En tiempos de las exploraciones españolas y portuguesas la capacidad de una nave se calculaba en toneladas, es decir, en los toneles de agua que podían acomodar en la bodega, de los que dependía su autonomía. La Pinta y La Niña eran navíos de sólo cien toneladas, pero todavía parecieron al almirante demasiado grandes, por eso en su segundo viaje, cuando pudo escoger, se proveyó de carabelas todavía más pequeñas, de unas treinta toneladas. Ya conocía la anchura del océano y había calculado con precisión el agua que necesitaba embarcar, adecuada al número de tripulantes.
El agua era la clave de la subsistencia en el mar. Cuando en las Partidas se enumeran los bastimentos navales imprescindibles señalan en primer lugar la reserva de agua. Y eso que en tiempos de Alfonso X el Sabio los bajeles todavía no se arriesgaban en las enormes distancias de la navegación oceánica: «E otrosí deben levar agua, la que mas pudieren, ca esta no puede ser mucha porque se pierde e se gasta de muchas guisas e ademas es cosa que non pueden escusar los omes porque an de morir quandofallesce o vienen en peligro de muerte». Uno de los cargos más importantes a bordo era el del alcalde del agua, el funcionario que repartía diariamente el preciado líquido en una ceremonia solemne, a la vista de todos. El alcalde del agua hacía lo posible para que la reserva de agua no se pudriera y criara sabandijas y cucarachas. No siempre lo conseguía porque el hedor del agua filtrada en la sentina, adonde iban a parar todas las porquerías del navío, se transfería fácilmente al agua potable contaminándola, aparte de que las sabandijas se cebaban en ella. Cuando tal cosa ocurría, no había más remedio que regresar a puerto, si todavía no se había mediado el viaje, y en cualquier caso había que colar el agua podrida y disimular su sabor y olor nauseabundos mediante la adición de vinagre.
No es fortuito que el Rey Sabio mencione el vinagre a continuación del agua: «E vinagre deven levar otrosí, que es cosa que les cumple mucho en los comeres e para bever con el agua cuando ovieren sed». Esta mezcla de agua y vinagre a la que alude el Rey Sabio es la posca o vinagrillo que los legionarios romanos portaban en sus cantimploras, el mismo que, empapado en una esponja, ofrecieron piadosamente a Jesús cuando estaba en la cruz. Tal mezcla, agua y vinagre, debe considerarse la fórmula arcaica del gazpacho, seguramente el plato más antiguo de la cocina nacional (tanto que la raíz de su nombre, gaspa o caspa, es prerromana).
Pero regresemos a nuestra nave oceánica y comprobemos cómo se obedecen los prudentes preceptos del Rey Sabio. En la zona más especiosa de la bodega, sobre el lastre de piedras que equilibra la nave y protege la tablazón del fondo, hay una tarima desmontable que sostiene grandes toneles de agua firmemente entibados sobre un andamiaje de madera. El continuo vaivén del navío no deja de afectar a estas reservas. Por una parte, el agua «se marea» o enturbia en los primeros días de navegación, pero luego se decanta y vuelve a ser cristalina. Más grave es el efecto sobre los barriles mismos, pues el continuo traqueteo del transporte y su carga tiende a desajustar los asientos y afloja las duelas. El carpintero tiene que ajustar las cuñas de vez en cuando con su diestro mazo de madera.