El emperador Carlos I (y V de Alemania), aunque nieto de los Reyes Católicos, era más borgoñón que español. Se había criado en Flandes y vino a España, ya mozalbete, rodeado de flamencos. Estas gentes, como procedentes de la única región europea que no produce vino, eran devotos bebedores de cerveza. Precisamente de la corrupción del nombre del antiguo conde de Flandes, Jan Primus (es decir, Juan Primero), procede Gambrinus, el patrón de la cerveza, ese hombre que vemos en algunos anuncios, alegre y coloradote, abrazado a un barril casi tan grande como su panza.
Del Jan Primus de Flandes se decía que vivió trescientos años y murió lamentando no haber bebido más cerveza.
Los maestros cerveceros llegados de Flandes con el séquito del emperador introdujeron el rubio brebaje en España. Al principio con alguna dificultad, debido al rechazo con que la nobleza autóctona acogía todo lo flamenco. Los nacionalistas castellanos, es decir, los comuneros, nunca apreciaron la cerveza. Quizá la hubieran admitido, espumosa y fresca, de haber sabido que había sido la bebida autóctona española antes de que el cultivo de la vid la desplazara, en tiempos de Roma. Pero de aquella caelia que bebían los antiguos iberos nadie conservaba ya noticia y la espumosa rubia tuvo que ganarse nuevamente la voluntad y los paladares de los españoles con paciencia y perseverancia.