me tengo que ir a la cama solo, di la vuelta y regresé al carro no sin antes decirle adiós a Pepe y a Manolito diciéndoles, Adiós niñas y me fui corriendo después.

Fui por Las Vegas y me llegué al puesto de café y me encontré con Laserie y le dije, Quiay Rolando cómo va la cosa y él me dijo, Ahí ahí mulato y así nos pusimos a conversar y luego le dije que le iba a hacer unas fotos aquí tomando café una de estas noches, porque Rolando se veía muy bien, muy cantante, muy cubano, muy muy habanero allí con su traje de dril 100 blanco y su sombrero de paja, chiquito, puesto como solamente se lo saben poner los negros, tomando café con mucho cuidado de que el café no le manche el traje inmaculado, con el cuerpo echado para atrás y la boca encima de la taza y la taza en una mano y debajo de la mano la otra mano puesta sobre el mostrador tomando el café buche a buche, y me despedí de Rolando, Taluego tú, le dije y él me dijo, Hata cuando tú quiera mulato, y voy a entrar en el club y a que ustedes no saben a quién veo en la puerta. Nada más y nada me nos que Alex Bayer que viene y me saluda y me dice, Te estaba esperando, muy fino muy educado muy elegante él y le digo, A quién, amí, y me dice, Sí a ti, y le digo, Quieres hacerte unas fotografías y me dice, No, quiero hablar contigo, y le digo, Cuando tú quieras que pa luego es tarde pensando que puede o no puede haber una bronca, que nunca se sabe con esta gente, que cuando José Mujica estuvo en La Habana iba por el Prado del brazo con dos actrices o dos cantantes o simplemente dos muchachas y un tipo que estaba sentado en un banco les gritó, Adiós las tres y Mujica muy serio él, muy actor de película mejicana él, muy preciso él, como si estuviera cantando fue para el banco y le preguntó al individuo, Qué dijo usted señor y el tipo que le dice, Lo que uste oyó señora y Mujica, tan grande como era (o como es, que no se ha muerto, pero la gente siempre encoge cuando se hacen viejos) lo levanta en peso por sobre su cabeza y lo tira para la calle, no para la calle, para los canteros de yerba que hay entre el muro del paseo y la calle, y siguió su paseo tan natural y tan fácil y tan sinigual que si estuviera cantando Júrame con recitativo mojicano y todo, y no sé si Alex pensó lo que yo pensé o pensó lo que pensó Mujica o pensó lo que él mismo pensaba, lo que sé es que se rió, se sonrió y me dijo, Vamos, y yo le dije, Nos sentamos en el bar y me hizo seña de que no con la cabeza, No lo que tengo que hablar contigo es mejor que lo hable afuera, y yo le dije, Mejor sentarnos en mi máquina entonces y me dijo que no, No, vamos a caminar que la noche es buena para eso y arrancamos por la calle Pe para abajo y cuando íbamos de camino va y me dice, Es buena la noche para caminar por La Habana, no te parece, y yo le digo que sí con la cabeza y después, Sí si hace fresco, Sí, me dijo él, si hace fresco es sabroso y yo lo hago amenudo, es el mejor tónico para la salud del cuerpo y del alma, y por poco me cago en su alma pensando que este tipo todo lo que quería era caminar conmigo y hacerse el filósofo hindú.

Caminando vimos salir de la oscuridad, contrario, al Cojo de las Gardenias, con su muleta y su tablero con gardenias y sus Buenas noches llenas de eses y de cortesía y de una cierta finura que era más sincera de lo que podía parecer y al cruzar otra calle oí la voz estridente y gangosa y sin misericordia de Juan Charrasqueado cantando el único verso del corrido que siempre canta y repitiendo una y otra vez y mil veces, Ponte pa tú número y ponte para tu número y ponte para tú número, Ponte pa tu número, Ponte, queriendo decir que le echen las monedas en el sombrero charro sudado que pasea por entre los parroquianos a la fuerza, creando una atmósfera de obsesión que es patética porque todo el mundo sabe que está loco de remate. Leí el letrero del Restaurant Humboldt Club y pensé en La Estrella que comía allí siempre y pensé que qué diría el ilustre barón que volvió a descubrir a Cuba si supiera que quedó para nombre de un restaurant y de un bar y de una calle en esta tierra que si no descubrió al menos desveló. Bar San Juan y Club Tikoa y La Zorra y El Cuervo y el Eden Rock donde una noche una negra se equivocó y bajó las escaleras hasta la puerta y entró a comer allí y la botaron para afuera con una excusa que era una exclusa, que era una esclusa y ella comenzó a gritar LitelrocLitelrocLitelroc porque Faubus estaba de moda y se armó el gran escándalo, y La Gruta donde todos los ojos son fosforescentes porque las criaturas que habitan este bar y club y cama son pejes abisales y Pigal o Pigalle o Pigale que de todas esas maneras se dice y Wakamba Self Service y Marakas y su menú en inglés y su menú afuera y sus letras chinas en neón para confundir a Confucio, y La Cibeles y el Colmao y el Hotel Flamingo o el Flamingo Club y al pasar por la calle Ene y 25 veo bajo el bombillo, afuera, en la calle cuatro viejos jugando al dominó en camiseta y me sonrío y me río y Alex me pregunta de qué me río y yo le digo, Nada, de nada y él me dice, De la poesía de ese grupo y pienso, Coño un esteta como Beteta, que era un español que trabajó en el periódico de cronista cultural y cada vez que alguien le decía que era pe riodista o le preguntaba si era periodista Beteta respondía siempre, No, esteta, caray con Beteta, a quien terminaron diciéndole Ve tetas y era verdad porque era el gran rascabucheador de la vida. Y entonces me doy cuenta de que Alex no ha hablado y se lo digo y me dice que no sabe cómo empezar y yo le digo que es, muy simple, Empieza por el principio o por el final y él me dice, Tú porque eres periodista y yo le digo que no, que soy fotógrafo, De prensa me dice él y yo le digo, Sí, de prensa, ay, y me dice, Bueno, voy a empezar por el medio y digo Bueno y me dice, Tú no conoces a La Estrella y lo que andas diciendo por ahí es mentira y yo sé la verdad y te la voy a contar, y yo que no me ofendo ni nada y que veo que él no está ofendido ni nada, le digo, Bueno está bien empieza.

Segunda

Había tres balnearios, uno al lado de otro y entré en el último, que tenía una terraza abierta, de piso de madera y pegados a una pared había muchos sillones donde la gente cogía el fresco y conversaba y dormía. Pregunté por alguien, no recuerdo por quién y me dijeron que buscara en la playa. Salí al camino, donde hacía un sol terrible. El camino estaba blanco del resplandor y la yerba se veía quemada. La playa quedaba a la izquierda y al fondo y seguí caminando y salí a una playa tranquila, donde las olas llegaban bien adentro y volvían al mar y entraban de nuevo muy mansas. En la orilla había un perro jugando, pero luego no estaba jugando parece, porque vino corriendo por toda la orilla y metió el hocico en el agua y vi que echaba humo: echaba humo por el hocico y por el lomo y por el rabo que era como una antorcha. Ahora había una casa de madera muy pobre a la derecha y el cielo, que hace un momento era de invierno suave estaba gris y había una nube, una sola, muy gorda, y muy grande y muy blanda, y había viento y no sé si llovía o no. Vi venir dos perros más corriendo hacia mí primero, echando humo y luego metiéndose en el mar. Me parece que desaparecieron. Cuando llegué a la esquina de la casa, a la otra esquina, a la última, vi dos o tres perros que daban vueltas alrededor de una fogata y metían el hocico en ella y trataban de sacar algo del fuego. Uno a uno se quemaban y salían huyendo hacia el mar que quedaba ahora más lejos. Me acerqué y vi que en la candela había otro perro, dentro, quemado, un perro enorme, metido en el fuego patas arriba, hinchado, y en algunas partes, en las patas, estaba achicharrado y le faltaba el rabo y le faltaban las orejas que debían estar hechas carbón.

Me quedé mirando al perro cómo ardía y parece que decidí entrar en la casa, por la puerta que daba a la plaza donde quemaban al perro (porque era una plaza y el perro había sido quemado en un promontorio de arena), para avisar. Toqué y nadie respondió y entonces empujé la puerta. Dentro, mirando a la puerta, había un perro enorme, casi del tamaño de un ternero, de cabeza peluda y orejas puntudas y de color gris sucio y con un aspecto terrible. Creo que los ojos eran rojos o quizá los tenía encandilados, porque la sala o la habitación estaba muy oscura. Cuando empujé la puerta se levantó y gruñó y salió hacia mí. Ya iba a gritar cuando me di cuenta que pasaba por mi lado, empujando la puerta con el cuerpo. Lo vi correr hacia el monumento donde se quemaba el perro y sin miedo, se metió entre las llamas y mordió al perro quemado. Recuerdo que se quedó con un pedazo de carne chamuscada en la boca. Volvió a morder al perro y lo levantó con el hocico y el perro quemado era casi tan grande como él y digo casi porque lo que faltaba al otro perro eran las partes que había perdido en el fuego. El perro vivo levantó al perro muerto por encima de la candela, lo cargó con facilidad y caminó con él de regreso a la casa, sin que ninguna parte del perro quemado rozara el suelo. Debieron pasar por mi lado, porque yo no me había movido de la puerta, pero no los sentí.